—
Deberías entrar antes de que tengamos que ocuparnos también de ti.Me encontraba sentada frente a la tienda donde yacía inconsciente Fátima, pensando si realmente sería necesario o no que entrara, cuando de la misma salió el hombre que nos había dado cobijo en un campamento montado en medio del desierto, cerca y a la vez lejos de aquella montaña que se veía incluso en la oscuridad de la noche gracias a las estrellas.
No dije una palabra. Simplemente me acurruqué en mi sitio y evadí la mirada, molesta. Era cierto que comenzaba a hacer mucho frío de noche, pero no me atrevía a entrar.
—
¿Sigues mosqueada porque te grité que mantuvieras el pico cerrado? —pegué un respingo, a la par que notaba que se ponía de cuclillas para igualar la altura y hablar conmigo—
Entiende que estaba demasiado concentrado intentando averiguar lo que le pasaba a tu amiga como para darme el lujo de escuchar tus berridos.—
Esa es la menor de mis preocupaciones —le contesté de mala gana.
—
Oye...—
Sirâj, ¿por qué tardáis tanto? De la tienda salió una joven que vestía con unos atuendos bastante holgados y, para qué engañarme, bonitos. Su larga trenza negra le caía a la espalda y tenía bisutería decorando su cuello y las orejas. Pero lo que más me llamó la atención fue que llevara colgado en su cintura un carcaj con flechas.
Sirâj, que así parecía llamarse aquella persona, suspiró al intercambiar una última mirada conmigo, intentando encontrar alguna vía de entrada en mi perseverante tozudez. Al ver que no conseguía nada y la joven esperaba una respuesta, se levantó del sitio:
—
Me rindo —se encogió de hombros y echó andar hacia la gran hoguera que habían encendido en medio del campamento, poco tiempo después de que llegáramos con Fátima a cuestas—.
A ver si tú eres capaz de sacarle algo de sensatez a esta cría. Será posible...Escuché los pasos de Sirâj alejarse, y luego la voz de aquella mujer:
—
¿No tienes frío? —ante mi negativa, ella insistió en cogerme de ambas manos con una sonrisa—
Estás helada. >>
Entra, vamos. Te daré algo caliente para beber, ¿sí?—
No quiero entrar.La joven se quedó callada unos segundos, para después sentarse a mi lado de una forma un tanto peculiar. Volvió a cogerme de la mano y la acarició con gentileza, viendo que estaba asustada con la idea de ver a Fátima.
—
Está fuera de peligro, tranquila. La he aseado y duerme plácidamente —sorprendida de la noticia, me giré a ella con ojos abiertos de par en par—.
Parece que al final sólo ha sido un susto.—
¿De verdad? —cuestioné, no por desconfiar en la palabra de la joven. Simplemente, quería estar cien por cien segura de que Fátima estaba bien.
—
De verdad. Ven, te daré ropa nueva para que puedas asearte dentro. Sintiéndome derrotada por su amable insistencia, dejé que me ayudara a levantarme y me guiara al interior de la tienda. Comprobé que, tal y como decía aquella muchacha, el estado en el que había llegado Fátima pudo ser obra del calor, y el corte en el brazo un mero accidente. La mujer, de nombre Bahira, no me pidió el mío y, en cambio, me entregó una tina llena de agua y atuendos parecidos a los que vestía Fátima entre los tupidos cojines.
Era la primera vez que me daba un baño encima de un taburete, sin más protección a mi alrededor que paredes de tela. Había leído sobre Agrabah y sabía que en muchos mundos la higiene no siempre iba a ir acompañada de un baño caliente en un cuarto de baño. Más que resignada, me sentí aliviada con el agua que me caía a la espalda y lograba quitarme toda la arena de encima.
Para cuando ya logré colocarme las ropas, vi que la muchacha había sacado hilo y aguja y cosía con una sonrisa el estropicio que había llevado como atuendo en mitad del desierto. Sinceramente, estaba hecho un desastre como para que se tomara las molestias de intentar hacer un apaño con él. Pero ella negó con la cabeza e insistió en que sería una lástima tirar buena tela como aquella.
