En este Encuentro salvamos a Santa Claus del Anticristo

[Soul Artist]

¡Navidad! ¡Adorada Navidad!

Si alguna vez he adorado una fiesta, además de mi propio cumpleaños, esa era la Navidad. Desde pequeño celebraba aquel día de insoportable reunión familiar, decoración extraña en cierto modo siniestra y, lo más importante de todo en el universo: ¡regalos! ¡Cientos de regalos, tales como coches de lujo o videoconsolas recién estrenadas de sesenta mil platines!

Y aquel año iba a ser el más especial de todos. Había escrito una carta a Santa Claus pidiéndole todo cuanto quería: la colección de libros de Kevin Flynn, un reloj de bolsillo de oro con lanzamisiles incluido y lo más importante, ¡un todoterreno con metralleta láser último modelo! Y sabía que en cuanto Ragun lo viese se moriría de envidia y me suplicaría montar en él. Yo me negaría en principio, claro, pero después la amabilidad de mi corazón le permitiría que se subiese encima y disfrutara de un viaje irrepetible.

Por supuesto, yo también estaba contagiado por el espíritu navideño. Había hecho mis propias compras y había dejado unos regalazos a mis personas más cercanas: a Pichu le había comprado un nuevo cojín, para empezar. A Fátima, un peine de tecnología punta que era capaz de (¡increíble!) peinarle el pelo. Y también Nadhia tenía su propio regalito: un llavero con la forma de un muñeco de nieve. ¡Pero no un llavero rancio cualquiera! ¡Si lo apretabas, se reía! Si es que más generoso que yo no podía haber en la Orden.

—¡Feliz Navidad, Tierra de Partida!

Abrí las ventanas de par en par de mi habitación para recibir un mundo nevado, precioso como aquel día mismo. Algunos moguris habían comenzado a recoger la nieve y echar sal en las aceras, pero ¡a ellos también les deseé lo mejor posible para aquel día!

La felicidad no cabía en mí. Salí de la habitación, saltarín y alegre, y fui deseando felicidad a todo el mundo que se me cruzara en mi camino.

[EspeYuna]

La mañana de Navidad estaba siendo algo animada, ¡y me encantaba! Después de darle mi regalo a Tandy me encontré con Mei por los pasillos y me obsequió con un libro que estaría gustosa de devorar en un par de noches. Y tras esperar a que Xefil se quedara dormido después de darnos los regalos y hacerle un poco de compañía, decidí visitar a Light.

Su abuela, como siempre, me trataba como si fuera su propia nieta y me regalaba la misma cantidad de chucherías que a Light. Durante un largo rato nos estuvimos atiborrando de dulces mientras conversábamos sobre nuestros últimos días de entrenamiento.

Quise bajar al comedor para encontrarme con Fátima y darle su regalo, un bonito pasador para el pelo. Sabía lo mucho que le gustaba combinar ropa y de seguro le daba un buen uso, no como a mí, que ya me costaba quitarme los nudos del cabello cada mañana. Tandy no quiso acompañarme, hundiendo de nuevo sus bigotes en una chocolatina.

Me encogí de hombros y salí de la habitación, para luego bajar por la escalera que daba a los pasillos de la planta baja. Con la cabeza en las nubes, observaba el bonito paisaje de fuera y a los aprendices y moguris jugando en los jardines.

Era bastante obvio que la Navidad era uno de mis días favoritos del año. Con una sonrisa de oreja a oreja, aligeré el paso para encontrar a Fátima y proponerle unirnos a la fiesta montada en los jardines.

[Soul Artist]

—¡Mis regalos! ¡Quiero mis regalos!

Entré en el hall de Tierra de Partida y me lancé sobre el gigantesco árbol que Ronin había traído hacía unos días. Agité los brazos de alegría y contemplé la montaña de regalos que esperaban a sus respectivos aprendices, todos ellos dejados por Santa Claus. Yo siempre, siempre supe que existía; no importaba lo que los otros niños dijeran en el colegio, siempre confié en su existencia. Hasta la fecha, jamás me había fallado.

