[¿Bastión Hueco?] 28:06:42:12

¿Encuentro entre Gata y Enok?

¡Pásate por aquí para encontrarte con todo aquello relacionado con el rol y que no encontrarás en el resto de subforos! Libres, Eventos, Eventos Globales... ¡Pásate, rolea y échate unas risas!

Moderadores: Suzume Mizuno, Denna, Astro

[¿Bastión Hueco?] 28:06:42:12

Notapor Sheldon » Sab Mar 08, 2014 12:47 am

Participantes
Gata_Soul Eater
Enok_Sheldon

Cronología
Gata _ tras [Trama]Dos mundos
Enok _ tras [Trama]Dos mundos

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Página 28

<<¿De que forma puede relacionarse el tiempo, lo vivido, con el corazón de una persona? ¿Afectan los recuerdos en la linea del espacio a la alineación del individuo? Sería, no obstante, mas correcto hablar de una espiral. Tiempo, recuerdos, memorias y espacios. ¿No son al fin y al cabo espirales de un mismo concepto auto-definido?>>

La noche bañaba Tierra de Partida mientras una sabana de sombras caía sobre el castillo y las colinas circundantes. Un astro redondeado, solitario y de un color puro se alzaba en el cielo negruzco, atorado por una densa atmósfera de niebla, iluminando entrecortado una ínfima parte de la superficie terrestre. Los pequeños aunque numerosos faroles de una luz amarillenta a lo largo de toda la fortificación intentaban relucir y hegemonizarse tras las neblinas pero su empeño caía en un saco vacío provocando que la victoria de la oscuridad fuese cada vez mas decisiva y silenciosa. Allá donde se fijase la vista solo podía ser visto un profundo gris y borroso horizonte, unas lineas mal esbozadas, unos centelleos difusos y decadentes.

Los aprendices dormían. Tierra de Partida descansaba. Solo pequeños grupos de animales nocturnos abandonaban sus nidos en busca de alimento. Aquella noche únicamente traería desgracias a los menos precavidos. El cielo comenzaba a cerrarse en sí.

Enok abrió nervioso la ventana de su habitación. Acababa de despertar sobresaltado al creer que le faltaba el aire, que se ahogaba y encontraba placentera la muerte. Sus manos temblaban ante las manillas y sus poros dejaban escapar un sudor frío que caía en forma de gotas en el suelo. Su cuerpo entero se sobresaltó con la gélida brisa que se colaba por el ventanal y helaba todo el ambiente, dando un respingo. Deseaba volver a refugiarse entre sus sabanas pero algo le instigaba a permanecer detenido ante aquella sensación de dolor, el baile de la oscuridad y el macabro juego de tinieblas que estaba teniendo lugar a escasos metros del torreón. Una nube gigantesca empezaba a destruirse y fragmentarse en pedazos de neblina que se esparcían por todos los lugares y devoraban todo el espacio. Enok cerró los ojos y sintió la naturaleza y sus designios divinos. Poco importaba aquel sueño, aquella pesadilla que le había echo sentir que el viento ya no existía dentro de él. La vida era justo aquel instante en el que se podían oler las sombras, las tinieblas y la Luna, invisible bajo la marea de nubes condensada.

La bóveda se cerró y el ambiente quedó sumido en la oscuridad pura. Los focos de luz parpadeaban como queriendo explosionar en cientos de luciérnagas que muriesen asfixiadas bajo la noche. El aprendiz volvió a abrir sus ojos. Debía salir de aquella prisión cuanto antes y encontrarse con la verdadera oscuridad, con la naturaleza misma.

Silencio. El viento se colaba por las pequeñas oberturas de los ventanales, bajo las puertas, provocando silbidos, cuchicheos, murmullos incesantes. Los peldaños de las escaleras se desdoblaban entre si con cada pisada y emitían un ruido sordo. Las puertas se abrían pero no llegaban a producir un rechinar, descansaban lentamente sobre el suelo. El césped de los jardines se agitaba inerte aunque sin reparo. La niebla impedía visión alguna. Los pies descalzos rompían la regularidad.

El chico se adelantó midiendo sus pasos y se adentró en la enorme explanada del jardín. A cada paso, la bruma se hacía mas espesa y pesante, hasta el punto de convertirse en una barrera de nubes que aislaba al aprendiz.

Silencio. La respiración se intensificaba volviéndose exasperante. Las tinieblas engullían y maltrataban. La hierba desapareció. La neblina se deshizo en una circunferencia. El cielo se abrió en un claro. Era un cilindro inexacto formado de una sustancia grisacea, aire, que se agitaba violento y que se alzaba hacia el paraíso, desapareciendo en la inmensidad del universo. El centro estaba ocupado por la nada y los alrededores por el todo.

Enok se acercó. Su corazón cayó al suelo mientras su cuerpo intentó recomponerlo. Sentía miedo, un miedo que no sabía nombrar. Pero dio un paso hacia delante. Las penumbras volvían a cerrar el círculo y la escena parecía amagar con su desaparición. Avanzó de nuevo. Estiró el brazo derecho y rozo la masa de viento. La reacción del fenómeno fue rápida y espasmódica, aumentando el diámetro y engullendo al chico.

Su cuerpo volteó agresivamente y se estiró de forma compulsiva. Cerró los ojos y calló inconsciente.
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Re: [¿Bastión Hueco?] 28:06:42:12

Notapor Soul Eater » Sab Mar 08, 2014 7:09 pm

Abro los ojos.

Siento frío. Un frío terrible que me entra a través de la piel y me llega hasta los huesos. Y aun así, todo mi cuerpo transpira, bañado por una fría película de sudor. Un escalofrío me recorre la espalda y me hace incorporarme. El corazón me late con fuerza dentro del pecho, como si hubiera estado corriendo. Me duelen las manos y cuando las miro, las encuentro cubiertas de sangre. Me he debido cortar con mi propia daga, que he apretado tan firmemente en sueños que me ha dejado las marcas de la empuñadura en la piel. No debería dormir con ella, pero siempre lo he hecho así. Me transmite seguridad.

Me levanto de la cama, envuelta en el silencio. Un silencio denso y opresivo, donde resulta difícil respirar. Me llevo las heridas a la boca y chupo la sangre cálida que mana de ellas, lamentando no tener agua de mar para tratarlas. La oscuridad es completa a mi alrededor. Las paredes parecen acercarse unas a otras, en un intento por atraparme y encerrarme en ellas. La habitación, en sí, parece una cárcel dispuesta a sepultarme en vida.

Tengo miedo.

Abro la puerta y corro por el pasillo, sin detenerme. Mis pies descalzos no producen apenas ningún sonido al chocar contra el suelo frío. Únicamente necesito salir, respirar aire fresco. Nadie parece notar mi presencia, mientras cruzo pasillo tras pasillo como si fuera una sombra. Todos duermen.

Nada me detiene hasta que llego al mirador del castillo, donde me detengo. Cierro los ojos e inspiro profundamente, tratando de llenarme de aire, de tranquilizarme. Aquí, en el exterior, me siento más segura. Pero todavía no es suficiente. Trepo por la fachada del edificio, inmune al dolor de los cortes al rozar los salientes, hasta llegar al tejado. Ya no hay paredes, barreras ni límites, salvo los que me imponga mi propia agilidad.

Me acuclillo en el borde, observando la noche, como un gato negro mirando a la luna. Con la excepción de que no hay luna esta noche. Las nubes, oscuras, la han cubierto por completo. En el cielo no se ve ni una sola luz. Un manto de sombras ha cubierto por completo este mundo, sumiéndolo en la más completa penumbra.

Me froto los brazos, tratando de retener el calor que se escapa lentamente de mi cuerpo, como si ya estuviera muerta. Y pese a todo, siento que hay algo hermoso en la suave caída de la bruma sobre las paredes, en las formas caprichosas de los objetos en la oscuridad, en la soledad oscura y agobiante que pesa sobre la fortaleza. Incluso mi propio miedo y mi dolor casi resultan agradables.

Y espero.

Parece que el tiempo no transcurre en el silencio y la imperturbabilidad del paisaje. Ni siquiera sé que va a ocurrir, o siquiera si va a ocurrir algo. Hasta que el viento comienza a soplar a mi alrededor, como si se levantara una ventisca. Un viento frío y cortante, que parece disfrutar al chocar y atravesar la carne, como si de un cuchillo se tratara. Me pongo en pie y me vuelvo, para contemplar una masa informe que gira lentamente, ascendiendo hasta las nubes. Un tornado grisáceo y pegajoso, sin principio ni final.

El instinto, en el interior de mi cabeza, se enciende advirtiéndome del peligro. Pero siento una curiosidad insana, morbosa, que me hace avanzar hacia el extraño fenómeno. Me acerco lentamente, con pasos cortos, ligeramente agachada, preparada para correr en sentido opuesto a la menor reacción. Estoy tan cerca que casi puedo rozarlo. Alzo una mano enrojecida por la sangre goteante. Las yemas de mis dedos hienden lo que parece ser la nada pura y nada más hacerlo me veo atrapada por la espiral ascendente.

Mi cuerpo se sacude y agita, girando en el vacío. Mi conciencia se hunde lentamente, desapareciendo, hasta caer en la ausencia absoluta que me rodea...
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Notapor Sheldon » Sab Mar 08, 2014 11:29 pm

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Un manto de azul marino coloreado por suaves y lejanos ocres crepusculares cubría la bóveda celeste. El aire descansaba reposado en una brisa suave mientras transportaba una débil e insignificante ceniza que ennegrecía el horizonte. El tiempo se detuvo justo en el instante en el que Enok abrió sus ojos y fijo su mirada en un punto infinito en el cielo. Había dejado de parpadear cuando súbitamente profirió una bocanada de aire recomponiendo su respiración. Lentamente y mientras normalizaba sus constantes vitales se descubrió a si mismo tendido en el suelo en una posición fetal. El asfalto se sentía cálido, como si el aprendiz hubiese estado intercambiado con él su temperatura durante un periodo prolongado de tiempo. Por extraño que pareciese sus articulaciones no experimentaban dolor alguno y sus músculos no se habían dormido sino que se mantenían activos tal y como comprobó el chico mientras se incorporaba.

Miró extrañado hacia todos los lados mientras buscaba en su memoria la razón por la que se encontraba en aquel lugar. Todo lo que le rodeaba era una especie de poblado con algunas viviendas. Todas presentaban una situación bastante precaria y muchas de ellas directamente estaban derruidas en escombros. A través de todo el entramado de aquella callejuela se extendían multitud de farolas y bancos en mal estado. Algunas de las bombillas aun emitían una débil y parpadeante luz aunque otras habían sido destruidas junto a todos los elementos que la rodeaban. En la lejanía, una colosal construcción se elevaba en el cielo queriendo alcanzarlo. El cuerpo del bloque estaba recorrido por multitud de cables, maquinaría de vapor y tuberías que expulsaban constantemente gases.

