[Reino Encantado] Espinas Negras

Trama de Nikolai, Victoria, Ban, Saito + Celeste y Aleyn

Aquí es donde verdaderamente vas a trazar el rumbo de tus acciones, donde vas a determinar tu destino, donde va a escribirse tu historia

Moderadores: Suzume Mizuno, Denna, Astro

Re: [Reino Encantado] Espinas Negras

Notapor Denna » Lun Feb 01, 2016 8:47 pm

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Volví sobre mis pasos. Tras unos silenciosos minutos andando, llegué. Estaba segura de que estaba en el sitio correcto, tenía buen oído y, en ocasiones, me fiaba más de éste que de mi vista, pero ahí no había nada. Nada en absoluto.

Suspiré. Aunque lo había imaginado —difícil era que un supuesto cuervo se hubiese quedado quieto tanto tiempo—, no pude evitar sentirme un poco decepcionada.

Será que debería irme a dormir... —susurré.

¿Sucede algo?

El susto fue tal que pegué un buen brinco. Fue un milagro que no gritara.

¡Por Dios! ¿Es que también eres mitad araña? ¡Casi me da un ataque! —exclamé. O habría exclamado de no haber estado hablando en voz baja. Me recompuse como pude, a sabiendas de que Nithael no se estaría llevando una buena impresión de mí.

«Otro más para la lista,» pensé. ¡Mitad araña! ¿Por qué nadie me había pegado un tiro todavía?

¿Le ha pasado algo a Victoria? —preguntó el ángel.

Ay.

¡Claro que no! —Me apresuré a decir. «Vale, ¿y ahora qué?»—. Es sólo que... bueno, ¿cómo explicarlo? Es la primera vez que nos asignan una misión tan importante, y las dos estábamos que no podíamos pegar ojo. Ya sabes. Y creímos que quizás dando un paseo se nos quitarían los nervios.

Técnicamente no era una mentira. Hice una pausa antes de añadir una segunda excusa:

Pero luego oímos ese cuervo tan inoportuno y decidí venir a ver qué pasaba... Esto... ¿O-ocurre algo?

Omití con todo el descaro del mundo el plan de Victoria de tirarse de la torre, el encuentro con Charlotte y la cerradura mágica. Con todo, Nithael volvió la vista al camino por el que había venido; el mismo en el que subían las dos chicas.

¡Y se dirigía hacia allí!

He notado algo de magia ahí arriba —comentó sin más—. ¿Un cuervo? Me pareció escuchar uno antes… Y noté algo, pero no estaba seguro. Ahora tengo un mal presentimiento.

¿A qué os... a qué te refieres? En el castillo estamos a sal...

No acabé la frase. Hubo un destello rojo y sentí que perdía el equilibrio; por suerte, Nithael tenía buenos reflejos. Me ruboricé por quinta vez desde que había llegado a Reino Encantado y farfullé un agradecimiento. La sensación de déjà vu me provocó un cosquilleo en el estómago.

¡Qué bien que os cojo despierto! —decía el hada Flora, una de las protectoras de la princesa que se había quedado en el castillo—. Justo me dirigía hacia la torre. ¡Alguien ha roto el conjuro que la sellaba!

«No me digas que...»

¡Hay ladrones! Por fvor, acompañadme, me sentiré más segura y no quiero molestar a los soldados. Si alguien ha roto la barrera, significa que tiene magia…

«¡Victoria!»

Sentí la mirada confusa de Nithael. Con Flora tan alarmada, iban a pillar a Victoria y a Charlotte sí o sí, y yo también recibiría de algún modo. La idea de chivarme, pero, no me era inconcebible. Aunque fuese para quedar bien delante de Nithael.

Oh, ¡pero si por ahí ha ido Victoria antes! —Parpadeé con inocencia en dirección al ángel—. Ya sabes, cuando se escucharon los cuervos. Ella fue tras uno y yo a por el otro. ¿Nos hemos metido en algún lío? Es que oímos decir a unos guardias que Maléfica tenía a esos pájaros como aliados y creímos que... Ay, ¡nosotras sólo queríamos ayudar!

Apreté el paso para no quedarme atrás. Confiaba en que el numerito de las adorables, inexpertas Aprendices funcionara con ellos.

Pasamos al lado de un soldado que dormitaba. Arrugué la nariz. ¡Caballeros, incompetentes en todos los mundos! Le arreé una patada cuando pasé por su lado, a ver si así despertaba. Tampoco podía demorarme mucho, tenía que advertir como fuera a Victoria de la que se avecinaba. ¡Que se encargara su jefe de decirle algo!

En cuanto llegáramos al trecho en el que me había despedido de las chicas —lo máximo a lo que me atrevía a acercarme—, preguntaría en voz alta:

¿Qué hay en esa torre que merezca un cerrojo mágico, señora Flora? Si se me permite la pregunta, claro, no pretendo cotillear ni nada por el estilo. Pero ¿no basta con un cofre normal o algo así?

Vale, ¡quizás sí que me moría por saber lo que había ahí dentro!
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Ronda #5 - Espinas Negras

Notapor Astro » Lun Feb 01, 2016 10:36 pm

Ban había tenido muchas malas ideas a lo largo de sus diferentes vidas. Muchas. Pero ésta entraría en el top tres con facilidad. Los goblins, más idiotas de lo que él previó, apenas le escucharon y por poco le aplastaron y devoraron al instante de no ser por la mención de Maléfica, que sembró la duda entre ellos. Discutieron un poco y al final, tras un tirón que casi parte al mini-elfo (como le llamaban) en dos, decidieron ir al castillo para comprobar si decía la verdad o no.

Si mentía, lo cual estaba haciendo, se lo comerían.

Me quedo con su torso.

Por mucho que se revolvió y lo intentó, no hubo manera de huir o escapar del agarre del goblin. No con ese ridículo tamaño. Su intención había sido que le llevaran directamente al interior, pero no de esta manera, sobre todo porque cuando descubrieran que todo era una farsa inventada acabaría como comida para goblins. El pánico empezó a invadirle, mientras su mente buscaba una forma de salir de esta.

¿Por qué demonios tuvo que ocurrírsele esa idea estúpida?

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El viaje hacia el castillo fue un infierno, pero uno muy frío y doloroso. Por una parte, el maldito goblin que le sujetaba en su mano apretaba de vez en cuando con más fuerza de la necesaria, dejándole al borde de la inconsciencia en diversas ocasiones. Por no mencionar los giros y las posturas en las que le colocaba, que de haber tenido algo en el estómago habrían provocado que vomitara todo el desayuno.
Y, para hacerlo todo peor, el viento que soplaba en aquellas alturas le dejaron la cabeza y los pies congelados. En el fondo tuvo que agradecer que la palma del goblin, aunque asquerosa —si salía vivo de esta, se juró a si mismo que se ducharía durante horas para limpiarse la mugre de goblin de encima—, mantuviera el resto de su cuerpo caliente.

Cuando se quejó, todo empeoró incluso más.

Cállate o te como ahora mismo. Ya verás cómo la Señora se enfadará si no le das buenas noticias o si es una mentira. Ya verás, sí. Tengo un cuchillo muy fino y te cortaremos en pedacitos. Claro que estaría mejor si fueras grande, como los humanos normales, eh, mini-elfo. Qué suerte han tenido los que van a por los humanos. Tanta, tanta, tanta carne…

Babeaba mientras hablaba, imaginándose la delicia que sería para él la carne del mini-elfo. Pero al pequeñajo no le hacía ninguna gracia, mientras luchaba por no dejarse llevar por el pánico y empezar a gritar por si Nanashi o Primavear le oían. ¡Al menos, sus otras muertes habían sido más... algo! No supo qué palabra elegir para definirlas, pero acabar devorado por goblins mientras tenía el tamaño de un ratón no podía compararse con cómo fue asesinado anteriormente.

No, no acabaría así, se decía a si mismo para convencerse. Encontraría la manera de salir de esta... de... alguna forma. ¿... No?

Tras la horrible ascensión hasta el castillo, el goblin que le llevaba entró al interior por una puerta lateral. Antorcha en mano, avanzaron por unos pasillos que más bien parecían propios de un laberinto, siguiendo por una escalera de caracol —Ban intentó fijarse en todo detalle y en memorizar el camino, aunque desde su posición no resultaba nada fácil— que les condujo hasta lo que parecía un vestíbulo. Podían verse otros goblins, avanzando de aquí para allá con distintas tareas, y el suyo tras hablar con unos cuantos se dispuso a entrar a una sala, pero...

¡Señor, tengo algo que mostrarle! —dijo, arrodillándose con rapidez.

Ban tuvo que forzar un poco el cuello para poder ver a quién se dirigía: un niño. Espera, ¡¿un niño?!

¡Hola! ¿Qué llevas ahí? ¿Es un regalo? ¿Algo de comer? Me muero de hambre. ¿Qué…? ¿Qué es esto?

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Sí, definitivamente un niño. Con las orejas puntiagudas y la piel un poco pálida, pero desde luego no era un goblin. Pero su actitud infantil y la reacción del goblin al verle no auguraba nada bueno.

Dice que es el aprendiz al que la Señora devolvió el corazón.

Aunque Ban intentó alejarse lo máximo posible, no pudo hacer nada para evitar que se acercara a él y, tras observarle, aspirase por la nariz. Mientras, el pánico seguía creciendo y creciendo.

Hueles a mi Señora…

Dice que las hadas lo hechizaron y tiene información importante para la Señora Oscura.

Este humano no sirve a la Señora. Yo lo sabría porque me encargo de lidiar con los espías. Pero es cierto que hueles a magia de hada…

¡Genial! ¡Fantástico! De todos los altos cargos que podría haber en el interior del castillo en aquel momento, tuvieron que encontrarse con el que organizaba los espías. Intentó abrir la boca para decir algo, pero sin previo aviso un fuerte remolino le separó de la palma del goblin, encerrándole en una esfera de aire en mitad del aire. Ni siquiera intentó golpearla para romperla: supo en el momento que no podría escapar de allí.

Lárgate, ya me ocupo yo de él.—Ya sin goblin, el niño avanzó hacia el interior del pasillo con la esfera al lado—. Así que quieres ver a mi Señora. Eso es divertido. Dime por qué y te llevaré hasta ella. Dime esa información taaaan importante.—Sus ojos rojos se clavaron en él, y Ban se sintió incluso más vulnerable que antes—. Dime qué haces aquí o te sacaré el aire de los pulmones y dejaré que te mueras mientras te ahogas aunque estés, jeje, rodeado de aire.

¡No! —gritó, por puro instinto—. ¡No me hagas nada, por favor! Y-yo... Yo hablaré.

El pánico estalló. Todo el mundo se le vino encima ante la idea de volver a morir, más realista que nunca: si no lo mataba ese niño, sería la merienda de los goblins. Su mente intentó inventarse alguna mentira o excusa, pero estaba tan colapsada que no se le ocurría nada en condiciones. Se llevó las manos a la cabeza, esforzándose para que no se le escapara las lágrimas, aunque le costaba respirar. En aquel momento, por raro que pareciese, sintió que decir la verdad era la única forma de mantenerse a salvo. De seguir con vida.

N-Nanashi, con dos aprendices y la hada azul Primavera, está en estos momentos infiltrándose en el castillo. Lo sé porque yo iba con ellos, p-pero me separé para seguir mis propios intereses... —Necesitó un momento de pausa para saber cómo continuar—. Cruzaron la puerta que custodiaban los goblins que me capturaron poco antes que yo, buscan alguna manera de debilitar a Malé-, a la Señora Oscura. Además...

Paró de pronto, porque su mente, por confusa que estuviera, consiguió reparar en un detalle: si contaba todo, ya no serviría para nada y no tendrían motivo para dejarle con vida. Al fin y al cabo, él era un extraño que había intentado colarse en el castillo. Su única baza para asegurarse la supervivencia era, tras haber colaborado, guardarse un poco de información para él.

»A-además tengo información sobre el castillo del rey Huberto y sobre las acciones de la princesa Aurora. Pero... pero... —Dudó, intentando converse de que esto era lo mejor—. Si te la cuento, no habrá motivo alguno para que me dejes con vida. Sólo se la contaré a la Señora en p-persona.

Intentó parecer firme, pero todo su cuerpo temblaba de puro miedo.

Tiempo atrás, la Hada Oscura... me salvó la vida. Necesito hablar con ella sobre eso. T-te prometo que no busco mal alguno hacia ella, ni entrometerme en sus planes. Por favor.

Una parte de su cerebro le gritó que acababa de traicionar a su maestra a lo bestia, que era un acto deleznable, pero pronto quedó callada por la necesidad de sobrevivir. No volvería a morir, no otra vez.
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Re: Ronda 5

Notapor Sally » Lun Feb 01, 2016 11:34 pm

Las palabras, definitivamente, habían quedado fuera de la cuestión. Aleyn se vio obligado a atacar a Odín, aunque no obtuvo resultados demasiado satisfactorios. El Aqua no logró detener al caballero más que un instante, y su maniobra conjunta con Ygraine les hizo acabar a ambos contra el suelo, golpeados por el enorme escudo, sin causar ni un rasguño.

Típico de los esbirros de Maléfica: no sólo cobardes sino que además, débiles.—Aleyn estaba demasiado ocupado incorporándose como para que su orgullo acusara el golpe—. Esa mujer nunca se rodearía de gente poderosa como el viejo reptil desconfiado que es.

¿Y la princesa?

El color huyó del rostro de Aleyn cuando echó un vistazo a su espalda y comprendió por qué Abel había hecho aquella pregunta. Aurora había estado allí, instantes antes, cuando él había decidido arrojarse junto a Ygraine contra Odín. Ahora estaban solos.

Ni siquiera tuvo tiempo de barajar las posibles causas de la desaparición de la princesa, porque Odín seguía, inclemente, empeñado en acabar con Abel. Aleyn volvió a empuñar la Llave Espada, decidido a unirse al capitán, pero sus palabras, urgiéndole a marcharse, le hicieron dudar. ¿Debía abandonarlo y buscar adónde había ido Aurora, a pesar de que eso era lo mismo a firmar su sentencia de muerte? ¿Pedirle a Ygraine que la rastreara, mientras él se quedaba allí, luchando?

Fue entonces cuando escuchó la voz de la princesa. Venía hacia ellos desde los árboles, llevando consigo una espada cuyo peso se hizo evidente cuando Aurora la levantó. Su filo, hasta entonces ordinario, empezó a brillar.

¡Caballero Odín, en nombre de mi padre, el rey Estéfano, y de mis primos, asesinados por Maléfica, te suplico que dejes de hacer daño a mis amigos y me escuches!

Convencido de que se trataba de una espada mágica, Aleyn casi esperó que de ella surgiera alguna clase de hechizo que lograse repeler el ataque de Odín, algo que le hiciera detenerse lo bastante para que las palabras de Aurora calaran esta vez en su mente. No hubo conjuro visible alguno, aunque toda aquella maniobra surtió su efecto. Odín dejó de querer acabar con ellos, soltando sus armas e hincando una rodilla, como si estuviera realizando un juramento de lealtad.

Portáis la Espada de la Verdad, que sólo aquellos que sirven al Bien pueden tocar. No comprendo lo que sucede pero os ruego que me perdonéis por haberos atacado.

Visiblemente aliviado, y agradeciendo la existencia de la Espada de la Verdad, viniera de donde viniese, Aleyn hizo desaparecer la Llave Espada.

Vaya, así que sólo hacía falta coger una puñetera espada mágica para…

El enfrentamiento con Odín había supuesto un esfuerzo demasiado grande para Abel que, antes de pudiera terminar su frase o que Aleyn reaccionara y pudiera tratar sus heridas, perdió el conocimiento.

{o}

Llevando a Abel como si no pesara más que una pluma, Odín se encaminó hacia el gigantesco árbol que habían divisado antes. Por el camino y mientras se aseguraba de tenerlo todo en su sitio, Aleyn lanzó un par de miradas al cielo, preocupado. No parecía haber cambiado, si bien en aquel lugar la noche podría ser eterna, por lo que aquella oscuridad no tenía por qué significar nada. Había perdido la noción del tiempo tras la cabalgada, y no sabía cuánto quedaba hasta el amanecer. Debían tener aún cierto margen, puesto que nada parecía indicar que la maldición hubiese empezado a surtir efecto, pero aquello le resultaba demasiado vago como para no sentirse inquieto. Pensó, no obstante, que tal vez sería peor saber con exactitud que, ahora que habían encontrado a Odín, a Aurora le quedaba un mísero minuto, o menos.

«No debes permitir que te obsesione. Céntrate en lograr obtener información y ayuda de Odín» se dijo, aún sabiendo que se trataba de un intento inútil. Cuanto más se acercase el momento, más revuelto se encontraría su ánimo, por mucho que se esforzase en que su rostro no revelase nada.

Odín depositó a Abel a los pies del árbol, que parecía menos brillante que cuando habían entrado a la prisión. No le costó imaginar que aquello tenía que ver con el pedestal, ahora vacío, del que Aurora habría extraído la Espada de la Verdad y que se alzaba a la sombra de su copa. Aleyn también se fijó en lo que parecía ser una tumba, alfombrada de flores, y se preguntó si se trataba del lugar donde el cuerpo de Nanna finalmente había llegado a reposar, un monumento a su memoria o algo totalmente diferente. Procuró evitarla, de todos modos, mientras miraba alrededor de las gruesas raíces —que no pudo evitar tocar un par de veces, con curiosidad— y algo más lejos del árbol, plantas medicinales que reconociera. Utilizó un Cura para tratar las heridas de Abel, pero sabía que su magia curativa era aún poco efectiva, por lo que emplearía emplastos de hierbas si el hechizo no lograba contrarrestar todo por lo que el capitán de la guardia había pasado.

