[País de Nunca Jamás] Promesa

[Sombra]

―Parece que hoy también es un día lluvioso, ¿verdad?

La pregunta del camarero de aquella taberna logró sacarme de mi ensoñamiento. Aquella noche apenas había pegado ojo, había estado relampagueando y granizando sin parar, algo que me hizo sentir... extraño.

Demasiado similar al Mundo Inexistente.

―Sí, lleva así toda la semana, ¿no es así? ―dediqué una sonrisa de cortesía mientras cogía unos platines que se transformaron rápidamente en la moneda de aquel mundo en cuanto pagué al hombre.

Llevaba ya varios días viviendo en la posada que quedaba en el piso sobre aquella taberna. Podría ir y venir desde Bastión Hueco, pero era un viaje de varias horas que odiaba repetir, más teniendo en cuenta mi nulo control con el Glider a causa de la falta de mi brazo izquierdo, claro.

Al menos ya no me sentía tan deprimido y me iba bien en mi reavilitación. Había empezado a comprender mejor que aquello era solo una oportunidad más para superarme a mí mismo y a cualquier otro con méritos añadidos.

El camarero contó rápidamente las monedas y se refugió tras la barra dirigiéndose a una ventana que conectaba con la cocina.

La sopa caliente ―el plato más solicitado del día, al parecer― y su inconfundible aroma inundaba todo el local, que estaba repleto de gente que charlaba algo animada a la par que se escuchaba una canción desde un gramófono. Era un milagro que tuviese toda aquella mesa para mí, pero era normal. Mi presencia no era algo que fuese agradable para la mayoría de humanos normales.

El simple color de mis ojos ya era suficiente para que me mirasen con recelo y aún era peor, teniendo en cuenta que no tenía cara de tener muchos amigos precisamente. Probablemente las alarmas de "peligro" estaban encendidas en todos ellos.

Era una suerte que la capucha de mi chuvasquero negro ocultase ligeramente el peculiar color de mis ojos, aunque seguramente resultaba llamativo en cierto motivo. Se supone que era de mala educación tener una capucha puesta o un sombrero en un lugar cerrado... Aunque claro, a mí me la traía sin cuidado aquello.

―Que le aproveche ―me deseó el camarero cuando dejó el humeante plato sobre la mesa de madera, que evitó mirarme más de unos pocos segundos aunque ya había estado comiendo allí todos aquellos días. Asentí en silencio hundiendo la cuchara sopera en el líquido. Di varios soplidos para enfriar un poco el líquido (que tenía pinta de quemar) antes de metermelo en la boca.

Estaba deliciosa, no era muy salada ni demasiado insípida, se podía decir que tenía el "toque perfecto".

No dudé ni un segundo en meter otra cucharada de aquel cálido manjar que descendió por mi garganta y calentó mi cuerpo.

[EspeYuna]

―Qué manera de llover...

Ocultando mi cara bajo la capucha, eché a correr en busca de un lugar donde resguardarme de la tormenta que caía en Londres. Yo no fui la única, pero la mayoría de los nativos de aquel mundo parecían más acostumbrados y seguían paseando tranquilamente con paraguas en mano. Otros, más adinerados, tenían el lujo de ser recogidos por un carruaje tirado por caballos. Escuché el relinchar de aquellos animales con una sonrisa mientras pasaba a su lado, hundiendo mis botas en los charcos de la acera y calándome de pies a cabeza.

Al poco rato entré, completamente empapada, a una taberna donde más de uno me siguió con el mismo aspecto. Sin embargo, una vez el propietario y dueño del bar gritó desde detrás de la barra que no había más habitaciones libres, todos decidieron elogiar con bonitas palabras al hombre antes de patear la salida y correr en busca de otro lugar donde pasar la noche.

Yo, sin embargo, no lo necesitaba. Me acerqué a la barra y me senté, descubriendo mi rostro y sorprendiendo al propietario, quien me dijo amablemente que no estaba dispuesto a darle alcohol a una niña. Frunciendo el ceño, le obsequié con platines y le pedí algo caliente para comer.

