La Llave Espada todavía ardía en mi mano, y mis ojos se acostumbraban poco a poco a la normalidad, tras el brutal destello de luz que le había puesto fin a una era.
Allí, acunado por el viento y bajo la luz del eclipse que le atravesaba, estaba la peor pesadilla de todos los que nos encontrábamos ahí. A lo largo de nuestras averiguaciones, le habíamos puesto distintos rostros a Xihn: ya fuera el de Gabriel, Friederike —Estos dos no los pudimos saber hasta mucho más tarde, por desgracia— Aaron, Chihiro… Pero a la hora de la verdad, lo que había quedado no tenía siquiera un rostro definido al que llegar a odiar.
Era lo mismo que había escapado de Reino Encantado tras el sacrificio de Maléfica por calcinar el cuerpo de Chihiro, estaba seguro. Solo que ahora, había sido mucho peor. Las Llave Espada de todos habían rugido a la vez, y no había importado lo devastador que fuera su poder.
Tenía una presión en el pecho que no era capaz de liberar. Quería seguir mirándolo, con mis propios ojos, como al final había perdido. Creerme que era verdad para que mis piernas dejaran de esforzarse por mantenerme en pie.
Mientras los niños se le acercaban, no pude hacer otra cosa que rememorar Ciudad de Paso, más concretamente a Mateus Palamecia. Él tampoco había sido capaz de controlar el Caos, aunque Xihn le había ganado de calle en cuanto a llevarlo a niveles catastróficos y letales.
Y de un modo u otro, ambos portadores del Caos habían acabado compartiendo el mismo destino. Aunque a Xihn le hubiera llevado más tiempo, y se hubiera llevado muchas más vidas con él.
Miré al suelo un momento al suelo, sin atreverme a levantar la mirada cuando ellos le dieron el último adiós. Lo único que pude apreciar al levantar la vista, fue al viento llevándose las cenizas de lo que quedaba de Xihn, al igual de la civilización de los niños.
Porque así era. Ellos habían sobrevivido, pero lo que quedaba de sus raíces acababa de volar delante de sus ojos. Ayudarles a reconstruirla era lo mínimo que podíamos hacer después de todo.
«Adiós.»
—Ha sido espectacular lo que hemos hecho todos juntos —Alice me había cogido de las manos, entusiasmada, aunque no se atrevía a alzar la voz por vergüenza—. Cuando lo hemos rodeado y yo he empezado a cortar en sus piernas y tu… ¿Me estás escuchando?
Asentí, y al ver mi expresión siguió mi mirada hasta dar con el conflicto por el que llevaba refunfuñando un buen rato: Malik. O mejor dicho, Aaron. No tenía muy claro lo que los Maestros pensaban hacer con él, ni con Chihiro tampoco ya puestos.
—¿Crees que deberías decir algo? —Observamos como los Maestros empezaban a organizarse, dispuestos a llevárselos a unas salas cercanas. Los únicos que parecerían que además de ellos iban a estar presentes eran Alanna y Saeko… por razones obvias—. Después de todo la idea fue suya.
—Es un asesino que prácticamente nos la ha intentado jugar hasta el final… y técnicamente solo pensó en la posibilidad que podía matar a Chihiro y a Celeste en el proceso. Una en la que él no se la jugaba.
—Ya bueno, haz lo que quieras. —Se encogió de hombros—. Chihiro no parecía muy dispuesta a compartir ese recurso con vosotros. Sin la idea que escuchaste... quizá no estaríamos aquí ahora. No digo que exijas que se salve, solo que sean conscientes de como nos ha ayudado en esto.
Suspiré mientras los Maestros se llevaban a un atado Malik y a Celeste. Por mi parte, detuve a Saeko cogiéndola de un brazo antes de que se perdiera por aquellas puertas.
—Saeko, el Caos me permitía leer el pensamiento de la gente de mi alrededor —hablé un poco apresuradamente, sabiendo que no tenía mucho tiempo para explicaciones—. Y Aaron fue el que pensó en el plan de que Chihiro y Celeste retrocedieran el Caos de Xihn, aunque no lo pusiera en marcha. Yo me encargué de comunicárselo a Celeste y algunos de los otros, hasta que la información llegó a todos.
»No hay que olvidar lo que ha hecho… pero me gustaría que se tuviera también esto en cuenta.
—Descuida, se lo diremos.
Le devolví la sonrisa, dejándola marchar y volviendo con Alice.
—Gracias por dejarme llevar la Llave Espada contigo y colaborar así con el haz final de luz.
No pude hacer otra cosa que negar con la cabeza y mirar por la ventana el túmulo que habían levantado para Xihn.
