—Dejadme, Abel. Dejadme aquí —susurró Aleyn.
—Si tienes fuerzas para hablar, ¡cierra el pico!
—Salvaos vos. Debéis encontrar a mis compañeros, contarles… lo que hemos descubierto. Deben… deben saber de la existencia de… la Espada y el Escudo. Por favor. Los Príncipes os necesitarán.
Aquello fue lo único que hizo frenar a Abel. Aquel plural. El guerrero bajó la mirada a Aleyn, luchando consigo mismo. Miró hacia atrás y vio que las Espinas casi lo habían alcanzado. Reptaban sobre la sangre de Aleyn. Demasiada sangre. Un experto ojo como el suyo sabía identificar cuándo una causa estaba perdida. Rechinó los dientes, furioso.
—Joder.—Ayudó a Aleyn a ponerse en pie y retiró el brazo con cuidado—. Lo siento.
Volvió sobre sus pasos, usando su enorme espada para cortar las Espinas, y utilizó los restos de su capa para envolver la espada mágica con ella. Aun así, al cogerla, se escuchó un chisporroteo y su piel comenzó a quemarse. Abel no se quejó y levantó también el escudo, pero eso fue demasiado, así que se limitó a dárselo a Aleyn. Luego cogió a Ygraine y prometió:
—Mi hijo se encargará de él. Salvaré a la princesa.
Aleyn no hablaría más. Si Abel se negaba a su petición, no se resistiría. Lo que menos necesitaba el capitán eran trabas para huir de allí.
Sus pisadas se perdieron en medio del temblor que estaba sacudiendo la cámara. Aleyn, Escudo y Llave Espada en mano, renqueó como pudo hacia el Corazón tras beberse una poción que prácticamente no hizo ningún efecto. La herida era demasiado grave. Lo sabía por el frío que se extendía por su cuerpo, provocando que sus miembros respondieran con más y más torpeza. Hacía tanto frío que casi no sentía dolor.
Las Espinas reaccionaron de inmediato ante la Llave. Lo intentaron envolver pero, al rozar el Escudo, salieron disparadas hacia atrás, destruidas y reducidas a astillas y polvo. Sin embargo, el mago avanzaba hacia el núcleo de la Oscuridad en vez de alejarse. Y cada vez estaba más y más débil.
Intentó eliminar la Oscuridad. Liberar al Corazón. Notó cómo la luz reaccionaba a su arma. Una bocanada de calidez en medio de aquel infierno helado. Pero cada vez veía menos y no sabía si era porque su propia visión se ennegrecía o si la Oscuridad era más y más grande a cada momento que pasaba, cubriéndolo todo como una capa de polvo que no dejaría de crecer nunca.
Y hacía mucho, mucho frío.
Las Espinas envolvieron sus piernas y ascendieron rápidamente casi en un abrazo cariñoso, buscando su propio corazón. Se cerraron alrededor de su torso, su brazo y su cuello. El Escudo cayó al suelo. Y, entonces, atravesaron su pecho, provocándole un último estertor agónico. El cuerpo de Aleyn se desvaneció y su Corazón, de un rojo puro, ascendió hacia lo alto en un intento de huir.
Pero la Oscuridad lo envolvió y lo devoró. La Llave Espada, ahora frágil e inerte, hundida entre las Espinas, reflejó un último destello rojizo antes de que todo se sumiera en la más absoluta negrura.
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Saito y Celeste
Los aprendices no se coordinaron de ninguna forma. Mientras Saito dejaba a Nikolai en el castillo, Celeste huyó despavorida hacia el bosque. Pero luego decidió volver, para encontrarse a Saito realizando uno de sus más poderosos ataques contra las patas de Maléfica… y Flora no estaba por ningún sitio.
¿Por qué iba a estarlo?
Maléfica, con todo, ya estaba harta de tanta tontería. Cuando Celeste evadió el golpe de su cola y se quedó tras su cabeza, el dragón golpeó con su cráneo hacia atrás y se levantó sobre las patas traseras. El glider de la chica desapareció y cayó rozando su espalda mientras Maléfica disparaba un chorro de fuego sobre Saito, al que alcanzó de refilón. Tendría que quitarse la armadura para no acabar hervido dentro de su propia protección.
Entonces Maléfica lo atrapó dentro de una de sus garras y abrió las mandíbulas, dentro de las que todavía borboteaba fuego.
—¡¿Qué entendéis por «correr»!?
Dejando una estela de luz a su paso, Flora regresaba, volando lo más rápido que podía. El dragón, en vez de vomitar fuego, realizó un sonido grave como el toque de una campana. Se estaba riendo.
Pero luego devolvió su atención a los aprendices. Atrapó a Celeste con la cola, pues en la caída se habría quedado sin glider, y comenzó a apretar… Y a apretar…
Por su parte, lo último que vio Saito fue el fuego verde lloviendo sobre él.
Victoria
—Príncipe Felipe... —susurró Victoria al joven—. ¿Sabe cómo llegas a las Ciénagas?