El hombre, sin mediar palabra, cogió alegremente el dinero y se metió en las cocinas. Mientras esperaba, comencé a jugar con mi pelo y ver desde una ventana el destello de los primeros truenos.

[Sombra]

No presté atención a ninguna cosa que no fuese mi plato de comida por lo que ignoré por completo a la gente que acababa de entrar.

Continué simplemente difrutando calmado del ambiente animado, pero con un toque relajado que lo hacía elegante. Aquella taberna no es que fuese algo del otro mundo ni mucho menos, pero se estaba a gusto, más si tenía en cuenta el frío que hacía fuera.

Agradecía mucho que la chimenea estuviese encendida.

―Eh, tú.

Un joven de una edad aproximada a la mía, aunque mucho más alto y musculoso se sentó en la silla al otro lado de la mesa en la que estaba. Por su cara de estar enfadado supuse que buscaba problemas. Sobretodo, aquella suposición venía gracias a sus dos acompañantes, que sonreían como divertidos ante mi situación que en un principio se veía desfavorable.

―¿No sabes que no es de buena educación tener puesta una capucha en un lugar cerrado? ―me quitó la capucha de un manotazo.

Ignoré a aquel matón con tal de no llamar la atención ni causar problemas. Simplemente no estaba allí para aquello.

―Te estoy hablando ―golpeó mi hombro. Levanté la vista y lo observé unos momentos.

No me hizo falta tener Libra para saber que solo era un bocazas. Nuestra diferencia era como del Sol a la Luna como mínimo.

―Y yo te estoy ignorando ―contesté sin alterarme ni cambiar mi tono de voz relajado―. Ya has salvado el mundo quitándome la capucha. Seguro que mucha gente iba a salir herida por que la llevase puesta, enhorabuena ―felicité sarcástico.

―Te vas de listo, ¿no? ―me agarró del cuello del chuvasquero provocando que derramase parte de la sopa. El joven clavó sus ojos en los míos―. Estúpido Monstruo tullido. Eres anormal, ¿te lo dijeron alguna vez? ―observó con asco que la manga izquierda del chuvasquero estaba envuelta formando un nudo indicando que realmente me faltaba un miembro. También miraba con cierto desprecio mis ojos.

Quería ser capaz de aguantar aquel tipo de cosas, tal como haría el Maestro Ryota por lo que agarré la mano del joven y la apreté con fuerza obligándole a que me soltase, nada más.

Fue insultantemente fácil librarse de su agarre pese a su gran tamaño. Probablemente era una enorme ofensa para él que alguien más pequeño que él pudiese obligar a que se soltase con tal facilidad. Me puse en pié, cogí el plato de sopa y me lo llevé a la boca bebiendo directamente de él. En tan solo unos segundos ya había acabado todo lo que me quedaba de mi comida mientras aquellos tres soltaban algún que otro insulto.

―Ha estado bien ―halagué al camero, que estaba atendiendo a una persona que vestía con un chuvasquero similar al mío y a quien no me paré a mirar demasiado―. Mañana volveré.

Con esas palabras salí del establecimiento dejando con un rostro lleno de rabia a aquellos tres matones.
Fuera llovía a cántaros por lo que no tardé en volver a colocarme la capucha.

Era pleno día, pero las densas nubes hacían que pareciese de noche.

Sabía de sobra que aquellos tres estaban siguiéndome para tratar de darme una paliza. Eran ruidosos y ni siquiera sabían moverse con sigilo a pesar de que podrían ocultarse perfectamente gracias al ruido de la lluvia al romper contra la fría carretera de piedra.

Me parecía impresionante la diferencia que teníamos aquellos tres y yo. Me había enfrentado a tantos enemigos realmente poderosos que unos simples matones eran como un mal chiste para mí.

Ni siquiera podrían servirme de entrenamiento. Lo mejor que podía hacer era seguir ignorándolos y encontrar alguna pista sobre aquello.

[EspeYuna]

―Entonces, ¿buscas a un tal Salim? ―preguntó el dueño mientras le daba brillo a un vaso, al otro lado de la barra. Tras sorber una cucharada de la sopa que me sirvió, asentí― He tenido bastante clientela con el negocio, sobretodo cuando decidí abrir el piso de arriba para alquilar habitaciones.