Enok se adentró a través del callejón mientras seguía buscando en su memoria los recuerdos que le habían echo llegar hasta aquel lugar. Por alguna extraña razón, todo le resultaba familiar hasta el punto de creer estar volviendo a casa, al hogar. Anduvo durante un tiempo indeterminado sin lograr apenas esclarecer el misterio. Todo estaba desierto, vacío como una aldea fantasma. El suelo cada vez estaba en peores condiciones y costaba mas adentrarse por todo el entramado sin cubrirse de un barro bastante reciente. Parecía haber llovido hacía poco tiempo. Dio media vuelta y se adentró por la callejuela mas cercana, esperando encontrar un camino que no ofreciese tantos contratiempos. Avanzó a paso un tanto acelerado ya que el espacio comenzaba a resultar bastante mas cerrado, lúgubre y aprisionante. De repente se detuvo en seco. Una sombra justo a unos metros mas lejos, en el fin del callejón, había llevado a cabo un intrincado juego de luces. El miedo de Enok empezaba a mezclarse con la sangre que recorría sus venas. La brisa se intensificó y trajo consigo un trozo de papel, que rompió la escena mientras se mecía desde el cielo hasta caer y depositarse suavemente en las baldosas descoloridas. Durante unos segundos el tiempo volvió a detenerse, el silencio destruyó el viento.

Enok se acercó a la hoja y agachándose inspeccionó el aspecto que ofrecía. Resultaba peculiar haberse encontrado con algo así en medio de aquella ciudad abandonada. Acercó el brazo y rozó el papel. Un extraño mecanismo activó un fragmento de su cerebro que trajo a la mente del aprendiz una imagen nítida y muy clara.

Sobre el escritorio de su habitación reposaba su diario, abierto por una página en blanco. Las manchas de tinta seca habían desaparecido y en lugar de ello una mano invisible escribía unas palabras sin sentido. Poco a poco se alternaban entre si y formaban palabras y frases que empezaban a tener un significado específico.

El chico cerró los ojos y volvió a la realidad. El cielo se había tornado ahora en una tonalidad un poco mas oscura. La nota reposaba en la palma de su mano derecha. En ella aparecía la palabra “diario” seguida de una cifra numérica, concretamente, el número 12, escritos ambos con una grafía muy peculiar. Enok suspiró y realizó unos cuantos dobleces a la nota. Acto seguido se la llevó al bolsillo y justo en aquel instante descubrió un tanto avergonzado la ropa que llevaba puesta, su pijama con motivos lineales en color negro y blanquecino. Volvió a suspirar. Si se miraba bien no aparentaba ser un pijama.

Se levantó y emprendió de nuevo la marcha aunque ahora a una velocidad mucho menor y con la cabeza gacha. Su razón daba vueltas a todas las ideas que se habían desprendido de aquella extraña visión. En cierto sentido, todo aumentaba la incógnita de aquel paradero aunque al menos ahora recordaba que poseía un diario.
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Notapor Soul Eater » Dom Mar 09, 2014 2:02 pm

Me incorporo de golpe, con un grito ahogado atragantado en la garganta. Me llevo una mano a la cabeza, donde los recuerdos de lo que parece ser una oscura pesadilla se desvanecen lentamente, como ocurre demasiadas veces al despertar. Me levanto de la cama donde estoy tumbada, mirando el cuarto en el que me encuentro. Me produce una sensación extrañamente familiar, como si hubiera despertado en el escenario de un sueño. La luz de una vela parpadea, tiñendo el lugar con una luz amarillenta.

Cierro los ojos. Todos mis pensamientos se encuentran envueltos en una espesa niebla que soy incapaz de apartar. Parecen escaparse, como animales asustados, cada vez que trato de acercarme a ellos. Las paredes de la habitación, grisáceas, parecen moverse por propia voluntad, inclinándose hacia mí, tratando de alcanzarme. Abro los ojos. No, no es una impresión. Las paredes están inclinadas, ligeramente caídas, en una posición que desafía por completo las leyes de la gravedad.

-¿Dónde... estoy?- Mi mente parece incapaz de recordarlo. Todo mi pasado se encuentra en blanco, como si un extraño viento me lo hubiera arrebatado por completo. O tal vez, simplemente, nunca hubo ningún pasado. Tal vez simplemente acabo de nacer y nunca hubo ni un antes ni un después.

Acerco mi mano a las paredes, que permanecen frías y firmes a mi empuje. Me aferro a la sensación, al tacto liso de estas en mi piel. Es algo real, algo presente, algo seguro. Algo se enrosca en mis pies, haciéndome retroceder asustada, observando las persianas agitadas por un viento inexistente, del otro lado de una ventana cerrada. Afuera, el cielo se oscurece ligeramente, en lo que parecen ser los restos de una ciudad muerta.

Me aparto lentamente, hasta que mi espalda choca contra algo frío y me hace volverme de improviso, mientras mi mano se dirige por instinto a mi cintura donde guardo... ¿qué? Mis manos rozan la simple tela del pantalón, sucio y roto. Frente a mí, una alargada superficie de cristal me muestra el reflejo deformado de una chica asustada, con el rostro manchado de sangre. Miro mis manos, que se encuentran en la misma situación, aunque no logro encontrar ninguna herida en ellas... y sin embargo siguen sangrando.

El falso espejo hace que todo el lugar se vea aún más deforme de lo que ya parece. Las paredes ondulan como serpientes, y los ojos abiertos del reflejo presentan un tamaño exagerado. El marco de madera es de color oscuro, con intrincadas tallas que forman dibujos caprichosos y siniestros, llenos de aristas y puntas. Asciende, estrechándose, hasta alcanzar el techo de la habitación, dándole la forma de una lágrima.

Al otro lado, la chica se acerca a la superficie del espejo, hasta rozarlo con el dedo manchado de sangre. Tengo miedo. Una ráfaga de aire parece venir de ningún lado, erizando el pelo de mi cuerpo, como un gato asustado. Dibuja un número, que puedo leer invertido. 11. El reflejo se agita, como si se tratara de agua, pasando a formar otra imagen totalmente diferente.

Un mirador. Un tejado. Una chica, un animal, trepa por un edificio. Un gato mirando una noche sin luna. Gata. Yo. El viento. Interminables pasillos, que ella cruza corriendo.

¿Son recuerdos? Vuelven dolorosamente, como si alguien los estuviera grabando a fuego en mi cabeza. Soy Gata. Gata. No es un nombre. No tiene significado. Está vacío por completo. Todavía. El cristal se rompe, como si alguien lo hubiera golpeado. La vela se apaga por una ráfaga que viene de ninguna parte. Retrocedo asustada, mientras los fragmentos de cristal cortan mis pies descalzos sin dolor. El terror me envuelve de forma pegajosa. Algo parece salir de los cristales rotos.

No quiero quedarme a ver que es. Quiero escapar. Quiero salir. Corro en la oscuridad, tropezando con los objetos de la habitación, que parecen moverse solo para impedirme el paso. Toco las paredes, buscando desesperadamente una salida, sin atreverme a volverme. Mis manos tocan lo que parece ser un manillar frío, que empujo con fuerza. Parece atascado.

Noto algo que se acerca y la desesperación me da fuerzas. La puerta se abre con un sonido chirriante y desagradable. Y corro, salgo corriendo para escapar de esa habitación que se ha convertido en un infierno.
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Notapor Sheldon » Dom Mar 09, 2014 10:06 pm

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El cerrado y asfixiante callejón conectaba directamente con una calle similar por la que creía haber andado antes. Enok avanzaba casi a tientas, observando e intentando mentalizarse y recordar todo lo que veía, pero inexorablemente su memoria desaparecía lenta e hirientemente. Sus recuerdos terminaron por convertirse únicamente en la imagen de su diario, siendo escrito por aquellas manos ajenas, desconocidas y carentes de cuerpo alguno, formando palabras que desaparecían en visiones.

Sin previo aviso, un profundo dolor se extendió por toda la corteza cerebral del aprendiz, quien se lanzó al suelo presionando sus oídos y masajeando con nerviosismo su cabello mientras cerraba sus párpados intentando resistir el malestar. Unos pasos a escasos metros se entretejieron con los gemidos del aprendiz. El dolor remitió en apenas un instante como activado por un extraño mecanismo lejano que medía y se adentraba en su cerebro. El chico abrió los ojos. Sus pupilas se habían dilatado hasta el punto de querer adueñarse del iris. El suelo descansaba cálido, confiriendo una sensación sobrenatural y discordante con lo que podía esperarse de un paraje así. El chico se incorporó con lentitud mientras se preguntaba que podía haber pasado. Daba vueltas a una idea muy vaga pero pronto desapareció de sus pensamientos cuando se fijó que a lo lejos, sobre la melancólica tonalidad del cielo, habían aparecido unas débiles motas de una profunda oscuridad. De nuevo, unos pasos, ahora rápidos y apresurados, resonaron en la escena. Enok volvió la vista hacia hacia atrás de forma instintiva, pero no consiguió ver nada aparte de una gran fisura que recorría y partía el asfalto en dos. Suspiró y continuó su camino, dando la media vuelta y en dirección a lo que parecía una plazoleta.

Observaba la destrucción de la que había sido participe aquel lugar cuando alcanzó la plaza. Unos cuantos banquetes de un color rojizo se entornaban irregularmente y sin sentido lógico a través de todo el entramado. Los desniveles se extendían por toda la superficie, lo que se traducía en una multitud de escalinatas tanto descendentes como ascendentes que comunicaban con los distintos niveles del terreno. El aspecto general, aunque un tanto mas cuidado que el resto de las callejuelas, continuaba siendo depresivo, caído en el desuso y la destrucción. Era evidente que en aquella ciudad había ocurrido una desgracia que la había sumido en una especie de maldición.

Enok se acercó a uno de los bancos mas cercanos tras haber descendido por unas pequeñas escaleras partidas. Miró hacia el suelo. Sus pies estaban descalzos, desnudos ante las inclemencias de la tierra. Dio un respingo y justo en ese momento comenzó a sentir como el frío se extendía por su cuerpo. Empezaba a experimentar el sufrimiento físico como un elemento de su condición mas. Evitando las numerosas astillas del metal de las farolas caídas y los pedazos rotos de cristal, se sentó y acomodó como buenamente pudo. Sería una buena idea descansar y poner en orden toda su memoria. No obstante, el chico sentía como la abstracción de la que empezaba a hacer uso se le escapaba de la comisura de sus pensamientos y se perdía en el subconsciente. Cerró los ojos y desistió de todo empeño. Abrumado por todo lo que estaba aconteciendo se dispuso a reemprender la marcha. Sin embargo, detuvo toda acción cuando un sentimiento afloró a través de todo su cuerpo.

La atmósfera se volvió pesante. Las estrellas oscuras de la bóveda brillaron con un resplandor apagado. Una brisa agilizó de nuevo el vacío y un trozo inerte de papel comenzó a cobrar vida, deslizándose y desafiando cualquier ley lógica. La nota se meció hasta depositarse sobre la madera envejecida del banco. Enok se había fijado en ella durante todo su peculiar discurrir y terminó quedando embelesado. Agitó suavemente su cabeza y acercó su mano en un acto de curiosidad justificada. En el justo instante en el que rozó la fibra del papel, sus neuronas se activaron impulsando grandes dosis de electricidad por todo su cerebro.

