Halloween había llegado a las Islas del Destino.
Brujas, vampiros, esqueletos y otros monstruos variopintos recorrían las calles de la isla principal en busca de los gritos de terror de sus congéneres. Los niños se divertían imitando a los monstruos que vivían en sus cuentos corriendo, aullando y gritando sin parar con tal de asustar a otros niños o incluso a sus padres.
Aunque para los más valientes y a los que los infantiles disfraces que pululaban por la calle les parecía un carnaval, algunos adultos se habían reunido para hacer de infernales barqueros que los llevarían hasta la pequeña isla donde solían jugar los niños, ahora convertida en la una isla de pesadilla donde se concentraban todos los miedos humanos: Enormes arañas que descendían de las palmeras, brazos que salían de la tierra intentando liberar el resto del cuerpo, fantasmas que se mofaban de todos aquellos a los que se acercaban…y al final de todo aquel camino, en la enorme casa del árbol, unos jóvenes habían asentado su casa del terror a la que solo los más valientes podrían acceder y conseguir la recompensa.
Mientras en el pueblo, los menos valientes y aquellos niños que no tenían el permiso de sus padres, debían conformarse con disfrutar atormentando con trucos y tratos a los inquilinos de la costa, cuatro pequeñas casas en las que las calabazas y las luces eran protagonistas, aunque todas distinguibles gracias a la creatividad de sus dueños:
La de más a la izquierda había colocado algunos murciélagos por el techo y cada vez que alguien se acercaba a la casa, podía escuchar a los animalillos gritar. La siguiente parecía ser mas amiga de los fantasmas, ya que en el árbol de su jardín colgaban varios de estos seres con la intención de asustar a los más pequeños, en la puerta también podía verse otro fantasma mas como intentando alejar a los intrusos y mantener a la persona de dentro tranquila y aislada.
De las dos de la derecha, la más destacable era la central, ya que contaba con un pequeño y sangriento estanque en su jardín, en el cual podían verse flotar ojos de diferentes colores y según algún niño, una cabeza. La última tampoco se había esmerado mucho en la decoración, tenía varias calabazas repartidas por el jardín, pero la cosa no llegaba mucho más lejos.
Por si alguno se aburría y deseaba una pequeña aventura, quedaba todavía una sexta casa en la isla a la que podía ir todo el mundo, el edificio más lujoso del pueblo y en el que según contaban sus habitantes, vivían dos pequeños monstruitos que no se dejaban intimidar por los trucos…incluso decían los más jóvenes que el truco lo habían recibido ellos en lugar de los inquilinos ¿valdría entonces la pena ir allí por el trato?
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