>> Pero lo siento, no me suena de nada ese nombre. Londres es muy grande, ¿sabes?

―Lo es, sí ―respondí, algo decepcionada.

Había aprovechado aquel día buscando pistas sobre el paradero del hombre que adoptó a Tandy durante tantos años. Cuarenta y seis, para ser exactos. Mi guardián ya me había explicado que Salim era mago y que su edad difería bastante a la de un humano normal y corriente. Aquella tarde, Tandy había vuelto a decaer como consecuencia de que mi pacto no era tan poderoso como el de su anterior contratista.

Ni siquiera sabía por qué había empezado a buscarle.

―Y bueno, jovencita ―dijo el hombre para romper el hielo―, no pareces de por aquí. ¿Del extranjero, quizás? ¿Te está gustando la ciudad?

Ni siquiera esperó a que yo confirmara sus sospechas. Me llevé otra cucharada a la boca, no sin antes sonreír y responder:

―Bastante, aunque en mi hogar hace mejor tiempo que aquí.

―¿Y vienes tú sola? ―volví a asentir, a lo que el propietario contestó― No deberías andar a estas horas por la calle, pequeña. ¿Por qué no te quedas esta noche en la posada y...?

De repente, dejé caer la cuchara al escuchar un ruido procedente a mi espalda. Un muchacho se había abalanzado contra otro que comía tranquilamente en una esquina del local.

Mentiría si dijera que su repentina aparición no me provocó una sensación extraña en las entrañas.

Me giré, notando como todo el calor de la sopa subía a mis mejillas. Sin saber qué hacer, y escuchando los apelativos del gracioso que se enfrentaba a Ragun ―apiadado que fuera con su alma y la de los otros dos que le acompañaban―, supe que lo mejor sería que mi amigo no me descubriera.

No. Que Alexander no sintiera mi presencia.

Escuché sus pasos a la barra del bar cuando me cubrí con la capucha. Con el tono amable del Ragun que conocía, halagó al propietario y salió a la calle. Al girarme de nuevo y ver que aquellos tres matones habían abandonado también el local, me temí lo peor.

Casi a punto de atragantarme, me bebí la sopa directamente del plato y me despedí del hombre, agradeciéndole también su hospitalidad. Pero había algo que debía hacer.

Al salir, vi que aquellos tres tipos cruzaban una esquina. Avancé con sigilo en la oscuridad, vigilando si, efectivamente, seguían a mi amigo para darle una paliza.

Pobres incrédulos.

[Sombra]

―Eh, tú ―llamó finalmente otro de los matones de una forma un tanto parecida a la que había hecho el que parecía ser el cabecilla del grupo.

Atravesé la calle y giré en una esquina hacia la derecha seguido por aquellos cansinos, no había ni una sola persona a simple vista allí por lo que uno de ellos, el grande que me había agarrado antes del cuello se tiró contra mí tratando de darme un puñetazo en la cabeza desde la espalda.



Di un paso a la izquierda y con mi única mano ayudado por mi pie logré ponerle la zancadilla y tirarlo con falicidad hacia el suelo.

―Yo de vosotros me iría ―les dije―. Incluso el animal más débil puede morder cuando se ve arrinconado ―amenacé.

Aquello no afectó en lo más mínimo a ninguno, que volvieron a tirarse contra mí mientras que el que estaba en el suelo volvía a levantarse. Agarré el brazo que había alargado para tratar de partirme la cara uno de ellos y lo retorcí haciendo una luxación. Giré sobre mis pies y un crujido dio a entender que había dislocado su brazo.

El joven gritó y se tiró al suelo dolorido.

El grandote que había tirado al suelo, viendo que su otro compañero parecía pensarse dos veces si atacarme decidió acabar conmigo él mismo.

La pena para él era que incluso tratando de golpearme con todas sus fuerzas para noquearme de un solo puñetazo no fue efectivo.

Paré su golpe con la palma de mi mano y apreté su muñeca. Un "crack" llegó a mis oidos y antes de que aquel matón lograse gritar siquiera le di un cabezado que lo tumbó haciendo que cayese en el suelo.

