—Light, ¿y tú? —mientras la señora Ágatha centraba su atención en su nieto, aproveché para sacar de mi chocolate aquella traviesa pluma blanca que había decidido posarse sobre el dulce caliente—. Creo que ya me sé la respuesta, pero igualmente contesta a mi pregunta. ¿Por qué te convertiste en Caballero de la Llave Espada?
—Es obvio —contestó enseguida, y presté atención como él había hecho—. Quiero convertirte en Maestro para volverme fuerte y encontrar a mis padres desaparecidos —aquello me pilló desprevenida. Mis ojos tornaron tristes y se fijaron en la determinación de Light al expresar en voz alta el arduo deseo de encontrar a sus padres con vida. Repetí aquellas últimas palabras dentro de mi cabeza. “Con vida”. Una sensación desagradable me invadió el estómago y no pude en un primer momento seguir degustando las pastas de Ágatha—: Y también quiero viajar por un montón de mundos como ellos hicieron. Conocer otras culturas, costumbres, y otras muchas cosas, diferentes a las de esta ciudad.
La abuela de Light soltó una pequeña risa, contagiosa en mi opinión, que hizo que mostrara una sonrisa sincera y llena de sentimientos.
—Estoy segura de que conseguiréis lo que os proponéis —la mujer, viendo que intentaba llegar de forma inocente al plato de dulces, lo acercó amablemente y se lo agradecí con la misma sonrisa—. Recuerdo con exactitud mis primeros días de aprendiza, era tan joven e ingenua… y soñadora, y muy fuerte también. Una pena que la edad me haya pasado factura y ya no sea tan fuerte como antaño…
—Yo no pienso eso —me atreví a decir, admirando las palabras de la Maestra retirada—. Se le ve aún decidida y con fuerza. Quiero decir, lo que usted hace con la casa, el control que posee con la magia... la admiro por ello y...
—Me recuerdas a mí cuando era más joven, Nadhia.
—¿Eh? —musité, bajando la mirada y bastante sorprendida por el comentario— ¿A... a mí? ¿Por qué...?
—Tengo entendido que eres una ávida lectora, ¿no? —olvidando lo que acababa de mencionar como un posible halago, alcé mis ojos avellana y asentí con la cabeza. La palabra “libro” era sagrada para mis oídos.
Escuché con atención y descubrí lo mucho que se esforzó Ágatha en sus días de aprendiz. Su Maestro parecía haber sido un mentor formidable que le había inducido a la lectura. ¿Escritor de las mismas obras, decía? ¡Quería saber más de él!
—Cuentos de fantasía, libros sobre la historia de Tierra de Partida desde sus tiempos más remotos, manuales didácticos para aprender hechicería poderosa y otros muchos libros más. La lectura no es precisamente un hobby de mi nieto, y la magia mucho menos —Light, al ser señalado, evadió la mirada algo avergonzado. Supuse que había disfrutado de su infancia con el Struggle, algo que sin duda yo podría haber hecho si no hubiese pasado por lo de Dan. Es más, ¿habría descubierto el placer de la lectura, aún entrenándome constantemente en la plaza junto a los demás niños? Quién sabe—. Y estoy segura de que la biblioteca de Tierra de Partida no es lo suficiente grande para ti, así que desearía que ahora fueran tuyos, y los leyeses, tal como hice yo en su día.
—¿En... en serio? —incrédula por la oferta, zarandeé la cabeza de un lado a otro— ¡No, lo que quiero decir es...! Pero, señora... Maestra Ágatha, esos libros deben ser muy importantes para usted. ¿De verdad cree que debería... dármelos?
—Además, este caballero te ayudará a llevar todos los libros hasta tu casa. ¿Verdad? —la mirada que lanzó a Light confirmó que el joven iba a ayudarme, se negara o no. Solté una pequeña risa para mis adentros cuando mi nuevo amigo se prestó a echarme una mano sin importarle en absoluto.
Aunque cuando Ágatha nos enseñó la gran montaña de libros que había en sus estanterías, ocultas en la magia, tragué saliva. Después, sumamente emocionada, comencé a curiosear, aun pidiendo permiso para hacerlo. Light observaría el brillo de mis ojos en el papel impreso. Cada palabra era un tesoro, y heredar en parte aquella montaña de información, teniendo en cuenta que había sido escrito por un antiquísimo Maestro, me hizo sentir una aprendiz muy afortunada.
—¡Gracias! ¡Muchísimas gracias! —exclamé, danzando entre uno y otro volumen, degustando la letra del autor— ¡Su letra era preciosa! ¡Incluso hay huellas de sus dedos por accidente con la tinta! ¡Es genial! ¿”La luz que nadie conoce”? ¿”Arcángel”? ¿”Sanctus”? ¿Cuánto llegó a escribir su Maestro?
Había sido muy peligroso regalarme aquello. No saldría de mi habitación de Tierra de Partida en semanas. O puede que meses.
—¡Gracias, de verdad!
Aprovechando que quizás Light quería tener un rato a solas con su abuela, decidí llevar algunos tomos por mi cuenta. Teniendo en cuenta que aún así pesaban lo suyo, Light se ofreció a dejarme un carrito de esos que teníamos de pequeños para transportar los juguetes. Coloqué con sumo cuidado y precisión, agarré el medio de transporte y me dirigí a casa con una sonrisa, atontada. Algunos los dejaría en casa, por supuesto. No podría llevarme ni en broma toda esa mole de papel en un solo viaje.