Empujé la montaña de regalos y todos cayeron precipitadamente contra el suelo; me daba igual cuánto se hubiese pasado alguien ordenando aquello, porque mi todoterreno tenía que estar debajo de todos. Desordené un poco los presentes, cogiendo algunos y comprobando si tenían mi nombre: cada vez que veía que no venía el apellido Kit, lo cogía y lanzaba lejos, desinteresado en él y llenando toda la entrada del castillo de regalos tirados por el suelo.

Y así me pasé diez minutos enteros. No había ningún regalo gigante expresamente para mí, ni tampoco medianos, ni tan siquiera pequeños. Mi sonrisa fue desapareciendo gradualmente hasta llevarme las manos a la cabeza. No podía estar pasando: mi peor pesadilla, hecha realidad. No, no, ¡no!

—¡No hay regalos! —susurré para mí mismo, conteniendo las lágrimas en mis ojos. Me dejé caer de rodillas al suelo y grité con todas mis fuerzas:—. ¡¡Santa Claus se ha olvidado de mí!!

[EspeYuna]

—¡Pero será bestia, kupó! ¿¡Tú sabes lo que nos ha costado colocar los presentes de Santa Claus, kupó!?

Al entrar al comedor me encontré con una escena un tanto peculiar e inesperada. La peligrosa montaña de regalos que siempre se dejaban al pie del gran árbol de Navidad había caído al suelo. Todos los paquetes estaban esparcidos por el suelo y los moguris, habiendo escuchado el estruendo de la caída, se acercaron para comprobar cómo había sucedido el accidente.

Hice una mueca al darme cuenta de que había sido provocado. Kit se encontraba en el centro de toda aquella masa de envoltorio e iba cogiendo uno por uno, tirándolos luego lejos.

Por supuesto, su comportamiento estaba sacando de quicio a los moguris. Y a algunos aprendices que todavía desayunaban tranquilamente. A ese paso, Kit se ganaría el odio de todos.

—¡¡Santa Claus se ha olvidado de mí!!

Aún con algo de vergüenza por la gente que estaba observando el espectáculo que estaba montando, me acerqué a él y le llamé la atención con el hombro:

—¿No será que no lo has buscado bien? —le pregunté, sintiendo la mirada de los demás aprendices a nuestras espaldas. Aunque los moguris me daban aún más miedo cuando se enfadaban— Venga, te ayudo.

Era la excusa perfecta para arreglar el desastre ocasionado y volver a construir la montaña de regalos sin que nadie se lanzara a por la cabeza de Kit.

[Soul Artist]

—¿No será que no lo has buscado bien?

Alguien tocó mi hombro y llamó mi atención. Me giré y me encontré con la cara de Nadhia Hoghes, a quien contesté inflando mis mejillas. Claro, venía a burlarse de mí porque ella había recibido mi regalo de su llavero con soniditos y yo, por mi parte, era el chico del que Santa Claus se había olvidado. ¿Cómo era posible aquello? ¡El gordo jamás se había olvidado de nadie! Excepto de los judíos, claro. Siempre se olvidaba de los pobres judíos.

—Venga, te ayudo.

Musité un gracias por lo bajo y me senté en el suelo mientras volvía a comprobar los regalos comprobados por el suelo. Xefil, Enix, Mei… Un montón de nombres que no significaban nada para mí, porque ninguno de ellos eran yo. ¿Cómo podía ser que Papá Noel se acordara de todos ellos y no de mí? ¡Yo era más importante! ¡El mejor aprendiz de Tierra de Partida!

—No están —protesté finalmente tras otros diez minutos, cogiendo un regalo destinado a Myxa y lanzándolo contra el primer moguri que vi pasar—. Ese viejo gordo… ¡Me ha dejado tirado! ¡O eso, o uno de sus estúpidos elfos ha puesto mis regalos a nombre de otro! ¡Conspiración!

