Fátima despertó dolorida y empapada, bajo la luz del sol. Durante unos momentos, la cabeza le latió tan fuerte, proyectando imágenes de una explosión dorada, de la voz de Úrsula negando saber nada, que se llevó una mano a la sién y se le escapó un gemido. Después, si embargo, el dolor se suavizó y se pudo incorporar con cuidado. Lo primero de lo que se dio cuenta era de que volvía a tener piernas. Luego, que estaba respirando.
Después, de que la ropa se le caía porque le quedaba más grande que un saco de patatas.
Fátima se quedó mirándose las pequeñas manitas con la boca abierta. Abrió y cerró los dedos hasta que estuvo convencida de que sí, eran suyos. Entonces se tocó el pecho y soltó un gritito de indignación al sentirlo… ¡plano! ¡Y sus curvas! ¡Desaparecidas! Se llevó las manos al pelo. ¡Corto! Se debatió entre el desconcierto y la indignación, pero la última ganó con facilidad la batalla. Furiosa, tiró de sus pantalones, que ahora le quedaban gigantescos, y vio que no había ningún apéndice extra. Soltó un suspiro de alivio.
Bien. Bien. Ahora era… era una niña. Pequeña. No tenía sentido pero no parecía que estuviera herida.
Solo entonces se dio cuenta de que no había comprobado dónde estaba. ¡Podrían haberla atacado mientras estaba haciendo el tonto! Materializó la Llave Espada, que por suerte no pesaba, y giró torpemente dentro de los pantalones, que se le enredaron en los pies. Estaba en una especie de enorme escalinata dorada, al lado una niña desconocida y un… ¿gato? La niña no tenía ropa. Otro crío se hubiera reído, pero Fátima sintió la inmediata necesidad de tenderle algo para que se cubriera. Sabía lo que era pasar vergüenza.
—
¿Estás bien?—preguntó—.
Toma, puedes ponerte esto si quieres.—Su voz sonaba extraña a sus oídos. Tan chillona. No se imaginaba cómo la oirían los demás. Le tendió su hakama—.
Puedes… ¿usarlo como un vestido…?—Fue gracias a la forma de hablar de la niña que se dio cuenta de quién era—.
¿Dos? ¡Ah, es cierto! ¡Te estabas volviendo una niña humana! Ahora las dos somos niñas.—Lo último lo dijo en voz alta como para convencerse y le produjo una extraña hilaridad, tanto que se encontró sonriendo.
Al menos hasta que recordó, con vergüenza, que estaba en medio de una misión.
—
¿Sabes qué ha pasado?Al volver a mirar en derredor, reconoció aquel lugar. Tebas… No, ¡el Olimpo! Se quedó plantada, sin saber qué pensar. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Había abierto un Portal sin darse cuenta?
Se acercó con cuidado al borde de las escaleras, conteniendo un viejo vértigo que creía que había superado, y vio Tebas, aunque le costó reconocerla… Porque parecía una isla en medio de un mar.
Mar… Como Atlántica…
Dio una palmada.
—
¡Ya sé! Debe haber sido cosa del Caos. Por eso estamos así. Menos mal que no me he convertido en un bebé… Espera. ¿Dónde están los demás?—Se quedó mirando al gato—.
Oh no.Volvió a mirar a su alrededor, pero no había ni rastro de sus amigos. Se puso nerviosa y sintió un vahído indescriptible de miedo. Le entraron ganas de llorar y le escocieron los ojos, pero se los secó con furia. No, si ella estaba bien, los demás seguro que también. Seguro. No le había pasado nada a sus amigas, o a Miki o a Ryota… No, no. Todos estaban bien.
¡Tenían que estar bien, eran Caballeros!
—
Tenemos que volver rápido… Aunque… Estando así…—Miró de reojo al gato y se preguntó en qué se convertiría si se lo llevaba consigo a Atlántica.
