por Deja » Vie Jun 22, 2012 6:52 pm
—¡Guau! —exclamé con cierto asombro al ver Tierra de Partida.
"Como Pedro por su casa" solíamos decir en Tierras de Reino cuando alguien caminaba por territorio desconocido como si estuviera en su casa. Así iba yo, pasito a pasito, atravesando los parajes de la nueva ciudad que se mostraba ante mí. Es cierto que al principio me impresionó mucho ver las formas de los edificios, las "camas" (útiles para descansar) súper mullidas y cómodas. Había tantas cosas nuevas para mí.
Por ejemplo, los relojes. Unos objetos que marcaban unos determinados números; por ejemplo, cuando daba con el tres, significaba que era la hora de comer. ¡Y que hora de comer! Comida gratis, sin cacería ni nada. Además de eso, la comida era exótica y desconocida para mí, pero se agradecía mucho más que un simple ratón medio muerto.
Total, que a las diez había que dormir porque se volvía el cielo oscuro y desaparecía el sol. También era otra el sol: yo, acostumbrado a tan altas temperaturas de Tierras de Reino, lo pasé mal por las noches hasta que descubrí una especie de telas para tapar mi cuerpo y ofrecerme calor. "¡Qué lujo" diría mi hermano. "¿Cómo no se me habría ocurrido a mí?" diría cualquier otro.
Era tal mi comodidad en aquel lugar, que casi olvidé completamente mi vida en Tierras de Reino, aunque me propuse volver. El maestro había dicho que yo no me podía convertir en humano, y que si lo hacía, no volvería a ser un perro. Decidí quedarme como estaba, en mi "forma" canina. A pesar de todo, siendo un perro también pude aprender a utilizar otras magias. Descubrí que mi pelaje amarillo servía para desprender electricidad en el momento de pronunciar "Electro", cosa que me costaba decir.
También obtuve la Llave-Espada que, supuestamente, todos los habitantes de Tierra de Partida poseían un ejemplar, y la mayoría eran iguales. Los humanos las agarraban y usaba con sus manazas; yo las cogía con la boca. Pero, a mayores, también podía causar daño con mis garras y colmillos.
Vamos, que Kazuki era el único personaje extraño que había visto. Y, aquella mañana, quise que eso cambiara.
—¡Colega! Uhum... ¡colega humano! ¿Qué tal lo llevas?
El receptor, un humano bastante más joven que mi maestro, estaba apoyado en un "banco", lugar de descanso. Además, no atendía ni olisqueaba nada, si no que miraba directamente a un objeto desconocido que sujetaba con las manos. ¡Vaya costumbres tan raras las de los humanos!
Si es que, por poder, podía haber también más como yo, de mi raza. Pero bueno, intenté ser lo más cordial posible para no llevarme mal con los humanos. Los humanos para mí eran como criaturas ejemplares, mucho más poderosas que los nuestros, por lo menos en el caso de Kazuki. Dudé esta afirmación durante mucho tiempo, ya que supuse que no todos serían tan fuertes como él, porque era maestro.
También pensé en si me había entendido o no, supuse que sí, porque si Kazuki lo había hecho, todos los humanos lo podrían saber. Apunté en mi mente el ejercicio de buscar las "características comunes" que poseen todos los humanos. El cuerpo semejaba ser el mismo, un buen comienzo.