[EspeYuna]

Al ver que Kit musitaba un gracias por lo bajo, sonreí con su actitud de niño pequeño y comencé a buscar su nombre en los paquetes a la par que los iba colocando de nuevo en su sitio. Una vez que mi altura ya no fue suficiente para alcanzar la cima de la montaña que iba formando, los moguris me ayudaron, aunque uno se llevó por sorpresa un golpe cuando Kit arrojó un regalo contra él.

—Ese viejo gordo… ¡Me ha dejado tirado! ¡O eso, o uno de sus estúpidos elfos ha puesto mis regalos a nombre de otro! ¡Conspiración!

—Anda, no te preocupes —le di unas palmadas en el hombro, sintiéndome bastante extraña con la situación.

Suponía que dándole a Kit mi regalo de Navidad, se le pasaría la pataleta y...

«Oh, oh.»

Vale. Ya sabía a quien se me había olvidado comprarle el regalo de Navidad. Casi nunca solía ser así de despistada para los regalos de mis amigos y familiares en la Villa, ni mucho menos en Tierra de Partida la pasada Navidad. Sin embargo, me tenía que fallar la lista precisamente con Kit.

Tenía que pensar en algo, y rápido.

—¿Santa Claus, eh? —musité para mí misma, comiéndome el coco. Cuando de pronto, me di cuenta de algo— ¡Espera, yo conozco a Santa Claus!

» B-Bueno, he estado en Ciudad de la Navidad, visité su fábrica... y recuerdo las coordenadas. Si quieres reclamar tu regalo, puedo acompañarte.

No entraba dentro de mis planes hacer una excursión a aquella ciudad, pero si así Kit dejaba de sollozar por sus regalos perdidos, mejor. Es más, ¿no era acaso un amigo? Por muy... ridícula fuera la situación, lo correcto era acompañarle.

[Soul Artist]

—¿Santa Claus, eh? ¡Espera, yo conozco a Santa Claus!

—¿¡Qué!? ¿¡Cómo es eso posible!?

La afirmación de Nadhia acerca de que conocía al viejo gordo me dejó muy sorprendido. Me di la vuelta en el suelo y coloqué mis manos en el suelo con los ojos abiertos como platos. Ni se me había ocurrido pensar que alguien de Tierra de Partida tuviese trato con un pez como era aquel bonachón vestido de rojo. ¡Claro, por eso la niña recibía los mejores regalos, porque Papá Noel era un favoritista de mierda!

—B-Bueno, he estado en Ciudad de la Navidad, visité su fábrica... y recuerdo las coordenadas. Si quieres reclamar tu regalo, puedo acompañarte.

—¡Ya lo creo que sí! ¡Vamos allá!

Me levanté del suelo y salí corriendo hacia la salida del castillo, alcanzando la plaza e invocando mi armadura de inmediato. Me giré para comprobar que Nadhia me seguía y, nervioso como una perdiz, llamé a mi Llave Bastón para convertirla en Glider. Me monté en él y di ligeros saltitos en su asiento, emocionado por el viaje que iba a realizar. ¡Iba a conocer a Santa Claus en persona! ¡Me iba a regalar todo lo que le había pedido y más, para compensar su error!

—¡Vamos, vamos, vamos!

[EspeYuna]

—¡Ya lo creo que sí! ¡Vamos allá!

—¡Ey, espera!

Salí corriendo detrás de Kit hasta acabar ambos saliendo del castillo. Le vi invocar su armadura y lanzar su Llave-Espada al cielo. Dando saltos en el vehículo, me miraba con tanto entusiasmo que no pude evitar soltar una risotada.

—¡Vamos, vamos, vamos!

Le hice caso y me preparé para lanzarme al intersticio con él.