Bastión...Hueco. El chico descansaba en uno de los árboles a las afueras del castillo de Tierra de Partida con un libro entre sus brazos. Bastión Hueco. Las siguientes cincuentas páginas de la obra narraban con toda clase de detalles e ilustraciones aquel mundo. Cerró el libro y suspiró. Muchos aprendices habían abandonado Tierra de Partida en busca de aquel lugar que posiblemente les ofrecería aquello que no encontraban entre sus maestros y compañeros. Cansado de intentar buscar la razón que le mantenía en Tierra de Partida se incorporó y se desplazó hasta la fortificación dispuesto a devolver el tomo a la biblioteca.

Sus párpados se cerraron. El azul del cielo mutó hacia una tonalidad mas oscura. Tomó el trozo de papel entre sus dedos y jugueteó sin saber que hacer exactamente con él. Se encontraba abrumado, sin saber como reaccionar o lo que hacer ante aquello que su mente le había echo recordar. Suspiró y agachando la cabeza abrió la pequeña nota. Tan solo era legible “Bastión Hueco” y un número, el 10. Lo demás estaba ocupado por anotaciones difícilmente descifrables y pequeños dibujos de lo que parecían ojos, con un negro puro salpicando todo su contorno y fijos en el frente, observando a Enok.
Última edición por Sheldon el Jue Mar 13, 2014 1:12 am, editado 1 vez en total
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Notapor Soul Eater » Lun Mar 10, 2014 12:19 am

Recorro pasillos interminables, iluminados debilmente por antorchas encendidas que se apagan a medida que cruzo frente a ellas. No me detengo y no miro atrás, hasta que mi cuerpo no puede más y caigo de rodillas al suelo. Mi pecho asciende y desciende rápidamente al ritmo de mi acelerada respiración. A mi espalda únicamente puedo distinguir un abismo de oscuridad totalmente impenetrable.

Nada aparece, ni nada rompe el silencio. Por ahora, parezco estar a salvo.

Todavía a cuatro patas, como un animal perdido, observo el lugar en el que me encuentro. Recuerda a aquel que vi en el espejo, pero no es el mismo. La luz de las antorchas proyecta monstruosas sombras en las paredes a partir de los más inofensivos cuerpos, que cubren los diabólicos adornos que la recubren. Nada recuerda a los amplios corredores que Gata (¿yo?) cruzó en ese otro momento. Me encuentro perdida en este lugar de pesadilla.

Me pongo en pie, con un gemido. Mi cabeza me da vueltas a causa del esfuerzo. Querría hacerme un ovillo, cerrar los ojos, rendirme... pero me es imposible. Algo me obliga a seguir adelante hasta la extenuación. Tal vez sea yo misma. No te detengas, no mires atrás... un pie detrás del otro y sigo avanzando por el corredor. La oscuridad cubre cada paso que doy, condenando el pasado a las sombras. Un pequeño reguero de sangre marca el camino que recorro, como un rojizo ovillo de lana, una línea de fuego incandescente. Sigue adelante, más fuerte, no temas...

Numerosas puertas surgen a ambos lados. Se encuentran abiertas. Todas muestran más y más habitaciones, repletas de objetos impersonales y carentes de cualquier ocupante. Me veo obligada a aceptar que estoy sola. Tal vez nunca existió nadie más. Casi es preferible, pues solo tengo que enfrentarme a un enemigo: la criatura del espejo. Pero el lugar parece pensado para acoger a más personas, muchas más. El silencio pesa como una losa sobre mi cuerpo. El cansancio convierte el suelo en un pantano pegajoso por el que es difícil avanzar.

Una esquina. La doblo, para encontrarme cara a otro espejo.

Mi reflejo sonríe, como si me estuviera esperando.

Es una sonrisa cruel, que muestra unos dientes inusualmente agudos. Sus manos, de afiladas uñas se dirigen al espejo. Parecen garras. No de un animal, sino de un monstruo. Otra vez el dibujo de sangre, invertido. Un 9. Otra vez la imagen se disuelve: Una selva. Gata. Un animal en un mundo de animales. La fortaleza: Bastión Hueco. Una mirada impasible de ojos rojos, carente de expresión. Gata se asusta de ella, pero ahora me resulta extrañamente familiar. Los cristales se rompen. La persecución comienza de nuevo. ¿Por qué?

Deshaciendo mis propios pasos, con mis pies manchándose de la sangre recién caída, cálida al principio y cada vez más fría. Como un puzzle desecho, las cosas comienzan a rellenar los huecos de mi memoria. Vivo en este lugar. Pero no es este lugar, donde todos han desaparecido excepto yo y mi implacable perseguidor. Las paredes se estrechan cada vez más, haciendo cada vez más difícil escapar. Mis brazos comienzan a chocar contra ellas. Noto la presencia a mi espalda cada vez más cerca.

Ni siquiera sé a qué tengo miedo. Tal vez simplemente sea cobarde. Pero no quiero serlo. Y aun así, mis pies golpetean el suelo en su apresurada huída, al contrario que la criatura que se desplaza como una sombra. Temo a los monstruos, a los fantasmas, a todo aquello que no pueda matar. A todo lo que ya está muerto. Me recuerda que voy a morir. A lo mejor solo me asusto de lo incomprensible, de lo desconocido.

El sudor cae por mi frente, cubriendo mis ojos. Avanzo a trompicones en la oscuridad, a tientas, por caminos desconocidos. A mi espalda siento unas risas. Cerca, demasiado cerca. Choco contra la pared. Otra esquina. La giro. Una luz ciega mis ojos momentáneamente. Una salida, al frente. Un débil rayo de esperanza. Hasta respirar resulta ya doloroso. Las gotas resbalan por mi cara, entrando en la boca y cubriéndola del sabor salado del cansancio, el miedo y el frío.

Las paredes son tan estrechas que ya solo quepo de lateral. Me comprimen, acercándose por momentos, aplastándome. Un grito de terror se congela en mi garganta, viéndome totalmente atrapada. Y se siguen acercando. Mi pecho y mis costillas se comprimen dolorosamente por la presión, mientras únicamente consigo avanzar unos centímetros. Solo un poco más. El aire escapa de mis pulmones por completo, y me veo incapaz de volver a tomar más. Mi cabeza golpea el muro. Solo un poco más.

Algo me araña el brazo, tratando de atraparme. El terror está a punto de paralizarme, pero me obligo a seguir avanzando. Si el miedo me detiene estoy perdida. Luchar me da al menos una oportunidad. Me logro desplazar un poco más. Mi piel se desgarra del roce con las paredes. Si solo fuera más fuerte... Un brazo se libera.

Grito, de rabia, de impotencia, de libertad. Salgo al exterior. El corredor se cierra con un chasquido desagradable, mostrando una fachada impoluta, en la que no se podría adivinar la presencia de un camino en su interior. Me aferro a mí misma, desecha. La criatura ha desaparecido, tal vez aplastada.

¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando? ¿Por qué me he perdido en esta pesadilla? No lo entiendo. Me pregunto si alguna vez comprendí algo. Tirada en el suelo, echa un ovillo, como un animal o una niña pequeña, me mantengo inmóvil. Con los ojos cerrados. Sin pensar. Simplemente, no pensar...
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Notapor Sheldon » Mar Mar 11, 2014 2:54 am

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Enok reordenó uno de sus pálidos mechones de pelo deslizando su brazo izquierdo por su cabello de forma superficial. Se fijó de nuevo en la nota, con un aspecto ahora preocupado. Dobló cuidadosamente sus lados y se la llevó posteriormente a uno de sus bolsillos. El lugar donde se encontraba era conocido como Bastión Hueco. A juzgar por las dimensiones, aquella plaza constituía el centro o eje sobre el que se estructuraba el lugar, ya que además comunicaba con todas las calles por cada uno de los puntos cardinales. La ciudad o poblado sobre el que reposaba la fortaleza elevada como una aguja en el cielo parecía estructurarse de forma concéntrica, en aros atravesados por una serie de callejones principales destinados al comercio de productos específicos o simplemente a la residencia de determinados grupos de población. Todo ello se podía haber aplicado a antes de la catástrofe, la desgracia que el aprendiz había dejado de leer por pesadumbre y que ahora desconocía por completo.

Con toda probabilidad, el entramado y panorama en aquel pueblo sería igualitario para todo el mapa por lo que resultaría contraproducente pretender buscar algo entre las calles o las viviendas en mal estado. Enok volteó la mirada y observó la fortaleza, trazando un hipotético plan mental. El castillo hacía gala de unas dimensiones colosales. De un aspecto envejecido, se podría decir que aún aguantaba el peso de los años de forma sobrehumana. Posiblemente toda la maquinaria artificial era lo que ayudaba a sustentar viva la mole. Una fortaleza que amparaba los restos del miedo, protegiendo el tesoro incalculable del caos y la oscuridad.

El chico se incorporó del asiento y puso sus pies desnudos sobre la superficie del suelo. Salir de aquella plazoleta iba a resultar mas complicado de lo que parecía. No se había percatado anteriormente pero la dirección que debía seguir estaba marcada por una concentración mucho mayor de pedazos de aquel punzante cristal, esparcidos casi a conciencia aunque siguiendo algoritmos bastantes complejos que daban el aspecto de ser naturales. Enok se aventuró cauto y temeroso al mismo tiempo, evitando apoyar la planta completa de los pies. El corto trayecto se hizo desesperante y arriesgado. Los cristales reflejaban partes del suelo, desfigurándolo y dando lugar a intrincadas ilusiones ópticas que en mas de una ocasión casi llegaron a confundir la percepción del aprendiz. Dos grandes escalones marcaban el acceso a lo que parecía el callejón que conectaba con un sendero hacia el castillo. El aprendiz iba a subir la escalinata cuando un paso en falso hizo caer su pierna izquierda sobre un trozo de vidrio de unas dimensiones considerables. Un gruñido de dolor destrozó el silencio sepulcral de la escena. El chico levantó el pie y lo sostuvo entre sus dos manos manteniéndose en un dudoso equilibrio mientras encogía el rostro de un dolor muy difícil de soportar. Tras unos segundos de represión, cayó abatido sobre la escalera. Sobre su pantalón se habían formado cilindros irregulares de un fuerte ocre que devoraba el pigmento original. El suelo había sido salpicado por pequeños charcos de sangre, hileras que se habían extendido a varios palmos de distancia tras haber sido salpicadas continuamente por aquella sustancia vital. Enok miró su pie entornando los ojos. Clavado justo en el centro de la planta permanecía inserto el pedazo de cristal, manchado de tonalidades rojizas.