―Al menos si vais a intentar humillar a alguien hacedlo bien ―suspiré viendo como el restante salía corriendo calle arriba a la par que me llamaba "monstruo" y similares.

Seguramente no dirían nada sobre nuestra pelea. ¿Quién se iba a creer de todos modos que alguien sin un brazo podría salir victorioso en un tres contra uno de todos modos? Estaba seguro de que ni un guardia se metería en mi camino.

[EspeYuna]

Apoyada sobre la pared de una esquina en los callejones de Londres, escuché los alaridos de dolor de dos de los hombres que la habían tomado con quien no debían. Me escondí cuando el tercero tropezó y cayó al suelo, mostrando bajo la luz de una farola cercana una mueca de horror. Le miré desde mi posición sin mediar palabra.

En parte, porque ellos se lo habían buscado al tratar con el eslabón débil. No tenía cierta simpatía por los matones, eso estaba claro. Pero que Ragun cometiera una injerencia como portador ya me parecía una excusa perfecta para seguir sus pasos con cautela e impedir que cometiera alguna locura con gente verdaderamente inocente.

Con el rostro aún oculto bajo la capucha, salí de mi escondite y seguí a Ragun por los callejones cuando dejó atrás a los dos hombres que habían intentado darle una paliza sin éxito.

Por mi cabeza pasaban tantas cosas que me contenía por correr hacia él, preguntarle sobre su vida en Bastión Hueco, examinar la herida de su brazo, e incluso ayudarle a recuperar la memoria con lo que sabía. Pero era una mala idea.

Entonces, ¿por qué no me largaba? Estaba poniendo excusas estúpidas para permanecer cerca de la Estocada Oscura cuando sabía que podía ser la elección más errónea de todas.

[Sombra]

Continué caminando en silencio cruzando una calle en la que pasaban numerosos carruajes tirados por caballos y de cuando en vez algún ruidoso vehículo de motor. Parecían ser muy poco comunes a simple vista pues tan solo había visto uno o dos en todos aquellos días que llevaba allí.

Volví a internarme entre las callejuelas de la ciudad cuando sentí como alguien me espiaba. No era exactamente que lo sintiese, pero de vez en cuando creía ver de refilón una sombra encapuchada que acechaba escondiéndose en cada rincón que podía sin saber que aquello una o dos veces funcionaba, pero que al cabo de cierto tiempo era normal darse cuenta.

Llegado un momento me frené en seco y sin darme todavía la vuelta alcé la voz para que el misterioso perseguidor la escuchase alta y clara:

―¿Vas a seguir escondiéndote mucho más tiempo?

[EspeYuna]

―¿Vas a seguir escondiéndote mucho más tiempo?

«Mierda.»

Se notaba que no estaba hecha para una misión de sigilo. Había pasado un rato desde que decidí seguir a Ragun por los estrechos callejones de la ciudad, ocultándome de vez en cuando en las esquinas y aprovechando la oscuridad de aquellas horas.

Pero era de esperar que, tarde o temprano, Ragun acabara sintiendo mi presencia. Salí de mi último escondite, asustando a un gato callejero, y me quedé a una distancia prudente del muchacho. Podría haber huido, pero no quería comprobar qué hubiera hecho mi amigo.

No dije nada. Ni tan siquiera sabía si él se había dado cuenta de quien era. Me fijé en el bulto que faltaba al lado de uno de sus hombros y me mordí los labios. Era cierto lo que decía Fátima, aunque me costara aún creerlo hasta no haberlo visto con mis propios ojos: Ragun había perdido el brazo.

[Sombra]

―Nadhia... ―murmuré en cuanto logré verla.

No sabía que era ella hasta que la vi de frente, me había esperado algún otro matón tratando de golpearme, pero sin duda ella no era nada de eso, ni siquiera tenía cara de ser violenta.

―Parece que nuestros caminos vuelven a cruzarse una vez más. ¿Te has vuelto más alta? ―sonreí tratando de encontrarme con su mirada―. Y no solo eso. Te has hecho más fuerte ―comenté fijándome en que realmente era así o por lo menos eso parecía a simple vista.