* * *

Ciudad de la Navidad seguía igual de bonita que la última vez que la visité. Desde la colina donde se podía observar el paisaje nevado en su totalidad, apoyé las manos en la cintura y me giré a Kit, esperando su primera impresión:

—¿A qué es precioso? —cuestioné, y por alguna razón, la emoción de Kit me contagió— ¡Vamos, con suerte pillamos a Santa en casa!

[Soul Artist]

—¿A qué es precioso?

Un poco sí que lo era. La nieve embellecía todo el pueblecito perdido en plena montaña, rodeado de altos pinos verdes e iluminado con toda clase de decoración navideña imaginable. Las farolas parecían bastones de caramelo y otorgaban un brillo especial a las calles que no era comparable siquiera a Ciudad de Paso. Los elfos salían de sus casas y se saludaban unos a otros, contentos y alegres por el día que era: ¡Navidad!

—¡Vamos, con suerte pillamos a Santa en casa!

Nadhia descendió de la montaña y yo me quedé quieto observando la ciudad desde lejos. ¿Cómo no había podido visitar nunca antes un lugar tan especial y mágico como aquel? Porque además… ¡Allí debía ser Navidad todo el año! ¡Regalos todos los días!

Pero olvidé aquello por un segundo cuando vi unos grandes coches invadir la ciudad. Iban decoradas con la cara gigante de Santa Claus, bastones de caramelo gigantes como los árboles, el niño Jesús en su altar… ¡De todo! ¡Y además los elfos lanzaban caramelos al público!

—¡Espera! ¡Quiero ver la cabalgata! —llamé a Nadhia, lanzándome tras ella y bajando la montaña con prisa.

[EspeYuna]

—¡Espera! ¡Quiero ver la cabalgata!

Los dos descendimos con rapidez por la colina, dejando a nuestro paso las pisadas en la gruesa nieve. Escuché a lo lejos el jolgorio de los habitantes de la ciudad, disfrutando de un espectacular desfile donde no faltaba nada: globos gigantes con la forma de la cara de Santa Claus, vehículos conducidos por los ayudantes del gordinflón vestido de rojo que llevaban figuras talladas a mano.

Y, por supuesto, no podían faltar los dulces. Los elfos tiraban palos de caramelo y chocolatinas, entre demás variedad de chucherías.

Pensé que tendríamos que subirnos a algún lugar alto al llegar, pues aquel tipo de desfiles solía estar muy aglomerado y si llegabas tarde no solías ver muy bien desde la última fila.

Pero qué va. Los habitantes de Ciudad de la Navidad eran niños diminutos y nosotros desentonábamos bastante, aunque estando tan emocionados con la cabalgata no nos prestaron atención alguna.

Impregnada por la emoción de una niña pequeña, alcé los brazos y grité:

—¡Aquí, aquí!

No me iba a quedar sin dulces de la mismísima fábrica de Santa Claus, por muy buenos que estuvieran ya los de la abuela de Light.

[Soul Artist]

Maravillado estaba con la cabalgata. Era como inspeccionar en mi interior y encontrar al niño perdido que había dejado atrás hacía tiempo; y la verdad es que, por mucho que me costara reconocerlo en aquel momento, me encantaba. No podía desear estar en un lugar mejor, era completamente imposible. Excepto, bueno, en la carretera con mi todoterreno. Maldita sea, quería mi todoterreno más que aquella mierda de caramelos.

Una cabalgata con la cabeza de un diablo rojo pasó por al lado de Nadhia y esta alzó los brazos para pedir caramelos. Yo, por mi parte, miré a mi alrededor buscando a Santa Claus y le encontré justo en el coche anterior, sentado en un sillón rojo imperial mientras reía como un maniático homicida y saludaba a los elfos de la calle. Comencé a saltar para llamar su atención, pero un fétido olor me interrumpió.