Se mordió el labio. Debía actuar cuanto antes. La ira había empezado a desterrar su cordura y a colorear su rostro. Vaciló y tras unos segundos alzó una de sus manos e imitó la forma de unas pinzas con sus dedos. Midiendo su pulso y su respiración, acercó el brazo hacia la herida. Tanteó el cristal con la punta del dedo índice. El dolor se extendía rápidamente por toda su pierna. Aguantó la respiración. Tomó el cristal y lo extrajo tirando fuertemente. Un pedazo de piel fue arrastrado junto al fragmento vidrioso. Enok gritó aun mas fuerte que antes. La herida se había abierto y ahora expulsaba sangre a un ritmo mucho mas acelerado, cubriendo de nuevos tonos las losetas grisáceas de pizarra del suelo. El chico alzo su brazo y sostuvo la pieza de cristal frente a sus ojos con una expresión cerrada y maquiavélica y una respiración entrecortada e irregular. Resultaba haberse tratado de un espejo, el cual ahora reflejaba en aquella pequeña porción uno de los ojos de Enok mientras una gota grana se escurría horizontalmente hasta pender de un extremo y caer sobre su pantalón. En un gesto feroz, el chico lanzó el pedazo de vidrio hacia la lejanía. Este sobrevoló una vivienda derruida y calló al suelo rompiéndose en decenas de figuras salpicadas por restos de sangre, reflejando las motas de oscuridad que recorrían el cielo. Mientras tanto, el aprendiz mecía su pierna de una lado a otro intentando suavizar de alguna forma el dolor y observando a la vez su vida peligrar. Cerró los ojos y respiró hondo. Una vez se hubo mentalizado, de forma apresurada arrancó una de las mangas de su pijama y la envolvió rápidamente sobre la herida. Hizo lo mismo con la otra, la cual empleó para proteger los nudos y el área junto a la hemorragia. Dejó pasar unos minutos en los cuales se percató de que la herida parecía haberse cortado. El dolor no había desaparecido pero al menos el flujo sanguíneo se había restaurado.

Resopló y alzó la mirada. El cielo se había estado mofando de sus desgracias. Todo lo que le rodeaba era una burda estupidez. Él no era mas que un desconocido en ninguna parte, incapaz de acceder a sus memorias, marioneta frágil que no medía su razón. Suspiró y algo mas relajado se alzó y continuó por el sendero, ahora cojeando y esgrimiendo gemidos de dolor. Observaba y no perdía de vista el suelo, buscando cualquier obstáculo. Lentamente comenzó a cerciorarse de que la visibilidad estaba reduciéndose, aminorada por una capa progresiva de un color grisáceo y difuminado. Niebla. Enok se frotó los ojos. Era necesario acelerar la marcha y llegar cuanto antes a un lugar despejado. A lo lejos vislumbró un débil contorno, lo que parecía un nuevo camino. Aumentó aun mas el ritmo.

Número 8. Rasgado sobre una pared. Sangre, goteando y salpicando. “Sal Marina”.

Las vieja estación de ferrocarriles había sido el lugar ideal y el punto de encuentro con ella. Conseguir un helado de sal marina no era difícil, ella sabía hacerlos y estaban incluso mas deliciosos que los que vendían en el quiosco de la plaza. Sentados en aquel lugar, ocultos de toda persona humana y en silencio. Mirando hacia la nada y creando historias, falsas, inventadas y que nunca llegarían a cumplirse. Hasta ese día.
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Notapor Soul Eater » Mar Mar 18, 2014 3:56 pm

El cielo se ensombrece lentamente. Puedo notarlo pese a tener los ojos cerrados. Una oscuridad profunda y espesa que poco a poco va ocultando a la oscuridad natural, volviéndola indeciblemente aterradora, de una forma que las simples sombras no pueden conseguir. ¿Cuánto tiempo podré seguir así, sin volverme loca? ¿O tal vez ya estoy atrapada en el propio laberinto de mi locura?

Lentamente, vuelvo a incorporarme. Tal vez el miedo no sea más que una clase más de fuerza, que te permite continuar avanzando cuando has perdido todo lo demás. Ahora lo que me mueve no es otra cosa que el temor de que la cosa que me persigue vuelva a aparecer. De alguna manera, tengo la sensación de que si me detengo durante mucho tiempo, todo estará perdido. El blanco sucio del suelo se ha teñido del color rojizo de la sangre, como una mancha indeleble.

Miro por primera vez a mi alrededor desde que salí del interior. Parece un pasillo exterior, elevado. Al asomarme al borde puedo ver una larga caída envuelta en bruma, que no sé bien a dónde puede llevar. El constante sonido del goteo de la sangre me pone nerviosa, pero la falta de cualquier herida me hace imposible detenerlo. Por mucho que me froto las manos es totalmente inútil. El líquido sigue surgiendo de ninguna parte. Lanzo un suspiro mientras sigo buscando un lugar al que dirigirme.

Comienzo a andar por la extraña pasarela blancuzca, sin saber a dónde voy. Sigo dando vueltas durante un tiempo indeterminado hasta que me veo obligada a concluir que estoy dando vueltas en círculos. Todo el lugar parece exactamente igual, con la diferencia de que a cada paso parece aumentar la sensación de peligro. Tengo que salir de ese eterno deambular sin sentido, que parece llevarme directamente a mi perdición.

Así que me acerco al borde y cruzo la simple barandilla dorada que lo protege mientras me descuelgo con agilidad. Puedo encontrar numerosos salientes en los que apoyarme gracias a los relieves de la pared y lo que parecen ser numerosas vidrieras. Tengo sensación de haberlas visto antes, en Bastión Hueco. Sin embargo, tienen algo diferente. Sus colores son rojos y negros y no forman ninguna imagen reconocible, aunque dan una impresión de maldad acechante a través de ellas.

Desciendo lentamente, envuelta por la niebla, que me impide ver donde pongo los pies, o incluso mis propias manos se vuelven invisibles entre la grisácea nube que me envuelve. No hay nada que me indique la distancia recorrida o lo cerca que estoy del suelo. Todo está sumido en un silencio sepulcral, que me hiela hasta el alma. Es entonces cuando oigo un sonido de cristales rotos, muy cerca de mí. Vuelvo la cabeza rápidamente, pero no logro ver nada. Noto que algo surge de ninguna parte, y una fuerte presa sujeta mi brazo. Chillo asustada, mientras el sonido se repite a derecha y a izquierda.

De las ventanas, vidrieras, salientes, de la propia pared, surgen manos que tratan de sujetarme y apresarme. Son frías y pegajosas, como si pertenecieran a un muerto, o a miles de ellos. Me agarran de los pies, de las muñecas, de las piernas... tirando cada una en su dirección, tratando de arrastrarme hacia el lugar del que salen. Me debato bruscamente, tratando de soltarme de ellas. Muerdo aquellas más cercanas a mí, lo que me provoca unas tremendas náuseas, pero logro liberar los brazos, que carentes de cualquier clase de punto de agarre, se precipitan al vacío.

Las manos se estiran todo lo posible, tratando de retenerme, pero todas me sueltan incapaces de cargar con mi peso, que me empuja irresistiblemente hacia el suelo. Trato de darme la vuelta en el aire, para evitar caer de cabeza, mientras el viento silba afiladamente en mis oídos. Me embarga el vértigo, pero eso no me sirve para despertar de está realidad, lo que me confirma que no es un sueño, o al menos, no un sueño corriente. A mis pies, entre la niebla, surge una superficie pulida y brillante, a la que una figura se acerca desde el fondo. No puedo evitar dejar escapar un gemido: otro espejo.

-Siete- pienso para mis adentros, sabiendo de antemano el número sangriento que se vería en su superficie. Esta vez aparece un hombre que atrapa a Gata (a mí), la desarma y la amenaza. Un hombre de mirada evaluadora. Ryota. Y un arma extraña que surge en mis manos: la Llave-espada.

El espejo se rompe con un chasquido, y los cristales surgen en todas direcciones, arañándome ligeramente la cara y las manos con las que me trato de proteger. Choco dolorosamente contra el suelo, y pierdo la consciencia a causa del golpe.
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Notapor Sheldon » Vie Mar 21, 2014 1:57 am

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Enok volvió a la realidad con un gesto brusco. Parpadeó varias veces y terminó por cerrar con fuerza sus párpados rehusando de la fúnebre escena que había tenido lugar, rechazando todo lo que aparentemente había ocurrido. El discurrir de la sangre sobre la fachada se había secado completamente y ahora daba la impresión de que aquellos símbolos casi crípticos y decadentes habían sido dibujados con un pulso caótico y con unos pigmentos oscuros y apagados, dando lugar a unos trazos macabros que se empezaban a oscurecer. La neblina había aprovechado el descuido del aprendiz para expandirse progresivamente mientras se colaba y enredaba en torno a sus piernas tomando una densidad cada vez mayor. Deshaciéndose de ella con unas brazadas al aire, Enok continuó su camino acelerando su irregular paso. Quedarse observando aquel siniestro fenómeno no lograría evitar ser sepultado por la niebla, que vencía lenta y pausadamente en una lucha contra la visibilidad.

El silencio se emancipaba como un ente naturalizado, como un viento apagado. La vida había dejado de poseer un hueco desde hacía mucho tiempo. El miedo, la desgracia y el dolor se habían convertido en las únicas vías de escape, en medios sin un fin último. La neutralidad, la indiferencia, se alzaban como mecanismos de supervivencia, esquemas imperfectos que tarde o temprano se destruirían en mil pedazos, en fragmentos cristalizados de sentimientos sin dueño, en danzantes frustrados sobre el papel. La mente de Enok buscaba la clave mientras contenía los impulsos del dolor pero no lograba hallar el sentido lógico, la base sobre la que encontrar la razón o las razones que le habían colocado en aquel lugar. Desistía una y otra vez para volver a empezar desde el principio.

Al cabo de unos interminables minutos de esfuerzo y sudor, el chico alcanzó finalmente la desembocadura del callejón. Justo enfrente, un barranco comunicaba directamente con una especie de entramado rocoso que se elevaba en dirección al castillo. A la derecha y derribadas en el suelo reposaban lo que parecían haber sido unas escaleras o quizá una rampa. Enok suspiró y con suma fijación analizó su visión. El paisaje había mutado radicalmente hacia un aspecto de orden mas escarpado, puntiagudo y rocoso, en una paleta de azulados y violetas melancólicos. La niebla aún no había conseguido librar aquel obstáculo tan elevado del camino aunque era evidente que de alguna u otra forma no tardaría mucho en aparecer. El desnivel era bastante pronunciado e incluso podría verse aumentado por la lesión del chico. El sendero de la nueva vía se prolongaba tanto en sentido ascendente como en sentido descendente, en dirección a un lejano punto indeterminado donde se podían deducir unos picudos precipicios.

Enok retuvo el aire unos segundos y lo terminó expulsando en una profunda exhalación. La altura que le separaba del camino que debía tomar era bastante considerable y se convertiría posiblemente en un problema mas. Miró hacia atrás. Retroceder y buscar otro camino no era una opción válida. La niebla gris amenazaba desde la lejanía, donde se empezaba a formar grandes masas silenciosas. El tiempo se sucedía en la vereda de unos segundos interminables, en un espacio enmudecido y en las previsiones huecas, en los recuerdos perdidos y arrebatados por aquella ciudad fantasma.

Saltó. Durante un instante, el viento paralizó la figura humana. Su cabello dorado se rizaba y arqueaba en el aire. Su rostro contenía una expresión fruncida del dolor que esperaba sufrir. Unas motas de ceniza rodeaban su cuerpo y se extendían alzándose en el aire.

Calló. Su cuerpo se retorció. Un pedrusco golpeó su rodilla y rajó el pantalón provocando que una nueva hilera de sangre se desdibujara a través de su pierna, cayendo en el rugoso suelo y ensuciando la arenillas. Dolor, no sentía nada mas. Enfrentarse desnudo a la Naturaleza, un fino hilo entre la cordura y la mas absoluta de las locuras. Magullado, mientras una lágrima caía sobre la sangre derramada, Enok intentó alzarse pero volvió a caer, impotente y con un rostro lastimado y bañado en tierra. Su cabello se extendió, formando una circunferencia sobre el suelo. Y dejó de sentir dolor.