No me refería a fuerza física, pues bajo el chuvasquero poco podía apreciar. Pero era su mirada lo que hablaba por ella. Había pasado mucho y de una forma u otra parecía más madura. Ya no veía aquella expresión de inseguridad, de complejo de inferioridad que solía tener. Veía una verdadera Caballera de la Llave Espada.

―¿Qué haces aquí? ―pregunté al fin curioso.

[EspeYuna]

―Nadhia...

―Hola, Ragun ―le saludé con una sonrisa, apartándome la capucha.

De alguna manera, que me hubiese reconocido en la oscuridad me hacía feliz, y olvidé por completo a Alexander. Frente a mis ojos, sólo estaba mi mejor amigo. Era todo cuanto me importaba en aquel momento.

Sólo por si acaso, mantuve la distancia prudente, pero aún así existía un ambiente cómodo entre ambos.

―Parece que nuestros caminos vuelven a cruzarse una vez más.

―Eso parece, sí.

«No sabes cuantas ganas tenía de verte, idiota.»

―¿Te has vuelto más alta?

―Pues la verdad, no tengo ni idea ―me puse de cuclillas un poco más cerca de él y me puse a diferenciar con el gesto de la mano nuestra altura, confirmando que, en efecto, no había crecido tanto―. Nada, apenas unos centímetros.

―Y no solo eso. Te has hecho más fuerte.

―No te creas ―reí, restando importancia a su último comentario―. De seguro que sigues barriéndome en un duelo.

«Estoy segura de ello.»

Habiéndome acercado un poco más a él, me fijé en que apenas había cambiado, salvo por aquellos ojos amarillos e intensos que había conocido en las Islas. Pero se le veía tan... Ragun.

Ambos dejábamos atrás el bando al que pertenecíamos, coincidiendo en aquella ciudad como un encuentro casual entre dos buenos amigos que no se veían desde hacía mucho tiempo. Sin mencionar nuestras diferencias, ni a Alexander.

―¿Qué haces aquí? ―preguntó.

―Nunca había visitado este mundo, y sentía curiosidad. Y estaba en la taberna cuando se montó el jaleo con ese paleto ―comenté, riendo―. Aunque debo admitir que te has pasado un poquito con ellos, ¿sabes?

>> Pero tranquilo, no reportaré a Bastión Hueco nada de lo sucedido.

Cuando mencioné un tanto bromista la Estrella Maldita me quedé unos segundos callada, sin saber qué decir a continuación. Tras meditarlo y saber que podía confiar en él, le pregunté:

―¿Cómo has estado? Ya sabes, con el Maestro Ryota.

[Sombra]

―Nunca había visitado este mundo, y sentía curiosidad. Y estaba en la taberna cuando se montó el jaleo con ese paleto ―contestó a mi pregunta con una risa contagiosa―. Aunque debo admitir que te has pasado un poquito con ellos, ¿sabes?

>> Pero tranquilo, no reportaré a Bastión Hueco nada de lo sucedido.

―Tan solo ejercí mi derecho a defenderme ―me excusé con una sonrisa dibujada en mi rostro―. No utilicé magia ni nada que fuese en contra de las normas tampoco, no soy tan tramposo ―le guiñe un ojo con complicidad.

De todas formas a ninguno le había roto nada, el del brazo dislocado se recuperaría en cuanto visitase un médico que se lo volviese a colocar, lo mismo iba por el grande que había derribado de un cabezado.

Ahora que lo pensaba, seguramente me iba a salir un chichón por aquello.

―¿Cómo has estado? Ya sabes, con el Maestro Ryota ―preguntó ella entonces al cabo de unos segundos.

―Bien ―afirmé―. Incluso... He empezado a recordar cosas...

No añadí que aquellas cosas recordadas venían desde que había peleado contra Xefil puesto que ambos parecían ser amigos o algo así por la forma que tenía el Monarca de la Locura de hablar cuando mencionaba a la portadora.

―...como mi verdadero nombre; Alexander ―terminé de hablar revelando algo emocionado aquello que Nadhia aún no sabía.

