O la ominosa presencia de ella y verla como todo aquello no hacía más que deleitarla.
—¡Aquí está...!
Xihn sostenía entre sus manos con aire triunfal aquella ofensa, esa maldita “cosa” que fue la causante de todo, que le quito de las manos a Cenicienta en un gesto codicioso. Hambriento, más bien. Entonces, la Llave tomó forma.
En otra situación la furia la hubiese consumido y desatado su lado más salvaje tras contemplar cómo ese monstruo ignoraba a la Princesa, a la que acababa de utilizar para que su “juguete” del demonio cobrase vida. Y ahora, ella se retorcía de sumo dolor en su propia sangre y sus súplicas quedaban desoídas. Una imagen tan dantesca que daban ganas de echarse a llorar.
Pero ya ni siquiera tenía ganas de enfadarse. Ni de moverse del sitio, muerta de miedo porque habría acabado empalada de no ser por Ryota. Sí, tan solo podía tiritar de puro miedo, como una chiquilla.
Si aquello era una pesadilla, que por favor, se acabase ya.
Pero justo en el momento que vio a Xihn apuntar con la Llave al corazón del mundo, que todo se acabó, un potente haz de luz atravesó la catedral y chamuscó la oscuridad de la cerradura como quien quemaba rastrojos. Esta acabó fundiéndose con la luz y borrándose del rosetón sin dejar rastro de que estuvo ahí desde siempre, oculta.
El aire se le quedó encerrado en el pecho, que le dolía de la conmoción. Habían conseguido llegar a tiempo
—Quedaos este mundo. Ya está sucio. Para curarlo, tendréis que traer a las Princesas. Y esta pequeña está sedienta. Claro que… la Luz de un mundo será su mejor alimento. Uno… a uno.
La voz de ese demonio con cuerpo de mujer incluso se le antojó sorda. Lo único que su mente lograba comprender es que ya tenía lo que quería. Ya no necesitaba estar allí. Y tal y como vino, se esfumó.
En cuanto el Portal de oscuridad que cruzó desapareció, fue como si esa aura enfermiza que cargaba el ambiente se largase junto a ella. Notaba que ya no le costaba tanto respirar, que los músculos de su cuerpo perdían la rigidez, y apenas ya era dueña de su funcionamiento. Apenas.
Alanna abrió por fin la garganta y tomó una tremenda bocanada de aire antes de que las piernas le venciesen y cayese de rodillas al suelo, llevándose la mano al estómago y cerrando unos ojos vidriosos que le escocían de tanto contener las lágrimas. Escuchaba a Ryota hablar por encima, pero en ningún momento le atendía. Solo quería que todo acabase y que la pesadilla acabase.
Quería despertar y no volver a encontrarse nada de aquello nunca más.
—Y eso sería todo. Yami ahora mismo está con el rey mientras los demás nos encargados de los civiles.
—Ya veo.
Alanna llevaría cerca de media hora con la oreja pegada al cacharro para hablar, apartada en un rincón de la catedral. Si le hubiesen llegado a decir que amaría y valoraría la utilidad del dichoso aparato tanto como en ese momento, los habría tachado a todos de locos. Incluso ya se estaba sintiendo culpable de que nada más se enteró de que los aparatos volvían a funcionar, al primero que llamase fuese a Nikolai en vez de a Malik o a otro de sus compañeros para dejarles más tranquilos.
Ya podía dar gracias de que le ahorró bastante al acudir él mismo al Castillo de los Sueños. Ya podía dar gracias a que tenía una persona así a su lado.
—¿Entonces están todos bien? No sabes lo que me alivia saberlo. —Curvó los labios en una sonrisa agridulce, que poco tardó en desfigurársele—. Pero, dioses… El Hada…
Enterarse de lo que le pasó la acabó haciendo polvo por dentro. Nikolai guardaba silencio al otro lado, a sabiendas de la reacción que tuvo ella antes cuando se lo contó. La pobre mujer ya estaba sufriendo bastante por lo de Cenicienta.
«No es justo.»
—Oye, Alanna… —La voz de Nikolai volvió a sonar con un timbre preocupado—. ¿De verdad que estás bien?
—¡C-claro que lo estoy! Bueno, no te puedo decir exactamente “bien”, pero… —Se mordió el labio inferior—. Es soportable.
Mentira podrida. Todavía seguiría siendo un amasijo de emociones inestables y a punto de quebrarse si no estuviese escuchando la voz de su novio por el aparatito. Era lo único que la estaba manteniendo dentro de sus cabales. Encima de que tampoco ayudase que no le estuviese contando todo a Nikolai. Porque lo de Xihn se lo estaba callando para no terminar de rematarlo con la de desasosiego que le había causado ya.
—¡Bueno! Creo que ambos deberíamos ponernos manos a la obra. ¿No te parece?
—Pero…
—¡Y no te preocupes! Estoy bien. En serio. —Esperaba haber sonado convincente—. ¿Nos vemos luego en Tierra de Partida?
Hubo unos escasos segundos de silencio hasta que oyó un escueto suspiro salir del aparato.
—Claro. Nos vemos allí.
»Te quiero.
La sonrisa de antes regresó a su rostro.
—Yo también te quiero.
Tras colgar el cacharro, se quedó mirándolo un rato largo. Cerró los ojos y se pasó la mano por el pelo. Poder hablar desde tanta distancia era una maravilla, pero se le hacía demasiado frío. Prefería mil veces hablar con alguien cara a cara, como se había hecho toda la vida.
«Pues habrá que dar señales de vida, supongo.»