Una vez hubo hecho todo lo que estaba en su mano por Abel, se aseguró de que Ygraine no tuviera nada roto. Por suerte, aquel no era el caso, aunque el zorro lanzó un gañido cuando le apretó el costado. Estaba claro que, si bien el golpe que se habían dado no les había dejado secuelas graves, tampoco había sido una caricia.

Para finalizar, se acercó a Aurora, que aún no había soltado la Espada y cuyo ánimo estaba lejos de ser sereno, y le pasó un brazo alrededor de los hombros.

Ha sido un acto muy valiente. Nos has salvado la vida —le dijo para tranquilizarla, ahora que el peligro había pasado, aunque una parte de él quisiera recriminarle el que no hubiera intentado ponerse a salvo—. Gracias.

Luego desvió la mirada hacia Odín, que los observaba en silencio. Pensar en lo cerca que había estado de acabar con ellos le producía escalofríos, por más que su presencia hubiese dejado de ser tan amenazante. Ahora todo era silencio, quietud y expectación. Alguien tenía que acabar con ellos.

Se aclaró la garganta, más para darse ánimos a sí mismo que para obtener la atención de los demás.

Lamento profundamente vuestra situación, caballero Odín, y creo que puedo hablar sin temor a equivocarme al decir que, de saber que os encontrabais preso en este lugar, se habría intentado buscaros con más ahínco. La creencia era que os habíais retirado por propia voluntad, por lo que no pareció apropiado importunaros a menos que se tratase de un caso de extrema necesidad.
»Hoy es, sin duda y por desgracia, el día en el que se ha hecho necesario llevar a cabo esa excepción. Nuestra partida somos nosotros tres más un cuarto miembro, que en estos momentos trata de romper el hechizo que impide el escapar de esta presión.
—Decidió omitir el detalle de que Fauna era un hada; no era una habitante de las Ciénagas, pero creyó que Odín podía reaccionar mal de todas formas.

Se pasó la lengua por los labios. Sentía curiosidad acerca del lugar en el que se encontraban y su amenazante luna, de la tumba y de la Espada de la Verdad, y en otras circunstancias habría preguntado por ellas. En otras circunstancias.

El tiempo no es nuestro aliado, por lo que ruego que nos disculpéis si nos mostramos ansiosos o incluso irrespetuosos, teniendo en cuenta vuestras circunstancias, mas hemos acudido a vos a solicitar cualquier tipo de ayuda que podáis prestarnos para enfrentarnos a Maléfica. Sus huestes están a punto de conquistar el último reducto humano que queda en esta tierra, y el amanecer no nos augura más que desgracia.

En este punto, Aleyn le lanzó una mirada significativa a Aurora. Consideraba que ella, si se sentía con fuerzas suficientes y el ánimo apropiado, podía informar mejor de la situación, tanto del reino de Huberto, como lo ocurrido en su reino natal y la maldición que pesaba sobre ella, porque era quien lo había vivido y no dejaba de ser de la realeza. Había más posibilidades de que Odín le hiciera más caso.

Sin embargo, si Aurora se veía incapaz de hacerlo, Aleyn resumiría de forma sucinta lo que la princesa y otros le habían contado o él había visto. Cómo Maléfica había intentado tomar el reino de Estéfano, que ahora dormía por el efecto de un conjuro, cómo los Sincorazón que engrosaban las filas del ejército de la Emperatriz del Mal y cómo quedaban horas —o minutos, o segundos…— para que una maldición cuyos efectos desconocían mostrase sus colmillos.

Después de aquello inclinaría la cabeza y, sin alzarla, añadiría:

Tal vez no sea justo por nuestra parte pediros ayuda —La imagen del cadáver de Nanna, (que en su mente, al no tener referencia de su aspecto, no dejaba de ser una Aurora más adulta) siendo arrojado por la ventana, la impotencia y la derrota podían haber hecho que Odín no quisiera saber nada más del tema. Aunque Aleyn esperaba, viendo con qué furia les había atacado, que sus ansias de venganza fueran más fuertes—, mas esta es una situación desesperada. Cualquier información, por mínima que sea, acerca de alguna posible debilidad de Maléfica más allá del hierro, o una forma de contrarrestar maldiciones, sería muy valiosa.

No obstante, pensó, con amargura, que no tenía ninguna forma de comunicar lo que averiguasen, si es que averiguaban algo de utilidad, al grupo que se había infiltrado en la morada de Maléfica.

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▪ Cura (HM) [Nivel 5] [Requiere Poder Mágico: 7]. Cura las heridas más leves y alivia un poco la fatiga.
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[VK] Ronda #5 - Espinas Negras

Notapor Soul Artist » Mar Feb 02, 2016 1:49 am

El corazón se me detuvo. Olvidé cómo respirar por unos segundos; parecía que todo a mi alrededor se hubiese paralizado, como si alguien hubiese invocado un Paro en mí y toda la torre. Era incapaz de pensar; no con claridad, sino de procesar cualquier idea. Sólo podía limitarme a tener mis ojos clavados en su brillo.

Las perlas pueden ser algo común. Raro, a su manera, pero uno no tiene por qué ver una y pensar de inmediato que es otra que se cruzó en su camino. Sin embargo, no podía quitarme de encima el fantasma de la duda en aquel caso, y es que una gran parte de mi vida había sido influenciada por dos en concreto, entre todas las que debían existir en el Reino de la Luz. Si aquellas cosas no se hubiesen cruzado en el camino de Ivan Kit, yo no sería parte de la Orden de la Llave Espada. De no haberlas encontrado, muy probablemente él continuase con...

Apreté los párpados con fuerza para contener una lágrima. No: había pasado meses atormentada por el fantasma del que podía considerar más que un mentor para mí. Me había costado una enorme paliza de Fátima y casi mi propia salud mental. Ya lo había superado, tenía que repetírmelo a mí misma repetidamente en la cabeza. Pero no quitaba que, joder, doliera como mil putos demonios clavados en el corazón... Especialmente si aquello frente a mí era realmente el causante.

Puse la mano por delante de Charlotte para evitar que avanzara hasta la Perla, desconfiada sobre lo que pudiera hacer. Recordaba lo que Ivan le había contado, los dibujos que había hecho y sus horas de investigación infructíferas en Villa Crepúsculo: él había sospechado el último año de su vida que se trataba de una clase de arma que tanto Tierra de Partida como Bastión Hueco anhelaban para la guerra, pero nunca pudo descubrir su utilidad. Provenía de Atlántica y algunas leyendas hablaban de ella, aquellos detalles ya los conocía; pero no sabía qué podía hacernos. ¿Sería capaz de dañarnos a mí o a Charlotte?

Espera, puede ser peligroso. No quiero que te hagas daño —advertí a la niña. Me acerqué al pedestal y sentí el impulso de cogerla, pero no reuní el suficiente valor para hacerlo—. Tiene que haber algo por aquí...

Le di la orden a Charlotte con la mano para que me esperara y miré a mi alrededor. Comencé a rebuscar entre los cofres y vestidos algo de tamaño y peso semejante al objeto del pedestal para intentar dar el cambiazo a lo Harrison Ford. Si no lo encontraba, optaría por la segunda opción: hallar algo alargado con la que empujarla y prepararme para cogerla antes de que tocara el suelo. De ninguna manera iba a dejar que Charlotte o yo misma tocáramos directamente el objeto de marras, y es más, arranqué un trozo de uno de los vestidos para tapar la Perla a su alrededor y evitar tocarla.

Eso no quitaba que no pudiese dejar de contemplarla. Si lograba agarrarla, me sentaría en el suelo, apoyada bajo la ventana, y observaría bajo la luz de la luna su brillo. ¿Era posible que se tratara del mismo objeto? Sabía que Ivan había visitado Reino Encantado, pero nunca me dijo para qué. Y de ser así, ¿dónde estaba la segunda? ¿La dejaría él allí a conciencia, a buen recaudo lejos de las órdenes?

Charlotte, ¿sabes qué es esto? ¿Sabes si es...? —La niña había mencionado a Nerthus, y recordaba esa historia por lo que Nanashi nos había contado. ¿Era posible que tuviese relación? Me faltaban datos—. ¿Podría ser un arma dejada por Nerthus? ¿Contra Maléfica o su ejército?

Agarré con fuerza la Perla mientras me contestaba. No podía quedarme quieta; de no tener pulso un minuto atrás había pasado a tenerlo aceleradísimo.

Necesito hablar con el ángel bueno a solas sobre esta perla. Él es muy sabio, sabrá guiarme —Le expliqué a Charlotte mientras tapaba el objeto entre los restos del vestido y lo llevaba bajo mi brazo. Ir con pijama no había sido la mejor de las ideas: ojalá hubiese cogido la mochila al menos—. Prometo devolverla si es importante para el rey y me lo dice el ángel. ¿Podrás guardar el secreto? A cambio de llevaré ante él y le verás con sus enooormes alas. ¿Trato?

Esperaba que aceptase y pudiera guardar silencio de camino a la habitación de Nithael. En cuanto me lo confirmase, me dispondría a bajar las escaleras de la torre con su compañía.
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras

Notapor Drazham » Mar Feb 02, 2016 1:58 am

Nikolai apenas dio cuenta de las palabras del misterioso individuo, sonando como un eco difuso en su cabeza. No cuando la tensión del momento le centró más en sus pasos y en la sombra casi imperceptible entre tanta oscuridad que se detuvo delante del escondrijo de Saito. Fue la señal para que su cuerpo se deslizase con sigilo por el suelo, todavía haciendo uso de los efectos del Surcaplanos, para llevar a cabo su emboscada.

Con la espalda de su presa a tiro, emergió en silencio, pero su brazo ni siquiera llegó a tomar posesión de su espada, como planeó. Ahogó una exclamación al notar que algo le tiraba de las extremidades y se las aprisionaba. Y antes de pensar en forcejear, una sensación gélida y desagradable se cerró sobre su mentón, entrándole un espasmo del escalofrío.

Me temo que no podéis ocultar la presencia de vuestros Corazones por mucho que lo intentéis.

«Qué…», con una expresión de congoja, trató de revolverse, pero la fuerza de su captor le impidió moverse en absoluto. Parpadeó y buscó con la mirada la silueta de su objetivo a asaltar. No podía ser, ni siquiera notó que se moviese del sitio. ¿Cuándo había…?

Hubo un golpe seco que se escuchó justo en la celda que servía de escondite a Saito, y su cerebro asimiló la peor situación posible. Apretó los dientes de la impotencia que sintió, de que el plan se había ido al traste en cuestión de segundos; había cazado también a su compinche.

Nanashi, no merece la pena que te ocultes. Haz un movimiento sospechoso y mataré a tus aprendices. —¿Nanashi? ¿La conocía?—. Siempre acabamos en la misma situación, curioso.

Y tras un centelleo, Nanashi hizo acto de presencia junto a Primavera. Nikolai formó una fina línea con sus labios al dar cuenta del incontenible repudio que reflejaba la primera, destrozando por momentos su afamada faceta impasible, y que, pese a su presencia, hizo que se intranquilizase.

La luz le reveló lo que se temía, que su atacante ya se encargó de un Saito inmovilizado por un enorme brazo negro que emergía del suelo y rezumaba zarcillos de oscuridad. Nikolai aprovechó para alzar la vista y, sin saber por qué, un peso le oprimió el estómago al discernir la cara del hombre que le retenía.

Lo había visto antes, de eso estaba seguro. Su cerebro pronto trabajó con los recovecos de su memoria para sacar a flote imágenes de la prensa y carteles electorales de su mundo natal en los que se vislumbraba el mismo rostro.

Hasta que empalideció, y se cercioró de quien se trataba. El peso de su estómago se acrecentó, y la sangre comenzó a hervirle. Tanto odio hacia su persona, y por fin lo tenía a escasos milímetros.

«Mateus Palamecia», su nombre no hacía más que avivar la rabia que le quemaba por dentro. Maldijo su endemoniada suerte ¿Por qué? ¿Por qué un Villano Final justo ahora? ¿Por qué demonios tenía que ser él?

Ahorrémonos las amenazas de muerte. Me siento bastante incómodo ya que mi antigua maestra ha hecho un conjuro para que no puedan entrar Sincorazón en esta zona. Tengo a tus aprendices y podría matarlos. También tenemos la opción de pelear y permitir que Maléfica sepa que estamos aquí. —Nikolai reprimió un rugido de aversión con el corte que le hizo en la cara, notando el escozor y una gota de sangre rodando por su barbilla. Ladeó la cabeza con furia contenida, o al menos lo intentó siendo agarrado por esa sabandija—. Estoy interesado en continuar con mi búsqueda y sospecho que también es lo que tú estás buscando.

¿Sabes dónde está?

Logró controlar su rabia y se mantuvo alerta en cuanto la conversación tomó un rumbo diferente al de las amenazas.

Todavía no pero sé que está aquí. Probablemente en la zona más profunda del Castillo. Maléfica siempre ha sido una teatrera. —«De tal palo, tal astilla», hizo una mueca desdeñosa. Si su numerito del alcalde comprometido para tener a las masas danzando en la palma de su mano no era puro teatro, que le partiese un rayo—. Si luchamos, sabrá que estamos aquí. Podrías intentar matarme pero luego Maléfica se encargaría, si no de ti, de tus queridos aprendices. —Notó que Palamecia ya no hacía tanta fuerza para agarrarle y…—. Ayudadla a elegir.

Fue un mal momento para pararse a atender y bajar la guardia. No se vio venir el empujón que le arreó Mateus, al mismo tiempo que su brazo de oscuridad hacía lo mismo con Saito y lo lanzaba a su frente. Ambos se estrellaron como dos peleles y Nikolai vio las estrellas en su viaje al suelo. Logró quitarse de encima Saito, solo para comprobar que la tensión en el ambiente era hasta palpable. El Emperador yacía inmóvil, desafiando a la Maestra y al hada con un porte sereno propio de alguien con el control absoluto.

Diles el daño que le hará a Maléfica si pierde la Corona. —«La… ¿Corona?», frunció el ceño—. Explícales lo colérica que se pondrá y lo mucho que ayudará a la causa de los humanos.

No si te la llevas tú.

Habrá que ver quién la puede obtener antes. Podemos enfrentarnos en un duelo cuando tú lo desees. Sin aprendices por medio. Sin nada más que tú y yo y el recuerdo de Erika.

Y otro nombre más que añadir a la suma de dudas que se le estaban acumulando. Tendría que esperar, puesto que el nombramiento de la tal Erika acabó por encolerizar aún más a Nanashi. Miró el arma de la Maestra y apretó los labios en una fina línea. El instinto asesino que la rodeaba era más que obvio; quería matarlo allí mismo, y Nikolai sabía que no podía arrojarse y enzarzarse en una batalla por una sencilla razón: ellos.

La gran ironía del día. Si al final les hubiesen petrificado y dejado en un rincón remoto probablemente no estarían pasando ahora por esto. Le dolía reconocerlo, pero si luchaban, serían más una carga que una ayuda para ella. Mateus podría (y lo haría) usarlos de escudo humano para retener a Nanashi.

Hay que hacer algo o aunque nos aliemos no vamos a durar nada. —Saito se le arrimó para bisbisearle—. Me pido hablar con Nanashi. Te dejo al Emperador para ti.

¿”Me pido hablar con Nanashi”? Oh, por el amor de… Si no le estrangulaba allí mismo por ir asignándose personas como si de ejercicios de clase se tratasen era porque le hacía falta alguien para que le ayudase a que esos dos no se matasen.

De todas formas, no tardó en acercarse a la Maestra, mientras que a él le “dejaba” encargarse de Mateus. Mascullando para sí mismo un mal juramento, Nikolai le dedicó una mirada fría al hombre. El primer impulso que tuvo fue el de soltarle a la cara “¿Qué tal llevas lo de ser alcalde en mi ciudad? ¿Tus esbirros han matado a más vecinos para sumarlos a tu ejército de Sincorazón? ¡Oh! ¿Y has conseguido a más inocentes con los que jugar a ser dios y avanzar en tu puñetero proyecto de mutantes?”

Pero desahogarse de los rencores acumulados no le serviría de nada. No ahora. Mateus estaba interesado en una alianza. Y él estaba interesado en que era exactamente lo que le rondaba por la cabeza a esa rata taimada.

¿Por qué tantas molestias? —Fue lo primero que le dijo. No le dio cuartelillo para que le saltase con cualquiera de sus típicas arrogancias y prosiguió—: Tienes en tu poder a dos rehenes para disuadirla de que luche, y prefieres arriesgarte a que lo hagamos nosotros.

Todo aquello apestaba a kilómetros de distancia. ¿Por qué no usarles de escudo humano y pactar una alianza de acuerdo mutuo sin llegar a las amenazas? De esta forma perdía a sus dos monedas de cambio, solo por no gastar energías en una pelea que le dejaría vendido si Maléfica…

Maléfica. ¡Eso es! Había dicho que uno de sus hechizos impedía la entrada de Sincorazón en la Fortaleza Negra. No podría tener control sobre ellos mientras deambulase por allí. Y si el hada le pillaba sin sus ases bajo la manga…

Se atrevió a lanzar el anzuelo, aun a expensas de que se oliese sus intenciones.

»¿O es que tanto temes que Maléfica aparezca antes de tiempo? ¿Antes de que puedas escapar?

«Porque no tienes ninguna vía de escape asegurada, ¿verdad, desgraciado? Quieres tu dichosa alianza para usarnos en cualquier momento que esa bruja haga acto de presencia.»

