Guiado por la tacita de porcelana viviente, y con Jean al hombro, Alaric descendió hacia el ala oeste lo más rápido que pudieron. Llegó un momento en que el camino fue tan estrecho que casi tuvo que esforzarse por caber entre las paredes, menudo agobio. Y encima toda la tensión del momento se esfumó cuando empezaron a escuchar música propia de un festejo.
—Es el gran festín —explicó Chip, con aire preocupado—. A Lumière le gusta que todo sea a lo grande... incluso la comida para una persona.
—Justo lo que nos faltaba —gruñó el grandote.
Por suerte la música cesó para cuando el grupo de fugitivos llegó al salón. Allí les esperaba Maurice, ileso y más feliz que una perdiz rodeado de los objetos vivientes del castillo y de un montón de comida. De no estar huyendo de una bestia peligrosa, a Alaric no le habría importado hincarle el diente a varias cosas.
—¡Jean! ¿Qué le ha pasado? ¿Estás bien?
—Tenemos que irnos. Ya.
—Sacrebleau! ¿Es eso sangre? ¿Dónde está Din-Don?
—¡Chip! ¿Esto es cosa del amo?
—Había encerrado a Alaric y a su amigo en el piso de arriba —contó la tacita a su madre—. No podía dejarles ahí, ¡no han hecho nada malo!
—Disculpad lo ocurrido, no esperábamos que...Por favor, no se lo tengan en cuenta al amo. —Alaric puso los ojos en blanco. Resultaba difícil no tener en cuenta que te encerraran en una mazmorra—Será mejor que se marchen, les ayudaremos a escapar...
—¿A escapar?
Oh, no. Demasiado tarde. Alaric reconoció esa voz, y la silueta tras él todavía más.
—El único sitio al que escaparéis ¡SERÁN MIS MAZMORRAS!
El aprendiz retrocedió con cuidado, intentando decidir qué hacer en pocos segundos. ¿Luchar? Sería lo lógico, no podía permitir que les apresaran así como así, pero cargando con Jean y teniendo que proteger a Maurice lo tenía todo en su contra. Además, esa bestia era increíblemente fuerte...
—¡Papá!
Ese grito de mujer les alertó a todos. Un nuevo grupo de personas habían entrado en el salón, y la mayoría eran caras conocidas: la maestra Fátima, Nikolai, Saito, y una joven que debía ser la hija de Maurice.
—Fuera. Ahora son mis prisioneros —amenazó.
—¿Prisioneros? ¡Nosotros sólo queríamos...!
—¡SILENCIO! ¡NO TENÍAIS NINGÚN DERECHO A ENTRAR AQUÍ!
Bueno, razón no le faltaban. Habían entrado sin permiso alguno cual intrusos, pero los objetos vivientes les habían invitado a quedarse... Pero si él era el amo del castillo, él mandaba.
Poco pudo hacer Alaric para evitar que el monstruo agarrase al inventor de la capa. Intentó intervenir, pero un nuevo grito de Bella le hizo parar.
—¡Espera! —La joven avanzó hacia el grupo de Alaric, con decisión—. A... Adam, ¿verdad? Suéltalo, por favor, él no te ha hecho nada. ¿Prisioneros, eso es lo que quieres? ¡Vale! Pues... cámbiame a mí por ellos. Pero déjales marchar, te lo ruego.
La oferta no solo sorprendió al amo del castillo, también a todos los presentes. Resultaba... demasiado valiente. O estúpido. Pero había determinación en las palabras de la joven, según notó Alaric.
—¿Tú...? ¿Harías eso por ellos?
—¡Bella, no! ¡No sabes lo que haces!
—¡Tienes mi palabra! Tan sólo... Déjales marchar. —Se dio la vuelta para decirle algo a los otros tres portadores, antes de volver a dirigirse a la bestia—. Así.. Así estaremos en paz. Por salvar a mi padre en aquella ocasión, por salvarme a mí hoy, por proteger la aldea. Dejadme hacer esto.
—El viejo tiene razón. No sabes lo que haces. Serías mi prisionera. Para siempre. No saldrías de este castillo jamás, ni... volverías a ver a tu familia o tus amigos.
—¿Puedo despedirme de ellos?
Despacio, Alaric pudo reunirse con su maestra (la cual ya había protestado ante la idea de Bella) y el resto de portadores. El aprendiz se ajustó a Jean al hombro, incómodo por todo lo que estaba pasando. De alguna forma, se sentía culpable, pero no veía una forma fácil de solucionarlo... que no pasara por la violencia.
—Por favor, coged a mi padre y marchaos. Proteged la aldea de las brujas. Yo... me escaparé en cuanto pueda —pidió entre susurros. Después, se dirigió a Fátima—. N-nos... Nos veremos en... Tierra de Partida. Pronto. Lo prometo, pero tenéis que confiar en mí.
¿Tierra de Partida? ¿Acaso le habían contado la verdad...? Para que luego durante las clases le estuvieran sermoneando (por novato) que era importante mantener el secreto de los diferentes mundos.
—Gracias por haberle protegido hasta ahora. ¿Podrías hacerlo una vez más?
Aquello último fue directamente hacia Alaric. Éste carraspeó, sin saber qué decir, pero por suerte o por desgracia Fátima intervino, cuestionando de forma muy efusiva la decisión de Bella. Con bastante furia y de forma brusca, la maestra invocó su llave espada y la puso en la mano de la otra joven (o al menos lo intentó).
—¡Fátima! —protestó Alaric, sorprendido por tal acto.
Podía comprender que la maestra no estuviera de acuerdo con la decisión de Bella, pero de ahí a obligarla a aceptar la llave espada... Le pareció excederse. Igualmente, las dos discutieron, y Fátima acabó ordenando de forma tajante a los demás que se marchasen, en especial a su aprendiz.
Alaric no discutió la orden. Ya la había liado demasiado durante la misión, así que era el momento de obedecer. Aun así, le resultaba muy incómoda la situación: ¿no estaba pasándose de la raya su maestra? La bestia no era un sincorazón, ni había ninguno durante el castillo. Usar sus poderes contra él... ¿No alteraba eso el curso natural del mundo? No estaba seguro, al fin y al cabo él era un novato en esto de viajar entre mundos. Pero algo no terminaba de gustarle.
Solo o acompañado (pero con Jean al hombro), Alaric se marcharía. Si la Bestia por un casual había soltado a Maurice procuraría llevárselo, pero no se metería en ninguna pelea y dejaría que Fátima se encargase. Una vez fuera, esperaría en la entrada del castillo (pero ya fuera de él) a que los demás salieran... Pasase lo que pasase.