Se despegó de la pared de un bote y fue volviendo sobre sus pasos al ala principal, donde supuso que encontraría a los demás. Lo cierto es que se sentía bastante descolocada por ser una inclusión de última hora en el grupo, pero tampoco quería usar más de la cuenta esa excusa para desaparecer y no volver hasta que se les reclamase en Tierra de Partida.
Por lo menos fue ella la primera persona con la que se cruzó por el camino. Ya un poco más tranquila consigo misma, acortó la distancia entre Celeste y ella, pasando a ser la Alanna vivaracha a la que todos estaban acostumbrados a esas alturas.
—Al fin te encuentro ¿Qué tal estás?
—Oh, eh —le contestó con un gesto—. Casi no... Al final has acabado viniendo a París. Bonito, ¿verdad? Muy acogedor.
Alguien todavía estaba en proceso de asimilación, al parecer.
—Supongo que habrá tenido tiempos mejores. Pero sí que es cierto que es bonita. Por lo menos la catedral, aunque nunca había estado en una tan grande. —Se rascó la mejilla con el dedo índice—. ¿Te importaría que diésemos una vuelta para que la viese del todo?
Celeste aceptó de buen agrado y la acompaño durante su pequeña exploración por esa a la que llamaban Notre Dame. Durante el camino le estuvo poniendo al corriente de que en Castillo de los Sueños estaba todo más o menos controlado. No había necesidad de contarle los detalles escabrosos, pues no quería estropearle su pequeño momento de victoria. El de todos, pero sobre todo el de ella. ¿A quién no le hacía ilusión salvar su mundo del desastre?
Entonces la chica buscó a dos personas que le sonaba haber visto de refilón durante la pelea con el gigante de tinta. El primero debía de ser gitano por su tono de piel. El segundo era tan blanco como ella, pero… Cielos, con los nervios de la contienda ni se dio cuenta.
De pronto recordó todas las veces que se llamaba a sí misma “bicho raro” en el pasado sin llegar a pensar que no sería la única acomplejada con su aspecto y le entraron ganas de darse de bofetadas. Por hipócrita y estúpida.
—Alanna, ellos son Quasimodo y Zaccharie. Nos llevan ayudando desde... hace mucho tiempo, pero hoy han estado geniales. —Ya era demasiado tarde cuando Celeste tironeó de su manga y la plantó delante de aquellos dos—. Muchísimas gracias. A los dos. De no haber sido por vosotros, seguro que todavía estaríamos lidiando con ese gigante horrible.
—Yo, eh…
Se quedó en blanco, balbuceando como una boba. ¿Qué decía? ¿Qué hacía?
«¿Ser tú misma?»
Ser ella misma…
¿Por qué no? Al cuerno con los prejuicios y las tonterías. No iba a volver a ser la niña acomplejada de antes. Envalentonada, dio un paso adelante y le extendió su mano desnuda —era increíble que no hubiese pensado en ningún momento en enguantárselas desde la pelea en los aposentos de Cenicienta— al tal Quasimodo primero. Unas manos escamosas no deberían de sorprenderles a estas alturas.
—¡Es un placer! Yo también os quiero dar las gracias por habernos ayudado tanto.
Escuchó por encima a Celeste mencionar lo de las vidrieras y se mordió el labio inferior. No se le pasó por alto en su paseo que muchos de los ventanales quedaron vacíos. Una vez Celeste terminó de hablar con los dos, le susurró por lo bajo a Celeste:
—Creo conocer a alguien que podría facilitarnos los cristales. Si no te importa que estuviesen hechos con magia…
El cristal podía hacerse con el elemento Tierra, ¿no? ¡Y qué demonios! Edward hacía maravillas de esculturas como para no poder crear unos cuantos cristales tintados.
A los siguientes que se acercaron fueron a una joven gitana bastante guapa y a un hombre con pinta de haber roto corazones en el pasado. Celeste se los presentó como Febo y… Vaya. Así que esa chica era la famosa Esmeralda. Daba gracias a que Andrei no le hubiese tocado ni un pelo al final.
—Yo soy Alanna. Encantada —se presentó inclinando la cabeza. Luego, posó sus ojos en Esmeralda—. Celeste me ha hablado un poco de ti. Dice que se te da bastante bien la danza. ¿Crees que… —que vergüenza le daba pedirlo en voz alta— podrías enseñarme un par de pasos cuando las cosas se calmen en la ciudad?
—Yo... Bueno, no creo que Andrei se atreva a acercarse en una buena temporada. En unas horas ha perdido a todos sus rehenes.
Alanna guardó silencio y entrecerró los ojos. Andrei se les había escapado por muy poquito, como el dichoso Karel. Le dolía en el orgullo que esos dos elementos siguiesen campando a sus anchas para mofarse de ellos y hacer de las suyas en otros mundos. Pero quitando la Llave espada de Xihn, al menos salieron perdiendo en parte. Se iba a tener que preparar para la próxima vez que se los encontrase.
Vuelta a enterrar la cara en los libros de hechicería y a los experimentos. Esperaba no quemar más cosas esta vez.
—Es... Espero que le hicierais pasar un mal rato. P-porque será lo último... que verá de París... el resto de su a-asquerosa vida.
«Oh, cielos.»
Tenía que habérselo imaginado; Celeste todavía seguía demasiado sensible tras lo ocurrido. Ver cómo esa faceta orgullosa que tanto la identificaba se derrumbaba en un llanto le inflamó el pecho. Con toda la buena intención del mundo, la arropó en un cálido abrazo y la dejó soltar todo lo que se habría estado guardando para sus adentros. Conociéndola, seguro que querría disculparse por tanta sensiblería.
Pero se limitaría a sonreír y decirle a su amiga que no pasaba nada.
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