Se aseguró de que su pregunta también fuese captada por Nanashi, lanzándole una mirada fugaz, para que diese cuenta de que el Villano Final no lo tenía todo tan controlado como les hacía parecer. No sabía si Saito habría hecho muchos avances para convencerla de aceptar el pacto, pero… Lo necesitaban. Era una puñetera trampa. ¡Vaya si lo era! Pero cabía la posibilidad de volverla en contra de Mateus si jugaban bien sus cartas. Era eso, o meterse de lleno en una batalla que acabaría por delatarles y dejarles en bragas.

«Nanashi, por favor, sabes que encararle ahora mismo es un suicidio», le rogó mentalmente, observándola en vilo para que al menos captase parte del mensaje. «Sé que le odias más que nada en el mundo y razones tendrás. No eres la única, pero tú misma has dicho que una acción premeditada puede echar al traste todo. Solo te pido un poco de aguante. Déjanos al menos ser algo más útiles de lo que te podemos ser ahora mismo, por favor…»

Tras eso, lo único que podría hacer era esperar a que su intervención cuajase y evitase derramar sangre. Cuando tuviese oportunidad, lanzaría al aire su duda principal por si alguien tenía intención de responderle:

¿Qué es exactamente la Corona y en que beneficia a Maléfica?
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Notapor Suzume Mizuno » Jue Feb 04, 2016 3:10 am

Aleyn


Aurora sonrió, agradecida, a Aleyn, si bien no despegó los labios. Quizás el miedo la había dejado agotada. Si Aleyn se fijaba, sus ojos parecían algo más febriles que antes.

Por su parte, el mago pudo encontrar las hierbas necesarias para atender a Abel, que empezó a gemir y a revolverse mientras intentaba, todavía sin éxito, recuperar el conocimiento.

Cuando Aleyn se dirigió a Odín, este le miró desde lo alto en silencio y con caballerosa atención. Sus ojos chispearon al escuchar que iban a romper la barrera pero no le interrumpió. Aun así, no pudo contenerse para apretar los dedos alrededor de la empuñadura de su arma cuando le mencionó la situación del reino Huberto y de Maléfica. Aleyn tuvo que explicar también la historia de Aurora, ya que la joven meneó la cabeza y se agachó al lado de Abel cuando su amigo la miró, esperando que explicara lo que le había sucedido.

Tal vez no sea justo por nuestra parte pediros ayuda , mas esta es una situación desesperada. Cualquier información, por mínima que sea, acerca de alguna posible debilidad de Maléfica más allá del hierro, o una forma de contrarrestar maldiciones, sería muy valiosa.

Odín todavía tardó un poco contestar; a pesar de su expresión pétrea, debía estar aturdido por el torrente de información y le costó un poco asimilarla. Al final clavó una rodilla en el suelo, al lado de Aurora, y dijo:

Permitid que os ayude, mi señora, a acabar con Maléfica y a protegeros. Lamentablemente no puedo hacer nada hasta que caiga la barrera pero me sumaré gustoso a vuestro servicio.

Aurora por fin consiguió sonreír y se apresuró a incorporarse para hacer una reverencia.

¡Gracias, caballero, muchas gracias! ¡Aleyn…!—se volvió hacia él, embargada por la emoción.

En ese momento, Abel abrió los ojos y frunció el ceño.

¿Qué me he perdido…?

*



Abel acabó con la espalda descansando contra el árbol, con su espada cerca y mirando con cierta hostilidad a Odín, que no parecía darse por aludido. Formaban un corro extraño, con un hombre tan grande y un gigante, pero seguramente Aleyn habría visto cosas más extrañas.

Odín fue directo al grano:

Maléfica, como toda hada, tiene una serie de debilidades: entre ellas la más importante es el hierro y la magia benéfica. Esa espada fue la que usó vuestra antepasada, mi señora, para encerrar a Maléfica. Dicen que la hirió de gravedad y que sobrevivió por muy poco: la Espada de la Verdad sólo puede ser empuñada por un ser que desee hacer el bien… No, eso es incorrecto. Sólo pueden empuñarla los que sirven a la luz. No tiene que ver con el Bien o el Mal. Mi querida Nanna solía decirlo. El Bien es algo que depende de la percepción de la persona.—Odín esbozó una triste sonrisa—. Lo importante es que Maléfica resultó gravemente dañada por esta Espada, así que aseguraos de portarla en combate.

»También debéis usar el Escudo de la Virtud, que repele toda clase de magia.

Eso suena interesante ¿dónde está?

Me temo que no lo sé. La última vez que supe de él, Freyja se ocupaba de su protección.

Aurora se puso tensa. Freyja había sido el hada que protegía su reino. Miró a sus dos acompañantes y se llevó una mano a los labios. De pronto se emocionó.

Eso debe significar... ¡Que todavía está en el palacio de mis padres! ¡Debemos ir en cuanto podamos salir de aquí y rápido!

La princesa se puso en pie y empezó a caminar de un lado a otro murmurando para sí misma. Abel la siguió con la mirada y luego dijo:

Supongo que no es mejor ir a un sitio lleno de monstruos que dejarla cerca de los goblins pero al menos allí podrá hacer algo. Gracias por ayudarme, te debo una—añadió con una sonrisa en dirección a Aleyn. Luego se puso serio de nuevo—. Hay algo que no me cuadra: si tenías la Espada, ¿cómo consiguió encerrarte aquí Maléfica?

¿Maléfica? Os equivocáis, señor. Fue Eir quien me encerró aquí tras intentar convencer a la gente de las Ciénagas de que se levantaran contra Maléfica… Veo vuestra cara de sorpresa. Tras tanto tiempo meditando he llegado a la conclusión de que Eir solo actuó por el bien de las Ciénagas, diezmadas en especial tras la unión de los orcos y los goblins a las filas de Maléfica. Además, así se aseguraba de que nadie pudiera volver a entrar a las Ciénagas.

»Aun así, si salgo de aquí, dudo que pueda volver a luchar a su lado.


Odín guardó silencio y su mirada se perdió en la inmensa luna. Aurora le acarició una mano y luego se mordió el labio inferior.

Entre tanto, pasaba el tiempo y la barrera no parecía que fuera a caer pronto. Abel le hizo una señal a Aleyn para que se acercara y, cuando el mago obedeciera, le diría en voz baja:

Si es cierto que lo encerró la gente de las Ciénagas es posible que tengamos problemas cuando se rompa la barrera. Si se da el caso, coge a la princesa y corre con los caballos al castillo. Allí, al menos, en ciertas habitaciones deberíais estar protegidos. ¿Entendido?

Esperaría su respuesta. Por otra parte, Odín había comentado algo que, quizás, le llamara la atención a Aleyn. Como no sabían cuándo podrían salir de allí, lo ideal sería hacer todas las preguntas que quedaran e intentar trazar un plan para encontrar el escudo antes de que se pusiera el sol —ni siquiera sabían si había salido, así que era importante planear ya—.

Y hablando de escudos mágicos, ¿podrían resistir una maldición…?

Spoiler: Mostrar
Aleyn recupera toda su magia y su salud.



****
Nikolai y Saito



Las palabras de Saito tuvieron efecto aunque se ganó una mirada repleta de furia de Nanashi.

¿Crees que no lo sé? Si no fuera por vosotros ya habría atacado. ¡Mierda!

Quizás a Saito le ofendieran sus palabras pero eran muy ciertas: si no se preocupara por ellos, ya habría atacado, si no les hubiera tenido en mente todo el rato, no se habría reprimido. Si no hubieran estado ellos, no habría tenido que cargar con dos molestias extra y, aun así, les había permitido ir con ella. Estaba claro que Nanashi tenía claras sus responsabilidades.

La mujer no bajó la Llave Espada: continuó mirando a Mateus y a Nikolai, que se había acercado peligrosamente al hombre.

Este dejó escapar un pequeño suspirito ante la pregunta de Nikolai que venía a significar un «no me puedo creer que alguien pueda ser tan estúpido»:

Se ve que el cerebro de los Caballeros no supera el tamaño del de un Sincorazón. ¿De qué me sirve un rehén si tengo que controlarlo a él y a Nanashi y su hada para que no me ataquen por la espalda mientras nos movemos por un Castillo enemigo?

¿O es que tanto temes que Maléfica aparezca antes de tiempo? ¿Antes de que puedas escapar?

Mateus sonrió a Nikolai. Fue una sonrisa casi dulce.

Nanashi no estará siempre para proteger tu espalda, muchacho, y cuando no esté, veremos si eres tan arrogante.

»Tu corazón es tan cobarde que me daría dolor de estómago devorarlo. Tienes suerte de que no sienta el menor interés por estorbos como tú.
—Entornó los ojos que resplandecieron en la penumbra y bajó la voz hasta el punto de que sólo pudo escucharlo Nikolai—: Si no fuera por vuestra incompetencia, Nanashi podría intentar matarme. Ahora, gracias a vosotros, no sólo gano su cooperación, sino su humillación.

Dicho esto perdió todo interés por Nikolai, apartándolo a un lado con su vara.

¿Y bien?

Nanashi temblaba de los pies a la cabeza pero se las apañó para bajar la Llave Espada.

Mateus... ¿podrías llevarnos hasta el prisionero? Seguro que has oído sus lamentos, y apuesto a que podrías encontrarle sin problemas. Si Maléfica retiene a alguien aquí y el pobre desgraciado todavía sigue vivo, quizá pueda sernos de alguna utilidad, ¿no crees?

El Emperador arqueó una ceja, divertido porque se dirigiera a él de tú a tú. Luego dijo:

¿Por qué iba a serme de utilidad alguien que lleva más de una década pudriéndose aquí?—Soltó una risa profundamente desagradable y cruel.

Si sigue armando alboroto, acabará por llamar la atención de alguien tarde o temprano. Y entonces será demasiado tarde.

Lleva gritando aquí desde que lo encerré en este lugar y nadie le ha venido a liberar jamás. Si quiere continuar aferrándose a su patética vida es una decisión loable por su parte y no tengo la menor intención de impedir que siga sufriendo.

Mateus, la Corona—intervino Primavera, que aferraba de forma casi compulsiva su varita.

Sin añadir nada más, entre los gimoteos del prisionero, Mateus se puso en marcha y se acercó a las escaleras por las que había venido, tocó la pared con un dedo y un bloque de pared se abrió hacia un lado con un gemido, desvelando más escaleras.

¿Ahí?—se extrañó Nanashi.

¿Dónde si no? Puede que esté en las plantas superiores pero esto nos queda más cerca.

Tras una vacilación, Nanashi fue detrás de Mateus. Primavera esperó a que los aprendices pasaran sin dejar de mirar hacia atrás con preocupación. El prisionero gemía. El hada titubeaba.

¿Alguno se quedaría para salvar al pobre desgraciado?

*


La escalera, estrecha y oscura, donde el aire no debía haber corrido en siglos, se prolongaba durante lo que debió parecer una eternidad hacia abajo y más abajo. Cuando el aprendiz —o los aprendices, si habían continuado los dos— empezaba a preguntarse si continuarían hasta la base de la montaña, llegaron a una salida. Nanashi alzó la luz y vieron que estaban al borde de una especie de pozo gigante sellado con unas barras de acero que se asemejaban a una tela de araña. Una zona estaba abierta, como si la hubieran hecho explotar.

Al asomarse, verían que algo resplandecía en el fondo, en medio de lo que parecía ser basura indistinguible.

Sabías que estaba aquí.

Mateus no respondió.

Nanashi tocó el hierro con la punta de su Llave Espada y hubo una onda de oscuridad que estalló y los arrojó hacia atrás. El Emperador fue el único que no reaccionó. Nanashi abrió y cerró los dedos, que se le habían adormecido del golpe en la Llave Espada, y dijo:

Nadie con un poder como tú o yo podemos bajar.

Eso parece.

El Emperador debía saberlo desde el principio. Todo sería demasiada coincidencia de lo contrario. La llegada de los aprendices debía de haberle parecido un regalo salido del infierno.

Ahora la pregunta era: ¿el aprendiz se atrevería a bajar o se negaría?




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Nikolai
VIT: 30/30
PH: 18/28

Saito
VIT: 70/70
PH: 32/32


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Si alguno se queda a buscar por las celdas al cautivo, Primavera permanecerá con él.

Al menos uno tiene que bajar por las escaleras: allí tenéis la opción de negaros a bajar o de consentir. Puede hacerlo uno o ambos.


****
Tristan



El niño se quedó mirando de hito en hito a Tristan, si bien pareció volver en sí mismo con sus últimas palabras. Lo examinó de cerca, soltó una pequeña risita y murmuró:

No estás mintiendo ¿verdad? Nanashi está aquí. Bien, tienes suerte: vamos a ver a mi Señora. Reza para que no te reduzca a polvo una vez te saque lo que no me quieres contar a mí.

Risueño como si le acabaran de ofrecer el mejor regalo de una tienda, el niño echó a volar, sin soltar la esfera de Tristan y empezaron, otra vez, a subir escaleras.

El chico se detuvo frente a unas inmensas e impresionantes puertas negras que, a menos que uno se acercara, no parecían de madera. Era de las pocas cosas que no parecían caerse a pedazos en aquel lugar; se veía que a Maléfica le importaba bien poco la decoración de su palacio. Seguramente tenía cosas más importantes que hacer.

Adelante, Ahren—dijo una voz imponente y familiar.

Ahren ni siquiera había tenido que llamar. El muchacho entornó los ojos rojos, lanzándole una sonrisa que prometía muchas cosas malas para Tristan y muchísima más diversión para él. Hizo un gesto teatral, liberando aire, y las puertas se abrieron de par en par.

Accedieron a una especie de sala del trono de piedra, fría e iluminada por antorchas en las que ardía un fuego muy tenue.

Al principio le costaría verla, pues la túnica se extendía a los lados de su asiento y parecía fundirse con la pared como si fuera una sombra. Fue un movimiento de su vara el que la descubrió.


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Maléfica entornó los ojos y arqueó las cejas cuando Ahren exhibió su pequeño trofeo. Con unos dedos largos y huesudos indicó que se acercaran.

¿Qué me traes, Ahren?

A un traidor que dice que le salvaste y que Nanashi, Primavera y sus aprendices están en el Castillo.

¿Qué?

El restallido de su voz borró la sonrisa de Ahren y tampoco haría sentirse mucho más seguro a Tristan, ya que la colérica mirada de Maléfica se clavó en él. Se incorporó y la capa ondeó como alas oscuras a su espalda mientras se dirigía hacia él. Dio un golpe con la vara en el suelo y la magia que hacía pequeño a Tristan se rompió, al igual que el viento.

Tristan se encontró arrodillado en el suelo, cubierto de mierda y bajo la mirada draconiana de una mujer que le superaba y por mucho en altura. Había recuperado su tamaño pero no era capaz de moverse; una fuerza lo mantenía clavado al suelo. La vara viajó hasta su barbilla y le obligó a levantar la cara.

Oh, tú. Por supuesto. Ahora entiendo que Nanashi esté aquí. Lo que no comprendo es por qué no estás pegado a sus faldas.—Maléfica no esperó una respuesta—. Sólo han podido acceder por la falda de la montaña: Ahren, baja a las catacumbas y llévate a unos cuantos orcos y a Ronna. Ahren: no quiero errores. Si se resisten demasiado, mátalos. —Y su voz fue tan cortante que pareció que la temperatura de la habitación descendía varios grados.

Con una risita, Ahren realizó una reverencia:

A la orden; por cierto, Señora, dice que tiene más información sobre la princesa y el castillo de Huberto.

¿Ah, sí?—Maléfica arqueó una elegante ceja. Cuando Ahren se marchó, dando saltitos y tarareando entre dientes, el peso que ataba a Tristan desapareció. Maléfica le dio la espalda y, divertida, se sentó en su trono—. No suelo recibir visitas de mis víctimas, así que considero esto como una entretenida excepción. Habla rápido, niño, tengo cosas importantes que hacer. Dame esa información tan valiosa y puede—su sonrisa se amplió—que en vez de matarte te convierta en huésped de mi castillo. Soy ua anfitriona a la que le encanta que sus invitados se queden conmigo por mucho, mucho tiempo.

Maléfica, sentada con porte regio, tamborileó los largos dedos sobre la esfera de su vara y miró fijamente a Tristan, esperando que empezar a cantar.

Ya había conseguido lo que tanto esperaba. Ahora debía luchar por conseguir lo que había ido a buscar…

Si es que tenía idea alguna de lo que era, claro.


Spoiler: Mostrar

Tristan
VIT: 30/30
PH: 15/22

****
Celeste



Ya sabes, cuando se escucharon los cuervos. Ella fue tras uno y yo a por el otro. ¿Nos hemos metido en algún lío? Es que oímos decir a unos guardias que Maléfica tenía a esos pájaros como aliados y creímos que... Ay, ¡nosotras sólo queríamos ayudar!

Nithael abrió la boca para responder pero Flora se le adelantó: se abalanzó, pálida, sobre Celeste y la sacudió por los hombros.

¿Un cuervo? ¿Has dicho un cuervo muchacha? ¿Dos? ¡Oh, no, hay que darse prisa! ¡Maldito Diablo, seguro que está buscando a Aurora! ¡No podemos permitir que averigüe que ha dejado el Castillo!

Celeste pasó de largo al lado del soldado y llegaron a la base de la torre, que empezaron a subir a buen paso.

¿Qué hay en esa torre que merezca un cerrojo mágico, señora Flora? Si se me permite la pregunta, claro, no pretendo cotillear ni nada por el estilo. Pero ¿no basta con un cofre normal o algo así?

Celeste, no creo que…

Un objeto para encontrar los tesoros que abren las Ciénagas—respondió Flora, agitada—. ¡Si Maléfica lo encuentra será terrible! ¡Jamás podremos esperar ayuda de Eir…!