Miré hacia adelante para ver cómo Nadhia y otros elfos se veían impregnados por estiércol lanzado por la boca de Satán. Los pequeños comenzaron a protestar y se retorcieron, asqueados por lo que les acababa de lanzar el malvado señor del infierno.

Una risotada surgió del interior del coche y apareció la figura de un hombre con la careta de Satán y el traje de Santa Claus. Se agachó hacia los espectadores y e invocó un regalo con una cortina de humo, haciendo muestra de su magia.

—¡Ciudadanos de Ciudad de la Navidad! —anunció el misterioso hombre, riéndose hacia el cielo y lanzando el regalo a la calle. Lo cogí en el aire, ilusionado, y comencé a desenvolverlo, ansioso de ver su contenido—. ¡Vuestro fin ha llegado! ¡Es hora de celebrar la llegada del Anticristo!

Me quedé unos segundos mirando el interior de la caja una vez abierta. Metí la mano y saqué una larga oreja de pelaje grisáceo, seguida de la cabeza de un conejo decapitado con la lengua sacada. Tardé unos segundos en reaccionar, tirando la cabeza al suelo y gritando como una niña.

[EspeYuna]

De repente, todo el buen humor desapareció cuando me vi impregnada en...en...

Ni siquiera me atrevía a abrir la boca, con aquella asquerosidad descendiendo por mi cabello y mi cara, con miedo a saborearlo por accidente entre mis labios. ¡Era estiércol! ¡Nos habían lanzado maldito estiércol desde una carroza!

Pasé la mano por mi rostro y eché hacia atrás el pelo, entrándome arcadas al darme cuenta que estaba bañada en excrementos de animal y que con mi mano intentaba quitármela de encima. Sin olvidar el olor, que era insoportable y putrefacto.

Y los pequeños elfos lloraban o mostraban su enfado a mi alrededor, intentando salir del estiércol por su propio pie, o ayudándose unos a otros como podían. Pobres: si yo ya estaba sufriendo por salir de debajo de esa asquerosidad, ellos debían estar ahogándose.

Invoqué mi Llave-Espada y conjuré dos hechizos de agua, uno para quitarme de encima lo que pudiera, y el otro para ayudar a los pequeños.

Una risa se escuchó desde el interior del coche que llevaba la carroza demoníaca y salió de él entonces el dueño de la misma: vestido con el traje de Santa Claus y ocultando su identidad bajo una careta, hizo aparecer por arte de magia un regalo envuelto.

—¡Ciudadanos de Ciudad de la Navidad! —anunció, riéndose y lanzando el regalo hacia nosotros—. ¡Vuestro fin ha llegado! ¡Es hora de celebrar la llegada del Anticristo!

Observé horrorizada lo que Kit sacó del envoltorio y me giré hacia el personaje, amenazándolo con mi arma.

—¿Qué pretendes arruinando la cabalgata, eh? —le pregunté desde mi posición, ruborizándome de rabia— Lárgate de aquí o si no... te arrepentirás.

[Soul Artist]

—¿Qué pretendes arruinando la cabalgata, eh? Lárgate de aquí o si no... te arrepentirás.

El hombre disfrazado de Satán se rió de Nadhia por encima de ella. Se levantó y su capa se agitó con el viento, mientras extendía sus dos manos hacia adelante y un bastón en llamas surgió en su mano derecha.

—¡Escuchad mi historia, porque tiempo hace que sufro por ella! —exigió el misterioso personaje, centrando aún más su atención a él. Dirigió su bastón hacia la carroza de Santa Claus y lo agitó con fuerza, lleno de ira—. Hace siete años, este hombre de aquí se olvidó de darme mi regalo de Navidad. ¡Y por ello lloré y lloré, como un bebé sin cuna!

Y tras Santa Claus aparecieron de la nada elfos vestidos también con máscaras de Satán. El gordo hombre se levantó de su asiento e intentó escaparse de ellos, pero ellos fueron más rápidos; tomaron varias cuerdas y le amordazaron por las piernas y los brazos, anulando toda posible movilidad. Santa Claus levantó la mirada y se dirigió hacia el líder.