Al ver entonces su carcaj, recordé con cara de malas pulgas como Sirâj, a poco de entrar en el campamento, me arrebató mi arco y se lo entregó a ella. No tenía ni idea de dónde lo tenían escondido, pero me mordía la lengua para no acabar preguntando sobre su paradero.
"Mejor que la gente de mi pueblo no te vea con armas, o me ganaré enemigos", explicó Sirâj. En cierto modo, veía normal que una cara nueva con un arco y un arsenal de flechas fuera plato de mal gusto para las familias que estaban allí, pues éramos completas desconocidas y con un aspecto bastante diferente al suyo, a pesar de que los atuendos eran los correctos, más o menos. Y tampoco es que me sintiera insegura sin el arco, pero me había costado mucho conseguirlo, y dos amigos jamás me perdonarían dejármelo allí en Agrabah.
Eché un ojo a Fátima, y al ver que dormía tranquila, sonreí. Pero amargamente. Si mantenía distancias con Sirâj era, precisamente, porque me había dejado en evidencia: no había sabido tratar a mi amiga en un momento en el que caí presa del pánico, dejándome llevar por las emociones antes siquiera de buscar una solución. Me sentía... ridícula. Y más cuando me enteré de que era el líder de aquel pueblo nómada. Mientras ella me servía algo parecido a un té rojo por el sabor, me comentó también que era la esposa de Sirâj.
Parecía tan joven que aquella noticia me sorprendió bastante. Aunque, ¿quién era yo para juzgar la cultura de un mundo ajeno? Le di un sorbo al té y seguí escuchándola, algo sobre un peregrinaje. Sin embargo, un bostezo me delató y me rogó que intentara descansar.
Para cuando Bahira se fue de la tienda, yo saldría de entre los cojines y me sentaría al lado de Fátima, sin apenas tener ganas de dormir. Aquella noche, la mujer de Sirâj aparecería dos veces más para comprobar que nos encontrábamos bien. Me pidió que intentara descansar, pero yo sólo le respondí con una sonrisa de agradecimiento.
No sabía lo cabezota que podía llegar a ser.
*****A la mañana siguiente Bahira comprobó que, en efecto, apenas había pegado ojo. Con una sonrisa, insistió en que al menos me diera el lujo de dar una vuelta y tomara un poco el aire. Me parecía algo irónico cuando ahí fuera debía pegar con fuerza el ardiente sol del desierto, pero me levanté antes de que ella misma me echara a empujones entre risas.
Me arrepentí en cierto momento cuando comencé a dar un paseo y me encontré con las miradas de curiosidad de los miembros del pueblo de Sirâj: algo cohibida, evadía la mirada y observaba curiosa lo que hacían. Como parte de la rutina, algunos hombres se dedicaban a montar más tiendas o salir del campamento seguidos de sus rebaños; las mujeres, en cambio, tejían bonitas túnicas rojas que me hicieron recordar por un momento al extraño que me había conducido al paradero de Fátima. Pero no pensé mucho más en aquello cuando escuché sonido de cuerda cerca de donde me hallaba.
Muerta de curiosidad, llegué a una zona abierta en el campamento a modo de plaza donde quedaban los restos de la gran hoguera del día anterior. A su alrededor, los hombres usaban sus dagas para darle forma a pequeñas figuras de madera, mientras que algunas mujeres cosían o tocaban instrumentos de cuerda o viento, a la par que los niños se divertían bailando, persiguiendo a algún borrego perdido o haciéndose trenzas en el pelo.
No pude evitar sonreír ante la sensación de calidez que se respiraba allí, entre familia y amigos. De pronto, noté que alguien me tiraba de los atuendos y me encontré con los ojos curiosos de una niña que me ofreció una fruta.
—
Oh, g-gracias —le dije, recibiendo la manzana y dándole un pequeño mordisco.
De pronto, me entró ansia por devorar la manzana. No había percatado para nada el hambre que tenía desde el día anterior, y ante las risas de los pequeños al verme comer con tanta rapidez, sonrojé. El pequeño se alejó y logré oírle decir a su abuela que, en efecto, tenía aspecto de no haber comido nada.