Y echó a volar con todas sus fuerzas. Nithael soltó un pequeño gemido de frustración; la torre era tan estrecha que no le permitía mover las alas, que llevaba muy pegadas a los costados y la espalda. Aunque se movía rápido, sorprendentemente rápido, dejó que Celeste pasara por delante de él. Al menos nadie que intentara bajar por la escalera podría pasar porque se toparía con él.

Celeste, prepara la Llave Espada por si acaso y, cuando lleguemos a lo alto, estate atenta.

Las cosas se ponían cada vez peor. ¿Y si hacían daño a Victoria?


****
Victoria


Victoria consiguió rajar un vestido, para el horror de Charlotte, que había obedecido y se había apartado, y envolvió la perla con la tela. No sucedió nada.

Charlotte, ¿sabes qué es esto? ¿Sabes si es...?. ¿Podría ser un arma dejada por Nerthus? ¿Contra Maléfica o su ejército?

Pues…—Charlotte vaciló y frunció el ceño—. No sé… Si lo fuera, pues, no sé, ¿no la estarían usando en vez de dejar morir a toda la gente…?

La niña se rascó la nariz y empezó a dar vueltas por la estancia, toqueteando aquí y allá diferentes cofres con curiosidad.

Sé que el hada Nerthus tenía una cosa para llamar a la gente de las Ciénagas. Era una especie de cuerno o algo así. Un cuerno mágico.—Los ojos de la niña lanzaban chiribitas—. ¿A lo mejor está guardado aquí?

Necesito hablar con el ángel bueno a solas sobre esta perla. Él es muy sabio, sabrá guiarme —dijo Victoria, poco interesada en la búsqueda de Charlotte: al fin y al cabo, creía haber encontrado algo realmente importante—. Prometo devolverla si es importante para el rey y me lo dice el ángel. ¿Podrás guardar el secreto? A cambio de llevaré ante él y le verás con sus enooormes alas. ¿Trato?

Charlotte se quedó mirándola con la boca abierta. Luego pareció luchar consigo misma. Estaba claro que se sentía culpable pero parecía que la promesa de ver al ángel la había tentado.

De acuerdo, pero dile al ángel que yo me he portado bien, ¿vale?, no quiero que me regañen…—Y puso una carita de miedo que sin duda rompería el corazón de Victoria.

Las dos escucharon a la vez los pasos que se acercaban a toda velocidad pero no tuvieron tiempo de reaccionar cuando la puerta se abrió de golpe y apareció al otro lado Flora, armada con su varita. Charlotte soltó un gritito y corrió a esconderse detrás de Victoria, abrazándose a su cintura.

¡No he sido mala, no he sido mala!


*
Victoria y Celeste


¡Suelta eso, señorita, ahora mismo!—ordenó Flora, haciendo una floritura amenazante con la varita—. ¡Qué estás haciendo! ¡Qué es esto, señor Nithael!

Celeste, que habría llegado inmediatamente después de Flora, pudo ver a las dos cómplices en una situación cuanto menos comprometida. Nithael llegó poco después y se quedó plantado en el vano de la puerta, mirando a Victoria primero con sorpresa y luego, al comprender, con decepción.

Victoria, ¿qué estás haciendo?—Se volvió hacia Celeste y la miró sin acusación pero también con decepción—. Tú lo sabías, ¿no es así?

¡Esto es indignante! ¡Robando! ¡Avisaré al rey ahora mismo! ¡Dame eso, señorita, y quiero una explicación ahora u os convertiré en flores hasta que estéis dispuestas a cantar.

Charlotte se aferró a la cintura de Victoria con fuerza y empezó a llorar. Estaban metidas en un grave problema…

Pasaron diez largos minutos durante los cuales Victoria y Celeste tuvieron que cantar: pudieron ser mentiras, pudieron ser verdades.

En cualquier caso, Flora parecía a punto de estallar. Con un movimiento de varita le arrancó de la mano la perla a Victoria y se la guardó en un bolsillo. Si Victoria quería acceder a ella, tendría que suplicarle, robarle o intentar convencer a Nithael de su inocencia.

Entonces fue cuando sucedió.

Oyeron los gritos de horror seguidos de toques de alarma. Nithael se precipitó hacia la ventana.

Si Victoria se hubiera asomado, si Celeste se hubiera molestado en prestar atención al soldado —convenientemente dormido— o si alguna hubiera, simplemente, mirado, habría visto cómo algo se movía en la distancia. Algo inmenso que se acercaba a una velocidad terrible.

Ahora ya era demasiado tarde.

El Ejército de Maléfica se encontraba a menos de una hora de distancia.

*


El Castillo despertó en medio del estupor. Todavía quedaban un par de horas para que despuntaran los primeros rayos de sol y tuvieron que trabajar a toda velocidad en medio de la oscuridad, cerrando las grandes puertas y asegurándolas para que los orcos y los goblins que se adelantaron con sus huargos no penetraran la ciudad.

Todo sucedió en casi menos de un parpadeo. Nithael y las dos aprendices se situaron en las murallas junto al príncipe Felipe, Flora y Heike para ver la vanguardia del variopinto ejército, que construía rápidamente unas torres de asalto que debían haber arrastrado en partes desde no muy lejos y también traía escaleras y gigantescos arietes.

Al lomo de un impresionante huargo, un orco —que no era tan horripilante como los demás— se adelantó portando una antorcha como si no temiera convertirse en un blanco:

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¡Súbditos de Huberto, nuestra Señora, la Hada Oscura, reclama la tierra que por derecho de conquista pasará a pertenecerle en cuanto derribe estas murallas! ¡En vuestra mano está decidir que sea una ama generosa o despiadada! ¡Entregad a la princesa Aurora y el Cuerno de las Ciénagas y no correrá la sangre!

El príncipe Felipe apretó los puños, lívido, y Heike lo sujetó por un hombro.

Entonces piensan que la princesa todavía está aquí…—murmuró Nithael.

Tenemos que hacer tiempo, al menos hasta que salga el sol. Se han apresurado a venir de noche porque saldrá por detrás del Castillo y les dará en los ojos y lo saben —masculló Heike—. Pero necesitamos hacer tiempo.

Sí, tiempo. Nithael parecía estar de acuerdo con la idea. Si Victoria o Celeste se preguntaban por qué, quizás lo averiguaran mirando al ejército, que no estaba compuesto por Sincorazón, sino por criaturas pensantes. Quizás ellas no llegaran a denominarlas «personas» pero no era lo mismo matar a un Sincorazón que a un goblin o a un orco. Melkor, el que se había adelantado, parecía casi humano.

Hay que destruir las torres de asalto. Yo llamaría demasiado la atención, pero ha de hacerlo alguien fuerte y de confianza.

Heike asintió.

También debemos vigilar la puerta del este; Melkor no es idiota, no se quedará quieto si puede atacarnos por la espalda porque obviamente nos vamos a negar.

Entonces debemos actuar pronto y dividirnos ya.—Felipe parecía a punto de estallar—. Sé que debería ir a hablar yo pero… Tranquila, Heike, no soy tan estúpido. Nithael, ¿puedo pedíroslo a vos?

Nithael asintió. Mientras tanto, Flora fulminaba con la mirada a Victoria y tampoco le quitaba el ojo de encima a Celeste. Había encerrado a Charlotte en una habitación del castillo y todavía estaba que trinaba pero, de momento, no le había hecho nada al rey. ¿Sería mejor demostrarle su buena voluntad colaborando con Heike, que había decidido ir a la puerta este, o permaneciendo cerca de Felipe, que iba a bajar a las puertas del oeste (sobre las que se encontraban) para preparar un contraataque en caso de que Melkor decidiera no esperar?

También estaba la posibilidad de intentar quemar las torres. Nithael se ofreció a arriesgarse a hacerlo en plena retirada si no lo conseguía algún soldado. Claro que unas magas serían muy útiles, sobre todo cuando se enteraron de que Flora podría transformar a los espías en goblins u orcos para que no llamaran tanto la atención…


Fecha límite: martes 9 de febrero
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¡Gracias por las firmas, Sally!


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Ronda #6 - Espinas Negras

Notapor Astro » Mar Feb 09, 2016 10:19 pm

No estás mintiendo ¿verdad? —Ban negó con la cabeza con insistencia—. Nanashi está aquí. Bien, tienes suerte: vamos a ver a mi Señora. Reza para que no te reduzca a polvo una vez te saque lo que no me quieres contar a mí.

Tragó saliva con dificultad, mientras el niño del demonio le llevaba volando —literalmente, volaba— escaleras arriba. No supo decir qué sentía ante la idea de que vería a Maléfica en unos instantes. ¿Emoción? ¿Nervios? ¿Miedo...? Tal vez todo a la vez. Su cabeza daba vueltas, intentando encontrar un sentido a todo lo que ocurría a su alrededor, al mismo tiempo que procuraba no pensar en la traición que había cometido.

Cuando llegaron a unas enormes puertas negras, un sentimiento de déjà vu le volvió a invadir. Era igual que cuando, en la misión pasada a Reino Encantando, se encontró con el Diablo. Cuando era incorpóreo, llegó a idealizar en demasía a aquel monstruo, y estuvo deseoso de reencontrarse con él para agradecerle que le hubiera salvado la vida. Y ahora, la historia se repetía. Ban tuvo que contener las ganas de vomitar por puro nerviosismo, convenciéndose a si mismo de que esto no acabaría como la última vez.

Adelante, Ahren.

Aquella voz. Sin duda, era ella. Sin la necesidad de llamar a la puerta, ya les había invitado a pasar. Bueno, técnicamente al niño —cuyo nombre por fin conocía—. Tras una sonrisa malvada por su parte, Ahren abrió los portones con un golpe de viento, entrando a lo que debí de ser una sala del trono. Iluminada pobremente por antorchas, la sala parecía estar vacía... No, no lo estaba. Ban tuvo que enfocar bien la vista para diferenciar si silueta, que se confundía con la pared, pero logró verla con claridad cuando movió su vara: Maléfica.

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¿Qué me traes, Ahren?

A un traidor que dice que le salvaste y que Nanashi, Primavera y sus aprendices están en el Castillo.

¿Qué?

Aquel grito produjo un sentimiento de arrepentimiento brutal en Ban. Y de miedo, de mucho miedo. Los ojos de la Hada Oscura se clavaron en su pequeña figura, y que se levantara para acercarse no ayudó en nada a mejorar las cosas. El temor a que le aplastara cual cucaracha sin tener la oportunidad siquiera de hablar se apoderó de él, buscando inútilmente aferrarse a algo en aquella esfera de viento que le mantenía prisionero.

Con un golpe de la vara en el suelo, Ban cayó al suelo con brusquedad. La buena noticia era que, al fin, volvía a tener su tamaño normal. La mala, que una fuerza mágica le mantenía sujeto contra el suelo, de rodillas, negándole cualquier intento de moverse.

Oh, tú. Por supuesto.

Maléfica había levantado la barbilla de Ban con su vara y, de un simple vistazo, le reconoció. Fue un pequeño alivio para el chico, pues había llegado a temer que con su apariencia actual no llegara a creer quién era en realidad. Entonces, ¿era verdad que dentro de él había oscuridad de Maléfica y que por eso le había identificado...?

Ahora entiendo que Nanashi esté aquí. Lo que no comprendo es por qué no estás pegado a sus faldas.—En otros momentos, eso habría ofendido a Ban, pero ahora estaba demasiado nervioso y asustado como para reaccionar al comentario—. Sólo han podido acceder por la falda de la montaña: Ahren, baja a las catacumbas y llévate a unos cuantos orcos y a Ronna. Ahren: no quiero errores. Si se resisten demasiado, mátalos. .

A la orden; por cierto, Señora, dice que tiene más información sobre la princesa y el castillo de Huberto.

¿Ah, sí?

El aprendiz asintió como pudo, todavía incapaz de decir una palabra por su propia cuenta. El pequeño niño del viento se marchó dando saltos, dejándoles a ambos a solas para hablar. Esto era lo que tanto había buscado, pero ahora... Tenía miedo.

Desde que llegó a Reino Encantado de nuevo, se había intentado autoconvencer de que no quería estar allí, que le daba miedo y el lugar le traía malos recuerdos. Pero, aunque había parte de verdad en eso, en realidad sí que quiso venir desde un principio, desde que escuchó a Nanashi anunciar la misión. Quería respuestas, respuestas que sólo Maléfica podía darle sobre la oscuridad que ahora yacía en su interior.
Su mayor temor, el que le había echado atrás desde el principio, ahora estaba claro: tenía miedo de que las respuestas que escuchara no fueran las que él quería oír.

Maléfica volvió a su trono, más tranquila e incluso alegre que antes, liberando al aprendiz de su presión.

No suelo recibir visitas de mis víctimas, así que considero esto como una entretenida excepción. Habla rápido, niño, tengo cosas importantes que hacer. Dame esa información tan valiosa y puede que en vez de matarte te convierta en huésped de mi castillo. Soy una anfitriona a la que le encanta que sus invitados se queden conmigo por mucho, mucho tiempo.

¿V-víctima?

Tuvo que hacer acopio de algo de valor y, sobre todo, de su ansia por conseguir respuestas, para alzar la cabeza y mirar a la cara a Maléfica.

»¡Pero tú me salvaste! Cuando mi incorpóreo se moría, tú recuperaste mi corazón y me devolviste a la vida como alguien entero de nuevo. Pero la oscuridad que usaste para reparar mi corazón... Yo... —Paró de hablar, intentando buscar las palabras adecuadas—. No estoy seguro de saber cómo lidiar con ella. Durante un tiempo creía que la controlaba, que no me influía, pero ahora ya no estoy tan seguro... Necesito respuestas, por favor. Ayúdame.

Agitó la cabeza con brusquedad, apartándose el recuerdo de los gritos de su madre de la mente. No se había levantado, todavía arrodillado, rezando por dentro por conseguir la colaboración de la temible Hada Oscura. Sabía que tendría que desvelar la información que quedaba por contar para lograrlo, y no dudaría en contarlo antes o después de que ella hablara —si se mostraba amenazante, cantaría enseguida—.

N-nanashi llevó al castillo de Huberto un ángel para que lo defendiera. Se llama Nithael, y aunque no conozco mucho sobre él, sé que es poderoso. Hay más aprendices con él. Además, la princesa Aurora y otro aprendiz han ido en busca de un caballero legendario, o algo así, para que les ayude a defenderse de la maldición. Su nombre es Odín, o algo parecido.

A Ban sólo le quedó esperar la reacción de la Señora Oscura, rezando en su interior para que este reencuentro no acabase como el que tuvo con el Diablo. Y que Nanashi nunca, jamás, se enterase de lo que acababa de hacer ahora.
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[VK] Ronda #6 - Espinas Negras

Notapor Soul Artist » Mar Feb 09, 2016 10:30 pm

Charlotte me respondió a la primera pregunta con otra: ¿por qué no estaban usándola como arma? Eso era cierto, pero tampoco tenía sentido retenerla en aquella torre alejada de la mano de dios. Quizás, al igual que Kit, sabían qué era pero no cómo se usaba. Eran cosas que iba a tener que tratar lo antes posible con Nithael.

La muchacha me comentó que el arma de Nerthus se trataba de otra cosa, semejante a un cuerno, así que descarté esa teoría. Quizás tenía razón: quizás estaba allí, pero si era el caso no era momento para buscarlo. Ya más tarde podría rastrearla y cogerla prestada indefinidamente, pero por ahora…

¡No he sido mala, no he sido mala!

Charlotte se escondió detrás de mí cuando la puerta se abrió. Mi primera reacción fue asustarme y dar un paso atrás; al ver las enormes alas de Nithael me calmé y relajé, algo menos preocupada. Tanto que dejé ver la Perla, y tuve que morderme la lengua al darme cuenta de que no había subido solo: Celeste y un hada. Una molesta, gorda y estúpida hada.

¡Suelta eso, señorita, ahora mismo! —ordenó doña rechoncha, amenazándome con la varita. Mi respuesta fue mostrarle los dientes y extender mis alas para proteger a Charlotte—. ¡Qué estás haciendo! ¡Qué es esto, señor Nithael!

Victoria, ¿qué estás haciendo?

¡Defender a la Orden, eso es lo que hago! —La verdad es que no se me ocurría nada concreto que decir, además de husmear y robar donde no me llaman. Eso no quitaba que siguiera siendo una cabezota:— ¡Hada de los dientes, como sigas así te meto la varita por la nariz!

¡Esto es indignante! ¡Robando!

¡Ladrona tu madre! —Yo haciendo amigas allí adonde iba—. Esto no os pertenece. ¡Nithael, esta perla es de… fuera! ¡Un aprendiz la trajo aquí y se la robaron mientras estaba enfermo! ¡Se aprovecharon de un moribundo! ¡Conozco esta Perla!

¡Avisaré al rey ahora mismo! —amenazó la puta hadita, probablemente enfadada por mis acusaciones. Quería meterle un calcetín sucio en la boca y pegarle un puñetazo en la cara para poder hablar en paz, pero la magia siempre había sido un punto débil para mí y no me atrevía en absoluto a intentarlo—. ¡Dame eso, señorita, y quiero una explicación ahora u os convertiré en flores hasta que estéis dispuestas a cantar!

Di un paso atrás y agarré con más determinación la Perla. Abracé a la niña con un brazo y desafié con la mirada a la mujer; después miré a Nithael pidiéndole ayuda, pero dudaba que se fuera a poner de mi parte.

Esta niña no tiene nada que ver con esto. Sólo quería ayudarme a encontrar unos cuevos —medias verdades, las mejores mentiras; acaricié la cabeza de Charlotte mientras lloraba, preocupada por la situación en la que se había visto involucrada—. Déjala ir. Si quieres renovar tu jardín que sea con otra.