—
Tengo la sensación de que os estábamos esperando.Fátima estuvo a punto de tropezarse de nuevo con su ropa cuando se volvió con brusquedad, Llave Espada en mano. Frente a ella había una mujer altísima, azulada y con una lechuza en un hombro. Fátima recordaba haber estudiado a los dioses —en especial después de que cierto señor intentara vender su alma— y la reconoció de inmediato como una de sus diosas favoritas.
—
¡Atenea!La diosa sonrió y se acercó. Fátima se quedó muy quieta, temblando de la emoción y la admiración, y dejó que le acariciara la cabeza. La envolvió la luz y, de pronto, llevaba una túnica griega y hasta sandalias. Soltó una exclamación de sorpresa y cogió los bordes, levantándolos como el vestido de una princesa. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo soltó la tela y se cruzó de brazos, avergonzada.
—
Enseguida resolveremos vuestras dudas. O eso espero, porque lo que está pasando aquí... no tiene precedentes. . Seguidme. No tengáis miedo, mortales, el Olimpo y sus dioses os dan la bienvenida.«
¡Voy a entrar al Olimpo! Verás cuando se lo cuente a las chicas… Y a Malik. Uh. Espero que Hades no esté ahí…Espera.»
Fátima resistió las ganas de darse una bofetada. ¡Centrarse! Tenía que centrarse. Debería volver a Atlántica pero lo que estaba pasando ahí abajo… Si hasta una diosa les pedía ayuda, sería por algo. Se retorció un mechón de pelo con preocupación y se sintió terriblemente pequeña y torpe. Pero seguia siendo Maestra. ¿No? Luz, tenía que probar sus hechizos. No estaba segura de poder montar sobre sus olas con ese tamaño. Ni hacer la mitad de cosas.
Vale. Atendería a los dioses, porque tampoco podían ponérselos en contra, y luego regresaría. Incluso siendo una… sirena pequeña, algo podría hacer.
Doce dioses esperaban sentados en sus tronos. No, doce no. Había un asiento vacío. Eran todos grandes, brillantes, un arcoíris de colores y tan gritones como niños pequeños. Eso la hizo sentir un poco mejor. Si los dioses no sabían qué hacer, no pasaba nada si ella tampoco.
Pero entonces vio a Hades. Era el único que no participaba en las discusiones, que parecía aburrido y, por tanto, que los descubrió. Luchó contra las ganas de salir corriendo.
—
¡Ja! Ahora sí que la habéis hecho buena, ¿eh? —exclamó, a punto de romper a reír.
Fátima frunció el ceño.
—
Ahórrate los comentarios inútiles, Hades. Estamos en un consejo de guerra.«
Por eso es mi favorita.»
—
Pues acabas de entregarnos en bandeja a los culpables...—
¡Qué! ¡Si acabamos de llegar!—
¡Son niños, Hades, y humanos! —Fátima quiso protestar. ¡Veintidós años, por favor! Pero se mordió la lengua y luchó por contener una sonrisa cuando Hera miró al gato—
. O... mortales, al menos. Atenea, ¿para qué los has traído? El Olimpo no es sitio para... Oh, no, Zeus, abre la boca y te juro que te arrepentirás.Fátima se preguntó qué iba a decir Zeus, pero Atenea capturó toda su atención.
—
Con permiso, deberíamos dejarle explicarse. La Orden es aliada nuestra desde hace muchos años, y es nuestra responsabilidad como dioses de este mundo ayudarles.. Decidnos, pequeños Caballeros. Vuestro Maestro ya nos advirtió del plan de rescatar a las Princesas del Corazón. Asumo que todavía no... no habéis terminado.Fátima miró con ansiedad a Dos, temerosa de que fuera a decir demasiado pero entonces una diosa rosa y muy bonita, Afrodita, intervino:
—
¡Claro que no han terminado, si todavía les queda esa pobre bella durmiente! —Fátima se dio cuenta de que los miraba con intensidad y movió los dedos dentro de las sandalias, incómoda—
. ¿Sabéis cómo solucionaría yo eso? Con un beso de amor verdadero. Nunca falla. Pero la magia de esa hada horrorosa está fuera de mis competencias y no me metería. Oye, Hera, ¿no tienes tú cierto jardín con unas manzanas que les ayudarían...?«
¿Manzanas?»
