Fátima—
¡Mademoiselle Bella!En un principio, no obtuvo respuesta. Detrás de Fátima, la gente estaba tan ocupada desmontando la decoración de la fiesta que nadie le prestó atención. Y, por supuesto, nadie vio cómo se escabullía y rodeaba la casa del inventor.
Sus pasos la llevaron a un establo. Estaba vacío por completo; ni siquiera había alfalfa por el suelo ni herramientas. Sin embargo, un poco más allá, sí que había un cobertizo del cual le llegaba una voz de mujer:
—
¿Os imagináis? ¡Me ha pedido que me case con él! ¡Yo, la mujer de ese palurdo estúpido!Al acercarse más, distinguió a una joven, más o menos de su edad, que agitaba enérgicamente una cesta de pienso que daba a las gallinas. ¿Bella? Aún no se había dado cuenta de la presencia de la otra chica. Era la única que había en el cobertizo, sin contar a los animales. ¿Les estaba... hablando a ellos?
Y no sólo eso. Ahora se ponía a cantarles. Si Fátima todavía dudaba de su identidad, las palabras de la muchacha le confirmaron que sí era Bella.
—
¡Madame Gastón, qué cosas tiene! ¡Madame Gastón, yo su mujer! Ni hablar, yo no, lo garantizo. ¡El mundo entero quiero conocer..!Dio un gracioso giro que asustó a las gallinas y descubrió por fin a la Maestra. Dejó de cantar, más sorprendida que avergonzada, y la miró con curiosidad. Estaría demasiado extrañada como para articular alguna pregunta, a lo que Fátima se apresuró a decir:
—
Creo que he visto a poca gente que merezca tanto restregarse los morros contra el barro.La hija de Maurice alzó las cejas y disimuló una risita.
—
Gastón es sin duda un hombre que no sabe aceptar un no por respuesta —admitió—
. Disculpa, pero ¿quién eres?—
Me llamo Fátima. Siento molestar, venía a ver a tu padre… Hace un tiempo nos ayudamos en el bosque y me preguntaba si estaba bien…Bella abrió mucho los ojos al reconocer su nombre.
—
¡Fátima, sí! ¡Encantada de conocerte, yo soy Bella! Mi padre me ha hablado mucho de ti. Tengo que darte las gracias por haberle salvado en el bosque ese día —dijo muy seria—
. Te debo muchísimo. Es lo único que me queda. —Recogió la cesta de pienso y, con pasitos cortos, salió del cobertizo antes de cerrar la verja tras de sí. Sonrió a Fátima con calidez y añadió:—
. Iba a dar un paseo por el descampado hasta que recogieran todo eso del patio, pero si Gastón se ha ido podemos entrar y tomar un té. Estaba a punto de prepararlo cuando ha pasado todo eso. ¿Qué me dices? ¿Te apetece? Papá no debería tardar en volver y seguro que se alegra mucho de verte. AlaricGastón se alejó a pasos agigantados hacia el pueblo. Dejó atrás con facilidad a los que iban tras él, entre ellos a Alaric, que apenas llegaron a ver cómo cruzaba el mercado y se internaba en una taberna, cerrando de un sonoro portazo que hizo crujir la madera.
Los hombres que iban delante sólo cruzaron una mirada de aprensión antes de seguirle.
Cuando Alaric entró, el local ya estaba lleno. Un fuerte olor a cerveza se había instalado en el aire y ya hacía reír y gritar tontamente a algún que otro hombre. Eran pocas las mujeres que ocupaban las mesas, más allá de las camareras que coqueteaban con los más borrachos. Le costó ubicar a Gastón, pues su butaca daba la espalda al animado ambiente y el hombre miraba con fijeza la chimenea. Cuando se le acercó un hombre pequeño —que quizás Alaric habría visto antes hablando con Fátima— para traerle una jarra, Gastón la rechazó de malas maneras. El hombrecito era el único que se atrevía a acercársele.
