Tras una bien merecida ducha y una bronca incluso más gorda por parte de Ronin, Akio y Yami (Aunque estos dos últimos parecían encontrar graciosa nuestra huida por las calles de París), pudimos reunirnos en el comedor para tomar la cena. ¡Y menudo atracón me pegué! Tras todo un día corriendo como alma que lleva el diablo, no me extrañaba.
Nadhia y yo estuvimos discutiendo animadamente sobre el tema y lo que habíamos sacado de aquella experiencia, aunque nos quedó bastante claro que era la última vez que cometíamos semejante locura sin pensarlo dos veces. Y que posiblemente no nos acercásemos a la Ciudad de las Campanas en una buena temporada.
Una vez empezamos a notar que el cansancio nos vencía por momentos, nos despedimos el uno del otro en dirección a nuestras habitaciones. Lo único en lo que podía pensar era en mi cama esperándome y, posiblemente, en el castigo ejemplar que nos tocaría hacer. Seguramente algo relacionado con el mantenimiento de los aparatos de entrenamiento, pues parecía que aquel correctivo se estaba poniendo de moda debido al esfuerzo físico que suponía.
—Buenas noches, Nadhia. Buenas noches a tí también, Tandy. — me despedí, ahogando a duras penas un bostezo.
Una vez llegué a mi cuarto, cerré la puerta y me desplomé sobre la cama, cambiándome con dificultad y dejando mi ropa hecha un montón junto a la cama. Incapaz de hacer nada más, me acurruqué bajo las sábanas mientras murmuraba unas últimas palabras a mi mascota.
—Descansa bien, Houma. —susurré, acariciando la cabeza al pequeño animalillo, que me respondió lamiéndome la mano.
Y finalmente, me abandoné al dulce abrazo de Morfeo.