—
Esto es absurdo —protestó Zeus—
. Su misión es importante, sí, pero ¿qué hay de Poseidón? ¿Eh? ¿Cómo explicáis que haya desaparecido de nuestro propio mundo cuando vosotros habéis llegado? Comprenderéis que no podemos defender nuestro hogar si nos falta el dios del mar, ¿verdad?Mientras los dioses rugían de nuevo, Fátima seguía pensando en las manzanas, aliviada porque ya no le suscitaban interés a Hades. Afrodita había dicho que su magia no podía competir con la de Maléfica. No, que tenían magias… de distinto tipo, suponía. Amor y… ¿oscuridad? Daba igual, aunque un beso de amor verdadero parecía tan bonito… Y poco creíble. Si funcionaran así las cosas se ahorrarían muchos problemas.
Además, tenían otros problemas. ¡Zeus creía que tenían la culpa de esa inundación! ¿Por qué? ¿Sabían algo que ellas no? Entonces, Atenea habría dicho algo más aparte de que los estaban esperando… Fátima se tironeó del mechón. ¿Cuándo era mayor era más fácil pensar o siempre le había costado tanto?
«
A ver. Despacio. Venimos de Atlántica. Pasó algo. Una explosión. Y nosotros estamos aquí. ¿Una puerta gigante? ¿Pero por qué…? No, eso da igual, céntrate, céntrate.»
—
Dos, ¿Poseidón no es el dios del mar?Seguía sin tener muchas claras, pero de pronto creía tenr unas ideas vagas. Y, al menos, sabía a quién echar la culpa.
Como los dioses seguían protestando, Fátima decidió intentar llamar la atención de Atenea, que no solo había ido a buscarlos sino que parecía estar de su parte.
—
¡Señora!—exclamó, acercándose un poco. Había muchos epítetos para los dioses, pero no los recordaba ahora mismo, así que los sustituyó por una reverencia—.
Muchas gracias por traernos aquí y por… las ropas. Son muy bonitas. Eh… ¡Mi señora, estábamos luchando contra Xihn en Atlántica!—Sí, ahora lo recordaba. Úrsula les había estado intentando decir todo desde el principio—.
¡Lo que está ocurriendo es por su culpa! Nos enfrentamos a ella y su Caos nos afectó, por eso tengo este aspecto. Creo… creo que esto es culpa de una explosión… Porque la princesa Ariel usó el Tridente.—Se cruzó de brazos y trató de parecer todo lo seria y convencida posible de lo que decía—.
Nosotros jamás haríamos daño al Olimpo ni a Tebas. No sé lo que ha pasado, mi señora, pero algo malo ha debido suceder en Atlántica. Algo para que su mar llegue hasta aquí. Puede que el señor Poseidón, señor del mar, se haya visto inmiscuido. No lo sé. ¡Pero debe creernos, por favor! Si nos permiten volver, encontraremos qué está ocurriendo. Es la única forma. No sabemos más, solo que todo ha empezado en Atlántica.Fátima esperó, ansiosa. Si Atenea no podía ayudarla a calmar a los demás dioses, entonces solo se le ocurría ir ante Hera, que no dejaba de ser la reina de las diosa, y repetir sus palabras.
Y luego… luego si tenía la oportunidad, se acercaría igualmente a Hera cuando hubiera más silencio y le diría:
—
Oh, reina, perdón por mis palabras pero ¿a qué se refería la diosa Afrodita al mencionar unas manzanas?¿Resultaba tan ridícula como se sentía sin levantar poco más que un metro del suelo?