—Lo hemos conseguido entre todos, después de todo.
—¿Está bien que nos quedemos aquí? Quiero decir, aún hay Princesas explorando el Castillo y…
—No lo van a encontrar —interrumpí, echando un vistazo a la tierra teñida de rojo.
—¿Por eso estás tan gruñón? —Me estiró con suavidad de la mejilla—. Venga, no le des más vueltas. Vamos a ver si se puede escuchar algo a través de las puertas, ¿qué me dices?
—Te acompaño en un momento.
¿Dónde coño se había metido Saavedra? Era una muy buena pregunta, desde luego. Se había asegurado de que Xihn desapareciera, recordaba haberlo visto utilizar también su Llave Espada. Pero después de eso no había dejado ni rastro.
Ni de él ni de Karel. Aquello no hacía más que hacerme pensar con más confusiones encima, puesto que mientras tenía el Caos y había leído pensamientos pues… había sobreentendido que Karel había acabado muerto. ¿Era así después de todo?
Lo único que esperaba, era no volver a tener noticias de ninguno de los dos nunca más. Aunque sabía que eso no sería castigo suficiente para ninguno de ellos. Pero después de todo, por mucho que me jodiera admitirlo, habíamos necesitado su ayuda.
«Quizá si que tendría que haberle dicho que lo matara.»
Volví a negar con la cabeza, mientras me movía en dirección a Alice, no sin antes preocuparme por el estado de los presentes que había. Por suerte, cada uno a su ritmo, nos recuperábamos de lo sucedido lo mejor que podíamos.
—Oye no se escucha nada.
—Shh. Eso es porque no dejas de hablar. Calla y concéntrate.
—Yo creo que sería mejor si fuéramos a explorar un poco el castillo... a saber lo que tardarán.
Incluso después de la vuelta que di, las puertas seguían cerradas a cal y canto. Alice se había quedado mientras que yo había decidido darme una vuelta por mi cuenta. No encontré nada que no hubieran dicho ya las Princesas y otros Maestros que habían ido a cerciorarse de que no quedara ningún peligro.
Pero aún así sentí la necesidad de contemplar cada largo pasillo y disfrutar de su silencio, me parecía casi una obligación. Después de todo ese castillo había sido testigo de una de las masacres más horribles que hubieran existido, al igual que había sido la fortaleza del intento de venganza más cruel de todos.
Y más allá de eso, necesitaba un rato para estar solo. Para asimilar lo que habíamos conseguido, para pensar en lo que vendría ahora. ¿Había sacado algo en claro? No, porque después de todo no había podido dejar de pensar en Bastión Hueco durante la mayor parte de mi paseo.
¿Era así como quedaría para la posteridad? ¿Como un lugar abandonado en el que una vez residimos los Caballeros? ¿Un lugar al que si alguien llegaba no quedaría nada que nos recordase?… Negué con la cabeza.
Al poco de llegar, las puertas se abrieron de par en par, haciendo que una sobresaltada Alice se hubiera echado hacia atrás para intentar disimular al escuchar los pasos de vuelta.
—¿Y bien? —Le pregunté, bajando la voz—. ¿Qué han decidido?
—Pues… no he acabado de entenderlo —admitió a regañadientes.
—Será mejor que nos cercioremos bien.
Tras dejarles unos momentos, me acerqué al cúmulo de Maestros para escuchar su decisión al respecto. De algún modo u otro, la llegada del ángel suavizó cualquiera que hubiera sido la respuesta que los Maestros hubieran dado. Hacía un buen rato que Nithael había salido a investigar, y el aspecto que traía a su regreso era esperanzador.
Juraría que nunca lo había visto tan feliz desde que lo conocía.
—¡El Caos ha desaparecido por completo! ¡El Reino de la Oscuridad está empezando a retroceder, el Intersticio vuelve a aparecer poco a poco! ¡Podríamos llegar a recuperar los mundos caídos!
—¿¡De verdad!?
—¿E-Eso es siquiera posible?… —Mi murmullo se perdió entre el resto de reacciones, que resquebrajaron el silencio poco a poco.
Noté el brazo de Alice sostenerme y me sonrió, mientras me acariciaba el pelo y me lo alborotaba.
—Seguro que lo conseguiremos. Ahora deberíamos unirnos a los demás.
Ya fueran Princesas del Corazón o miembros de la Orden, todos estábamos con el corazón en un puño. Cada cual tendría sus motivos, o no, pero el regocijo empezó a llenar la sala. Primero en forma de llantos, luego en esporádicos abrazos y luego...
—¿Tiene que ser frente a todo el mundo?
—Sí.
Alegría en estado puro.
—¿Tu lo sabías…?