Había quedado con que me reuniría con Light en unos quince minutos en la Torre del Reloj para volver juntos a Tierra de Partida. Pero algo iba a hacerme llegar tarde.
No, alguien.
Tuve que pasar por uno de los callejones que conducían a mi casa, cuando los vi. A un grupo de muchachos mostrando sus músculos y desafiándose a una batalla callejera, lejos de que los árbitros pudieran hacer algo por evitarlas. Tenía entendido que incluso hacían apuestas algunos, opinando quién era el más fuerte de todos.
No es que me interesara, más bien, me aterraba pasar cerca suya. Había recibido burlas suyas durante mucho tiempo. Algunos, incluso, habían sido mis “pretendientes”. Mi madre había hablado con sus vecinas para que nos conociéramos. Sin embargo, sólo había conseguido durante mis años de prisionera en Villa Crepúsculo una sensación de inferioridad y desconfianza en mí misma cada vez que me dirigían la palabra, sólo para hacer algún comentario gracioso. Como dije una vez antes de encontrarme con Akio, “era un blanco muy fácil”. Nunca reaccionaba frente suya, a pesar de que muchas noches había llorado bajo las sábanas, sintiéndome desdichada y fuera de lugar.
Y aquella tarde no iba a ser diferente. Allí no podía ejercer el poder de la Llave-Espada, era un secreto que no podía ser revelado. Lo sabía de primeras, que no podía llevar la justicia por mi mano y “darles una lección”. Ni siquiera era capaz de hacerles frente con un bate de Struggle... ¿por qué me comportaba así?
—¡Oh, pero mira a quién tenemos aquí!
“Maldición”
El sonido de las ruedas oxidadas me había delatado. Y por poco llegué a volcar los libros de Ágatha cuando supe que me habían descubierto.
No tardaron en rodearme.
—¡Si es la empollona de turno! —exclamó uno, a quien había conocido no más de cinco minutos en una “cita”. Pero no me atreví a cruzar la mirada con ninguno de ellos— ¿Dónde has estado todo este tiempo, Nadhia? ¡Te echábamos de menos!
“Dejadme”
—¡Oh, yo lo sé, su madre no para de decir que está estudiando fuera! —dijo otro, ensalzando a lo ridículo su voz— ¿Literatura, eh? Oye, Nadhia, ¿y para qué narices sirve eso, eh?
De pronto sólo escuchaba risas a mi alrededor. Cuchicheos, risas que soltaban con malicia mientras me hacían sentir peor conmigo misma.
—¡Pero si tu “sueño” no era ese! ¿No querías ser una princesita como los de tus cuentos para bebés? —preguntó otro, expectante, mientras soltaba una carcajada— ¡Estoy seguro de que al final tus padres te han mandado allí porque no te quieren cerca! ¿Qué pensarán de ti? ¡Jo! ¿Te estoy haciendo llorar?
Así era. Pequeñas lágrimas surcaron mis mejillas, pero las limpié enseguida con mi mano libre.
—¡Pobrecita, es que sigue siendo un bebé! —el primero se acercó para intentar ver mis ojos, pero no le di el placer y evadí la mirada— ¡Vamos, Nadhia, di algo, que nos aburrimos! ¡Algo inteligente, de una empollona como tú!
De nuevo las risas. Me estaban aplastando como una hormiga inofensiva. Pero fue entonces cuando reaccioné. Uno de ellos se acercó a mi carrito y cogió el primer libro que sus sucias manos encontraron.
—¿Qué llevas en ese carrito para bebés?
—¡Eh!
Fui a recuperar el libro, cuando noté que algo hacía contacto con mi tobillo y caía de bruces contra el suelo. Por suerte pude poner los brazos.
—¡Devuélvemelo!
—¿Y por qué debería hacerlo, eh?
Me levanté y seguí escuchando las risas de mi alrededor.
—P-Porque... yo...
“Porque es muy importante para mí”
“Porque es un regalo muy preciado”
—¡Si lo quieres, suplícame!
—¡Eso, eso!
—¡Vamos, bicho raro!
—Si no lo haces, quién sabe lo que le puede pasar a este libro —completamente asustada, vi como el acosador abría el libro y me regalaba una mirada maliciosa mientras daba a entender que arrancaría las páginas con sus sucios dedos. Mientras, los demás cogieron el carrito y lo pusieron al filo de una calle cuesta abajo.
—¡¡No!! ¡Por favor...!
—¡Ah, ah, ah! Así no me vale. Arrodíllate ante mí y tu libro no sufrirá mi ira.
Su burla era cruel. Sus palabras eran enfermizas. Sus intenciones eran despiadadas. Sin embargo, no era capaz de hacerle frente. No tenía las fuerzas suficientes para liarme a puñetazos con él... porque nunca había ejercido la fuerza bruta. Sólo con mi Llave-Espada, y para salvar a inocentes.
Pero allí, en el mundo de estos, no era una portadora. Seguía siendo Nadhia Hoghes. Y parecía que no habían visto mi demostración en el torneo. Aunque, ¿para qué? Eso no cambiaría nada.
Sintiéndome ridiculizada, lo único que me importaba en aquel momento era recuperar aquellos presentes de Furier. Si algo les pasara, jamás me lo perdonaría. No podría mirarle a la cara nunca más.
Y me arrodillé, posé mis manos sobre el suelo y bajé la cabeza, muerta de vergüenza.
—Por favor...
—¿Sabes? Eres bastante “sumisa” —llegó un momento en el que ni siquiera percaté que se había arrodillado ante mí, dispuesto a tocarme—. ¿Qué tal si te pedimos algo más interesante para hacer, eh?