—¡Entretenedla! ¡Cubridme! ¡Rei!
Hiro se encargó de mantener ocupado al amo de la Diosa. Atacó con su Llave Espada al huno, el cual chocó su arma mágica con su filo y rompió su defensa de forma inmediata; el golpe provocó un serio corte en los nudillos del muchacho, y si no hubiese sido por la intervención de Fátima, habría atacado de nuevo para atravesarle el pecho. La joven llegó surfeando y atacó con precisión en la mano libre del villano, que soltó una exclamación al estar distraido con el muchacho; abrió la mano y mandó a volar el valioso artefacto que tenía en ella.
Saavedra cogió al vuelo el colgante y sonrió, sujetándolo entre sus dedos. Shiva reaccionó con un brillo especial en sus ojos. Shan Yu, lejos de permitírselo, gruñió y se lanzó contra él; fue Kairi quien se lo impidió, colocándose en medio e invocando su arma para entretenerle el tiempo suficiente. Dio dos espadazos contra el huno antes de que, a su sorpresa, este la cogiera del cuello y la apartara como si de basura se tratara.
Andrei levantó la lágrima de Shiva por encima de su cabeza y la gema concentró su energía, pero no llegó a liberarla. Fátima invocó, por puro instinto, un oleaje que empujó a todos contra el suelo. La lágrima de Shiva resbaló hasta una pared y se partió en dos con un destello cegador.
—¡¡No!!
Shan Yu golpeó el suelo con fuerza y se levantó a recoger los pedazos de la gema mientras Shiva caía al suelo, debilitada. Mientras los demás seguían atontados por el hechizo repentino de Fátima, Mulan se lanzó contra el huno, el cual se preparó para contrarrestar su ataque al igual que con los dos aprendices anteriores; sin embargo, donde ellos fallaron, ella salió victoriosa. Corrió agachada hacia él y, cuando intentó cortarla en dos con un ataque bajo, se levantó y dio un salto hacia él; su pie aterrizó sobre el arma mágica del enemigo y dio el golpe final con su espada reglamentaria: atravesó el pecho de Shan Yu de un corte.
Gritó de dolor. Se arrodilló en el suelo y se llevó la mano libre a su cuerpo para notar la sangre corriendo entre sus dedos. La vista se le estaba oscureciendo, pero no se quería dar por vencido aún. Sus ojos negros se clavaron en Andrei, que negó con la cabeza burlón antes de volverse invisible y desaparecer; a los portadores de la Llave Espada, que aunque debilitados y cansados, se les podía ver la merecida sonrisa de una buena victoria; y su asesino, el misterioso soldado Ping.
Casi no podía ver nada cuando Shiva, arrastrándose y débil, intentó clavarle un puñal de hielo por la espalda. Agarró a la Diosa por la muñeca y maldijo, con la boca llena de sangre:
—Muerte y caos para China.
Se entregó a la oscuridad mientras dejaba que su propio peso sirviera para atravesar el cuerpo de Shiva con la espada de mitrilo y el templo quedara sepultado por la nieve.
Nunca habría mejor época para visitar Tierra de Dragones que aquella.
La capital estaba absolutamente preciosa en aquellos días del recién entrado invierno. Los chinos se dedicaban en cuerpo y alma a decorar las calles con farolillos especiales que alumbraban las calles con distintos colores, cables que mostraban distintas decoraciones llenas de mensajes de paz y celebración. ¿Y la comida? Con el frío de la calle era imposible no pasar por uno de los puestos de comida y pararse a oler las maravillas que preparaban los cocineros, tan apetitosas y calentitas.
Dos jóvenes que caminaban juntos por las calles de aquella capital y debían estar disfrutando delo lindo aquellas pequeñas maravillas. Hiro y Saxor, eran sus nombres: dos extranjeros que, pese a tener como orden que vistieran con las ropas típicas del mundo, quizás prefiriesen vestir con algo más cómodo y calentito. Incluso haciéndolo, la gente giraba sus cabezas en la calle para mirarles fijamente, reconociéndoles como invasores.
