Antes de comenzar nuestra misión, los Maestros tuvieron la gentileza, como siempre, de responder nuestras preguntas y tranquilizarnos un poco.
—
Primero... ¿qué nos recomiendan hacer si nos topamos con Karel? ¿Intentar mantener la charada o escapar apenas podamos?—
Arrancarle de sus pútridas zarpas ese dichoso cuaderno —La chica pelirroja intervino en lugar de los Maestros para responder a mi pregunta, exudando rencor por todos los poros de su cuerpo pese a que intentaba contenerse. ¿Cuaderno? ¿Acaso los poderes de Karel también estaban prendidos de un objeto, como lo eran los del Hada Madrina con su varita?—.
Karel es un cobarde. No hará más que usar su cuaderno encantado para invocar a sus criaturas de tinta y que luchen por él. Ya me gustaría verle la cara si le quitásemos la fuente de su magia a ese grandísimo…—
¿Qué? —pregunté sin darme cuenta, alentando a la joven a continuar. No lo hizo. En lugar de ello, se disculpó con nosotros por haberse dejado llevar. Iwashi aprovechó la oportunidad para, entonces sí, darnos indicaciones sobre lo que debíamos hacer si llegábamos a toparnos con Karel.
—
Básicamente es eso —Oh.
>>Mi consejo es que mantengáis las apariencias todo lo posible —continuó la Maestra, una vez hubo explicado de forma fugaz la manera de luchar de nuestro oponente, a lo cual escuché de forma atenta y determinada—.
Si este mundo sigue en pie, es porque a Xihn le interesa, sea por la razón que sea. No arriesgarán sus planes así como así.Asentí con la cabeza. Para mí, aquello último tenía sentido. Sólo esperaba que todo se redujera a eso, a mantener nuestra distancia. De lo contrario...
—
Para escapar utilizaremos portales —señaló la otra Maestra, Yami. La idea de volver a meterme a un opresivo pasillo de oscuridad me hizo estremecer... ¿de verdad teníamos que escabullirnos por uno de aquellos?
—
Supongo que si voy con vosotros podría abrir un Portal y transportarnos a este mismo lugar —sugirió Ragun, recordándome sin darse cuenta que ya había pasado un largo rato desde que había conseguido su título de Maestro.
Bueno, si no había más opción, ése sería nuestro plan de salida... Tendríamos que mantenernos cerca de Yami o de Ragun en todo momento.
—
Y señora, um, ¿lady, madame Hada? —volví a pedir la palabra, acercándome en esta ocasión a la hechicera anciana con la cabeza gacha y un semblante afable—.
No es mi intención ofender, pero... ¿De verdad no podéis- puede hacer magia sin su varita? Antes de pronunciar su respuesta, me dedicó una sonrisa benévola y afectuosa:
—
Con señora basta, cielo. Y no, las hadas dependemos mucho de nuestras varitas para lanzar hechizos, aunque es cierto que las más poderosas son capaces de usar ciertos tipos de magia sin ellas. De la misma manera, alguien que no sea una de nosotras no podría hacer nada con una. Mentiría si dijera que su pieza de información no me resultaba de lo más interesante. Lo cual significaba que ni Karel ni Xihn podían hacer mucho con su varita, ¿verdad? No podían utilizarla para nada más sino como un trofeo de victoria. Tal vez podíamos alegrarnos por ello. Sólo un poco, puesto que de todas formas no estábamos tratando con humanos normales: no necesitaban de un trozo de madera para hacer magia, de cualquier manera.
También, significaba, que si lográbamos obtener la vara, volverían los poderes del Hada Madrina.
—
¿Y cómo es que las otras hadas le han dado la espalda? ¡Qué injusto! —exclamé con algo
de resentimiento—.
Yo ayudaría a uno de los míos sin dudarlo si se hallara en un aprieto como éste. Noté cómo Ragun hacía un gesto de fastidio. Antes que enfadarme por aquella provocación, más que todo me dio curiosidad. ¿Por qué? ¿Después de todos estos años, seguía molestándose con mi existencia? Traté de ignorarle y clavé mi mirada en la del Hada Madrina, aunque no pude evitar que mis ojos de vez en cuando voltearan hacia donde estaba el otro Maestro. Qué incómodo...
—
En realidad no es tan injusto —musitó la hechicera, algo apenada—
. Es más bien... como el juramento que hacéis vosotros, los Caballeros, a cambio de vuestro poder. Creo que es algo parecido. Al convertirme en la madrina de Cenicienta, juré cuidar de ella y protegerla de todo mal durante toda su vida. Cuando se convirtió en princesa, me temo que di por cumplida mi misión y descuidé mis obligaciones. Si hubiera estado más atenta, quizás esto no habría pasado.De pronto, me di cuenta de por qué Ragun había hecho aquella mueca. Como el juramento de los Caballeros de la Llave-Espada, ¿no? Como el que yo había roto...