Levanté las dos manos en son de paz y seguí protegiendo con mi cuerpo a Charlotte hasta que le dejaran cruzar la habitación para reunirse con Nithael. Una vez estuviese a salvo me agacharía y dejaría la Perla en el suelo para, de nuevo, poner las manos por encima de la cabeza.

Yo quería seguir entrenando. Después Celeste y yo escuchamos cuervos en la torre. Charlotte dijo que eran aliados de Maléfica y quisimos investigar por si era una trampa, ¿verdad, Charlotte? —Esperaba que también Celeste coincidiera con mi versión de la historia, ligeramente transgiversada a nuestro favor—. No esperaba encontrarme ese objeto aquí, pero no quita lo que he dicho antes. Esto nos pertenecía a Ivan Kit, y le robaron y dejaron que se muriera a su suerte. —Y eso, a mi modo de ver por lo que sabía, sí era la pura verdad; la boca se me estaba llenando de bilis con sólo imaginarme la situación—. Las órdenes se pelearon por ella. ¡Por favor, Nithael, pregunta a Nanashi, o a Ronin, a cualquiera! La Perla se dio por desaparecida y Kit se dio por muerto. Pero yo fui la que…

Me atraganté con la última parte al notar que mi voz se había quebrado. No podía terminar la frase, por mucho tiempo que hubiera pasado. Me limité a tragar saliva, intentando recomponerme, y gruñí hacia el hada, que parecía a punto de explotar de ira. Tanto, que cuando terminamos Celeste y yo de hablar recuperó la Perla con un movimiento de su varita, lo que provocó mi protesta.

¡Eh! ¡Eso no te pertenece!

Me levanté con un paso adelante y me coloqué en posición agresiva, pero tuve que abandonar cualquier idea que se me pasara por la cabeza en ese momento. La alarma general sonó junto con algunos gritos de horror, y Nithael cruzó la habitación para encontrarse al otro lado de la ventana lo que temíamos que iba a acabar llegando:

El ejército de las tinieblas había llegado a la ciudad.

*


¡Entregad a la princesa Aurora y el Cuerno de las Ciénagas y no correrá la sangre!

No andaba demasiado desencaminada con el simil con respecto al ejército de las tinieblas. Su líder parecía una reconstrucción de un villano medieval de película, aunque con un pelo rojo intenso lavado con cuidado por expertos contratados por L'oreal. Bufé ante la situación, aunque al menos teníamos ganado algo por delante: no sabía que la princesa no se encontraba aquí.

Tal y como señaló Heike lo mejor era ganar tiempo: si nos hubiésemos percatado antes de que se aproximaba el ejército quizás podríamos haber logrado algo más, pero no era el caso. Golpeé la palma de mi mano, preparada para hacer lo que me dijeran.

Hay que destruir las torres de asalto. Yo llamaría demasiado la atención, pero ha de hacerlo alguien fuerte y de confianza.

Dudaba que doña Florituras mágicas me definiese con aquellas dos palabras, pero levanté la mano cuando Nithael comentó aquella idea. Yo también llamaría la atención si volaba hasta las torres, pero si se daba la situación era mejor dos ángeles que pudiésemos encargarnos de eliminarlas lo más rápido posible; o, incluso, si podía colarme en una de ellas tendría después una salida fácil volando de vuelta al castillo. No podría hacer grandes malabarismos pero esperaba ser capaz de aguantar el vuelo hasta las murallas.

Por tanto, me quedé cerca de Nithael, que sería quien hablase con don Pelo Pantene. Flor quizás pudiese transformarme en algo útil, ya que había amenazado en convertirme en flor; dependiendo de cómo fueran las cosas haría lo que me dijera Nithael. Pero aquello no quitaba que tuviese manía a la hadita de las narices, para nada. No iba a tocar el tema en aquel momento con una invasión en marcha, pero en cuanto terminase aquello si hacía falta me pegaría de leches con ella para recuperarla. Demonios ya.
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras

Notapor Denna » Mié Feb 10, 2016 1:22 am

¿Las Ciénagas? ¿Eir? Traté de hacer memoria, pero no recordaba a Nanashi comentar nada por el estilo. Claro que tampoco podía decirse que le hubiese estado prestando toda mi atención.

Pasé por delante de Nithael y eché a correr tras Flora, que volaba increíblemente rápido para el tamaño de sus alas. Había mencionado un nombre, Diablo, al contarle sobre el cuervo. De modo que era cierto que estaban a su servicio...

«Diablo, el cuervo de Maléfica,» cavilé. Había que reconocer que tenía su gracia.

A la orden de Nithael, la Llave Espada apareció con un destello, reticente en mi mano. Sólo esperaba que ni a Victoria ni a Charlotte les hubiese pasado nada. Y, sobre todo, que ni al hada ni al ángel se les ocurriera atacar antes de preguntar.

La puerta apareció por fin delante de nosotros. Flora la abrió de un golpe y, casi al instante, Charlotte soltó un chillido:

¡No he sido mala, no he sido mala!

¡Suelta eso, señorita, ahora mismo! ¡Qué estás haciendo! ¡Qué es esto, señor Nithael!

La pequeña mujer estaba tan ofuscada que pude abrirme paso hasta las dos chicas. La habitación era lo último que había esperado encontrar tras el “enoooorme" candado mágico: un simple trastero oscuro. De no haber oído antes a Flora, jamás se me habría ocurrido pensar que allí se escondían las reliquias del reino.

Victoria, ¿estás bien? ¿No has... encontrado al cuervo que venías a buscar? —Aprovechando que les daba la espalda, gesticulé en silencio: «Sígueme la corriente.»

Pero Nithael se había hartado de tonterías. Aunque, claro, tras ver a la chica echándole el guante a uno de los tesoros reales...

Victoria, ¿qué estás haciendo?

¡Defender a la Orden, eso es lo que hago!

De buena gana habría dicho que no tenía nada que ver con lo que estaba pasando. Aunque, para eso, primero tenía que entender qué estaba pasando.

¡Esto es indignante! —seguía gritando el hada—. ¡Robando!

¡Ladrona tu madre! Esto no os pertenece. ¡Nithael, esta perla es de… fuera! ¡Un aprendiz la trajo aquí y se la robaron mientras estaba enfermo! ¡Se aprovecharon de un moribundo! ¡Conozco esta Perla!

¡Avisaré al rey ahora mismo! ¡Dame eso, señorita, y quiero una explicación ahora u os convertiré en flores hasta que estéis dispuestas a cantar.

¡No hará falta nada de eso! —exclamé, ya a la desesperada, interponiéndome entre las dos—. ¡Nadie quería robar nada, ¿por qué íbamos a hacerlo si salimos perdiendo nosotros?! ¡Por Dios, si es que no tiene sentido!

Miré a mi compañera en busca de ayuda.

A ver... os aseguro que no pretendíamos nada malo. Salimos a dar un paseo porque no podíamos dormir y ha dado la casualidad de que hemos acabado así. ¡Y ya está! Siento mucho este malentendido pero, con todos mis respetos, creo que ahora no es el momento para discutir esto. Ni el lugar.

Yo quería seguir entrenando —confesó Victoria—. Después Celeste y yo escuchamos cuervos en la torre. Charlotte dijo que eran aliados de Maléfica y quisimos investigar por si era una trampa, ¿verdad, Charlotte? No esperaba encontrarme ese objeto aquí, pero no quita lo que he dicho antes. Esto nos pertenecía a Ivan Kit, y le robaron y dejaron que se muriera a su suerte.

Espera... ¿qué?

Las órdenes se pelearon por ella. ¡Por favor, Nithael, pregunta a Nanashi, o a Ronin, a cualquiera! La Perla se dio por desaparecida y Kit se dio por muerto. Pero yo fui la que…

De no haberme quedado de piedra habría dicho algo a su favor. Pero no podía. Esa perla ¿tan valiosa era? Era bonita, sí, pero no parecía gran cosa. ¿Y ese Ivan Kit? ¿Y Victoria? ¿Qué tenían que ver con todo eso?

Acababa de tirar por tierra mis esquemas. Estaba claro que aquella misión sería de todo menos aburrida.

Las campanas sonaban lejanas y tardé un rato en salir de mi estupor. Para entonces ya era tarde, por supuesto. Sólo fui consciente del horror de Nithael, de los gritos, y de cómo la sombra en el horizonte se acercaba a una velocidad vertiginosa hacia el castillo.

Las negociaciones habían fracasado.

Teníamos la guerra encima.

***


Todavía no había amanecido cuando el orco pelirrojo —Melkor— se aproximó a las murallas. Fue entonces cuando comprendí que no, que Nanashi y los demás no habían fallado. No aún, al menos. El ejército pretendía negociar, ignoraban la presencia de los Portadores. Teníamos una oportunidad y había que aprovecharla.

Enseguida decidí separarme e ir con Heike. De todos los presentes, era la única con la que me sentía mínimamente cómoda. Sobre todo teniendo en cuenta las miradas asesinas que me iba lanzando Flora de vez en cuando.

Antes de marcharnos hacia la puerta este, me acerqué a Victoria, le deseé buena suerte y le di un abrazo de despedida. Muy normal siendo mi compañera, ¿verdad? Como si fuésemos amigas de hace años.

Ni siquiera Nithael sospecharía.

Recuperaremos esa perla —susurré, cuidando que nadie salvo ella me escuchara—. No van a quedársela.

¿Motivos egoístas? Al contrario. Tenía muy claro que no lo hacía por Victoria o el tal Ivan Kit. No. Iba mucho más allá, era por Bastión Hueco y por Ryota. Si esa perla era tan importante —si realmente valía una guerra entre órdenes— la obtendría para saldar cuentas de una vez por todas.

Y quizás pagar con ella el precio de la traición.
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Re: Ronda 6

Notapor Sally » Mié Feb 10, 2016 2:30 am

Aunque aún siguiera sin resolver el tema de salir de allí —Aleyn se decía que no debía dudar ni por un instante que Fauna lograría deshacer el conjuro; no habían llegado hasta allí para quedarse aislados, inútiles—, habían conseguido que Odín se uniera a sus filas, y aquel éxito era un bálsamo necesario para su ánimo agitado. También esperaba que lo fuera para Aurora, cuyos ojos estaban más febriles que antes, obligándolo a no apartar la vista, angustiado, cada vez que sus miradas se cruzaban.

Por otra parte, la magia y las hierbas curativas habían hecho su trabajo, y Aleyn sintió una oleada de satisfacción al ver que Abel se despertaba. Desde que habían partido del castillo de Huberto, todos los miembros del grupo, en un momento u otro, le habían sacado las castañas del fuego al resto. Era un alivio comprobar que su entrenamiento servía de algo también.

Formaron un corro para discutir más en profundidad lo que hacer a continuación, ahora que Abel estaba consciente y que Odín había accedido a ayudarlos. Aleyn, con la cabeza de Ygraine apoyada en su regazo y acariciándole el lomo con gesto distraído, no pudo evitar pensar que parecían un grupo de viajeros, sin aparentemente nada en común y reunidos por el azar, como los que aparecían en tantos libros de aventuras. Por suerte, faltaba la fogata que solía acompañar aquella clase de escenas.

Maléfica, como toda hada, tiene una serie de debilidades: entre ellas la más importante es el hierro y la magia benéfica. Esa espada fue la que usó vuestra antepasada, mi señora, para encerrar a Maléfica. Dicen que la hirió de gravedad y que sobrevivió por muy poco: la Espada de la Verdad sólo puede ser empuñada por un ser que desee hacer el bien… No, eso es incorrecto. Sólo pueden empuñarla los que sirven a la luz.

¿A la luz? —inquirió Aleyn, confuso.

No tiene que ver con el Bien o el Mal. Mi querida Nanna solía decirlo. El Bien es algo que depende de la percepción de la persona.—Aleyn pensó en Tierra de Partida y Bastión Hueco, y supuso que aquellas palabras eran ciertas. Los dos bandos habían chocado muchas veces, aunque su fin, el equilibrio, fuera en el fondo el mismo—. Lo importante es que Maléfica resultó gravemente dañada por esta Espada, así que aseguraos de portarla en combate.

No era una garantía absoluta de que pudieran derrotar a Maléfica con ella, pero era mucho más de lo que habían tenido hasta ahora. Y tal vez si aquella vieja herida no había llegado a sanar del todo…

También debéis usar el Escudo de la Virtud, que repele toda clase de magia.

Eso suena interesante ¿dónde está?

Me temo que no lo sé. La última vez que supe de él, Freyja se ocupaba de su protección.

Aleyn desvió entonces la mirada hacia Aurora, temiendo que la mención de aquel nombre le recordara las circunstancias que la habían obligado a huir de su reino. No obstante, la noticia acabó despertando una emoción bien distinta.

Eso debe significar... ¡Que todavía está en el palacio de mis padres! ¡Debemos ir en cuanto podamos salir de aquí y rápido!

Aleyn alzó una mano para calmar a Aurora al verla tan emocionada, pero se lo pensó mejor y se limitó a esbozar una sonrisa. Aunque tuvieran que esperar a que el hechizo cayera, sortear posibles sincorazón y buscar un escudo que ninguno sabía con exactitud dónde se encontraba, la posibilidad de poder obtenerlo era mejor que nada. Y era mejor ver a la muchacha de aquella manera que hundida.

Supongo que no es mejor ir a un sitio lleno de monstruos que dejarla cerca de los goblins pero al menos allí podrá hacer algo —Era cierto; Aurora correría peligro en cualquier parte, aunque probablemente regresar al castillo de Huberto, con el ejército de Maléfica acercándose, parecía la peor de las opciones—. Gracias por ayudarme, te debo una.

No ha sido nada. Vos me salvasteis antes. Es lo mínimo que podía hacer —repuso con una leve inclinación de la cabeza.

Hay algo que no me cuadra: si tenías la Espada, ¿cómo consiguió encerrarte aquí Maléfica?

¿Maléfica? Os equivocáis, señor. Fue Eir quien me encerró aquí tras intentar convencer a la gente de las Ciénagas de que se levantaran contra Maléfica… —«¿Cómo? ¿Por qué?» Aleyn ni siquiera llegó a formular en voz alta aquellas preguntas, por culpa de la confusión—. Veo vuestra cara de sorpresa. Tras tanto tiempo meditando he llegado a la conclusión de que Eir solo actuó por el bien de las Ciénagas, diezmadas en especial tras la unión de los orcos y los goblins a las filas de Maléfica. Además, así se aseguraba de que nadie pudiera volver a entrar a las Ciénagas.

»Aun así, si salgo de aquí, dudo que pueda volver a luchar a su lado.


Aleyn se mordió el inferior de la mejilla, recordando la advertencia de Eir acerca de cómo las acciones de los Caballeros podían provocar consecuencias nefastas. Aquello no les haría ganar puntos a los ojos de las Ciénagas, precisamente. Aunque aquella expedición había sido idea de Aurora; él solo la había acompañado. Eso quizás le restaría importancia al asunto. Además, ¡qué demonios! Maléfica y su ejército eran un problema más grave que los deseos de los habitantes de las Ciénagas, los mismos que, por las circunstancias que fueran, tampoco iban a ayudarles aquella vez.

Después de aquello, nadie pareció tener ganas de seguir hablando, limitándose a esperar. Aleyn se levantó para estirar las piernas caminado de un lado a otro, Ygraine observándolo con aburrimiento desde una raíz contra la que encontró cómodo acurrucarse.

Estaba meditando acerca de todo lo que Odín les había contado cuando Abel le hizo una seña para que se acercara.

Si es cierto que lo encerró la gente de las Ciénagas es posible que tengamos problemas cuando se rompa la barrera. Si se da el caso, coge a la princesa y corre con los caballos al castillo. Allí, al menos, en ciertas habitaciones deberíais estar protegidos. ¿Entendido?

Si los habitantes de las Ciénagas no han podido acudir en ayuda de su majestad, ¿creéis de verdad que acudirían hasta aquí para confrontarnos por haber liberad--oh? —Aleyn se detuvo, al creer comprender el comentario de Abel, y bajó la voz cuando se decidió a continuar—. ¿Pensáis acaso que Eir encerró a Odín aquí por algún motivo diferente al que nos ha contado?

El pensamiento paranoico, según el cual todo podía ser una trampa destinada a activarse cuando la maldición empezase a actuar, regresó a la mente de Aleyn. Era muy posible, no obstante, que Abel, aunque fuera quien había sufrido más a manos de Odín, le hubiera dicho aquello solo porque no quería tener que lidiar con el problema añadido de una delegación enfadada de las Ciénagas, por improbable que pareciese. Compartiera o no aquella sospecha, una sospecha que de cualquier manera, se quedaría anidando en su corazón, Aleyn aceptaría el plan de Abel. Aurora, y quizás Fauna, aunque no habría mucho tiempo para explicarle nada si las cosas se torcían al salir de allí, era quien mejor conocía el castillo de Estéfano, y la mejor opción para encontrar el Escudo. Además, no iban a dejar a la princesa en medio de un posible enfrentamiento.

Con la inquietud mordiéndole el estómago, Aleyn se dirigió entonces hacia Odín.

¿Podéis darnos alguna indicación más acerca del Escudo? Intuyo que producirá un efecto parecido a la Espada —Señaló al gigantesco árbol con una mano, queriendo indicar el brillo que había sido más intenso cuando el arma había estado reposando en el pedestal—, por lo que sería sencillo, en un principio, encontrarlo, si dispusiéramos de bastante tiempo. Mas no es el caso, y dado que vuestra presencia podría generar una atención indeseada…

Aleyn esperaba que la forma de indicar que Odín no debía acompañarlos al castillo no fuera interpretada como una falta de respeto. Estuvieran o no justificados sus temores, era evidente que el caballero no podía pasar desapercibido fácilmente. Su fuerza resultaría una importante ventaja contra los sincorazón que, hasta donde Aleyn sabía, seguían pululando en los alrededores de la ciudad, pero lo que necesitaban era sobre todo sigilo y un perfil bajo.

