Ya llevaba unos días así, que pudieran recordar sus habitantes. Hacía ya como una semana desde que sencillamente se levantaron de la cama y no había Maestros, aunque probablemente no le dieran importancia al asunto. Los silenciosos moguris que trabajaban en el mantenimiento del mundo seguían por allí, aunque si alguien se acercaba a ellos simplemente lo ignoraban e iban a lo suyo o huían por miedo de recientes incidentes con algunos de ellos que les habían torturado. Y la comida seguía siendo cocinada, por lo que lo lógico era pensar que Higashizawa continuaba con su labor de mantenerles alimentados.
Y en eso se resumía su vida. Sin misiones, sin entrenamientos... Todo era tranquilidad en Tierra de Partida. Ni siquiera hacía falta salir del mundo: ¿para qué? Tenían lo que necesitaban allí... Aunque quizás sería buena idea ir a buscar a los Maestros. ¿Pero para qué? No iban a perderse, ¿no?
Y esperaron. Siete días concretos enteros, esperando, impacientes o no, a la vuelta de sus Maestros. Sin noticias, sin cartas... Sin nada.
Y finalmente, el séptimo día... Él llegó.
Reuníos todos conmigo en la sala del trono. Es urgente.
~Ronin
No había nada más. Esa nota les esperaba a cada uno el séptimo día a los pies de la cama, al poco de levantarse de la cama para empezar un nuevo día. Por mucho que buscasen, por mucho que quisiesen saber... No lo harían hasta llegar a la sala del trono.
Muchos ya esperaban en la susodicha sala. Compañeros, amigos... Todos estaban ya allí. Ronin, sentado en uno de los tronos con aspecto serio, se encontraba de nuevo entre ellos tras tanto tiempo desaparecido. Pero aparte de ellos, había más gente: el Maestro portaba cadenas en las manos a medio metro de distancia de él, las cuales conducían hasta prisioneros.
Quizás los reconociesen. Traidores de Bastión Hueco que se habían pasado al bando contrario unos meses antes, como Ragun o Xayim. ¿Qué hacían allí? Llevaban correas en el cuello que les mantenían prisioneros del Maestro, a la vez que las manos atadas con esposas... Y la mirada impasible de Ronin fusilándoles con su único ojo.
Dirigió la mirada hacia los aprendices, sentado en su asiento con aires de superioridad. Lo cierto es que no era el Maestro habitual, con su sonrisa y bromas que hacían animarse o sacarle de quicio a cualquiera.
—Esto es lo que les sucede a los traidores.
Ronin tiró con fuerza de las cadenas con sus dos manos, obligando a los traidores a levantar la cabeza hacia los aprendices de Tierra de Partida. El Maestro gruñó y tiró de nuevo en caso de que alguno de ellos opusiera resistencia a sus medidas, cual perro rabioso que se negaba a obedecer órdenes.
Estaban confusos y cansados. Lo último que recordaban era estar en una misión en Villa Crepúsculo, aparecer de la nada al Maestro y ver cómo este les daba la paliza de su vida sin apenas esforzarse. Cayeron desmayados y allí estaban de nuevo, atados y esclavizados a un hombre... Delante de todos los que antiguamente fueron sus compañeros.
—Hace siete días, los Maestros viajamos a Villa Crepúsculo, alertados por informes de actividad de los Sincorazón allí —explicó Ronin a sus aprendices, agarrando las cadenas con fuerza para que no se les escaparan sus prisioneros—. Me temo que nos tendieron una emboscada... Y solo yo he salido de ella. Con este regalito...
El Maestro calló unos segundos, esperando la reacción de los aprendices de la Llave Espada. Levantó la mano para acallarlos a todos, negándose a contestar cualquier pregunta que le hicieran.
—Desconozco si los demás sobrevivieron o no —sencillamente afirmó, con pesar en su voz—. Pero hay que volver. Para rescatarles, para salvar a los habitantes del mundo... Y para matar a esos traidores que siguen ciegamente a la oscuridad.
Ronin se levantó de su asiento, echando a caminar hacia los aprendices de Tierra de Partida. Los observó a todos por encima, con las manos en la cintura, reflexivo.
—Sois bastantes... —dedujo, acicalándose la barba con una de las manos mientras conservaba las cadenas en la otra—. Más que suficientes. Vamos a la plaza.
El Maestro echó a caminar hacia la salida del castillo, tirando de las correas de los traidores de Bastión Hueco para que también le acompañasen, aunque fuese en contra de su voluntad.
Era el momento perfecto para ruegos y preguntas...