Al que sí que distinguió fue al hombre con el que había hablado antes. Él lo vio primero y le hizo señas para que se acercara. Sólo él ocupaba su mesa, cargada con dos jarras llenas de cerveza bien fría.
—
Te regalo una si accedes a cubrirme las espaldas durante la cacería esta noche —dijo con una sonrisa, empujando en su dirección la bebida—
. No nos hemos presentado, creo. Soy Jean. Jardinero y cazador cuando la situación lo requiere.Hizo una floritura con el brazo, señalándose. Esperó a que Alaric contestara mientras daba un sorbo a su cerveza.
—
No estamos acostumbrados a que lleguen viajeros. Por eso no esperes a que Gastón se levante a contarte cómo funcionan las cosas —explicó Jean—
. Nos reuniremos en cuanto se ponga el sol aquí, delante de la taberna. Cada uno se trae sus propias armas y objetos, y nos limitaremos a seguir a Gastón y escuchar sus órdenes. Que no te engañe lo que ha pasado con Bella —añadió bajando la voz—
, Gastón es el mejor cazador del pueblo por una razón, y puedes confiarle tu seguridad. Es decir, ¡mira a tu alrededor!Las paredes de la taberna estaban llenas de «trofeos» de caza. Cabezas de ciervo, de lobo y de jabalí disecadas adornaban la estancia y, por lo visto, todo era obra de Gastón.
—
En cuanto al pago... Lo habitual son bebidas gratis y el reconociemiento del pueblo, qué quieres que te diga. Hace años éramos un reino muy importante y blablabla, pero aquí nos tienes hoy. Depende de adónde te dirijas, un par de monedas no te van a servir de mucho. Pero eso ya deberías discutirlo con Gastón. No está de muy buen humor, pero es un hombre... razonable. Más o menos.Jean dio otro trago más largo y recostó la espalda en la silla. Miraba a Alaric con curiosidad, pero sus intenciones eran buenas y parecía que de verdad quería ayudar. Seguro que, si tenía más preguntas, se las contestaría sin problema.
—
Y aún así, hay algo que me trae de cabeza —musitó, más para sí mismo que para Alaric—
. Quizás tú podrías... Eh, ¡mira eso!Al otro lado de la ventana, siguiendo la dirección que Jean señalaba, un hombre mayor de aspecto confundido moraba por la calle. Se abrigaba con una tela descosida y agujereada cual mendigo.
Una chica joven, vestida con una capa roja y el pelo rubio trenzado, hablaba con él. La escena, tan normal en apariencia, era lo que a Jean le sorprendía tanto.
—
Y yo que pensaba que nadie se acercaba ya a ese viejo chiflado. —Echó un vistazo rápido a Alaric y se retractó:—
. El inventor del pueblo. Es el padre de Bella, la chica que se iba... que se va a casar con Gastón. Es un poco especial, y nadie excepto su hija trata con él a estas alturas. —Se quedó mirando pensativo a la muchacha alejarse—
. Me pregunto en qué andará metido.Saeko y NikolaiSu «perrita faldera» les acompañó durante el breve viaje hasta la posada, en silencio y, como bien habían deducido, sin hacer ademán de acercarse más de la cuenta. Pero desapareció cuando llegaron a la puerta, mientras ninguno de los dos miraba.
Le faucon blanc era un local grande pero considerablemente vacío. Tan sólo había una mesa llena en toda la sala, ocupada por dos personas: un hombre delgado, de tez oscura y moreno, y una mujer menudita con rizos rubios. Junto a ellos y de pie, conversando con un segundo hombre, otra mujer apoyaba los brazos sobre la mesa. Las conversaciones, puro cuchicheo nervioso, cesaron de golpe cuando Nikolai y Saeko entraron. Los que estaban sentados miraron como conejitos asustados a los otros dos. El hombre, alto y rubio, se guardó una bolsa en el cinto y salió a paso ligero de la posada sin mediar palabra.