Negué con la cabeza, sonriendo.
—No. Pero hacen una pareja preciosa.
Puede que me equivocara, pero juraría que nunca había visto a la Maestra Nanashi sonrojarse antes. Desvié la mirada poco después de que la Maestra Nanashi dejara de resistirse y ambas celebraran aquella victoria… para encontrarme a Ryota ocupado también con Ronin.
No pude evitar soltar una carcajada cargada de felicidad, sin saber adonde mirar para dejarles privacidad a los cuatro tortolitos.
Aquellas horas que hasta el momento me habían parecido que pasaban con tanta lentitud, que se habían convertido en eternas, pronto fueron acelerándose. Más allá de los besos, las caricias y toda la felicidad de esas parejas que se lo merecían, todo el mundo empezó a ser consciente de que de verdad lo habíamos conseguido.
De que tras tantos años de dolor y esfuerzo, se había terminado.
Todos nos desperdigamos, para felicitar a los presentes a nuestra manera. Ya fuera abrazando, tendiendo manos, sonriendo con restos de lágrimas en los ojos y dando la enhorabuena. En un momento dado me encontré frente a frente con Ryota, y su sonrisa se me contagió mientras estrechaba su mano con fuerza y le daba la enhorabuena también.
El hombre que tenía delante había dejado de ser hace tiempo un «Maestro» cualquiera. Para mi era un padre, y poder estar junto a él y el resto era más que suficiente.
A saber lo que duró aquella improvisada fiesta, puede que fueran minutos o tal vez horas. No lo sé. Lo que si sé es que resulto un bonito tributo al castillo, un recuerdo que dejar marcado para la posteridad.
Y con toda probabilidad, uno de los días más felices de mi vida.
—Diez años ya —suspiré, acariciando a Misifú antes de bajar de la cama—. Si vuelvo a parpadear, me da la impresión de que tendré diez o veinte más. Por Dios, que viejo me hago.
—Parece mentira, ¿cómo ha pasado el tiempo tan rápido?
—Ni idea. —terminé de arreglarme, y asegurándome de dejarle comida y bebida suficiente al gatito por si se nos hacía algo tarde.
Al terminar, bajamos hacia el lugar en el que se iba a hacer el banquete.
Al llegar ya había bastante gente, aunque todavía faltaban Caballeros y otros invitados por llegar. En el ambiente se respiraba una extraña calidez, aunque eso no implicaba que la sombra de la inquietud nos abandonara. Aunque fuera fugazmente, se podía apreciar que aunque hubieran pasado diez años muchas cosas no habían hecho otra cosa más que empezar a sanar.
Me encontré con Eve al poco de llegar, y no dudé en acercarme a él con una sonrisa nostálgica. Probablemente estuviera con sus hermanos, pero no importaba.
—¿Cómo lo lleváis? —Miré en dirección a Ronin y Ryota. No solo era la entrega del título de Gran Maestra, si no que además se daba la retirada de ambos hombres de la Orden.
Tanteando el terreno, hice ademán de poner una mano sobre su hombro.
—Estoy seguro de que vendrán a vernos más de lo que se piensan, o podremos ir nosotros cuando menos se lo esperen. —Sonreí, asintiendo y dando un suave apretón—. Todos somos una gran familia ahora, ya lo sabéis.
—Contad con nosotros para todo lo que necesitéis.
Con una inclinación de cabeza, me moví saludando a todos aquellos con los que me iba encontrando, al igual que Alice. Prácticamente me tropecé con Saeko de cara.
—Buenas, Saeko —Eché un vistazo en derredor y me rasqué el mentón—. Parece que cada vez van llegando más miembros de la Orden e invitados.
—No creo que quede demasiado para empezar —intervino Alice.
Sonreí.
—¿Sabes? De algún modo siempre pensé que sería así. Quizá no del todo igual... pero con Nanashi siendo la líder al fin y al cabo.
»No puedo evitar pensar como la conocimos, aquel primer día en nuestro entrenamiento de Bastión Hueco… Ains. El tiempo vuela, ¿no te parece?
Tras conversar durante un rato, Ragun acabó interceptándome.
—¡Saito!
—Buenas, Ragun —saludé, dándole un apretón de manos.
—¿Qué tal están Lía y el pequeño Adler?
—¿Te ha llegado la actualización del mapa de los mundos? Hay siete nuevos de los que no teníamos constancia y necesitamos algunos cuantos exploradores más para explorarlos y cartografiarlos.
Negué con la cabeza, sintiéndome algo culpable. Aunque tampoco mucho, hoy era un día en el que el trabajo era lo que menos importaba.