—Sí, pero no tiene sentido ir. No podemos entrar sin los tesoros…
El príncipe se bebería la poción con agradecimiento. Melkor, entre tanto, contempló como Victoria lo ayudaba a subir a su glider.
—N-no nos sigas. —dijo la chica—. A partir de aquí nos separamos. Espero n-no volver a verte.
—Entonces no regreses a este reino, muchacha—respondió Melkor con una sonrisa burlona—. Nos veremos, príncipe.
Este abrió la boca y luego la cerró, confuso y cansado, sin saber qué decir. Cuando se alejaron, muy lentos por culpa de la cercanía de los árboles, Felipe le indicó que no tenía sentido ir a las Ciénagas por su guardiana ni le permitiría entrar ni tampoco podía hacer salir a su gente. De modo que pidió que se dirigiera hacia el sur, con la esperanza de encontrar a gente que hubiera escapado de su reino.
Tristan y Nikolai
Cuando Nikolai llegó a la habitación donde estaba Tristan, Nithael ya comenzaba a respirar con un poco más de normalidad, aunque seguía débil y no parecía que fuera a despertarse en breves. Primavera, que había decidido que prefería estar en el hombro de Nikolai, soltó una exclamación ahogada al ver sus alas. Voló, pequeña y ligera, alrededor del mismo y meneó la cabeza con lástima. Luego se acercó al antídoto que le ofrecería Tristan a Nanashi y lo tocó con la punta de su varita, de tal forma que se encogió para que Nanashi pudiera beberlo.
—¡Rápido, póntela en la mano! ¡Y que la señora Joana os ayude!—ordenó el hada. Cuando Nikolai ofreciera la mano abierta, Joana sostendría a Nanashi y ayudaría a Primavera a darle de beber el antídoto.
Desde fuera les llegó un terrible rugido y una luz verde se coló a través de las ventanas.
—¡Tenemos que irnos rápido!
Tuvieron que pasarse cada uno un brazo de Nithael por los hombros, porque seguían con el problema de no poder cargarlo en glider pues la magia de Nikolai seguía bloqueada. A menos que se tragara lo que quedaba de antídoto incompleto que habían hecho Primavera y Saito. Claro que volar por ahí cuando los pisotones de la dragona se iban acercando quizás no fuera la mejor idea del mundo. Luego tendrían que lidiar con el problema de las enormes alas de Nithael, que caían laxas a su espalda y no solo incrementaban el peso sino que dificultaban el movimiento. Tendrían que buscar alguna forma de recogérselas si querían moverse con un mínimo de agilidad.
Una vez en la calle se encontrarían con que la mitad de la ciudad ardía y escucharían cómo se acercaban los orcos, montados en sus huargos. Pero también otros pasos cargados de armaduras. Doblaron una calle Heike y unos cuantos soldados que frenaron en seco al verlos cargar al ángel. Tras un instante, la capitana gritó:
—¡Ayudadlos, rápido! ¡Moved el culo!
Los soldados se apresurarían a echarles una mano para cargar al ángel y se dirigirían hacia una de las puertas laterales. Allí aparecieron los Sincorazón. Por suerte, podrían enfrentarse a ellos para abrir paso a los soldados y escapar, rumbo al bosque.
El cuervo Diablo volaba sobre el campo de batalla, lleno de cuerpos de orcos que habían sufrido bajo la aparición del dragón. Olía mal, a quemado y a sangre, pero para él era como un manjar. Sin embargo, no estaba buscando comida bajo la luz mortecina de un amanecer que no traía buenas nuevas. El sol se asomaba casi con agotamiento por el horizonte y sus rayos apenas sí conseguían traspasar la capa de oscuridad que cubría el cielo.
Entonces Diablo encontró lo que estaba buscando. Bajó al suelo, picoteó y consiguió atrapar algo cristalino.
Una perla.
Satisfecho, remontó el vuelo y se perdió rumbo a la Montaña Prohibida.
Pasó un día y medio antes de que Ryota los encontrara.
Entre tanto, habían tenido mucho trabajo.
Felipe consiguió guiar a Victoria hasta donde, como había imaginado, la mayor parte de los ciudadanos habían escapado guiados por Heike. Allí se reunió con su atribulado padre, que hacía años que no ponía un pie fuera de su ciudad y era más una carga que otra cosa para sus hombres. La llegada del príncipe supuso un atisbo de alivio para un pueblo agotado, hambriento y que había contemplado durante una noche cómo las llamas de su reino iluminaban el oscuro cielo.
Nanashi y Nithael ya no parecía que fueran a morir. Las venas de oscuridad habían empezado a remitir de sus caras y manos y hasta podían espabilarse un poco para comer y beber agua, aunque estaban demasiado aturdidos para organizar nada. Joana se quedó junto a ellos, atendiéndolos en silencio, y tuvo una larga charla con el rey Huberto de cuyo contenido nadie excepto Felipe se enteró. En cualquier caso, como invitada o como rehén, Joana pareció recibir permiso para andar por el campamento siempre y cuando no se alejara mucho.