Maléfica… —Dudó un instante, antes de considerar que la idea de que Odín fuera el espía del hada era demasiado ridícula y ofensiva, dada la historia entre ambos—. Una avanzadilla se ha dirigido a la Montaña Prohibida, con intención de derrotar a Maléfica. Desconozco si la han alcanzado ya; de cualquier modo, necesitarán vuestra ayuda y vuestro consejo más que nosotros. Una vez hayamos encontrado el Escudo, nos uniremos a la refriega, con él y con la Espada, que nos será útil para abrirnos camino hasta el castillo de Estéfano.

Aleyn pretendía ser quien portase la Espada, así que intentaría hacerse con ella. Aurora podía ser una princesa poco corriente, pero resultaba obvio que no tenía la constitución adecuada para pelear con un arma como aquella si se diera el caso, y si Abel tenía que quedarse atrás por cualquier motivo… En la Montaña Prohibida tendría que entregársela a alguien más —Nanashi u Odín— para que le diera el golpe de gracia a Maléfica, puesto que la Emperatriz del Mal no iba a ser derrotada por simple fuerza de voluntad.

¿Estamos, entonces, todos de acuerdo?

No era un plan demasiado elaborado, puesto que Aleyn nunca se había caracterizado por ser un excelente estratega, y existían demasiadas variables sobre las que no tenían poder o incluso información exacta. Era menos que nada, de todos modos, y estaba dispuesto a escuchar cualquier sugerencia al respecto. No tenían mucho que hacer hasta que Fauna lograse romper la magia que los atrapaba. Y el tiempo seguía agotándose...

Decidieran lo que decidiesen, sin embargo, actuaría según las palabras de Abel si las cosas acababan torciéndose.
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras

Notapor H.S Sora » Mié Feb 10, 2016 8:12 pm

¿Crees que no lo sé? Si no fuera por vosotros ya habría atacado. ¡Mierda!

Nanashi no se había abalanzado sobre Palamecia, lo cual me pareció un logro. Esto me permitió quitarle parte de la importancia a la acidez con la que me había respondido, y a la mirada con la que parecía decirme “estorbas”.

Quité la mano de su hombro sin hacerme a un lado, mientras miraba con cierta curiosidad como finalizaba la conversación entre el aprendiz de Tierra de Partida y el líder de los Villanos Finales.

Ambos podrían traicionarnos de un momento a otro y tenía curiosidad por ver quien de los dos lo hacía primero.

¿Y bien?

La Dama de Hierro bajó su Llave Espada, por lo que no pude evitar soltar un suspiro de alivio. Y ante mi pregunta, Mateus parecía extrañamente divertido. Pronto comprobaría por qué.

¿Por qué iba a serme de utilidad alguien que lleva más de una década pudriéndose aquí?

Su risa resonó por toda la galería: era punzante, y tan repulsiva que me entraron ganas de golpearle. Pero si Nanashi no lo había hecho, no sería yo el primero en romper aquella alianza, no después de todo lo que le había dicho a la Maestra; traté de insistir acerca del prisionero, en vano.

Lleva gritando aquí desde que lo encerré en este lugar y nadie le ha venido a liberar jamás. Si quiere continuar aferrándose a su patética vida es una decisión loable por su parte y no tengo la menor intención de impedir que siga sufriendo.

Hice una mueca. ¿Lo había encerrado él? De cualquier modo, parecía que el Emperador no quería saber más de todo aquel asunto.

Mateus, la Corona. —El hada rechoncha que nos acompañaba parecía muerta de miedo. Y no le faltaban motivos.

El líder del Mal se puso en marcha y volviendo sobre sus pasos accionó lo que parecía una pared normal... hasta que desveló una especie de pasadizo, con más escaleras eso sí. No estaba del todo concentrado, los quejidos de aquel prisionero seguían sonando de manera constante.

¿Ahí?

¿Dónde si no? Puede que esté en las plantas superiores pero esto nos queda más cerca.

La Maestra siguió a Mateus y, a pesar de que una mala sensación se acomodaba en mi pecho por dejarla sola, no había otro remedio. Aquella sería probablemente la única oportunidad que tuviésemos para rescatar a aquel prisionero, ya que dudaba que aquel viaje por la guarida de Maléfica resultase ser sencillo y sin problema alguno. Algo que me decía mi instinto de Portador, sobretodo teniendo en cuenta que no llevábamos ni media hora ahí dentro y ya habíamos coincidido con el mismísimo Mateus Palamecia.

Antes de que se fuesen, trataría de comunicarle a la Maestra mi decisión, al igual que a Nikolai si decidía escucharla.

Maestra, buscaré al prisionero y le rescataré. En cuanto lo haya hecho volveré con vosotros.

Le lanzaría una mirada a Nikolai, que esperaba que entendiese. No dudaba del autocontrol de Nanashi, pero por si acaso mejor que no les dejase solos si no era necesario.

Tras aquello miré atrás, tratando de ubicar mejor la localización del sonido que producía el prisionero, y me sorprendió ver que Primavera no se había movido todavía. Miraba atrás constantemente, parecía dudar entre si ir a buscarlo o seguir al resto.

>>¿Me acompañas? —le comentaría, antes de avanzar por mi cuenta.

Había querido arrancarle la cabeza, pero no estaba tan loco como para desechar la ayuda de un hada si esta decidía proporcionármela. En cualquier caso empezaría a buscar por la celda que tuviese más a mano, o en la que ella me recomendase si me acompañaba.

“Los enemigos de tus enemigos se vuelven tus amigos”.

Si aquella frase era correcta, quizá aquel prisionero al que había encerrado el Emperador sabía más de lo que a él le interesaba que nos contase... o eso quería creer. No quería haber dejado sola a Nanashi por nada.

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Saito va en busca del prisionero perdido(?)
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras

Notapor Drazham » Mié Feb 10, 2016 8:31 pm

Cuando Ragun le dijo en su misión por el Coliseo que el líder de los Villanos Finales odiaba a muerte a los Portadores, no creyó que fuese con tanta literalidad. Tanto las arrogantes respuestas de Mateus como sus gestos no se hicieron esperar, propias de una persona con tal complejo de superioridad que creía estar dialogando con escoria.

Nanashi no estará siempre para proteger tu espalda, muchacho, y cuando no esté, veremos si eres tan arrogante.

Por desgracia, dicho complejo no lo tenía por nada. Nikolai le miró con desprecio, herido por aquellas palabras que, tristemente, le recordaron la cruda realidad y le clavaron allí mismo. Podía matarle en cualquier momento, y si no lo hizo ya, fue porque le resultaba más útil vivo. Un detalle que no debería olvidársele.

»Tu corazón es tan cobarde que me daría dolor de estómago devorarlo. Tienes suerte de que no sienta el menor interés por estorbos como tú. —La cara de Nikolai se descompuso en una máscara de miedo y, en parte, repugnancia. ¿Devorar su…? Justo se le encogió el susodicho. No le dio tiempo a preguntarse si había escuchado mal cuando Mateus bajó el tono de su voz y le espetó—: Si no fuera por vuestra incompetencia, Nanashi podría intentar matarme. Ahora, gracias a vosotros, no sólo gano su cooperación, sino su humillación.

El cuerpo entero se le petrificó y sintió cómo sus tripas se le revolvían. Solo reaccionó, a duras penas, al ladearse de manera semiautomática cuando el Emperador le apartó con su vara, dejándole marchar sin más. En cuanto le dio la espalda, su rostro, contrayéndose en una mueca de rabia e impotencia, se ensombreció y se clavó las uñas en las palmas con tanta fuerza que se hizo daño.

Estorbo. Era como si tuviese esa condenada palabra grabada a fuego en la frente. No podía ser de otra manera cuando Nanashi tenía que cargar con dos aprendices que en esos momentos eran más bien dos grilletes que la limitaban en todo. Todo eso sin contar a un tercero pululando por las entrañas de la guarida de Maléfica por el que preocuparse también.

Apenas atendió al resto de la conversación. Sí, le llamó la atención que fuese el propio Mateus quien encerrase a aquel pobre desgraciado. Si Maléfica lo tuvo allí durante casi diez años tal vez fuese porque tenía su utilidad, pero después de oír lo de “seguir aferrándose a su patética vida” ya le rompía los esquemas. Casi sonaba como si únicamente dependiese de él que siguiese con vida, y no por interés de sus captores.

No obstante, le preocupaban más las intenciones de Mateus y el papel que llevarían a cabo ellos en todo eso. Se fijó en que el hombre escudriñaba con cuidado la pared cercana a las escaleras y… Frunció el ceño; no le sorprendía mucho que el pupilo de la bruja se conociese los secretos que guardaba la fortaleza.

¿Ahí?

¿Dónde si no? Puede que esté en las plantas superiores pero esto nos queda más cerca.

Nikolai oteó el pasadizo que conducía a las plantas inferiores con suspicacia. Al menos, en las plantas superiores tenía la certeza de que al mayor peligro que se enfrentaban era el ejército de Maléfica, un mal “más o menos” conocido. A saber que trampas habría por ahí abajo si el hada guardaba algo de valor.

Nanashi acabó por ceder y se fue detrás de Mateus escaleras abajo. Nikolai se paró un último momento a escuchar los gemidos del prisionero y, tras deliberar cuales eran sus prioridades, se mordió el labio y se metió de lleno en el pasadizo.

***


Tuvo que apoyar las manos en las paredes para guiarse entre la oscuridad y no tropezarse con las angustiosas escaleras. Pisar mal y caerse por allí debía ser sinónimo de acabar con unos cuantos huesos rotos, porque el trayecto se le estaba haciendo eterno y en cierto punto acabó perdiendo la cuenta de todos los peldaños que bajaron.

Sin embargo, una vez se acabaron los escalones, la intranquilidad de no saber que se encontrarían más adelante le oprimían el corazón. Nanashi iluminó la estancia, revelando un pozo de grandes dimensiones, parcialmente sellado por una reja de metal; parte de los barrotes parecían haber sido arrancados de cuajo.

A parte de eso, abajó del todo llegó a vislumbrar una tenue luz entre un montón de deshechos irreconocibles.

Sabías que estaba aquí.

El silencio de Mateus fue más que suficiente. Pero, ¿por qué allí? No tenía sentido que Maléfica, en especial alguien como ella, guardase algo tan importante en un agujero inmundo. A menos que pensase que a nadie se le ocurriría mirar allí, claro está.

Nanashi le dio un suave toque a la reja con su Llave Espada y se demostró que, efectivamente, ahí abajo había algo de valor: el hierro reaccionó y desató una amalgama de oscuridad que la repelió a ella y a Nikolai, quien a punto estuvo de trastabillar por el empujón. Se fijó en que Mateus ni siquiera se inmutó, seguramente sabiendo cual iba a ser el resultado.

Nadie con un poder como tú o yo podemos bajar.

Eso parece.

Y se hizo un incómodo silencio. Ni Nanashi ni Mateus dijeron nada más al respecto.

«¿Y ya está?»

Nikolai arrugó el entrecejo e intercaló miradas de exasperación entre los dos, esperando algo más de su parte. Cualquier otra cosa que no sonase a una frase tan vacía como “Eso parece” y que soltasen de una vez lo que rondaba por sus cabezas: la petición que aguardaba y, al mismo tiempo, temía escuchar de sus bocas.

Fue en aquellos instantes en los que se arrepintió de haberse culpado de ser una carga inútil antes.

«Aaah, demonios…»

Chasqueó la lengua y comenzó a mover las piernas, tan rígidas que parecía que se resistiesen a obedecer las órdenes de su dueño. Al llegar al borde del pozo, se puso de cuclillas por la parte en la que los barrotes habían sido arrancados de la piedra para asomarse y tragó saliva. Habría jurado que el brillo del fondo le parecía más lejano que antes.

¿Hay algo que deba tener en cuenta cuando me acerque a… eso? —Fue lo único que se le ocurrió preguntar antes de que reconsiderase lo que estaba a punto de hacer y saliese por patas. Lo que más tirria le daba de toso eso era que ni siquiera se habían dignado en decirle que puñetas era la Corona. ¿Una fuente de magia? ¿Un arma? Cualquier idea coherente que se hacía le resultaba absurda nada más recordar que Maléfica tenía esa cosa metida en un pozo lleno de mierda.

Una vez le respondiesen (o siguiesen sin soltar prenda), inhaló aire con lentitud y apoyó las manos en el borde del pozo. Si ninguno de ellos tenía otra opción mejor para bajar, entrecerraría los ojos y haría acopio de una porción de sus reservas mágicas para ejecutar otro Surcaplanos para deslizarse por la pared del agujero. Lo haría lo más rápido posible, siempre y cuando la Corona no requiriese de ser manipulada con sumo cuidado: bajaría, se haría con ella y volvería a la superficie con la habilidad aun activa.

Solo esperaba que, si lograba cumplir con su labor, Nanashi y Mateus no decidiesen matarse de inmediato. Lo mismo tendría que llegar al punto de amenazar con que un ignorante de los artefactos mágicos como él manipulase la dichosa Corona para que hubiese paz y ninguno de ellos saltase por los aires.

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Nikolai decide bajar por el pozo para buscar la "Corona". usará el Surcaplanos si ninguno de los NPCs ofrece otra alternativa.

Surcaplanos (HC) [Nivel 10] [Requiere Afinidad a Nada; Elasticidad: 15] El usuario puede sumergir parte de su cuerpo en una superficie sólida como el suelo o paredes, permitiéndole desplazarse con mayor velocidad y ascender por estructuras verticales. También puede atravesar estructuras finas como barrotes y cadenas, aunque nada orgánico.
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Ronda 7

Notapor Suzume Mizuno » Vie Feb 12, 2016 3:09 am

Aleyn


Odín asintió ante las preguntas de Aleyn.

El Escudo de la Virtud tiene una factura común; a primera vista no se distingue de cualquier otro. Sin embargo, su aura es intensa, como la de la Espada. Si cualquiera de vosotros lo toma, sin duda habrá una reacción. Freyja era meticulosa, es muy posible que lo guardara en los sótanos del castillo o en una torre, mas me cuesta comprender por qué no lo usó ante Maléfica…

¿Estamos, entonces, todos de acuerdo?

Aurora asintió con determinación.

Justo entonces, la barrera se desvaneció. La luna desapareció y se hizo el silencio más absoluto. Odín miró hacia el cielo y soltó una exclamación entre la admiración y la extrañeza. Poco a poco se fueron acostumbrando a la nueva iluminación; la luna había desaparecido (debía faltar poco para el amanecer) pero el cielo estaba tachonado de bellas estrellas.

Hacía tanto que no veía el verdadero cielo…—murmuró Odín.

¡Tía Fauna! ¡Estamos aquí!—exclamó Aurora, sonriente, dirigiéndose hacia la arboleda—. ¡No vas a creerte lo que...!

De entre las sombras surgió una figura demasiado alta para ser Fauna. Abel resopló e intentó ponerse en pie, pero Odín se le adelantó y se situó delante de Aurora.

¡Quién va!

Habéis crecido mucho, alteza.

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¡TÚ! ¡MALDITO TRAIDOR!

¡NO!—chilló Aurora, poniéndose delante de Odín para impedirle cargar al frente: pronto quedó claro por qué. El hombre, Mateus Palamecia, a quien Aleyn conocería por el periódico y por dominar Ciudad de Paso como su Alcalde, sostenía a una inconsciente Fauna bajo un brazo. Temblorosa, Aurora le miró como si hubiera visto un fantasma—. Os recuerdo… Pero vos… ¡Vos moristeis después de asesinar a Erika!

Eso es lo que Nanashi y mi querida antigua Maestra pensaban, efectivamente.—Mateus puso su vara contra el cuello de Fauna—. No es el caso. Pero olvidemos el pasado, tenemos cosas más importantes que hacer ahora, ¿no es así, princesa? Os quedan doce horas de vida, si no calculo mal. Ahora que la barrera ha caído, deberíais continuar vuestro camino y hacer lo que más os apetezca antes de que la maldición os consuma.

Aurora se quedó lívida.

¡Miserable!—Odín preparó su espada.

El Emperador le chistó como quien calla a un niño pequeño y alzó mejor a Fauna.

¿Acaso quieres que muera otra hada mientras te quedas mirando?—Mateus alzó las comisuras de los labios—. Si no queréis que esta anciana muera, tú, muchacho, me traerás ahora mismo el arma de Odín. Luego os daré un hechizo para que inmovilicéis a Odín y selléis sus habilidades. Únicamente entones os devolveré a esta hada y podréis… continuar con vuestro camino, sea el que sea.

Aurora y Abel miraron a Aleyn, a quien habían seleccionado para tan desagradable tarea, mientras que Odín se contenía a duras penas para no abalanzarse sobre Mateus.

Tras unos segundos, este creó una especie de hilo blanco que se cerró alrededor del cuello de Fauna y apretó tanto que el hada soltó un quejido. Entonces la dejó caer y posó con delicadeza la bota sobre la cabeza de la mujer, sin soltar el hilo blanco. Aleyn no podía saber si pretendía asfixiarla o decapitarla pero sólo con ver la magia que desprendía la cuerda, era suficiente para saber que la mataría de una forma u otra.

El Emperador, que tan de súbito había aparecido, no tenía nada contra ellos o eso afirmaba, sino que quería anular los poderes de Odín. El motivo, no podían saberlo. En cualquier caso, quedaba en manos de Aleyn qué hacer, porque si intentaba comunicarse con sus compañeros o estos con Aleyn, el hilo se apretaría y Fauna gemiría de nuevo.

Por lo que Aleyn sabía, el Emperador era un mago muy fuerte. Si sellaban a Odín, se quedarían sin defensa posible en caso de que Mateus decidiera eliminarlos.