La mujer morena, por su parte, dibujó una sonrisa y se acercó a recibirles:
—
Bienvenidos a Le faucon blanc. ¿Qué deseáis?La chica les tomó nota con naturalidad, ignorando por completo a los demás. Ellos pudieron sentarse dónde quisieron, más o menos cerca de la otra pareja, que no volvieron a cruzar una palabra en ningún caso.
Cuando Nikolai preguntó por Loretta, la chica que les había atendido se acercó y se presentó como tal. Notarían que Loretta era la única camarera de toda la posada y, a menos que fuera pluriempleada, también todo el servicio.
—
Tú dirás —dijo cruzándose de brazos.
—
Verá, mi acompañante y yo estamos de viaje e íbamos a pasar un par de días en el pueblo. El caso es que, como decirlo… Hemos estado escuchando rumores un poco raros sobre una… bestia que ronda por los alrededores.Loretta entrecerró los ojos. La amabilidad en ellos cedió el paso a la desconfianza y al ¿enfado? No parecía muy impresionada cuando respondió:
—
No me digas.—
El panadero de un par de calles más abajo nos ha dicho que no nos preocupemos —prosiguió Nikolai—
, que fue cosa de un lugareño que les pegó un buen susto a todos. Nos dijo que le preguntásemos para salir de dudas y, bueno…
»El lugar tiene pinta de ser muy tranquilo, y sería una lástima que se arruinase por culpa de rumores.—
Así que el panadero... —Una fina arruga apareció entre las cejas de la chica y, por un momento, su semblante perdió toda la dureza. Parecía cansada, muy cansada—
. Veo que no tiene nada mejor que hacer, no —murmuró entre dientes—
. Oiréis muchos rumores mientras estéis en esta aldea, viajeros. Es un lugar tranquilo, y cuando ocurre algo la gente se obsesiona durante semanas. El panadero no os ha mentido: la «bestia» es una invención. Yo no tengo mucho más que añadir.Sonrió sin humor en dirección a Nikolai.
—
En cuanto a la posada, poco podemos hacer por ella, ¿no crees?Iba a retirarse tras el mostrador cuando Saeko le llamó la atención, con tono ofendido:
—
El panadero mencionó a ese lugareño: Enéas. Me niego a que sus delirios me quiten el sueño por las noches. Cuánto me gustaría saber dónde se encuentra.La expresión de Loretta se volvió helada.
—
Mi hermano está en el manicomio. No te preocupes, sus delirios te dejarán dormir tranquila. Abrió la boca para decir algo más —puede que para echarles; su mirada hablaba por sí sola— cuando la puerta se abrió una segunda vez. La chica de las trenzas rubias entró con garbo y desvió la atención de Loretta sobre ellos como si de un imán se tratara. La camarera, perpleja, dio unos pasos hacia ella.
—
¡Marcelline! Se suponía que tenías que venir hace una hora —dijo con un ligero tono de reproche. Las manos de Loretta temblaron cuando las alzó para rodear a la tal Marcelline, pero ella se escurrió de su abrazo como una serpiente—
. Ya íbamos a terminar con...Se giró para señalar a la pareja de desconocidos, pero su mirada se posó en Saeko y Nikolai y dejó la frase en el aire. Volvió a fruncir el ceño, sacudió la cabeza y se dirigió al mostrador.
Loretta parecía haberse olvidado de ellos, al menos por el momento, y regresó a su trabajo sin más dilación. Quizás con una disculpa sincera podían llegar a sonsacarle algo más, aunque su versión no variaba demasiado de la del panadero. Podían probar suerte también con la otra pareja, o quizás salir de la posada e ir a otra parte. Después de todo tenían una nueva pista: el manicomio. O puede que interrogar a Marcelline también diera sus frutos.
La chica había guardado silencio y se había encaminado hacia una tercera mesa, no muy lejos de la de ellos. Se sentó dándoles la espalda y esperó a que Loretta se acercara a tomarle nota. Se giró en una sola ocasión para mirar a Saeko, sólo a Saeko, sin el menor atisbo del nerviosismo con el que les había seguido antes. Cuando hizo contacto visual con ella, sonrió y le guiñó un ojo, como si fueran viejas amigas que compartieran un secreto, a pesar de que era, con toda seguridad, la primera vez que la Caballero la veía.