Con los cuidados de Primavera, ya más respuesta, Tristan dejó de sentir calambrazos en la mano. En cuanto a Nikolai, si no se había tomado el antídoto, aun así se libró del bloqueo de Maléfica gracias a Primavera, que le señaló que la magia de Maléfica podría haber llegado a ser eterna y que tenía suerte de que no hubiera llegado a maldecirlo como hizo con la princesa Aurora. Luego se echó a llorar y se marchó. El hada no estaba muy dispuesta a hablar con los aprendices.
No era difícil imaginar que debía a Saito y Celeste. A nadie le quedó muy claro si tardó un día entero en despetrificarlos porque de verdad estaba cansada o simplemente porque estaba tan enfadada con ellos que se negaba a quitarles el hechizo de encima. Al amanecer del primer día de huida aceptó hacerlo, solo cuando supo que Flora estaba fuera de peligro. Y cuando se despertaron y les devolvió su tamaño natural les apuntó con una varita y dijo:
—Tenéis suerte de que no os convierta en hierbas como castigo. Os lo mereceríais.
Primavera desaparecía cada poco dentro de un carromato, donde habían dejado a Flora. Los aprendices la vieron llegar al campamento poco después de la madrugada, con un aspecto terrible, quemada y a punto de perder la conciencia. En las manos traía las miniaturas petrificadas de ambos aprendices. Solo así había conseguido salvarlos de la muerte.
Puede que también influyera en el ánimo de Primavera que esa mañana también apareciera Abel, para regocijo de los supervivientes, Felipe y, en especial, Heike. Llegaba destrozado y apenas se sostenía sobre sus piernas, pero traía consigo a Fauna, cargándola bajo un brazo como si fuera una niña.
—Odín me protegió—confesó Fauna cuando le dieron un poco de agua y mientras Heike vendaba las heridas de Abel—. Si no fuera por mí, no se lo habrían llevado.
Y rompió a llorar, cubriéndose la cara con las delicadas manitas.
Abel, por su parte, dejó ante el príncipe Felipe una bonita y simple espada. Le había quemado las manos, a pesar de que la había envuelto en los restos de su capa.
—El caballero Aleyn se sacrificó intentando impedir uqe la oscuridad se extendiera. No lo consiguió. El hada Freyja tampoco. Mas… La princesa no ha muerto. No del todo. Si el hada lo ha conseguido, el tiempo de la princesa se ha detenido. Debe haber una oportunidad de impedir que muera. No sé cuál… Pero debe haberla.
Felipe cayó de rodillas, con la pierna ya reparada gracias a Primavera, y no dijo nada. No fue capaz.
Poco después escucharon los lejanos aullidos de los huargos y tuvieron que ponerse en marcha una vez más. Al final, tras varias horas de camino, se internaron lo suficiente en el bosque como para que Heike y Abel consideraran que estaban a salvo. Estaban repartiendo las raciones de comida cazada cuando llegó Ryota.
No dijo nada al contemplar aquel destrozo, pero al localizar a los aprendices preguntó:
—¿Dónde está Nanashi? ¿Qué ha sucedido? Saito, empieza tú—Escucharía sus explicaciones, uno por uno, mientras su semblante se iba ensombreciendo—. Imaginé que algo malo había pasado cuando no recibí noticias. Recoged vuestras cosas: nos marchamos.
Y fue hacia la tienda donde descansaba Nanashi.
Para entonces, Nanashi y Nithael estaban más o menos despiertos. Ryota habló brevemente con ambos y luego fue a entrevistarse con el rey. Fue entonces cuando Nanashi llamó a Nikolai.
Cansada y ojerosa, no se parecía a la digna mujer que él había conocido. Ni siquiera podía levantarse de la cama que le habían apañado. Aun así, quedaba algo de autoridad en sus ojos.
—Vuelve—dijo con voz ronca, adelantándose a cualquier cosa que Nikolai pudiera decir—. Saeko quería marcharse. Tú no estás seguro. Estamos en paz, no tienes que… pelearte como un babuino por ella. Os seguiréis viendo—Alzó un poco, muy poco, tanto que podría habérselo imaginado, las comisuras de los labios—. Vuelve si crees que es lo correcto.—Suspiró, agotada y cerró los ojos.
Aun así, escucharía lo que Nikolai tuviera que decir.
Entre tanto, escucharon la voz de Nithael desde su propia tienda. El ángel tampoco podía levantarse —aunque, por sus alas, tenía que descansar sentado y no recostado— pero ahora que estaba más despejado insistía en ver a los aprendices que habían estado con él en el castillo, en especial a Tristan.
—¿Estás bien?—preguntaría, preocupado y con voz ronca, al aprendiz que entrara en su tienda (podían entrar todos, con eso no había problema, aunque sería mejor de uno en uno—. ¿La Oscuridad no te ha hecho daño?
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Fecha límite: domingo 17 de julio.