¿Qué opción quedaba? A menos que quisiera arriesgarse… Al fin y al cabo, Mateus le había pedido que primero le acercara la espada.

Pero antes tendría que convencer a Odín, que temblaba de pura furia.

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Atenta a la decisión de Tristan en su parte, ya que podría influenciar sobre tu ruta. Por lo demás, cualquier duda, coméntamela por privado.



****
Saito


Tras una vacilación, Primavera asintió y se quedó con él. Gracias a un movimiento de su varita, una serie de luces que recordaban a pequeñas luciérnagas iluminaron la zona.

Cómo puede sobrevivir nadie aquí durante tanto tiempo…—murmuró el hada con un estremecimiento—. Esa mala bruja…

Buscaron en varias celdas pero no encontraron nada excepto algún esqueleto encadenado a la pared, ratas y mucha, mucha mugre. Al menos comenzaban a acostumbrarse al mal olor, por imposible que pudiera parecer.

Entonces un gemido vino de una celda que ya habían registrado. Primavera se acercó al fondo y soltó una exclamación: había un pozo.

Si se asomaban verían que el pozo se hundía tres o cuatro metros y que medía cuatro o cinco de amplitud. Al fondo, rodeado de restos y desperdicios, había una figura que alzó las manos entre gemidos de dolor cuando Primavera iluminó la prisión.

¡Pobre criatura! ¡Monstruos!

Un golpe de varita y el hombre fue elevado en el aire entre gimoteos de horror. Cuando lo sentaron en el suelo de la prisión pudieron ver que estaba no cadavérico, sino lo siguiente. El pelo canoso le caía hasta la espalda y despedía una peste insoportable. Casi no le quedaba ropa, solo jirones tan mugrientos que casi parecían piedras. Intentó retroceder pero estaba demasiado débil.

Primavera le chistó y dijo:

Ahora mismo te ayudo.

Durante los siguientes diez minutos se dedicó a hacer diferentes encantamientos que la iban agotando progresivamente. Cuando terminó, el hombre había dejado de parecer una calavera andante aunque seguía muy delgado; llevaba una túnica y pantalones y le había cortado un poco el pelo. También sus gimoteos pudieron convertirse en palabras guturales y torpes, pero palabras:

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¿Quiénes sois? ¿C-cómo habéis llegado aquí?

Era un anciano asustado pero algo en sus ojos destilaba inteligencia si uno podía ver más allá del terror.

Venimos a buscar una debilidad de Maléfica—respondió Primavera entre cuchicheos. Sus rechonchas mejillas parecían haber languidecido y se le habían formado ojeras—. No te preocupes, te sacaremos de aquí. ¿Cómo te llamas?

Tuk… —Se le rompió la voz—. Hacía años que no decía ese nombre…—Se puso en guardia y giró a su alrededor—. ¿Qué es eso?

¿El qué?

Ruido.

Será una rata. Tuk, escúchame, tenemos que encontrar una debilidad de Maléfica. ¿Sabes algo?

Pero Tuk no hacía caso; empezó a gatear hacia la salida, exigiendo que apagaran las luces. Primavera resopló.

Chico, ve a ver las escaleras. Quizás sea Nanashi, que regresa.

Tuk no se atrevería a salir de la celda, sino que se quedó asomado murmurando entre dientes y suplicando porque apagaran las luces. Si Saito se acercaba a las escaleras en efecto, escucharía un ruido.

Unas pisadas. Armaduras. Pero no venían de abajo, sino de arriba. También se acercaba una luz. Si gritaba, sin duda lo escucharían. Era mucha gente la que venía, ¿sería una inspección general o sospechaban algo? ¿Tendría que ver Mateus?

Saito podía elegir; bajar corriendo a avisar a su Maestra, aunque no sabía a qué distancia se encontraría, o esconderse en una celda y obedecer a Tuk, mandando a Primavera apagar las luces.

También, si se le ocurría otra cosa, podía probarla.

*
Nikolai



Habrá un hechizo protegiendo el objeto y probablemente te pedirá algo para romperlo. No puede ser nada mágico o podríamos pasar nosotros—respondió Nanashi—. Sea como sea, si es muy peligroso debes ser tú quien decida cuánto está dispuesto a ofrecer.

El Emperador sonrió, como si hubiera escuchado un chiste que sólo él pudiese entender.

Nikolai pudo usar su habilidad para descender al interior del pozo. Al momento percibió algo frío y oscuro, muy oscuro, tanto que lo dejó sin aliento y le encogió al pecho hasta tal punto que creyó que se desmayaría.

Por suerte, consiguió llegar entero al suelo aunque, a partir de ese instante, si intentaba hacer magia, el frío se volvería tan intenso que todo se volvería negro y sería incapaz de continuar.

Si miraba a su alrededor se daría cuenta de que, aparte de oler horrible, a cerrado, con un aire que pesaba cuando intentaba respirarlo —casi daba la impresión de que estaba absorbiendo la maldita oscuridad— no vería un pimiento si no fuera por el tenue resplandor que provocaba la luz de Nanashi. Las paredes estaban llenas de muescas, a pesar de ser una piedra dura. Si se fijaba vería cuentas de días, días y días. Tantos que resultaba abrumador. Hasta en el suelo, si lo limpiaba un poco, encontraría esas muescas. Nikolai pisaba algo sucio y casi rígido. En su mayoría estaba carbonizado pero en algunas partes parecía…

¿Hilo? Si seguía los pequeños ríos que no habían sido pasto del fuego vería que había inmensos bordados, tejidos con esmero, con figuras que apenas se distinguían ya. En un rincón además había lo que parecía ser una rueca quemada sobre la cual dormitaba un huso de hierro.

A sus pies había una corona.

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Cuando Nikolai intentara acercarse sentiría una fuerza extraña y de pronto cientos de tajos se abrieron a lo largo de su mano, que sangró a chorros. Y no había ni siquiera rozado la corona. Si pretendía cogerla tendría que extender todo el maldito brazo. Se iba a quedar sin manga. Claro que si usaba el huso puede que sólo tuviera que meter hasta el bíceps…

No podría usar magia para cogerla, eso estaba claro. Maléfica se había asegurado de que ni gente mágica ni corriente pudiera acceder a la Corona sin dolor. Es decir, era muy importante para ella.

Ahora, ¿valía la pena perder el brazo? Porque apenas sí había rozado la barrera que rodeaba la Corona. Quizá fuera mejor idea volver arriba en busca de algún palo o una espada para atraer el dichoso objeto. Total, tiempo tenía…

Pero la gente del reino de Huberto no, como tampoco lo tenía la princesa Aurora. Claro que si mentía y decía que la Corona no estaba allí abajo, podía alejar a Mateus de la presa que estaba buscando.

Todo dependía de lo que el chico decidiera hacer.


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Nikolai
VIT: 30/30
PH: 8/28

Saito
VIT: 70/70
PH: 32/32



****
Tristan



La expresión de Maléfica era de sutil diversión. No miraba directamente a Tristan, como si no mereciera su atención, pero sí arqueó las cejas ante algunas frases como la de que no sabía cómo lidiar con su oscuridad.

Necesito respuestas, por favor. Ayúdame.

¿Que te ayude?—Se volvió hacia él, por fin, sonriendo y con una ceja arqueada—. ¿Estás pidiéndomelo, humano, después de que evitara que desaparecieras? —Y Maléfica rompió a reír con una risa estentórea que resonó en las paredes de la sala. Cuando se sintió satisfecha meneó la cabeza y de pronto su gesto se volvió sombrío y peligroso, tan de súbito que la risa pareció una ilusión—. ¿Por qué debería ayudarte? Has venido a mí arrastrándote y traicionando a Nanashi. Eres, o intentas ser, un Caballero. No tengo ningún motivo para ayudarte con la Oscuridad que te regalé. Lidia con ella tú solo.

Iba a hacer un amago para que se largara de ahí cuando Tristan comenzó a vomitar información, que casi parecía quemarle dentro. Como si lo esperara, Maléfica alzó las comisuras de los labios y se quedó plácidamente sentada, escuchando.

¿Un ángel?—repitió, llevándose un dedo a los labios, pensativa.

Su nombre es Odín, o algo parecido.

Hubo un violento ascenso de temperatura y las antorchas, hasta entonces casi rescoldos, explotaron en lenguas de fuego verde al tiempo que Maléfica se incorporaba, alta, terrible y con una expresión que prometía cosas muy, muy malas.

¿Has dicho Odín? Repítelo, miserable, ¡repítelo!

Se levantó y, acompañando su camino de secos golpes en el suelo con la contera de su vara, Maléfica caminó de un lado a otro con la túnica inflamándose a su paso. La esfera de su arma se iluminó y un rayo salió disparado contra el techo. Estaba tan furiosa que a Tristan seguramente no le habría extrañado que lo atacara a él al ser el único objetivo vivo del lugar.

Entonces, casi tan de súbito como había venido la furia, la tormenta desapareció. Maléfica rió por lo bajo.

Ahora entiendo. La tregua ya pasó.—Rió de nuevo y se dirigió hacia Tristan—.Levántate, humano. Si lo que dices es cierto, puede que te enseñe a lidiar con la Oscuridad.—Los ojos del hada relampaguearon—. Y con ese miedo que te está destrozando.—Cerró la mano alrededor de su esfera y la movió con suavidad—. Si me traicionas no te mataré. Oh, no.—La esfera resplandecía. De pronto un frío penetrante, indescriptible, casi doloroso, atravesó a Tristan. El corazón se le disparó cuando sintió unas garras de hielo cerrarse entorno a él y clavarle las uñas. Por un momento, Tristan creería que iba a enloquecer de puro miedo. Porque era eso lo que sentía: miedo—. Dejaré que te destruya tu propio miedo, pequeño. No te dejará descansar ni un solo día—susurró.

Maléfica apartó la mano y el terror se esfumó como una pesadilla pero… igual que una, dejó sus rescoldos.

La túnica acarició a Tristan cuando la mujer se dirigió a las puertas.

Imagino que no querrás verle la cara a Nanashi o ella misma te matará, así que te sacaré de aquí.—Maléfica se detuvo ante las puertas—. Irás a la prisión de Odín. No te acercarás a él, claro, o percibirá mi Oscuridad en ti y te destrozará. Si tu… compañero ha conseguido llegar hasta él, habrá roto la prisión en la que se encuentra. Obtendrás una cosa para mí. Una espada. Tiene una factura simple y no destaca demasiado excepto por su aura blanca. Odín la llama Espada de la Verdad.

»Tráemela y, entonces, te ayudaré.


Chasqueó los dedos y algo estalló dentro de la cabeza de Tristan. Cuando el chico abrió los ojos, de pronto podía ver un aura negra y con llamas verdosas que latía alrededor de Maléfica. Si se daba la vuelta, descubriría que había más auras.

Podía ver la magia.

La prisión de Odín está al noroeste del Bosque. Resplandece como si fuera un sol. Ve.

Y Maléfica salió de la estancia dando un portazo.

Tristan tenía varias opciones. La más evidente era obedecer. Para ello, ya que esta vez no había ninguna Maestra cerca para impedírselo, podía usar el glider y salir por una ventana, al menos si pretendía complacer a la Señora Oscura.

Otra más difícil pero más digna era darse cuenta de lo que había hecho y tratar de ayudar a su Maestra y sus compañeros. Pudiendo ver las auras de la magia, no debía ser muy difícil encontrarlos. Daría con el camino.

También podía pedir auxilio a Nithael. Sabía muy bien que era poderoso. O incluso Odín podría servir; si pedía ayuda a Aurora podía ser que no lo matara y Maléfica parecía tenerle miedo.

Todas las opciones eran arriesgadas pero ahí llegado ahí solito. Lo que decidiera ahora podía cambiar para siempre la vida de mucha, mucha gente.



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Tristan
VIT: 30/30
PH: 15/22


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En principio, tanto al Castillo de Huberto (en realidad no podrías entrar, sino quedarte en la zona del ejército orco) como al Bosque puedes llegar para la siguiente ronda, así que si eliges el segundo sería interesante que hablaras con Sally.



****
Victoria y Celeste


Nithael mandó callar a Victoria en cuanto empezó a mencionar a las órdenes. No parecía enfadado, pero sí incrédulo porque la chica no supiera contener mejor la información. No protestó cuando Flora tomó la perla ni mucho menos hizo caso a Victoria porque de pronto había algo mucho más importante que hacer.

Cuando salieron por la puerta miró con el ceño fruncido a ambas aprendices. Quizás fueran demasiado jóvenes para confiar en ellas. Ninguna de las dos había empezado con buen pie aquella misión.

*



Nithael no protestó cuando Victoria alzó la mano y Flora lanzó un resoplido de indignación. Fue a protestar pero Nithael se interpuso entre ambas y le susurró unas palabras al oído —tuvo que inclinarse mucho para poder hacerlo—. Flora volvió a resoplar, lanzando miradas punzantes a Victoria.

Antes de que Celeste se marchara con Heike, Nithael la cogió por un hombro y dijo:

Por favor, no juegues con esto. No sé qué habéis estado haciendo antes pero esta gente podría morir si seguís tomándoos todo a broma.—No estaba enfadado, pero sí sinceramente preocupado; se le veía en los ojos—. No te apartes de Heike bajo ninguna circunstancia y, si es necesario, retrocede. Vuelve sin heridas, por favor.

Le dio un suave apretón en el hombro y luego la muchacha pudo irse corriendo tras la capitana, que se alejaba con paso firme sin mirar atrás. Luego Nithael se acercó a Victoria y le dijo:

Hablaremos de esa perla más tarde; ahora lo que importa es esta gente. ¿Entendido, Victoria? Si sigues pensando antes en la perla que en tu misión, en la que te va la vida y la de cientos de personas, dejaré que te quedes aquí dentro y mandaremos a un soldado en tu lugar.

»¿Puedo confiar en ti?


Más valía que sí. Un solo error más y, por amable que fuera Nithael, estaba claro que no lo olvidaría y tampoco le serviría a Victoria para obtener la dichosa perla.


*
Celeste


La puerta este todavía no estaba cerrada, aunque sí se había levantado el puente que se levantaba sobre el foso. La gente empezaba a acumular toda clase de bultos tras la misma para impedir que pudieran abrirla desde fuera con un ariete. Aun así, Heike no se mostró conforme.

Si usan el fuego verde, la puerta será pasto de las llamas y entrarán sin más. Hay que destruir el puente… Pero no sin antes defenderlo. Podremos matar a los goblins que intenten cruzarlo.

¿Y los huargos, señora?

Los mataremos también. ¡Preparad el aceite hirviendo! Y tened a mano el fuego de hada para partir el puente. Tú—Heike se volvió hacia Celeste—¿tienes armadura? ¿Qué clase de magia usas?

Heike no reaccionaría mal si Celeste se ponía la armadura tal cual; al fin y al cabo, era un mundo de magia. Si la chica decía que no tenía, encargaría que le trajeran una apropiada para su tamaño. Después se dirigiría con diez soldados hacia el puente, en el que comenzaron a colocar una serie de bolsitas pequeñas llenas de polvo. Si Celeste se acercaba, vería que estaban llenas de un polvo verde.

No le acerques nada de fuego o reventarás en pedacitos—le advirtió Heike.

No era pólvora pero se le parecía y tenía toda la pinta de ser mágica… Así que mejor hacer caso.

Vamos a trazar un perímetro de seguridad—ordenó Heike—. ¡Venga, haced un círculo de polvo entre el puente y esas casas!—Los soldados se pusieron manos a la obra—. Tú, tú y tú—señaló a Celeste la última—vamos a mirar entre las casas. Si veis a algún orco u goblin, intentad matarlos sin que os descubran. Si no podéis, regresad sin hacer ruido. Daré un toque de corneta antes de reventar el puente así que más os vale estar aquí. No os alejéis mucho.

La ciudad que rodeaba el vacío estaba vacía, pero había tantas casas desiertas y calles que cualquiera podía esconderse en ellas. Heike se acercó a Celeste y le puso una diminuta bolsa en la mano.

Úsala si la necesitas. Si la lanzas contra los ojos o alguna zona blanda como la boca será como ácido. Si le prendes fuego, explotará.—La revisó de arriba abajo—. Si tienes miedo de perderte puedes venir conmigo.

Uno de los soldados partió para el camino de la izquierda, otro por la derecha y Heike se dirigió con paso cauteloso hacia el centro mientra el resto trazaba una especie de círculo de polvo alrededor del puente.

Celeste podía elegir cualquiera de los tres caminos o, incluso, si tenía miedo, volverse para dentro del castillo. Quizás, con todo, pudiera encontrar algo de provecho en las calles desiertas o salvarle la vida a alguien.

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No te olvides de que es de noche, por lo que no ves bien pero tus enemigos, a menos que usen huargos, tampoco te verán bien a ti.


*
Victoria



El hechizo durará una hora—le indicó Flora a Victoria, ceñuda—.Estaré arriba para traerte de vuelta pero intenta estar en la muralla antes de que se acabe el tiempo o te acribillarán.

Después agitó su varita y un escalofrío agitó a Victoria. Cuando se mirara, no encontraría nada: se había vuelto invisible, incluso para sí misma —lo cual era un pequeño problema porque no sabía bien dónde estaban sus manos—.

Increíble—Nithael arqueó las cejas—. ¿Dura una hora? Impresionante.

Flora agitó de nuevo su varita, como restándole importancia. Felipe, agitado, dijo:

Por favor, tened cuidado, señora. Los goblins y los orcos huelen muy bien y si han traído consigo a sus demonios… Y vos no confiéis en Melkor. Es un mentiroso de nacimiento. Intentará negociar pero todo será mentira. La última aldea que le abrió sus puertas terminó arrasada.