Me costaba mucho reaccionar cuando alguien se refería a mí por aquel nombre, tendría que acostumbrarme algún día.

[EspeYuna]

―Incluso... He empezado a recordar cosas...

―¿A-Ah, sí...?

De pronto me empezaron a sudar las manos...

―...como mi verdadero nombre; Alexander.

...y no supe en principio cómo reaccionar. Pero intenté sonar lo más natural posible al acercarme a él y darle unas palmadas en el hombro donde conservaba su único brazo, mostrando aparente emoción. Me lo habría tomado como una excelente noticia, si no fuera porque ya conocía su verdadero nombre. Incluso su extenso apellido y a su hermano de sangre, Christian.

―¡Eso es maravilloso, Ragun! ―exclamé, viendo la sonrisa en su rostro― Cuéntame, ¿qué más has recordado?

[Sombra]

―¡Eso es maravilloso, Ragun! ―exclamó contenta por la noticia que acababa de darle― Cuéntame, ¿qué más has recordado?

―Una ciudad llena de nubes junto al mar ―contesté―. Se parece mucho a esta, por lo que creo que hay posibilidades de que éste sea mi mundo de origen ―expliqué obviando que sospechaba que pretendía encontrar las respuestas que buscaba allí mismo―, sin embargo por ahora no encuentro ese lugar exacto.

>>Aunque claro, Londres es enorme, ¿no?

No podía desanimarme por llevar varios días allí sin ninguna pista. Solo tenía que continuar moviéndome, no podía rendirme a aquellas alturas.

―Pero no puedo evitar sentirme inquieto por dentro ―expresé sincerándome tras unos instantes en silencio―. Temo pensar que nadie me recuerde o espere mi regreso. No tener un lugar al que poder llamar Verdadero Hogar.

>>Por cierto, te estás empapando, ¿deberíamos buscar sitio en una posada? ―señalé su cabello. Antes se había quitado su capucha y el agua de la lluvia estaba dejándola hecha unos zorros, incluso yo estaba mojado de arriba para abajo estando cubriéndome por el chuvasqueros.

Además, quería darme un buen baño caliente para no pillar un resfriado o una pulmonía. No era mi pasatiempos enfermarme, la verdad.

[EspeYuna]

―Una ciudad llena de nubes junto al mar. Se parece mucho a esta, por lo que creo que hay posibilidades de que éste sea mi mundo de origen ―explicó. Aquella teoría era bastante lógica, pero sospechaba que Ragun se equivocaba, por tal y como Chris en alguna ocasión me había mencionado el mundo del que ambos provenían―, sin embargo por ahora no encuentro ese lugar exacto.

>> Aunque claro, Londres es enorme, ¿no?

―Bastante, sí ―respondí con una sonrisa, ocultando todo cuanto sabía―. El caso es seguir buscando pistas.

―Pero no puedo evitar sentirme inquieto por dentro.

―¿Inquieto? ¿Por qué?

―Temo pensar que nadie me recuerde o espere mi regreso. No tener un lugar al que poder llamar Verdadero Hogar.

Una punzada de dolor me atravesó el pecho. Por una parte, no sabía hasta qué punto era bueno que Ragun siguiera recordando sobre su vida pasada. Si él comenzaba a recordar, Alexander también. ¿Eso significaba hacerle más fuerte dentro de él? La posibilidad estaba ahí, y temía hablar más de la cuenta. Ni siquiera Chris me había advertido sobre ello, aunque él apenas sabía hasta qué punto Alexander adormitaba dentro de su hermano pequeño.

A veces no me acordaba que Alexander había sido una etapa en la vida de mi amigo, que formaba parte de él y que no era, en absoluto, el parásito. No era como la Bruja Eterna, ni como Evangeline: quien debía considerarse la personalidad intrusa era el propio Ragun.

Asentí cuando propuso resguardarnos de la lluvia en alguna posada.

*****

Ambos decidimos compartir una habitación, lo que irremediablemente despertó la curiosidad de los residentes en el local donde una hora antes habíamos estado cenando por separado. Suspiré, reconociendo que una pareja de jóvenes alquilando una habitación de matrimonio a altas horas de la noche era la mar de sospechoso.