Llevaban cinco días instalados en el mundo. La información que les había dado Ronin antes de partir era escasa: debían recuperar un artefacto alienígena perdido furante la última misión de Hiro allí, una espada de mitrilo portada por el difunto señor de la guerra Shan Yu. Tras dos años desaparecida bajo la nieve parecía que al fin habían localizado la susodicha, por la cual toda aquella serie de misiones había comenzado; ahora debían recuperarla antes de que cayera, una vez más, en malas manos.
Y Ronin no les había dicho más, porque ni siquiera se molestó en acompañarles. No contaba con muchos amigos en la capital, así que se limitó a ordenar a una Maestra que les acompañara, darles las llaves de una humilde casita de dos habitaciones cercana al palacio imperial y hale, pa'delante.
Aquella noche la tenían libre. En realidad, las cuatro anteriores noches habían sido bastante libres; mientras su superiora trabajaba en estrategias, planos y estudios ellos podían salir a divertirse como dos críos a los que les acababan de dar la paga. Y con una buena bolsa de platines seguro que tenían mucho que hacer por allí: podían acudir a la plaza del comercio a ver si encontraban algo de interés, visitar un templo dedicado a los dragones, ir a ver un espectáculo de enfrentamientos entre guerreros o incluso ser unos buenos chicos y visitar el palacio para informar a la Maestra de lo que habían descubierto. Sólo tenían una orden: no separarse. Los niños pequeños nunca debían caminar solos por la calle.
Porque a ojos de la Maestra seguramente no eran más que niños. La cual, por cierto...
—¿Nos escucha, Maestra?
Feng empujó en el hombro a Fátima y le devolvió al mundo real. El soldado de la quemadura sonrió a la joven y dejó de atosigarla para dirigir sus ojos de nuevo hacia el plano que tenía frente a ella; no le iba a dejar descansar ni por un momento. Desde luego, parecía que había madurado mucho en los dos últimos años en los que ella había estado ausente.
—Su título habrá cambiado, pero sigue siendo tan despistada como cuando la conocimos, Maestra.
—¿Quieres que descansemos, Fátima? —preguntó Rei por su parte.
El guerrero de ojos morados clavó su mirada en la Maestra. Apenas había cambiado físicamente, al igual que Feng, pero desde la muerte de Jia se le notaba más frío y distante. Aunque le estuviese preguntando por cortesía si quería que se detuviesen, lo cierto es que la mirada frígida y severa que le dedicaba decía todo lo contrario: llevaban cinco días sin casi dormir, pero para él no era suficiente. Era quien más estaba dedicando a aquella misión, llegando al límite de no dormir prácticamente.
La presencia de los dos jóvenes guerreros había sido una sorpresa para Fátima. Al parecer, tras la pérdida de la base principal de Tierra de Partida en la última misión, los dos guerreros habían dedicado sus esfuerzos en trabajar con la Orden tanto como pudiesen: Feng, rechazado por el ejército, se buscó un hogar en la capital y se mantuvo en contacto con Simon para informar de vez en cuando de la situación de mundo, además de lograr aquella nueva base mucho mejor que la anterior, con dos dormitorios, un baño privado y un puñado de buenos suministros.
Rei, por otra parte, había tardado algo más en unirse a Feng en su misión de ayuda a Tierra de Partida. Rechazó un importante ascenso a capitán por parte de Shang y dedicó seis meses de su vida a calmar la situación entre hunos y chinos. Cuando la guerra se pudo dar por completamente finalizada volvió a la capital y trabajó codo con codo con su compañero de filas, usando sus contactos con los bajos fondos para avisar de criminales e intrusos a Simon.
Fátima no tenía claro si sabían de la existencia de otros mundos o pensaban que la Orden venía de un simple lugar lejano, pero seguro que se alegraba de poder contar con ellos en aquella misión y más del futuro.