Nithael asintió, sombrío.

Las puertas se abrieron y cayó el puente levadizo.

Si hay Sincorazón te perseguirán, así que trata de eliminarlos sin la Llave Espada o será demasiado evidente.—Nithael comenzó a caminar sin miedo—. Fíjate en el camino para no dejar huellas visibles y aléjate de esos perros. En cuanto tengas la oportunidad restriégate con algo de un orco o un goblin para confundir el olor. Y Victoria, ten cuidado. Cuando regreses hablaremos de esa perla e intentaré conseguirla, así que no hagas locuras.

Nithael se detuvo a unos veinte metros de Melkor, que sonreía con amabilidad. El huargo se removía, inquieto, pero su jinete lo controlaba con mano de hierro.

Hermosas alas, creo que no se ha visto ninguna como las tuyas en varios siglos. ¿De dónde vienes?

Eso no tiene importancia, hemos venido a negociar, ¿no es así?

Victoria tenía camino libre, si es que una fila interminable de nerviosos goblins y orcos podía considerarse como tal. Los orcos, más grandes y fuertes, se movían y farfullaban entre ellos con voces guturales y varios montaban en huargos. Los goblins, estirados o pequeños, eran mucho más débiles. Quizás fuera mejor meterse entre cualquier hueco entre ellos.

Una vez consiguiera hacerse paso entre sus filas —por suerte para ella, los goblins y los orcos que recibieran un empujón se volverían contra sus compañeros sin sospechar nada, en gran medida ayudada por la oscuridad— y terminara por atravesarlas encontraría que se estaba levantando rápidamente una especie de campamento con varias tiendas a la vez que se trabajaba con fiereza en las torres de asalto.

Fuego, fuego. Podía usar su propia magia para incendiar las torres pero sería difícil, para eso necesitaría algo inflamable. Al fondo se veían unos cuantos carros con los pertrechos guardados por huargos. Si miraba a la izquierda, en las tiendas, se estaba preparando la comida. Quizás tuvieran aceite o algo parecido. A la derecha, por otra parte, estaba la tienda más grande de todas —y la más limpia—, sin duda, perteneciente a Melkor.

El tiempo corría. ¿A dónde elegiría ir Victoria?


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Siento muchísimo el retraso, chicos. Mi Internet ha muerto, estamos teniendo problemas con la compañía y el router que nos han cambiado se estropeó a las dos horas así que entre una cosa y otra no he podido tener el post antes, ni copiar vuestras partes (excepto la de Astro, que me cogió antes de que se fuera a la mierda Internet). Sigo sin Internet como tal pero de mil en mil consigo algo de conexión. Perdón por los problemas y los errores que pueda haber en este post.


Fecha límite: jueves 18 de febrero
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¡Gracias por las firmas, Sally!


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[VK] Ronda #7 - Espinas Negras

Notapor Soul Artist » Mié Feb 17, 2016 4:05 pm

A doña gruñona no le hacía gracia depender de mí, pero era lo que tocaba. Nithael dedicó un momento a Celeste: esperé detrás de él a que terminara de darle instrucciones con paciencia. Tenía que tratar el tema de la Perla, aunque fuera por un momento, antes de separarnos por la misión. Así que en cuanto terminó y le dio un apretón en el hombro, le interrumpí con impaciencia:

Señor, sobre la…

Hablaremos de esa perla más tarde; ahora lo que importa es esta gente. ¿Entendido, Victoria? Si sigues pensando antes en la perla que en tu misión, en la que te va la vida y la de cientos de personas, dejaré que te quedes aquí dentro y mandaremos a un soldado en tu lugar.

Tragué saliva. No estaba siendo severo, pero sí serio. Y tenía razón: en aquel momento lo más importante era la situación y lo presente, no mis conflictos internos o el pasado que había vivido con respecto al artefacto de marras. Y además, lo último que quería hacer era decepcionar a Nithael o a Nanashi. A cualquiera menos a ellos dos.

¿Puedo confiar en ti?

Afirmé con la cabeza lentamente, completamente silenciada por sus palabras. La amabilidad de Nith me dejaba asombrada, así que era hora de dejar de lado todos mis malos rollos. Habría tiempo para aquello más tarde. Sólo tenía que olvidar mis emociones y centrarme en la batalla; si no era por los muertos, que fuera por los vivos presentes.

Cuando tuve clara mi situación dirigí mis ojos hacia Celeste. Heike le había llamado para ir a cumplir su parte, pero di un par de zancadas en su dirección. Me sonrojé ligeramente.

Celeste, espera.

La alcancé y me quedé paralizada por un momento. Tampoco había compartido demasiado tiempo con ella, pero apreciaba lo que había hecho antes por mí. Jadeé y, tras dudar unos segundos, me abracé a ella con fuerza. Toda aquella situación comenzaba a aterrarme, y no quería perderla, aunque no fuésemos íntimas.

Gracias por defenderme antes —susurré en su oído, apretando con más fuerza sus hombros—. Ni se te ocurra morirte ahí. Si lo haces iré al cielo y patearé tu corazón hasta que vuelvas, ¿entendido?

Me aparté de ella y le dediqué una sonrisa tranquilizadora. Me froté los ojos con la mano derecha y me despedí de ella con la mano; ahora ya podía ir a cumplir mi parte. Las dos teníamos algo que hacer por encima de nosotras.

Fui junto con Nithael y Flora con paso lento y la mirada baja. Cuando les alcance volví a levantarla para observar con seriedad al hada: no estaba muy contenta con su presencia, pero agradecía su ayuda. Esperaba que ella hiciera lo mismo por su parte.

El hechizo durará una hora. Estaré arriba para traerte de vuelta pero intenta estar en la muralla antes de que se acabe el tiempo o te acribillarán.

Agitó su varita y, tras un momento sin notar nada, un escalofrío recorrió mi espalda hasta la punta de mis alas. Me intenté mirar las manos pero lo hice sin éxito: no encontré absolutamente nada. Era invisible. Y era una sensación muy extraña, casi me mareaba notar el movimiento de mi cuerpo pero no poder apreciarlo con la vista.

El príncipe se dirigió hacia mí, dando por hecho que no me había movido:

Por favor, tened cuidado, señora. Los goblins y los orcos huelen muy bien y si han traído consigo a sus demonios…

Me restregaré a algo para adoptar su olor y evitaré los huargos. —Señora tu madre, no te joribia. Le levanté el dedo central, concienciada de que nadie podía verme—. Tendré cuidado, mi señor.

Y vos no confiéis en Melkor —advirtió a Nithael—. Es un mentiroso de nacimiento. Intentará negociar pero todo será mentira. La última aldea que le abrió sus puertas terminó arrasada.

El ángel afirmó con la cabeza. Tampoco era alguien que me diese mucha confianza a mí: esperaba que todo fuera bien por su parte y que todo fuera bien. Y mientras el puente se bajaba y avanzábamos hacia el exterior, Nithael susurró algo en voz baja: me apegué a él para escuchar sus palabras atenta.

Si hay Sincorazón te perseguirán, así que trata de eliminarlos sin la Llave Espada o será demasiado evidente. —Suerte para mí, mi especialidad era luchar sin armas—. Fíjate en el camino para no dejar huellas visibles y aléjate de esos perros. En cuanto tengas la oportunidad restriégate con algo de un orco o un goblin para confundir el olor.

Me moveré rápido entre ellos —aseguré en voz muy baja—. Gracias, señor.

Y Victoria, ten cuidado. Cuando regreses hablaremos de esa perla e intentaré conseguirla, así que no hagas locuras.

Volví a tragar saliva. Nada deseaba más, pero no debía pensar en ella en aquel momento. El presente, eso era lo más importante.

Nos detuvimos frente a Melkor y mis burlas interiores hacia él desde lo alto de la muralla se desvanecieron. Era una jodida montaña de pelo rojo intenso, piel oscura y armas más temibles que cualquier Llave Espada que hubiese visto antes. Me quedé paralizada y en shock al verle tan de cerca: era puro miedo encarnado. No entendía como Nithael era capaz de dirigirse a él sin temblar un ápice.

Hermosas alas. —Su voz me sacó del shock y quise soltar un pequeño grito de terror, pero contuve mis emociones mordiéndome la lengua.—. Creo que no se ha visto ninguna como las tuyas en varios siglos. ¿De dónde vienes?

No era momento para quedarme allí parada. Tenía el corazón acelerado a mil por hora: fijé mi objetivo hacia el exterior y di un par de pasos en dirección a los goblins, moviéndome al principio con cuidado y lentitud. Iba a evitar a los huargos a toda costa.

Eso no tiene importancia, hemos venido a negociar, ¿no es así?

Fue lo último que escuché de Nithael. Conseguí colarme entre los goblins y, de paso, me restregué bien con ellos para camuflarme con el olor, sin quedarme quieta ni un momento. El hedor no era nada agradable, pero por suerte sabía lo que era pasar un par de días sin ducharme. Aunque aquellos monstruitos necesitaban más que una ducha…

Avancé hasta llegar a un campamento improvisado por parte del ejército. Estaban levantando las torres de asalto, y lo estaban haciendo con bastante rapidez. Necesitaba algo para incendiarlas: no conocía hechizos (¡estúpida magia!), pero tampoco es que creyese que con un simple Piro pudiese hacerme cargo de ellas. Necesitaba pensar más a lo grande.

Vale, mi mirada necesitaba captar toda una serie de cosas. Unos huargos protegiendo el instrumental de guerra; el aroma de algo de comida preparándose en las tiendas; y una de ellas, además, era destacablemente más grande que el resto, así que imaginé que debía pertenecer a alguien importante, muy probablemente Melkor. Quise bufar mientras pensaba, pero me contuve.

Tenía una hora, pero eso no era demasiado tiempo, así que obraría con rapidez. Tomaría el camino a las tiendas para encontrar la comida; por ahora no iba a tomar aceite y semejantes, sino que me limitaría a robar algo de carne poco llamativa, no demasiado grande, y la llevaría agachada arrás del suelo para evitar que nadie viera comida flotando en pleno campamento; si me pillaban la dejaría tirada y saldría pitando en silencio. Después, acercaría la comida lo suficiente para que los huargos la oliesen y, en cuanto notase si les llamaba la atención, la lanzaría hasta la supuesta tienda de Melkor. Con suerte se montaría el suficiente caos y escándalo como para poder sabotear el armamento y, además, buscar algún arma inflamable, como un arco (y fechas) o una porra. Cualquier cosa.

Eso era lo primero: después me encargaría del fuego, porque no creía que me diese tiempo para ir a por aceite aprovechando el caos de los huargos, pero si me daba desde luego que lo aprovecharía. Con tal de que no me detectaran daría las gracias al cielo; Dios, ojalá algo de todo aquello funcionara.
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras

Notapor Drazham » Jue Feb 18, 2016 6:15 pm

Habrá un hechizo protegiendo el objeto y probablemente te pedirá algo para romperlo. No puede ser nada mágico o podríamos pasar nosotros. —Ese “algo” sonaba tan poco convincente que el nudo de su estómago le apretó más. Preguntar no hizo más que turbarle más de lo que estaba—. Sea como sea, si es muy peligroso debes ser tú quien decida cuánto está dispuesto a ofrecer.

Nanashi podía adornárselo con todas las palabras bonitas que quisiera, pero no era tan inocente para darse cuenta de que el precio a pagar para acercarse a la Corona sería más que desorbitado. La sonrisa de cretino que esbozó Palamecia hizo que le hirviese la sangre, pero mantuvo su expresión impasible para no darle ese placer.

Ya no había vuelta atrás después de haberse comprometido, y ahora mismo él era la única baza de la que disponían. Arrodillado en el borde del pozo, alzó la cabeza con los ojos cerrados e inspiró aire para templar su pulso y dejar que la magia fluyese por su cuerpo. Sus palmas y rodillas comenzaron a fusionarse con la piedra, y como si se tratase de un salto de fe, inclinó su cuerpo hacia el agujero para comenzar el descenso.

Al principio todo iba bien, pero a los pocos metros de bajada notó una desagradable sensación de opresión en el pecho que iba en aumento. Comenzó a resollar, costándole tanto el deslizarse por la pared que temía que en cualquier momento se quedase atrapado entre los bloques de piedra si continuaba. Eso ya no podía ser cosa de los nervios, el pecho le dolía tanto que pensó que le iba a reventar.

Entre jadeos, logró acercarse a unos palmos de la base del pozo. En cuanto no pudo aguantarlo más, se separó de la pared y aterrizó sobre una superficie cochambrosa y que crepitaba con su peso. Estaba empapado en sudor frío, tiritando de debilidad, y la magia le pesaba tanto que incluso dolía. Ni siquiera pudo permitirse el recuperar el aliento en condiciones por culpa de ese aire pestilente, que amenazaba con hacerle vomitar si se le ocurría coger amplias bocanadas.

«Me tocará escalar para hacer el camino de vuelta», con esa fuerza imperiosa que le limitaba la magia, no le quedaba otra. Suerte que la flexibilidad era su punto fuerte.

Más o menos recompuesto, se fijó en lo que podía ofrecerle el agujero inmundo en el que se había metido. Ver las paredes plagadas de muescas que contaban los días del desgraciado que hubiese pasado sus últimos momentos allí le erizó los pelos de la nuca, sin querer imaginarse lo que le habría hecho a Maléfica para recibir tal castigo.

Usarlo como calabozo le parecía una idea retorcidamente cruel, pero no extraña sabiendo en dónde se encontraba. Por eso no le encontró sentido al descubrir que el hada lo usaba como vertedero para lo que parecía ser tela quemada, y en ingentes cantidades. Todavía se podían apreciar parte de los bordados que no habían sido pasto de las llamas, pero le seguía pareciendo extraño. Incluso habían tirado allí una rueca chamuscada con su huso, para resultar más irónico.

Entonces, la respiración se le entrecortó y sus ojos se abrieron de par en par con lo que halló no muy lejos de la rueca. Redonda, puntiaguda y dorada.

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No se lo creía de lo ilógico que le pareció al principio. ¡Pues al final era verdad que estaba allí! Nikolai se sosegó para controlar sus imperiosas ganas de agarrarla a la primera de cambio y salir pitando de ese pozo maloliente. Con la última advertencia de Nanashi resonando en su cabeza, se agachó y avanzó muy despacio al artefacto. Tragó saliva y se dispuso a alargar el brazo. No llegó ni a extenderlo un par de centímetros cuando…

¡Mierda putrefacta! Chilló de dolor y apartó con urgencia su mano, cubierta de innumerables tajos que escocían como mil agujas clavándosele. Siseó entre dientes, con los ojos anegados en lágrimas, y apretándose con la otra mano para detener los finos ríos de sangre que brotaban sin control.

Hija de perra… —se le escapó en un suspiro de rabia incontenible, refiriéndose a la endemoniada bruja que habitaba en la fortaleza.

Claro que iba a ver trampa. Por supuesto. Era una soberana estupidez no resguardarla si era tan importante para Maléfica. Se levantó entre muecas de suplicio y tanteó con la vista el diámetro de la barrera invisible usando como punto de referencia las primeras gotas de sangre que mancharon el suelo. Soltó un bufido: o metía el brazo entero en esa trituradora mágica, o no llegaría ni a rozar la Corona.

Sea como sea, si es muy peligroso debes ser tú quien decida cuánto está dispuesto a ofrecer.


Rezongó con ironía y le arreó una patada al primer montículo de tela carbonizada que tuvo a tiro. Ahora entendía esa sonrisilla que se le cruzó por la cara a Palamecia; sabía desde un principio dónde estaba la Corona, al igual que sabía lo que la protegía. Seguro que el muy capullo se estaría regodeando de tan solo imaginarse el calvario por el que estaría pasando.

Vale, eso ahora no importaba. Controlando su respiración para que el dolor de su mano no le disuadiese, se puso a tantear sus posibilidades. Meter el brazo ahí dentro era el equivalente a hacérselo trizas, opción que rechazó de inmediato; no iba a llegar muy lejos si pretendía salir del pozo sin magia y con solo un brazo sano.

¿Olvidarse de ella por el momento y decir que allí no estaba? Le hubiese encantado, pero el tiempo corría en contra de Aurora y el reino de Huberto, y engañar a Mateus… Ni de coña. Si encontraron la Corona fue por sus conocimientos de la Fortaleza, y no se le ocurría nada plausible que justificase que el brillo que se distinguía desde arriba no era un artefacto tan importante como para desplegar un conjuro protector. No era un mentiroso hábil, como para jugársela con una trola.

¿Y usar otra cosa para llegar hasta ella? Si al menos pudiese usar una mínima fracción de su magia sin riesgo a caer como un plomo, materializar su látigo hubiese sido la solución inmediata. Tenía el huso de la rueca, sí, pero era demasiado corto si no quería meter parte del brazo. Nikolai empezaba a desesperarse y a caminar de un lado a otro, sin más opción que…

«No, espera… ¡Los bordados!»

¡Eso es! Chasqueó los dedos con la forja de una ocurrencia que podía funcionar. Sin perder ni un segundo más, buscó por todos los desperdicios cualquier resquicio de tela sana para llevárselos. Si no era suficiente para lo que tenía en mente, se arrancaría las mangas y lo que hiciese falta de su chaqueta, aprovechando uno de los esquejes para vendarse la mano.

Lo siguiente era el huso: con la tela suficiente, se dispondría a anudarla en sus dos extremos y formar dos cuerdas improvisadas, de las que tiraría para emplear la pieza metálica a modo de rastrillo y empujar la corona sin necesidad de tocar ni un ápice de la barrera. Puestos a elegir, prefería sacrificar su ropa y helarse en ese agujero de mala muerte que uno de sus brazos.
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26. Umbrío
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