Finalmente, dos aprendices, próximos a convertirse en Maestros, habían aceptado la Misión destinada a entrenar a una pobre moguri que se sentía desamparada ante la nueva amenaza de los sincorazón. ¿Podría ser acaso una práctica para el futuro? Al fin y al cabo, quizá, algún día serían ellos los que tuviesen que instruir a jóvenes parecidos a ellos en el arte de la Llave Espada.
En cualquier caso, la inquieta Migara les esperaba en los Jardines, sobrevolando un banco sin poder esperar mucho más a que alguien aceptase su encargo y se hiciera cargo de su instrucción. La moguri en cuestión era igual al resto de sus congéneres, con la curiosa diferencia de su pompón rosa y su lacito en el extremo de éste, lo cual la hacía más mona y achuchable de lo normal. Oh, bueno, eso decían.
Nada más verles, saltó de alegría y se aproximó a ellos, radiante de felicidad al ver concluida la espera.
-¡Por fin, por fin, kupó! Me alegro de veros. Porque sois lo que he pedido, ¿no, kupó? -se llevó las manos a esos ojillos cerrados-. Kupopopó, no me digáis que me he vuelto a equivocar de aprendices...
Al parecer, estaba muy nerviosa. Natural, pues nunca había necesitado saber defenderse, y se veía tan frágil y delicada... Seguramente, en realidad lo que le pasaba es que le daba mucho miedo la situación a la que se enfrentaba. Si querían enseñarla algo, quizá debiesen empezar por ahí.
Dos aprendices dando lecciones a un moguri. ¿Adónde podría conducir catastrófica situación?