Menudo hipócrita estaba hecho...
—
Toma, Caballero—
No soy un-- El Hada no me dejó terminar. Acercó su mano a la mía y dejó una pequeña piedra preciosa entre mis dedos. La sujeté con fuerza para asegurarme que no se cayera, notando incluso por debajo de mi guante que emanaba un ligero calor, como algo orgánico. La usaríamos, dijo ella, para invocarla si llegáramos a quitarle la varita a Karel.
Después de transformarnos, y de unas cuantas preguntas más, emprendimos la marcha.
* * * —
Como una flor marchita... —
Así luce un mundo que está a punto de morir...Las cosas parecían fuera de lugar. El cielo estaba más oscuro que nunca, con menos de una decena de estrellas iluminándolo. Lo único que brillaba con vida era el palacio real, que se acercaba más y más a nosotros conforme cruzábamos el pueblo. Sincorazón aparecían por aquí y por allá, haciendo del mundo su nuevo hogar. Tuvimos que luchar en más de una ocasión antes de llegar a nuestro destino; para nuestra fortuna, las bestias con las que nos encontrábamos no eran tan robustas.
A todos nos envolvía una atmósfera deprimente. Nosotros, Jessamine y yo, nos sentíamos como si hubiéramos perdido algo muy importante para ambos. Como si estuviésemos en duelo, llorando a alguien que se había ido. El mundo a nuestro alrededor se sentía vacío; era como una bella y placentera pintura cuyo centro había sido cubierto con gruesa, abrumadora y negra tinta. Un agujero en el lienzo.
—
Id preparando vuestra tapadera —sugirió la Maestra Yami, quien se había transformado en un apuesto hombre rubio de nombre River, que a saber si estaba basado en alguien real o no. Fue bastante raro escuchar la entonación tan característica de Yami en la gruesa voz de alguien más—.
Se supone que vamos a rendir pleitesía a la nueva reina, así que necesitaremos nombres falsos y una pequeña historia. La clave está en lo que Ragun ha dicho antes, tenemos que convencer a Ceni de que abandone el palacio por voluntad propia, porque como le hagáis daño os vais a enterar. Los castigos de Lyn os parecerán un juego de niños. Cuatro años habían vuelto a Yami mucho más seria que antes. Hubo algo aterrador en la forma en la que nos apuntó con el dedo y nos recalcó lo importante de nuestra misión, sobre cómo no podíamos permitirnos perder a nadie más. De pronto, me encontré extrañando que me llamaran "chocobito".
—
Supongo que a mi podéis llamarme Anisse. Hasta que el reloj marque las doce, claro —sentenció la chica pelirroja, dando comienzo a nuestra breve reunión previa a internarnos en el castillo. Después de eso, la aprendiza clavó sus ahora ojos verdes en los míos. En un acto de cortesía que aprecié bastante, me dedicó las siguientes palabras—:
Espero no haberte importunado antes por mi pequeño arrebato. Ahora ya sabes que Karel no es santo de mi devoción. Por cierto, para cuando acabemos con toda esta pantomima: me llamo Alanna. Es un placer.—
No te preocupes por ello, Alanna —la tranquilicé, sonriéndole con amabilidad—.
A todos nos pasa de vez en cuando. Ah, y me llamo Xefil; el placer es todo mío.Miré a Ragun, quien se había transformado en un caballero alto, de melena plateada, que seguía teniendo bastante similitud con él. Su padre, había dicho. Esperé a que nos dijera su tapadera y, una vez hubo terminado, concluí nuestra reunión al declarar mi propio alibí:
—
Seré Jeannette de Polignac, entonces —expresé, acomodándome en mi sitio y enderezando la espalda—.
Crecí como hija de un pobre panadero, pero me las arreglé para seducir y desposar a un importante y muy, muy rico artista; así que ahora disfruto de fiestas y bailes y hermosos vestidos cuando yo lo quiero. ¡Bien! Y una vez terminado aquello...
Caminamos todos juntos hasta las puertas del castillo, las cuales estaban resguardadas por miembros de la guardia real, armados con lanzas y acicalados con máscaras como las que llevábamos nosotros. Parecía que todos los presentes en el castillo debían, de una u otra forma, ser parte de la mascarada. Nuestro guía, River, nos ayudó a ser recibidos como invitados gracias a la carta que había sido enviada anteriormente a Tierra de Partida.