Página 42
¿Oscuridad=Maldad? Luz= ¿?
<<Desde que recibí la llave espada el camino ha sido mucho mas fácil.
¿Porque abandoné mi hogar?
Es estúpido, todo parece obra de un Deus ex Machina.
Esta realidad nunca había existido hasta que tomó sentido tras conocerla como tal.
¿Existe o no es mas que un producto de mi histeria?


Un negro profundo y plástico marcaba el fondo de un onírico escenario. En un punto aleatorio, el contorno de una figura humana se entretejía sobre el negruzco tono. Su cabello rubio reposaba sin apenas experimentar movimiento. No existía el viento en aquel espacio que se extendía hasta el infinito. De pie sobre el opaco y liso suelo, el portador de aquellos rasgos y aquel cuerpo humano descansaba inerte con una respiración pausada. En la lejanía, un brillo se encendió, un resplandor que deshacía en halos de luz la oscuridad. Se podía deducir en sus formas un objeto que emitía flujos interrumpidos que iluminaban el ambiente a una velocidad vertiginosa, para terminar siendo consumidos de nuevo por las tinieblas que deshacían las estelas. El blanco de aquel ente era él, la figura humana. Azorado, intentó huir pero sus piernas estaban ancladas en el suelo, vendadas y desnudas. Su realidad se componía en aquel momento de él mismo y aquello que se acercaba. Cerró los ojos. Moriría. Extendió el brazo sin motivo alguno. El objeto se acercaba hacía él. Silencio. El tiempo se detuvo. Enok abrió los ojos.

Yacía en el suelo, ahora frío e inerte. Un dolor se extendía por sus piernas hasta desembocar en el vientre, donde se concentraba y exigía el vomito. Contuvo la tortura mientras cerraba su puño y lo presionaba. Volvió la vista hacia el cielo. Resultaba imposible vislumbrar los rastros de la bóveda. La bruma había cubierto de un profundo gris toda la atmósfera colando motas flotantes de los despojos de un incendio pasado, que levitaban sin vida y sin destino. El chico colocó las palmas de sus manos sobre la tierra. Ejerciendo presión sobre su propio cuerpo consiguió colocarse en una posición casi alzada. Solo hubo de apoyarse en el muro del barranco para poder alzarse finalmente. Tardó unos minutos en acostumbrarse al ambiente y normalizar superficialmente su respiración y sus pulsaciones. El vendaje que se había aplicado en la planta del pie lastimado se había deshecho y ahora solo restaba un doblez mal aplicado y manchado de su propia sangre. Respiró hondo intentando idear un remedio. Observó la venda, el color, aunque difuminado por el plasma, era similar al de su propia camiseta. Sin perder mas tiempo y cayendo en la cuenta de su antigua cura, rajó con un agresivo gesto la tela del pantalón de la pierna contraria. Deshizo el nudo que había estado presionando la herida y rápidamente con un juego de manos enrolló el tejido sobre la planta del pie.

Echó a andar ascendiendo por el sendero. Únicamente podía observar el suelo por lo que le resultaba imposible guiarse por su vista o por cualquiera de sus sentidos. Sus piernas dejaron de experimentar dolor tras la saturación que había comenzado a sufrir a raíz del punzante suelo de rocas. La angustia que sentía le impedía reflexionar sobre lo que estaba ocurriendo, solo se limitaba a andar en linea recta, cojeando y a paso lento mientras manchaba sus pies de arena. Suavemente, un trozo de papel descendió al suelo. Enok lo había estado observando tras haber cesado la marcha. Algo dentro de él le instaba a pasar de largo alejándose y olvidando aquel momento. Se agachó lentamente. Respiró hondo y cerró los ojos. Podía oler su propio miedo. Tomo la nota. Nada ocurrió. Cuando consiguió reincorporarse abrió el trozo de papel.

Gata. 6.

Volvió a doblar aquella nota y se la llevó a uno de sus bolsillos. No entendía lo que podría significar. Cuando se dispuso a soltarla notó el tacto de algo mas. Vació su bolsillo en sobre su mano. Era otro trozo de papel. Instintivamente se llevó el brazo al bolsillo contrario, donde encontró otra nota. No recordaba haber guardado aquellos trozos. Con sumo cuidado fue abriendo uno por uno cada uno de los papeles plegados. 12, 10 y 6. Cada una de las palabras que acompañaban aquellos números estaban escritas en la memoria del joven. El número ocho era propiedad de aquellas ruinas pero aun así estaba ligado a los recuerdos de Enok y formaba parte de aquella sucesión.

Juntó los tres pedazos y se los llevó a un mismo bolsillo. Acto seguido continuó su camino un tanto pensativo. La niebla por momentos quería engullir al joven, quien la sorteaba valiéndose de los restos de su cuerpo y de su alma. Un extraño sentimiento se había empezado a crear en el interior de Enok desde que había pisado aquel suelo. Gata. Como un pensamiento nítido creado por el subconsciente, una imagen estática se entrelazó en su corteza cerebral. Sobre un suelo reposaba yacente Gata, la muchacha con la que se había encontrado en su anterior misión llevada a cabo en la selva. En torno a ella, los pedazos de unos cristales la aprisionaban bajo un charco de sangre escarlata.

A lo lejos, una presencia inhumana golpeaba la realidad.
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Notapor Soul Eater » Vie Mar 21, 2014 7:37 pm

Dolor.



Frío... pegajoso. Alrededor de mi cuerpo, como una presencia viscosa enrollándose a mi alrededor. Dolor, de nuevo. Oscuridad. Mi visión es completamente negra. ¿Tengo los ojos cerrados? Me es imposible saberlo. Mi cuerpo chilla silenciosamente de dolor, tanto que me es imposible sentirlo con claridad. No puedo saber si estoy de pie o tumbada, si existo o no. Pequeños dolores agudos, cortantes, finas brechas rojas en la carne producidas por los crueles cristales del espejo roto, y un dolor sordo en la espalda, los brazos y las piernas, consecuencia de la caída.

Cuando abro los ojos mi visión se tiñe de rojo. Sangre y lágrimas, un líquido salado y escarlata que resbala por mi cara. Mis labios se abren en un gemido inaudible y escupo tratando de librarme del metálico sabor que se ha adueñado de mi boca. Casi no puedo respirar. Mi pecho sube y baja de forma desacompasada. La ropa húmeda se pega a mi cuerpo, que se estremece, provocándome todavía un mayor sufrimiento a causa de la brusquedad del movimiento.

El cielo se oscurece cada vez más, pero ninguna estrella ilumina la vasta inmensidad que reina sobre mi cabeza. Puedo ver la niebla en las alturas, descendiendo lentamente y jugueteando a mi alrededor, como si tuviera vida propia. Una entidad fría e indiferente, a la vez que sádicamente curiosa, que espía mi dolor con oscuro placer.

Mi corazón late débilmente, como si temiera que el sonido de sus latidos pudieran despertar criaturas dormidas en el vacío reinante. Hasta este débil esfuerzo me supone una tortura, exhausto como se encuentra de la sobreexcitación sufrida durante el incontable periodo de tiempo transcurrido desde que llegué a este lugar.

No me importaría permanecer aquí para siempre, perder la consciencia y la vida, aislada del tiempo y del espacio, abandonada en la soledad de mis propios pensamientos. Un animal que se ha recostado a esperar la muerte en el momento que la ha presentido, alejado del mundo y de cualquier otra presencia vida. Con la excepción de que sí hay otra presencia viva en el lugar. Una criatura tenebrosa que me ha dado, finalmente, caza, y cuya sola presencia me provoca una repulsión insana y un acceso de helado terror.

Oigo la risa gutural que sale de sus pulmones mientras yo únicamente puedo gemir y tratar de ponerme en pie, para volver a caer al suelo dolorosamente al recibir lo que parece ser una patada. Silenciosamente, como si no tuviera pies, el ser camina en círculos a mi alrededor, observándome, deleitándose en mi impotencia y en mi sufrimiento, como si estos lo hicieran más fuerte. Una mano de afiladas uñas tira de mi pelo hacia atrás, haciendo que levante la cabeza para mirar al frente.

Para observar lo que parece ser simplemente mi propio reflejo.

Para observarme a mí misma. Una copia grotesca de la que una vez debí ser yo. Deformada, caricaturizada, el rostro de un monstruo.

Los mismos ojos, la misma nariz, la misma boca ocultando unos dientes inusualmente largos hasta para mí. Pero en negro. Una forma totalmente oscura de mi reflejo, una forma odiosa y aterradora con la que simplemente no me puedo identificar. No es el aspecto de un animal, no es mi aspecto, es el aspecto de una bestia que ha adoptado forma humana. Una bestia que me sonríe con un odio profundo que parece ser su auténtica esencia y la causa por la que ha tomado forma.

-Tú- gruñe con una voz que parece demasiado la mía propia, mientras intento inútilmente apartar la mirada de su rostro, que me quema como si fuera una brasa ardiente. Pero su garra me tiene demasiado bien aferrada como para permitírmelo -Niña. Pobre cachorro abandonado- trato de golpear esa visión que se ha formado sobre mí, pero ella es más rápida y me clava sus garras en el brazo, haciendo que suelte un grito de dolor. Ríe nuevamente, mientras se acerca más a mí, encantada por mi intento de oponer resistencia -Débil. Eres débil, gatita. Débil-

La sombra me pone de rodillas con una sola mano, mientras coloca un trozo de cristal roto en mi mano. -Vamos, ataca- otra vez su risa, penetrando en mi cerebro como un afilado cuchillo -Ni merece la pena perder mi tiempo con una inútil como tú. Huyendo toda la vida, llenando tu cabeza de excusas para no tener que actuar, para ver tu propia incapacidad como una decisión voluntaria. Cobarde. Escapando del pasado y del futuro. Conformándote con vivir como un animal en lugar de atreverte a enfrentarte a ti misma. Porque eres demasiado débil incluso para rebelarte contra tu propio control.

-¡Cállate!- chillo, tratando de ponerme en pie, pero las piernas no me responden.

-¿O qué? ¿Me matarás? No puedes matarme. Ni siquiera puedes hacerme daño. Ni siquiera puedes evitar mirarme o escucharme- la rabia me inunda por completo. Un furor que me hace desear acabar con ella, destruirla, hacerle daño, pero soy incapaz de mover ni un solo músculo. El cristal en mi mano, cubierto de sangre, parece tratar de moverse por su propio impulso y clavarse en esa burda caricatura de mi propio ser, pero me es imposible. Me maldigo a mí misma y a mi debilidad, deseando taparme los oídos para no oír sus palabras, pero me encuentro totalmente a su merced.

La sombra coloca frente a mis ojos un pequeño espejo, con una crueldad que resulta casi mimosa, mientras sonríe con oscura dulzura. Querría apartar la vista, pero hasta para eso estoy imposibilitada. El dolor me recorre por completo, haciéndose más y más insoportable a cada segundo. Ya ni siquiera es mi propio reflejo el que veo al otro lado, sino otra vez la misteriosa criatura oscura.