SaitoEl cura del confesionario pegó un brinco cuando Saito entró y se sentó delante de él, pero se repuso a toda velocidad. Les separaba una pequeña reja, a través de la cual podían verse el uno al otro. El cura era un hombre joven, rondaría los treinta años como mucho. Tenía el cabello muy corto y oscuro y el rostro aniñado, cuyos rasgos seguían marcados por la sorpresa.
Sin darle tiempo a preguntar, Saito se puso manos a la obra:
—
Padre, he pecado y no quiero seguir mi viaje sin expiar mis pecados, no con las atrocidades que cuentan de los caminos en estos días. Estoy muy arrepentido...—
C-c-claro, sí —balbució él con evidente inexperiencia. Incómodo a más no poder, empezó a juguetear con la cruz que le colgaba del cuello—
. Lo que tú digas. Q-quiero decir... El Señor te escucha.Y él también. A medida que Saito hablaba, la cara del cura novato cambió por completo de la incomodidad a una mezcla de asombro, sorpresa y, por último, a una pizca de compasión. Al finalizar, le dejó unos segundos en silencio para que se serenara.
—
Si... te interesa mi opinión... —dijo con cuidado—
. Quizás deberías darle un poco de espacio a esa persona. A ella y a ti mismo. A veces la distancia y el tiempo son lo mejor para sanar las heridas. El camino de Dios te encontrará si estás de verdad arrepentido. Es lo único que necesitas. Debes dejarla marchar y permitiros a los dos ser felices.
»C-c-claro que, ésa es sólo mi opinión... —
Siento una conexión muy fuerte en esta iglesia, más que en otras. ¿Cree que habría algún sitio en el que mi alma se sintiera más descansada para realizar la penitencia? Un sitio donde pudiera expiar mis pecados en paz.El cura meditó un momento.
—
Bueno, n-no realmente. Si quieres esperar a que la misa empiece... No debería faltar mucho, ahora que lo pienso... T-también está la estatua de la antigua reina Marianne, hay quién dice que todavía protege nuestras almas desde el más allá —murmuró con adoración.
Un fuerte carraspeo interrumpió al cura. Provenía del otro lado de la puerta de Saito, junto con unos toquecitos impacientes. Blanche abrió la puerta sin esperar respuesta, y se inclinó sobre el chico con una gran sonrisa falsa que prometía dolor y sufrimiento. El pobre párroco se asustó tanto que no fue capaz de farfullar una sola palabra más.
—
¿Tienes la menor idea de lo que te haría la capitana Christia en mi lugar? —inquirió con dulzura. Se hizo a un lado para que saliera—
. Andando, vamos.Si hacía ademán de resistirse, Blanche tiraría de él sin el menor problema. Era endemoniadamente fuerte.
La iglesia había empezado a llenarse mientras Saito conversaba con el cura y la gente tomaba asiento. Blanche lo alejó de la multitud tras cercionarse de que Christia no andaba cerca y lo condujo a un rincón.
—
¿«Siento una conexión muy fuerte en esta iglesia»? Venga, y un cuerno. ¿Sabes? Intento convencer a Christia de que está haciendo bien su trabajo y necesita relajarse un poco y llegas tú con ésas. Si ahora empiezas a hacer cosas raras, me voy a ver en un buen aprieto.Se cruzó de brazos.
—
Está claro que buscas algo. Quizás podemos llegar a un acuerdo, pero necesito saber quién eres y qué quieres. Y más te vale no mentirme o sabrás lo que es bueno. Fecha límite: 7 de enero
En el próximo par de rondas las cosas podrían empezar a ponerse complicadas. Todo depende de vosotros y de vuestras acciones, pero ¡procurad tener las fichas actualizadas para entonces!