No sé en qué momento me invitaron a sentarme cerca de quienes tocaban música. Me acordé inevitablemente de Tandy, deseando que ojalá estuviera allí para escuchar aquellas notas tan bonitas y especiales. Para mi sorpresa, los niños me rodearon y comenzaron a tocarme la cara y el pelo, observándome con cierta curiosidad en sus ojos.
Ante la duda, la anciana que me había ofrecido otra manzana del bol de fruta me explicó:
—
No ven todos los días una piel tan blanca y un pelo que brille tanto a la luz del sol, joven —comprendí que debía ser un tanto raro ver a alguien de mis características físicas en medio del desierto. Recordé que en Tierra de Dragones Malik y yo nos tuvimos que hacer pasar por esclavos de Kousen y Fátima.
—
¡Nadhia! —como si haberla nombrado en mis pensamientos la hubiera hecho aparecer de pronto, sentí su férreo abrazo como si se tratara en principio de un espejismo—.
¡Menos mal que estás bien! ¡Por un momento pensé que no salíamos de esta! —pero al comprobar que era ella quien había venido, con Bahira sonriendo a su espalda, le correspondí—.
¿Estás bien? ¿Qué sucedió? ¿Dónde estabas? No tienes ninguna herida, ¿verdad? Verla tan espabilada me sacó una sonrisa de puro alivio. Sentía ganas de volver a abrazarla y llorar por haberme tenido tan preocupada toda la noche, pero me mordí los labios.
—
Estoy bien, tranquila. Mucho mejor de lo que tú estabas ayer cuando te encontré en esas ruinas —le expliqué, dejando escapar una risa para liberar toda la tensión acumulada del día anterior—.
¿Qué te pasó a ti? Pensé que no la contabas... no... no me vuelvas a asustar así.Aquel momento entre dos buenas amigas hubiese sido perfecto... si cierta persona no hubiera aparecido de la nada:
—
Vaya, parece que la famosa Fátima ya está despierta —a mi espalda, Sirâj salió de una tienda cercana para acercarse a nosotras. Allí agachada, le regalé una mueca de desagrado—.
Tengo tanto que preguntarte que no sabría por dónde empezar, ¿sabes?Se agachó donde nosotras y me señaló con el dedo:
—
Bueno, sí que lo sé. ¿Podrías decirme cómo demonios se llama tu amiga? ¡No me lo quiso decir ayer y no he podido dormir de la intriga! >>
¡En serio, no sé a qué tanto misterio!Estaba claro que el tono de su voz remarcando lo último era puro teatro. Molesta, escuché que Fátima respondía por mí y noté como Sirâj me revolvía el pelo como si fuera un niño más de la tribu.
—
¡Anda, si no era un nombre tan horrible después de todo!—
¡Suelta! —exclamé, apartándole la mano mientras soltaba una carcajada que a mí me sentó como un rayo. Al encontrarme con la mirada dubitativa de Fátima, sonrojé y la evadí, algo avergonzada.
—
Veamos, segunda pregunta dirigida a Nadhia —anunció el líder, divertido por mis reacciones—.
¿Me vas a decir a quién le robaste ese arco o no? Porque debía ser una persona importante, ¡es un material muy bueno!A pesar de que estaba intentando ser simpático con aquel comentario, me negué en rotundo a seguirle la corriente.
—
¿Nadhia? —Bahira musitó mi nombre y cuestionó:—
¿No querrás decir "Naglaa"? —
N-No... es Nadhia. —
¡Ey, ey, yo iba primero! —Bahira soltó una pequeña risa cuando vio que su marido había sido ignorado por completo—
¡Contesta a los mayores cuando te hacen una pregunta!—
Lo haría, pero ayer cierta persona me colocó caca de camello en la cara y desde entonces no le tomo en serio —relaté, a lo cual le siguieron las risas de los pequeños y un "¡Sirâj!" por parte de su mujer.
—
¡No me dejaste otra opción! —
¡¡Tengo entendido que por aquí el único que hace eso eres tú!!Viendo que no iba a conseguir llevarse bien conmigo —de hecho, no veía una intención sincera por su parte—, le preguntó a Fátima:
—
Y ahora la pregunta del millón, ¿cómo es posible que tuvieras signos de envenenamiento si no había mordedura?—
Sirâj...El hombre hizo un gesto para que su mujer guardara silencio.
—
¿Y bien?