Me sentí más cómoda una vez entré yo primero en el baño. Me aseé y, bajo el agua de la ducha y con la mirada perdida en el agua que goteaba de mi pelo y mi cuerpo, pensé si debía decirle cuanto sabía de él.

Le cedí el baño al poco rato y, acurrucada en la cama de la habitación contra mis rodillas, esperé que viniera. Al ver que intentaba colocarse de nuevo la capucha empapada para ocultar la pérdida de su brazo, le señalé:

―¿Crees que no me habría dado cuenta? ―cuestioné con seriedad― ¿Puedo... ver la herida?

[Sombra]

Los dos entramos en la habitación de la posada. Era una habitación pequeña sin ninguna decoración en particular a excepción de un cuadro de un bodegón colgado en la pared. Sobre las dos camas que disponía la habitación (cuyas paredes estaban recubiertas por papel de pared de color blanco roto bastante sucio) había una cruz con una persona pegada a ella. Cuando me fijé un poco más me di cuenta de que aquella especie de estatuilla mostraba a un hombre maltratado y torturado donde la sangre no escatimaba. El pobre varón vestía únicamente una corona de espinas y un trapo que envolvía la zona de su entrepierna como si fuese un precario pañal.

No era el tipo de decoración que una persona cuerda tendría, más bien parecía digna de un demente que disfrutaba con la tortura.

Nadhia se metió en la ducha la primera ya que era la que estaba más escaldada y por tanto la que tendría más posibilidades de caer enferma.

Me senté a los pies de lo que había escogido como mi cama (la más cercana a la ventana) y esperé en silencio mientras jugueteaba con una manzana que había cogido de un cuenco de fruta que había sido colocada sobre una pequeña mesita colocada entre las dos camas y donde podríamos colocar nuestras cosas.

En cuanto Nadhia salió de la habitación, exibiendo su largo cabello húmedo me introduje en el cuarto de baño, donde también me disponía a darme un buen baño caliente.

Me desnudé y observé por un momento mi figura en un espejo.

Spoiler: Mostrar

Bueno, sin el brazo xDDDD

Me había hecho bastante más musculoso en aquellos últimos meses, en comparación a mi antiguo yo, delgaducho y de aspecto desnutrido. Sobre mi cuerpo, a parte de aquella cicatriz que iba desde mi ombligo hasta casi mi pecho una enorme mancha de color negro había cubierto mi cuerpo desde la zona izquierda de mi cuello cubriendo hasta casi todo el lado izquierdo de mi pechol y todo el muñón. También había notado que el lugar donde debería continuar mi brazo tenía una casi imperceptible niebla del mismo color de mi elemento afín. En las zonas que eran completamente negras había zonas que formaban como "líneas" dibujadas a lo largo y ancho de la zona negra que parecían brillar tenuemente de color púrpura.

No me paré más a mirar aquello demasiado ya que llevaba teniéndolo desde poco después de mi aventura en el Valle de los Villanos. Sin más dilación me metí en la bañera y lavé mi cuerpo con aquel chorro de agua caliente que me hizo sentir más despejado.

―Esto es vida ―murmuré tentado a quedarme allí un rato más relajándome.

Abandoné la bañera rodeándome con una toalla blanca y suave con la que sequé todo mi cuerpo. Volví a vestirme con la ropa que había llevado puesta bajo el chuvasquero.

Medité unos segundos decidiéndome ponerme también aquella chaqueta. No quería preocuparla demasiado.

Salí del cuarto de baño encontrándome a una Nadhia acurrucada sobre su cama agarrando sus rodillas.

―¿Crees que no me habría dado cuenta? ―cuestionó con algo de brusquedad señalando en dirección a mi brazo izquierdo― ¿Puedo... ver la herida?

Me quedé en silencio unos instantes cuando pidió aquello. No contesté, simplemente desabroché la chaqueta y la colgué en el perchero para acto seguido quitarme la camiseta que llevaba puesta y mostrarle mi herida.

―¿Contenta? ―inquirí algo molesto por no haber logrado ocultarle aquello ni siquiera. Era demasiado observadora para lo que le convenía.