―¡Deteneos! ¡Alto! ¿Qué haces, chico?

—¡Mi nombre es Dionisio!

Me reí por lo bajo mientras me ruborizaba, olvidándome por un momento del horror que estaba viviendo. El líder satánico comenzó a patalear el suelo y a agitar los brazos, lleno de furia por mi comportamiento claramente poco serio.

—¡¡No tiene gracia!!

[EspeYuna]

—¡Escuchad mi historia, porque tiempo hace que sufro por ella! —exclamó tras reírse de mi amenaza, señalando a Santa Claus con una vara de la que salían llamas—. Hace siete años, este hombre de aquí se olvidó de darme mi regalo de Navidad. ¡Y por ello lloré y lloré, como un bebé sin cuna!

—¿Hablas en serio? —pregunté, con una mueca de incredulidad.

De repente, escuché a Santa Claus gritar. Entonces me giré y comprobé que algunos elfos con caretas se habían aliado al misterioso personaje y amordazado al barbudo que hacía feliz a todos los mundos el día de Navidad. Bueno, o casi todos, no estaba segura.

El caso es que cuando el secuestrador pronunció su nombre, tanto a Kit como a mí se nos escapó la risa floja.

Dionisio. Qué nombre tan amenazante para quien quería traer... ¿al Anticristo?

—¡¡No tiene gracia!!

—¿En serio montas todo este espectáculo por venganza? —cuestioné— ¿No se te pasó por la cabeza que fuiste tan malo ese año que Santa Claus no quiso darte ningún regalo?

Acordándome de que Kit padecía un caso similar y que había indagado en la llaga, añadí:

—¿O que el pobre tuviera un posible despiste? —mucho mejor— Lleva muchos años fabricando juguetes, leyendo listas interminables de niños y viajando a todas partes para entregárselos.

» Dadle un respiro, anda. Así que... ¿vais a soltarle... o tengo que hacerlo yo?

Amenacé de nuevo, dispuesta a luchar contra el tal Dionisio si era necesario.

[Soul Artist]

—¿En serio montas todo este espectáculo por venganza? —Nadhia volvió a llamar la atención del satánico, el cual se agachó en su carroza para clavar sus ojos en la joven aprendiza—. ¿No se te pasó por la cabeza que fuiste tan malo ese año que Santa Claus no quiso darte ningún regalo?

Los ojos de Dionisio se abrieron como platos a través de su máscara al escuchar la pregunta de la joven entrometida. Negó con la cabeza, se levantó y dio la espalda a la chica para taparse los oídos con ambas manos y fingir que no la escuchaba mientras seguía hablando, negándose a aceptar cualquier cosa lógica que hasta yo habría pensado.

¡Pues claro que ese cretino había sido un niño malo! No era en absoluto como mi caso, en el cual sencillamente Papá Noel se había olvidado de traerme mis correspondientes regalos. Yo era un buen chico, el mejor de todos. No iba atacando cabalgatas, a menos que después en privado Santa Claus no me diera mis regalos; entonces puede que me planteara crear mi propio ejército del mal.

—¡No te oigo! ¡La, lalala, la!

—Dadle un respiro, anda. Así que... ¿vais a soltarle... o tengo que hacerlo yo?

—¡Jamás! ¡Elfos, al Satanmóvil!

Spoiler: Mostrar

Bajo la carroza de los satánicos apareció lo inimaginable: un descapotable rojo, impresionante, con la cabeza de Satán en el capó bailando de un lado a otro con los movimientos del vehículo. Los elfos aprovecharon la perplejidad del público para lanzar a Santa Claus con violencia a los asientos traseros y saltar junto a este, mientras Dionisio tomaba el asiento del conductor y apretaba el acelerador para salir pitando de la ciudad.