—No he tenido tiempo de mirarlo, si te soy sincero. Ya mañana le daré un vistazo a los informes que tengamos, y trataré de organizar un pequeño grupo con algunos de mis alumnos y otros Maestros. A ver lo que nos encontramos.
Alice bufó y tiró de mi brazo al ver a Fátima. Ambos saludamos a tiempo a la Maestra, que continuó avanzando y perdiéndose en aquel océano de gente.
—Estamos en una fiesta. Tenéis el resto del año para planear esto.
—Touché. ¡Nos vemos luego Ragun!
Me alejé, a tiempo de ver de reojo la regañina que Ryota y Ronin estaban recibido de Lyn. Sonreí al ver a los dos antiguos líderes, jubilándose tras tanto trabajo a sus espaldas. Aunque hubieran envejecido, el paso del tiempo se había notado en todos los presentes que no estábamos dotados por un poder angelical o perteneciente a una raza ancestral.
—¿Queréis hacer el favor de comportaros los dos? Haréis que me arrepienta de no haberos echado de una patada de la ceremonia de Nanashi. Si seguís refunfuñando como dos viejos, haré que Nithael le entregue el título de Gran Maestra, y yo misma os mandaré a los dos a Islas del Destino.
—¡Eh! ¡Dijimos que volveríamos al País de Nunca Jamás a vivir como piratas! El mar balanceando el barco, la libertad, el viento con olor a sal...
—Ni en sueños, cariño. Ya lo hemos hablado: si quieres que me jubile y pase mi vejez contigo, no será como pirata.
«¿En qué mundo terminarán esos dos?»
Me encogí de hombros, sabiendo que no importaba porque serían muy felices estando juntos. Y de mientras, aproveché para ocupar mi sitio, teniendo a un lado a Alice y al otro a Celeste. La Maestra Nanashi hacía poco que había hecho acto de presencia, y dentro de poco daría comienzo el evento.
—Sé que estás ocupada —le comenté a Celeste—. Pero para celebrar todavía más esto... ¿te apetecería salir en la próxima obra de Ciudad de Halloween que me dejen organizar?
Con una sonrisa, la abracé para luego añadir:
—Sois un amor —añadí, con un susurro—. Ya me entiendes: Daian y tu, Nanashi y Lyn, Fátima y Malik, Ryota y Ronin… todos hacéis parejas hermosas.
»Y deseo que sigáis así por muchos años más.
Mi cabeza, durante unos instantes, se permitió viajar a la Cité. El tiempo suficiente como para que mi sonrisa continuara siendo sincera mientras la ceremonia daba comienzo. Noté a Alice apoyándose en mí, adivinando mis pensamientos, y yo los suyos.
Tras la emotiva ceremonia, me acerqué primero a Ronin y Ryota. Alice había ido a felicitar a Nanashi para después pasarse para ver a Fátima y los niños. Por lo que estaba solo, tragué saliva antes de hablar:
—Gracias. Gracias por todo lo que habéis hecho por mi todos estos años. —Hice un gesto con la cabeza y me permití sonreír—. Para mi Ryota, has sido como un padre todo este tiempo. Y tu, Ronin… lamento como me porté contigo en el pasado. De verdad, espero que seáis muy felices. Y que no os olvidéis de nosotros y vengáis de vez en cuando.
»Toda una generación de Caballeros descansa sobre sus hombros.
Le ofrecí una mano a Ryota, y después otra a Ronin. Un último apretón de manos. Sabía que estarían bien, ya fuera en Islas del Destino o viajando entre mundos hasta encontrar su sitio.
Con pasos ligeros, giré sobre mis talones y me dirigí a la Maestra Nanashi. Casi todos se habían ido acercando de un momento a otro a ella, para felicitarla por aquel nuevo título. Por lo que había conseguido.
La emoción hacía que temblara un poco, pero lo controlé lo mejor que pude.
—Le deseo mucha suerte en esta nueva etapa Maestra Nanashi. Creo que nunca se lo dije pero… gracias por cada reprimenda más que merecida a lo largo de estos años, y por cuidar de mí cuando me metía en algún lío. Que no eran pocas ocasiones.
»Estoy muy orgulloso de poder estar hoy aquí. Ha sido un honor estar con usted todos estos años, y lo seguirá siendo de aquí en adelante. Enhorabuena por todo lo que ha conseguido, y por lo que sé que conseguirá.
Extendí mi mano para darle un cordial apretón con una sonrisa, y me fui. Todavía quedaban muchas horas por delante de aquella celebración, y muchos años por los que seguir brindando en familia. El comienzo de algo nuevo. Por los que estaban, y por los que no.
Seguiríamos luchando y, por encima de todo, cumpliendo con nuestro deber.
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