Un cinco de sangre. Veo pasar mi vida en las calles, una vida miserable y hostil. Corriendo, siempre corriendo. No puedo ni cerrar los ojos. Huyendo cobardemente a cada momento. Me recorre la desesperanza. Las palizas, el hambre, el dolor. Tiene razón. No valgo nada. Un estúpido gato callejero en un mundo de lobos.

A cada segundo, la criatura parece volverse cada vez más real. Va perdiendo poco a poco su apariencia de sombra para volverse poco a poco más corpórea, más humana.

Pero entonces la imagen cambia, provocando una exclamación de sorpresa en mi verdugo. Un chico ocupa finalmente la imagen. Recuerdo haberlo visto antes, en el espejo que me mostró la selva. Un chico perdido en una ciudad en ruinas, un chico escribiendo en un diario, un chico tirado en el suelo, sangrando. Un chico portando la llave-espada. Un chico de Tierra de Partida.

Enok.

El aire parece desatarse a mi alrededor, otorgándome fuerza. El espejo parece destruirse en un estallido de luz, provocando el chillido de mi rival, que se lleva la garra humeante junto a su pecho, como si se hubiera quemado. Recupero finalmente el control de mi propio cuerpo, y me pongo en pie de un salto, mientras un destello en mi mano me señala que he logrado convocar la llave con éxito. La empuño con fuerza, mientras atravieso por completo el cuerpo todavía no totalmente corpóreo del ser, que se deshace en oscuridad sin oponer resistencia.

Los trozos de espejo van estallando uno a uno, tiñendo el suelo de un polvo blanco que le dan la apariencia de que hubiera nevado, pero que no tardan en teñirse nuevamente de rojo. Mis manos, y todo mi cuerpo siguen sangrando. Mi cuerpo me duele, pero puedo controlarlo. Pero sé que la batalla no ha terminado.

Aunque ahora sé que no estoy sola. Enok está en este lugar. Ahora solo tengo que encontrarlo
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Notapor Sheldon » Sab Mar 22, 2014 5:20 pm

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La niebla parecía querer derretirse en gotas plomizas sobre el suelo, en ríos de lava grisácea transparente. Enok vaciló. No estaba seguro de querer continuar el camino. Su mente estaba siendo ametrallada por cientos de interrogantes que posiblemente careciesen de respuesta. Aún así creía estar seguro de que muy cerca podría vislumbrar el acceso al castillo, a juzgar por el tiempo y la distancia que llevaba empleados. Dio un paso al frente. El ruido de unos pasos ocultos entre la bruma. Unas pisadas lentas y calmadas, medidas y estructuradas. Solo dos.

Enok — relató una voz, en un tono neutral, sin emoción, opaca y sin color. El chico dio un respingo y levantó la mirada nerviosamente. Únicamente lograba ver una pared de cenizas y grises caídos. — La vida desde su inicio ha dejado de poseer sentido. — articuló el ente debatiendo consigo mismo. Emitía unos sonidos vagos aunque continuos. — ¿No reconoces tu error, ese error que cometiste cuando reclamaste una respuesta, la venganza?

Un chasquido rompió el silencio sepulcral solo profanado por la voz del ser y la respiración de Enok. Un remolino de aire se formó gradualmente ante los ojos del joven y desplazo una porción de las nubes grisáceas. La corriente comenzó a crear una circunferencia visible en el suelo, que repelió la poca visibilidad creando un cilindro imaginario. La capa de ruido se esfumó en torno al joven y progresivamente se extendió a unos metros alrededor, en dirección a la fuente desde la que se había emitido la voz. Una figura se debatió entre las sombras. Progresivamente su cuerpo se iluminó por un artificial luz rosada que se desprendía desde el centro del aura. Vestía una túnica completamente oscura que cubría todo su contorno y ocultaba la parte superior de su rostro. Bajo la capucha y el juego de perspectivas se podía entrever uno de sus ojos, que brillaba con un resplandor rosáceo junto a unos rasgos estáticos sin emoción, suaves aunque carentes de movimiento. En sus brazos portaba lo que se asemejaba a una guadaña decorada con unos motivos intrincados, recargados de lineas truncadas y solapadas formando extraños dibujo y formas. Si bien aquella imagen podía asociarse a un cuerpo masculino resultaba bastante ambiguo el imaginarse que aquel cuerpo pudiese asociarse a un hombre.

Enok... Los obstáculos son barreras franqueables. Te destruyen si las atraviesas. Para ello es necesaria la inexistencia de un motivo por el que avanzar, de una conciencia que condicione tus pasos. — divagó aquel ser, sin mover apenas un centímetro de su cuerpo, cayendo finalmente en un silencio momentaneo. Enok se encontraba desorientado, sin entender las palabras que habían sido emitidas. Había comenzado a darse cuenta del peligro que se estaba formando en torno a él. Miraba preocupado hacia todos los lados, buscando una salida aunque fracasaba y quedaba cada vez mas desprotegido. — Fui yo quien me deshice de ella. —Enok alzó la mirada y la fijó en el espectro. Su tensión había quedado suspendida y expectante. — Su alma era poderosa ya que la tomaba de ti. Favorecí tu futuro, no era mi intención pero indirectamente alcanzaste las consecuencias de mi acción. Su interior solo podría haberte destruido. Ella no era humana.

Enok se abalanzó profiriendo un gruñido hacia la figura. Un odio se había ido alimentando con las palabras de cada una de las frases y había tomado el control total de su cuerpo, rehusando del accesorio innecesario del dolor. La silueta reaccionó con una simple finta, con la que desvió el impacto haciendo que Enok se desestabilizase por un momento. El encapuchado permaneció estático, sin aprovechar la desventaja del chico, quien se volvió y le miró con un rostro empañado en sudor y una expresión retorcida.

Es estúpido aplacar tu ira contra mi. No necesito tu espíritu, es demasiado opaco. Solo actúo de mensajero en esta realidad que no controlo. La clave está escrita por los dos.

La silueta alzó en un gesto desganado el arma que portaba y esgrimió un tajo oblicuo en el aire que golpeó al joven y le hizo caer al suelo. El impacto hizo rebotar su cuerpo y produjo unos cortes contra las pequeñas rocas. Masculló entre dientes. Su brazo derecho había sido arañado de arriba a abajo con unas profundas marcas que contenían pedazos fragmentados de oscuridad. Sobre la palma de su mano los rasguños se habían agrupado en una macabra forma, en lo que parecía un número. Las tinieblas comenzaron a desaparecer, deshechas por la sangre, que se escapó por cada una de aquellas ranuras de piel.

4.

La sangre calló al suelo de forma irregular. Un grito histérico se escapó de las cuerdas vocales de Enok. Cerró los ojos, el dolor se intensificaba.

La figura avanzó un par de pasos en dirección al cuerpo yacente de Enok. Las pisadas resonaban y se tejían junto a la niebla externa. El llano que repelía las grises nubes había empezado a retroceder en si mismo queriendo desaparecer. El encapuchado alzó de nuevo la guadaña. El movimiento se detuvo en un punto extremo donde permanecía con el arma mantenida en el aire. Un resplandor brotó del arma. Era luz, luz oscura. Una luz de luna con tintes rosados. Enok respiró profundamente y se encogió en un ovillo, esperando el momento del fin. El infinito derrumbó su mundo.

Los segundos desaparecieron de la estela lineal. Su brazo se mantenía firme en el vacío. Aquel extraño objeto que se había acercado hacía él y que amenazaba con arrollarle se había detenido, paralizando los rayos de luz que se emitían de su interior. Abrió los ojos. Se encontraba justo enfrente de su mirada. Resultaba imposible vislumbrar de que se trataba ya que la luz lo había engullido. Su miedo se esfumó. Podía dominar aquello que temía, el dolor. El tiempo volvió a tomar las riendas del espacio. El ente se detuvo en seco justo entre los dedos de la mano de Enok, levitando y esperando que el chico diese un nuevo paso. Cerró su puño.

El corte sesgado rompió su trayectoria justo al impactar contra un duro metal. Enok contraía su rostro, forcejeando contra el arma del ser que le había atacado. Entre sus manos empapadas de
una líquida sangre portaba un extraño objeto, una especie de espada que se asemejaba a una llave, en unos tonos oscuros. En el extremo del objeto se formaba un símbolo que evocaba a una luna, conectada a una empuñadura de formas circulares que terminaba en un llavero que imitaba al anterior astro. El encapuchado de negro retrocedió emitiendo un leve suspiro. Parecía haber dejado escapar un pedazo de él al aire. Enok se fijó mas detenidamente en lo poco que podía observarse de sus facciones. Por un momento creyó que se encontraba triste, hastío. La circunferencia de visibilidad retrocedía continuamente. Los segundos se consumían lentamente. El ser se había detenido en seco sin reaccionar al ambiente aprisionante, tomando una posición fija. Enok aprovechó la situación y consiguió incorporarse. Se lanzó de nuevo hacia la figura y esgrimió un corte que golpeó al ser horizontalmente, quien siguió sin reaccionar. Su boca se había entreabierto y el único ojo que se difuminaba bajo la capucha había dejado de emitir aquel brillo rosado. Enok lo observaba, jadeando y en posición defensiva, esperando un contraataque.

El aura remitió. La atmósfera volvió a ser consumida por la niebla lentamente. Una capa turbia manchada de destrucción empezó a marcar la distancia entre los dos combatientes. Lo último que la bruma dejó ver a Enok fue el contorno de su asaltante deshaciéndose en ceniza, un rostro salpicado de melancolía.

Enok cerró sus ojos. Volvía a sentir el dolor extendiéndose por su cuerpo. Se tranquilizo y recuperó una posición normal. Con mas detenimiento pudo observar el objeto que había aparecido en una de sus manos, la que permanecía magullada por los profundos rasguños. Era muy bello a pesar de tratarse de un arma destinada a la creación de dolor. Sin previo aviso, la espada de desintegró en un haz de luz. El chico quedó asombrado sin saber lo que estaba ocurriendo. Su vista se fijo entonces en las forma que habían creado los cortes en la palma de sus manos. Un pensamiento se apoderó de la mente del muchacho.

Sobre el suelo yacía un cuerpo semidesnudo cubierto por harapos y ropa destrozada. Toda su piel estaba cubierta de unas marcas muy profundas sobres las que se revolvía una sustancia oscura. Junto a él, la figura de un joven de cabellos dorados se agachaba aterrado. De su rostro se escapaban lágrimas y sollozos. Levantó la mirada al cielo. En aquel momento juró vengarse.

Enok retrocedió. Se encontraba exhausto y muy malherido. Sus recuerdos se tejían en hilos rotos. Continuó su camino, carecía de cualquier otra ruta. Anduvo cojeando durante unos cuantos minutos cuando se pudo fijar en que el ambiente había cambiado de forma. El suelo ahora era liso y macizo. Continuó avanzando hasta toparse de bruces con una pared. Miro hacía arriba, hacía donde se prolongaba la edificación. Parecía encontrarse en las puertas del castillo. Lo único que restaba por hacer era hallar alguna clave, algo que poseyese un mínimo de sentido y que fundamentase la razón de aquel lugar.
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Notapor Soul Eater » Sab Mar 22, 2014 8:01 pm

11...9...7...5...¿3?