Pasamos sin despertar sospecha alguna. Bien. Estábamos dentro, eso era un buen primer paso.
~Masquerade~Había una multitud dentro del castillo. Y para mi sorpresa, gente de todos los estratos sociales; no sólo nobles y aristócratas, como hubiera esperado uno. Todos, desde el más humilde hasta el más adinerado, compartían música y vino, y máscaras. Una utopía digna de admirar, sino fuera porque, al igual que en el exterior, podía percibirse una atmósfera extraña y tóxica. Oscuridad y penumbras. Miedo. Tensión.
Si uno prestaba suficiente atención, notaría algunas miradas nerviosas bailando alrededor de la amplia sala, dedos sujetando con fuerza la tela de los costados, muchedumbres arrimándose como si quisieran compartir calor en una ventisca, copas de licor temblando de forma casi imperceptible. ¿Qué rayos estaba sucediendo...? No había ni un solo Sincorazón en el lugar, y sin embargo. Sombras, sombras por aquí y por allá.
¿Era cosa de Karel? ¿De Cenicienta? ¿O había algo más?
Presté especial atención a toda la arquitectura de la sala. En cualquier tarea de infiltración, era vital establecer varias rutas de escape y escondites en caso de que la situación lo requiriera. Tendríamos que estar atentos a si había puertas, abiertas o cerradas, pasillos, balcones, ventanas, cualquier cosa que pudiese servirnos si las cosas llegaban a ponerse feas.
Miré al techo para ver qué tan alto era y a ver si había candelabros y linternas que pudiesen servir de cobertura. Podía escabullirme por las alturas utilizando mi magia. Pero esperaba no tener que hacerlo.
Tres tronos se encontraban en el fondo de la interminable sala, sólo dos de ellos ocupados. El rey y la reina. ¿Para quién era el tercero, el nuevo príncipe o princesa? Era algo pronto, ¿no? Apenas estábamos celebrando la coronación.
La nueva monarca lucía radiante, engalanada con un vestido azul y celeste cubierto por decenas y decenas de brillantes joyas; una corona de oro y zafiros sujetaba su brillante cabello rubio. La belleza y armonía de su atuendo, no obstante, se veían eclipsadas por la melancolía que destilaba su rostro. Sí, la oscuridad estaba presente en ella, pero no parecía algo innatural. De hecho, parecía algo bastante... humano.
—
Qué raro —expresó Yami por lo bajo—
. No noto oscuridad en ella. Pero oh, el pobre Henry... A él si que le han hecho algo. ¿Karel lo habrá hechizado? ¿Cómo?Miré, entonces, al rey. No iba tan adornado como su esposa, pero se notaba a leguas que su traje era digno de un monarca. Fina seda y oro en las costuras. Su rostro también exhibía un tinte de penumbras, diferente al de su mujer. A él parecía poseerlo una profunda apatía e indiferencia, en lugar del lánguido pesar de Cenicienta.
¿Era producto de la magia, como decía Yami? Era difícil saberlo. Tal vez ambos estaban hechizados. O tal vez ninguno. Difícil, sí.
—
Lo siento, niños, pero tengo que averiguar algo por mi cuenta. Vosotros id a presentaros ante la reina. Tened cuidado y no os separéis mucho hasta que vuelva, ¿vale?—
Ve con cuidado, River —sugerí. La Maestra pronto desapareció entre la multitud, dejándonos a Alanna, Ragun y a mí solos. Podíamos hacer lo que quisiéramos...
La joven Anisse no tardó ni unos minutos en decidirse por ir por otro lado. Nos tomó a los dos de los hombros y, con un tinte de premura en su voz, anunció:
—
Chicos, yo voy a indagar un poco por el salón, a ver si puedo averiguar por qué hay tanta tensión entre los invitados. Trataré de no alejarme mucho por si necesitáis ayuda con Cenicienta.—
De acuerdo. Ve con cuidado.Sentí una oleada de melancolía abalanzarse sobre mí al contemplar su ondulado cabello dorado mecerse de un lado a otro mientras ella se alejaba de nosotros. Por un instante, bajo la luz de las lámparas, para mí, su melena destelló con un brillo familiar; uno que me trajo memorias agridulces a la mente:
Había estado con Nadhia allí, hacía mucho. Años y años. Nuestro primer y único baile juntos.
Cómo habían cambiado las cosas. Yo ya no era un niño. No era siquiera la misma persona. El universo como lo conocía era ahora uno muy diferente. Y Nadhia... Nadhia era sólo una parte de mi vida que se había ido ya. Como muchas, muchas otras.