—Repasemos el plan por última vez, ¿eh?
Feng señaló con el dedo el plano del palacio. La misión de Fátima era de todo menos sencilla: debía recuperar la espada de mitrilo del interior del palacio, que al parecer habían recuperado apenas unos días atrás.
—Dentro de dos días se celebrará el aniversario de la Batalla por Xiang. El acceso a las murallas del palacio estará abierto entonces: la entrada principal dará la bienvenida a todos los chinos y, sobre todo, al General Li hijo y su ejército personal. La guardia se concentrará aquí, aquí y aquí —El dedo de Feng se concentró en la entrada, los laterales del camino principal y la parte trasera de las murallas—, además de las tres torres de vigilancia. Hasta aquí simple, ¿no?
—Pero las torres no deberían ser un problema. Estarán más pendientes de encender los fuegos artificiales que de posibles intrusos —Le corrigió Rei, a lo que Feng afirmó con la cabeza.
—Pero no dejan de ser un peligro. Si dan la alarma desde una de ellas se acabó el juego. En un día normal sería imposible pasar sin evitarlas, es cierto; pero no dejan de ser un riesgo. Sin embargo, creo que pasar por el canal de agua es más seguro: nos colamos por allí, llegamos a los jardines...
—... y fin. La única entrada al palacio es la frontal, y es imposible entrar ese día o cualquier otro. No: tenemos que correr el riesgo y saltar la muralla para acceder a la fortaleza de la guardia personal del Emperador. Desde allí hay un camino subterráneo que lleva hasta el palacio. Conozco el camino y es seguro. Sólo hay que volar o preparar una cuerda desde la torre abandonada hasta lo alto de la muralla.
—Bueno, sí, seguro para acabar en una celda —Feng hizo una mueca burlona que Rei desaprobó.
Fátima tenía frente a ella el plano: tenía que decidir cómo se introducirían en el palacio. Lo único seguro era que el único momento en el que se podía entrar a robar la espada era aquella noche, porque, por lo que sabían, el Emperador en persona guardaba el arma y era imposible acceder a ella si no era por la fuerza. El único momento en el que dejaría de estar bajo su mirada era en la hora previa a su entrega a Shang. Y hasta donde sabía, no es que el nuevo general Li guardase buenos recuerdos de Fátima, como para cederle el símbolo de la victoria de la guerra.
¡Villanos vamos a buscar!
Bastión Hueco todavía estaba pasando por las consecuencias de la Batalla del Olvido. Tierra de Partida era la que peor lo estaba pasando, desde luego, pero la otra parte de la Orden apenas contaba con efectivos para sus misiones y la economía se había resentido lo suficiente como para que Nanashi se mostrara un poco tacaña.
A aquel problema hacían frente Ragun y Watson. Habían visto, apenas unos días antes, a dos Villanos Finales en aquel mundo: era hora de mover ficha de una vez por todas. Tanto a Kefka como a Gilgamesh, los dos criminales, se les había visto anteriormente en el mundo, y nunca para bien. El primero había provocado un incendio y atacado a un importante general del ejército; el segundo había intentado matar al mismo general y, peor aún, había robado un arma mitológica propia del mundo que debían recuperar y confiscar.
¿Y con qué medios contaban para ello? Pocos, siendo sinceros. El dinero con el que contaban por parte de la Orden apenas era suficiente para pagar una posada sucia, cutre y plagada de cucarachas; la comida ya era algo que debían pagar ellos solos mientras investigaban. Hasta ahora, los frutos habían sido nulos.
Así que tocaba trabajar: podían acudir a la plaza del comercio a ver si encontraban algo de interés, visitar un templo dedicado a los dragones, ir a ver un espectáculo de enfrentamientos entre guerreros o visitar el exterior del palacio, aunque no podrían entrar a su interior. Sin embargo, debían tener algo presente: no debían separarse. De encontrarse con ambos Villanos Finales era posible que estuviesen juntos, y de ser así, la paliza que les darían sería épica.