Toda cuenta atrás tiene que significar algo. Tiene que marcar el tiempo que falta para el llegar de un acontecimiento. ¿Pero qué es lo que estoy esperando? ¿La muerte o la vida? ¿El sueño o el despertar?

La oscuridad ha caído finalmente a mi alrededor, y el lugar se encuentra envuelto por la niebla. Esta es tan densa que me cuesta distinguir el lugar en el que me encuentro. Miro hacia arriba, donde la pared del castillo por la cual me deslice me indica que probablemente haya acabado fuera de él en mi caída. El aspecto de mi alrededor solo parece indicarme que me encuentro en ninguna parte. El aire se encuentra lleno del polvo blanquecino resultado de la destrucción de los espejos. La llave-espada pesa en mi mano, volviéndose resbaladiza por efecto de la sangre. Su filo plateado se encuentra manchado de rojo.

Dolor

Mi cuerpo todavía se encuentra herido y bañado en el sufrimiento, pero han renacido las esperanzas, la fuerza para luchar.

Comienzo a andar, rodeando la enorme fortaleza, caricatura de Bastión Hueco. Mis labios esbozan una sonrisa triste. Huyendo, otra vez. Siempre en movimiento. Siempre sin ningún lugar al que volver. Siempre sin poder hacer otra cosa que avanzar hacia delante. Escapando cobardemente del dolor, e incluso de la vida. Sin atreverme a volver la vista atrás para aceptar la senda que he recorrido. Cobarde. Mis pensamientos, sin nombre y sin dueño surgen dolorosamente en mi mente a medida que avanzo, un paso detrás de otro. Suenan con mi voz y mis palabras, pero no son mas que un reflejo de la voz de la sombra.

La sombra. Temible. Monstruosa. Cruel. Una bestia que se deleita en el dolor que ella misma causa. Un ser que desea la muerte y la lucha no por su propia supervivencia, sino por su propia diversión. Un ser etéreo y real, intangible a los golpes y físico para torturar un cuerpo. Me repugna, me aterra y lo odio. Querría apartar mi mente de él, querría no verlo, querría expulsarlo de mis memorias, donde se ha asentado como dueña y señora. Pero me es imposible.

Quiero matarla. Quiero destruirla. Quiero acabar con ella. Eliminarla. Hacerla desaparecer, que se disuelva, como volutas de humo, y junto con ella mi miedo y mi debilidad.

Ningún ruido altera el silencio. Ningún animal nocturno que rompa la funesta inmovilidad que ha cubierto este falso mundo. Apenas puedo ver a una distancia de cuatro pasos de distancia. Cada vez las sombras cubren más esta noche sin estrellas.

El muro pronto pierde color, para transformarse en un largo espejo que recorre el castillo. Al otro lado, la sombra camina a mi mismo ritmo y a mi mismo paso, mirándome por el lateral de sus ojos, de la misma forma que yo le miro a ella. Sonríe, esperando, sin prisa, como si tuviera todo el tiempo del mundo.

-Algún día lo comprenderás, pequeño cachorro. La vida no es más que una prisión en si misma. Tu propio cuerpo y tu mente son la prisión de tu alma, que solo será libre con tu muerte. Eres tu propio verdugo, que castiga tus esfuerzos con dolor. Eres tu peor enemiga, encerrándote a ti misma en tu propio interior. Encerrando tus recuerdos en cámaras cerradas con llave, porque eres demasiado cobarde para afrontar la verdad que encierran. Demasiado cobarde para revelar tu propio poder. Cobarde, simplemente. ¿No deseas ser libre? Pero no te atreves a aceptar la muerte, a conocer el otro lado.-

-La muerte es la muerte. No la libertad.-

-No sabes nada. Y nunca serás capaz de saber nada, porque eres un animal. Y los animales no pueden pensar ni conocer, solo actuar, sin sentido, sin destino, hasta estrellarse contra sus propias pasiones y acabar destruidos por ellas. Porque eres tu propia esclava y no eres capaz de liberarte. Tus deseos forman tu prisión. Las barreras no están en otro lugar que en el interior de ti misma. El miedo es tu verdadera cadena. El miedo al mundo, a los demás, al dolor. Tienes miedo de todo, y te encierras en ti misma para evitar el sufrimiento. Tu visión parcial de la realidad, el límite de un cuerpo que no es capaz de hacer lo que deseas. Y eres tan hipócrita como para desear tu libertad cuando es ese mismo deseo el que te encierra en el temor a las prisiones.

-¡Te he dicho que te calles!- chillo, golpeando el espejo con mi arma, que rebota inofensivamente como si este se hubiera vuelto tan sólido como el metal. -No quiero escucharte. No quiero oírte. Mientes. No sabes nada de mí. No sabes nada de nada. ¡Silencio!-

Soltando mi arma, que desaparece momentáneamente, me tapo los oídos, tratando de interrumpir el paso a los sonidos que lentamente se introducen en mi cerebro, afilados y crueles, más dolorosos que las heridas físicas. La sombra se acerca a la pantalla que nos separa, y sé, desde el momento en que dibuja un tres sangrante, invertido, en el cristal, lo que va a ocurrir. Y no quiero quedarme para ver como la sombra vuelve a aparecer junto a mí. Así que corro.

La imagen vuelve a ondularse, persiguiéndome, mientras sigo recorriendo lo que antes fue una pared, buscando un camino, mientras veo a una niña pequeña, despertando en Port Royale. Se abraza a sí misma, tirada en la calle, asustada, carente de recuerdos, carente de cualquier persona que cuide de ella. Con sus ojos negros abiertos y mirando alrededor, sorprendida, sin conocer nada ni a nadie. Tan inocente y débil que casi me produce asco. Pero ya no soy esa niña sin nombre, ahora soy Gata. He sobrevivido en las calles. Soy fuerte.

Pero aun así, sigo corriendo, escapando.

El espejo se rompe, con un estruendo atronador, despidiendo cristalitos en todas direcciones. Por un momento, incluso temo que todo el castillo se venga abajo, pero afortunadamente, solo el muro exterior ha caído, revelando el interior que se mantiene intacto como si nada hubiera ocurrido. Salvo una pequeña parte. A lo lejos, la puerta ha permanecido intacta, carente de función alguna, convirtiéndose más en un obstáculo que en una entrada.

Y junto a ella, hay un chico. Enok. Lo he visto en el espejo. Y eso es suficiente. Los recuerdos obtenidos a medias en las lagunas de mi memoria en forma de cristales no son importantes. Lo único que cuenta es que él me dio fuerza para enfrentarme a la sombra. Él llamo a la llave-espada que apareció en mi mano. No sé porque, pero sé que necesito llegar hasta él.

A mi espalda, nuevamente, segundo a segundo, la sombra comienza a tomar forma humana. Invocando nuevamente mi arma, corro hacia el aprendiz enemigo. Corro, corro, corro. Huyo y escapo, como siempre he hecho, ganando terreno a cada segundo. Cada vez más cerca, con la criatura tomando forma a mi espalda.

-¡ENOK!- grito, tratando de captar su atención. No me gustan las personas, no creo en ningún tipo de ayuda que pueda obtener de ellas. Pero en este lugar sé que necesito la presencia de otro ser humano. No le necesito a él, pero necesito estar junto a él. Así que vuelvo a nombrarle, mientras me coloco a su lado, agotada, con la respiración acelerada, sin nada que decir puesto que no estoy acostumbrada a hablar con nadie, pero señalando a mi espalda con la mano que me queda libre, tomando aliento para decir únicamente -...viene...detrás...-
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2

Notapor Sheldon » Lun Mar 24, 2014 1:21 am

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El eco de unos pasos alertó a Enok. Alguien se acercaba hacia él con gran rapidez. El chico retrocedió asustado y adoptó una posición defensiva, esperando aquello que habitaba entre la niebla. Entre sus brazos se manifestó de nuevo aquella arma que le había defendido de su agresor. Con la adrenalina liberándose y obstruyendo progresivamente su miedo pudo escuchar unos gritos provenientes a unos escasos metros.

¡Enok! — bramó en una instancia socorrida una voz femenina. De nuevo, el nombre del chico fue gritado aunque con una mayor fuerza y con un tono aun mas rasgado. No eran saludos sino demandas, gritos de auxilio o de necesidad. Al cabo de unos segundos en los que las pisadas se intensificaron acercándose a Enok, surgió una figura. Enok la observó con un ápice de curiosidad aunque aferrándose aun mas al metal de su espada. Aunque encorvada en busca de oxígeno se podía decir que el contorno pertenecía a una chica — ...viene...detrás...- — fue lo único que pudo añadir mientras exhalaba una bocanada de aire y señalaba un punto en el vacío tras su espalda. Levantó la mirada hacia el joven. Enok dio un respingo. Una extraña sensación se apoderó de su cuerpo durante un instante al descubrir que aquella muchacha se trataba de Gata. Cerró los ojos confirmando suavemente y miró al frente, tras la chica. La niebla comenzaba a colorearse de unos tonos oscuros que reflejaban una forma acechante que se acercaba. El joven observó el arma que aun portaba entre sus brazos. La alzó y pronunció unas palabras en un murmullo ininteligible. Desconocía por completo el motivo por el que estaba haciendo aquello, solo respondía al peligro y al miedo que quería olvidar. La espada se iluminó en un resplandor muy débil y del extremo en donde se encontraba la media luna brotó un viento transparente. La niebla, afectada por la brisa que se intensificaba por momentos, adoptó una serie de formas extremas en torno a un eje que rotaba en si a una gran velocidad. Enok miró a Gata y le hizo un rápido gesto con su cabeza. Acto seguido se volvió y comenzó a correr en dirección contraria al extraño fenómeno que había provocado, cojeando y esgrimiendo gemidos de dolor. Probablemente aquello solo distraería a lo que quiera que fuese el monstruo que perseguía a Gata aunque precisamente era eso lo único que Enok podría haber hecho en un momento así. Esperaba que Gata le hubiese seguido ya que podría significar una gran ayuda en aquel lugar.

Corrieron durante unos minutos a través de lo que parecía una galería exterior. El ser se había esfumado y parecía haber dejado de seguirles aunque la niebla podría ocultar muchas otras pesadillas. Enok sintió lentamente como su pierna dejaba de reaccionar. Comenzó a cesar el ritmo y terminó parando la marcha. Gata lo había seguido aunque era evidente que ella se encontraba en un estado mucho mejor. Lo único que Enok podría haber conseguido era retrasarla. El arma de Enok volvió a brillar y desapareció de entre sus brazos. Suspiró e intentó recuperar la respiración fracasando debido al nerviosismo que corroía sus venas. A paso lento se acercó hacía la pared que se extendía a su derecha. Era un muro bajo chapado por unas tablas de acero oxidado. Levantó la vista y pudo observar un ventanal a un par de metros de altitud.

Por aquí... — musitó el joven señalando la ventana. Se apoyó en la unión de una de las placas para tomar un generoso impulso con el que se elevó la distancia suficiente en el aire para sujetarse en el borde de la ventanilla. Una vez consiguió levantar todo su cuerpo se encontró de bruces con que un cristal cerrado bloqueaba la entrada a lo que se podía considerar un dormitorio. Sin pensarlo, cerró su puño y golpeó con la fuerza que le restaba el vidrio. El suelo de la habitación fue salpicado por cientos de diminutos trozos punzantes de cristal. Enok profirió un gruñido y con sumo cuidado logró adentrarse en el cuarto.