Miré a Ragun, buscando cualquier expresión en su rostro, intentando ver cómo se sentía de estar al lado mío, después de tantos años. Ya ni siquiera podía recordar la última vez que nos habíamos parado en el mismo sitio. ¿Habíamos peleado juntos, o contra el otro? Sabría dios...
Intentando aligerar la atmósfera, empecé:
—
Ah —dejé escapar una sutil carcajada—.
Ahora que recuerdo, hubo una ocasión... —me llevé una mano a la mejilla y sonreí con añoranza, recordando una antigua misión que había tenido con Fátima, Bavol, Albert y Stelios—.
En la que una amiga tuya y otros trabajamos juntos en una nave; y aquella vez ella eligió un nombre falso. Apuesto a que no me creerías —volví a reír, ahora con algo de nervios y vergüenza—
si te digo que la expuse gritando su nombre en un momento dado, en medio de todo el barco; menuda idiota —solté otra risa mientras miraba al techo, rememorando aquella vieja misión. Había pasado tanto tiempo ya. De eso y de muchas cosas.
Aquel techo... No era la primera vez que alzaba la vista y lo admiraba en todo su esplendor. Hacía mucho tiempo ya...
—
No la había visto en un buen rato y estaba preocupada por ella, pero aun así... Fue descuidado y tonto. Pero en retrospectiva, algo divertido. Tal vez ella te lo pueda contar mejor —giré mi cabeza hacia Ragun y sonreí un poco. Pero luego, de golpe, me di cuenta de lo mucho que estábamos poniendo en riesgo. No sólo nuestras vidas, sino las de muchos inocentes, las de mundos enteros. No era una exageración decir que el universo en su totalidad dependía de nuestras acciones aquella noche. Y entonces mis labios se curvaron hacia abajo. La chispa desapareció de mis ojos y, con arrepentimiento y melancolía, terminé:
—
Todo se ha ido, ¿no...? Personas, lugares, historias... No quedan más que nuestros recuerdos, ¿verdad?
>>Supongo que lo que intento decir es... Ten cuidado, ¿de acuerdo? —le deseé con sinceridad, añadiendo su pseudónimo al final de la frase.
¿Por qué tuve que correr...?
Pero suficientes distracciones, me dije. Ya habría más momentos para arrepentirnos y reflexionar. El presente era el momento. Podíamos perder tiempo yendo de aquí a allá, indagando con los invitados de la gala... Pero en vista de que no quedaba tanto tiempo para la media noche, lo mejor que podíamos hacer era acercarnos a Cenicienta lo más pronto posible.
—
Podríamos presentarnos ante los reyes como pareja, si quieres —le sugerí a Ragun, extendiendo mi brazo hacia un lado para que pudiera tomarlo si así lo deseaba—.
O separarnos, es decisión tuya. Pero si nos acercamos juntos, tal vez podamos pedirles un baile. Sí, eso atraería la mirada de todos, pero al menos los alejaría de los tronos.De tal forma que me dirigí hacia los reyes Henry y Cenicienta, tanto si Ragun me acompañaba como si no, manteniendo mi mirada al frente en todo momento. Una parte de mí esperaba ver a Karel aparecer en cualquier instante, o que alguno de los miembros de la guardia mostraran un par de ojos amarillos; la otra, decidía confiar en el perfecto disfraz del Hada Madrina para acercarme con total confianza de que nada podía exponer nuestras identidades.
Cuando fue mi turno, me presenté con una femenina reverencia, como muchas veces había visto a la nobleza en mi antiguo, viejo mundo hacerlo. El movimiento salió a la perfección; incluso cuando jamás me había inclinado de aquella forma como varón, Jessamine ayudó un poco a que el gesto no se viese torpe o mecánico.
Si Ragun venía conmigo, esperé a que saludase a la realeza; pues como era tradición, el hombre debía hacerlo primero. Y una vez llegase mi turno:
—
Vuestras majestades. Mis más sinceras felicitaciones en vuestra unión eterna —pronuncié, sonriendo de la forma más encantadora que podía—.
Es mi deseo que los dioses bendigan, protejan y guíen vuestras vidas y nuestro reino. Rezo para que poseáis existencias repletas de salud, paz, tranquilidad y felicidad. Y que vuestros hijos sean bellos, inteligentes, afectuosos... y muy obedientes —guiñé un ojo en dirección a la reina.
>>Estamos disfrutando enormemente de la fiesta, vuestras majestades. ¿Habéis tenido vuestro baile real ya? Si no, sería un inmenso honor que nos permitierais unirnos a vosotros. Después de la primera pieza, por supuesto.