De un reducido tamaño, aquella habitación reunía una serie de austeros muebles de madera que se disponían de una forma muy clásica. Olía a humedad y a agua estancada. La niebla había logrado colarse entre los resquicios quebrados de las paredes aunque solo se manifestaba en un hilo débil y fino que manchaba el ambiente aunque progresivamente había empezado adentrarse a través del cristal roto y en poco tiempo mancharía el aire. Sin embargo, la oscuridad creada por el reflejo del exterior mantenía el espacio en unas penumbras que ocultaban algunos detalles del habitáculo. Junto al portón que posiblemente comunicara con un pasillo y que se encontraba en el extremo opuesto a la ventana reposaba un envejecida silla de aspecto raído. A su lado, una pequeña mesilla acompañaba a una austera aunque pulcra cama. Justo a la izquierda de Enok, un escritorio revuelto con una gran cantidad de libros y papeles desordenados y un tanto mas grande que el resto del inmobiliario deshacía la simetría de la habitación. Hacia la parte derecha y pegado sobre la pared, descansaba un pequeño armario.

Enok se adelanto en dirección al lecho, esquivando con un cuidado extremo los trozos de cristal del suelo. Se sentó lentamente mientras daba vueltas a cientos de pensamientos en su cabeza. Gata se adentraba por el ventanal en aquel momento. Enok la miró. Seguía siendo la misma persona que había visto en sus visiones. Delgada y lánguida, de pelo robusto y ennegrecido y con un ojo rasgado. Mientras se recomponía, Enok puso su pierna herida sobre el muslo contrario. Palpó los alrededores de la herida vendada. El dolor, a pesar de seguir mantenido, se había reducido considerablemente. Notó entre la capa de oscuridad, una mancha tiznada. La herida había vuelto a sangrar. Por el contrario, las magulladuras de su brazo ahora sostenían un color pardo. La sangre estaba coagulando. Una idea asaltó su mente. Con un movimiento rápido se levantó y deshizo las sabanas. Apresuradamente cortó varias tiras de las blancas mantas. Se sentó sobre el colchón y deshizo los vendajes de su pierna. Tomando cada una de las tiras se las enrolló cubriendo un área mucho mayor que antes hasta alcanzar la rodilla. Cogió los últimos trozos que restaban y estiró su brazo derecho, cubriendo los cortes posteriormente así como la palma de su mano. Aquella pequeña cura podría favorecerle en un futuro no muy lejano. Tras ello, desvió la mirada y la volvió a centrar en su acompañante.

Este sitio está...vacío. La ciudad... La vida ha desaparecido... Parecer ser que solo estamos...los dos en este...lugar... y lo que quiera que te perseguía... — tartamudeó Enok en un tono de voz neutral. Se sentía desesperado y no podía articular las palabras como se sucedían en su mente. Agachó la mirada y tras unos segundos la volvió a ascender. Miró a su alrededor. Aquel dormitorio podría haber pertenecido a alguno de los habitantes del castillo, a uno de los aprendices que se habían trasladado desde Tierra de Partida aunque aquello ahora ya no importaba.

Sobre la pequeña mesa a su lado reposaban varios objetos. Enok dirigió instintivamente su brazo a un trozo de papel. Se encontraba demasiado exaltado como para pensar que estaba asaltando la privacidad de una persona. Lo levantó y se lo llevó al regazo. Sosteniéndolo con su mano derecha, sobre la que se había formado el macabro contorno de un número cuatro, leyó su contenido.

2.

He visto cosas que nunca en la vida pensé que podrían existir, mundos pertenecientes al cosmos donde la realidad era una simple nota a pie de página de la fantasía. He visto la belleza de la Naturaleza pero también su crueldad, su desprecio y su segregación. Nunca he creído tener una misión en todo este camino. Solo era un observante que no me inmiscuía en la vida y obra del universo. Por eso he elegido ser un ser errante, un Hombre libre en busca del conocimiento.

Bastión Hueco.


Enok terminó su lectura y se fijó de nuevo en el gran número que decoraba el inicio del texto. Su mente procesó toda la información que había recibido a una velocidad vertiginosa, asociándola a su vez a todos y cada uno de los lances y números que se habían estado sucediendo en el espacio de tiempo desde el que despertó en aquel lugar. El límite de sus recuerdos se había ampliado hasta el ámbito que englobaba Bastión Hueco.

Volvió a la realidad justo en el momento en el que sintió como la atmósfera cambiaba radicalmente. La niebla efectuaba una rápida vuelta atrás, contrayéndose en si misma y esfumándose por el hueco deshecho de la ventana. Enok se incorporó rápidamente depositando el trozo de papel sobre las rotas sábanas. Intuía lo que ocurriría a continuación. Se dirigió hacia el ventanal con sumo cuidado y pudo ver como se estaba formando una atmósfera cristalina que retenía las brumas y que alcanzaba a cubrir todo la edificación.

Gata, creo que...deberíamos separarnos. Solo podré... ya sabes... estorbarte. — dijo Enok mirando entrecortadamente a Gata. — Si las cosas van mal...deberíamos encontrarnos a las...afueras del castillo... — añadió el chico nervioso. Si continuaba la sucesión de números el siguiente en la lista era el cero. Enok sintió un escalofrío.
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Notapor Soul Eater » Lun Mar 24, 2014 10:49 pm

Enok.

Cuando soy capaz de mirarle nuevamente a la cara, una vez que he conseguido volver a llenar de aire mis pulmones, compruebo que es el mismo chico demasiado delgado que ya he visto en mis recuerdos de la selva. Los mismos ojos azules, el mismo pelo rubio, la misma cara atractiva pero extrañamente distante. Aunque en esta ocasión, su ropa parece consistir en un pijama.

Enok.

-¿Qué está haciendo él aquí? ¿Qué estoy haciendo yo?- los pensamientos surgen en mi cabeza, formando una densa nube de preguntas que parece rivalizar con la que se encuentra en el exterior, mientras ambos corremos nuevamente al interior del castillo. Me muerdo ligeramente los labios mientras le miro, incapaz de comprender realmente por qué me ha ayudado. Tampoco es que me importe demasiado. Hay demasiadas cosas que no entiendo en este lugar.

Pero atacó a mi sombra, que volvió a disolverse en oscuridad, como si fuera un fantasma.

Su presencia no me ayuda demasiado a sentirme acompañada, mientras recorremos una larga galería, observados por las caprichosas formas de la niebla a nuestro alrededor. Ambos permanecemos en silencio, sin nada que decirnos. Supervivientes de la nada, o tal vez, víctimas de ella.

Él cojea, mientras que yo, con el cuerpo marcado por infinidad de pequeños cortes rojizos, no me encuentro en mucho mejor estado. Derrotados, heridos y perdidos en un mundo vacío, incluso cuando nosotros nos encontramos en él, como si no fuéramos suficiente como para llenarlo.

Enok

Su nombre da vueltas en mi cabeza, mientras cruzamos a través de una ventana que rompe. El sonido de los cristales me sobresalta, recordándome el que marca el comienzo de la cacería a la que la sombra me tiene sometida. Tengo la sensación de que él me ha hablado, pero no he logrado escucharle. Realmente, él no me importa en absoluto. Solo necesito a alguien.

Porque nadie puede ser fuerte, a no ser que haya otra persona que sea débil. Solos, no somos nada. Nunca había pensado en eso, pero tal vez se trate de que hasta ahora no conocía la verdadera soledad. Necesitamos a otras personas para definirnos a nosotros mismos. Por eso, necesito a Enok, aunque sea poco más que un modelo por el que regirme, para saber quién soy y no perderme en el laberinto que mi sombra crea para mí, donde ni yo soy yo, ni ella es ella, ni nadie es nadie, salvo palabras disueltas en humo.

Pero no quiero que sea así. No quiero depender de los demás. Pero por mucho que me pese, le necesito para encontrar mi fuerza en este lugar gracias a su debilidad, o descubrir mi debilidad en su fuerza. Tal vez solamente sea un pedazo de realidad en este mundo de pesadilla.

Enok.

—Este sitio está...vacío. La ciudad... La vida ha desaparecido... Parecer ser que solo estamos...los dos en este...lugar... y lo que quiera que te perseguía... — me dice, una vez que ha curado la herida de su pierna, mientras yo permanezco inmóvil, mirándole sin más, tratando de poner en orden unos pensamientos que no sé bien de donde provienen.

La habitación no es demasiado diferente a cualquier otra por las que ya he pasado antes. Podría incluso ser la misma en la que desperté, de no ser porque no hay ningún rastro de ningún espejo. Eso me tranquiliza ligeramente. Al menos no hay ningún peligro aparente en permanecer en este lugar.

-Supongo…- contesto sin pensar, sin procesar sus palabras. No sé que decir. ¿Por qué me habla? Sigo observando la estancia, a la espera de posibles peligros. En su estado, él no supone una amenaza, y dudo mucho que pretenda hacerme daño, teniendo en cuenta que soy el único ser viviente sin contarle a él. Dudo que quiera volver a estar solo.

Al cabo de unos minutos, su voz vuelve a interrumpirme. —Gata, creo que...deberíamos separarnos.- oír mi nombre me resulta extraño, como si no me acabara de pertenecer del todo, o tal vez, porque no estoy acostumbrada todavía a oírlo en la boca de nadie. —Solo podré… ya sabes… estorbarte. Si las cosas van mal...deberíamos encontrarnos a las...afueras del castillo...—

Me encojo de hombros, sin mirarle. –Me quedo aquí- afirmo simplemente. Sé que en su estado no me va a servir de mucha ayuda, pero me da miedo marcharme. No me mueve ninguna clase de fin altruista, ni un afán heroico. Es simple y llanamente miedo. Interés.

Además, tengo la impresión de que se avecina el final. 1.

Sin embargo, ningún espejo aparece. Únicamente un rumor de pasos, sólidos y sonoros, que provenientes del exterior. El silencio se rompe como un frágil cristal, que atraviesa mi alma dolorosamente.

Le hago una señal a Enok con la mano para que mantenga el silencio, mientras me acerco a la ventana rota para echar un vistazo al exterior, procurando evitar cualquier ruido que delate mi presencia.

Me doy cuenta demasiado tarde de que me estaba esperando.

Una cadena se cierra alrededor de mi brazo, como una serpiente plateada, arrastrándome con fuerza brutal fuera de la habitación, sin que apenas tenga tiempo de gritar, cortándome nuevamente con los vidrios afilados que han quedado en el marco.

Caída nuevamente en el suelo, levanto la vista para observar a la sombra.

Pero ya no es una sombra. No es una forma negra y difusa. Es una persona, de carne y hueso, física y de alguna forma, etérea, como si no acabara de estar allí o todavía fuera un reflejo proyectado en ninguna parte.

No soy yo.

No soy yo, pero el parecido salta a la vista. Un poco más alta, un poco menos delgada, más sana, más fuerte. La piel algo más pálida, y el pelo más claro, de color castaño, recogido en una trenza. Los mismos ojos negros, algo más redondeados. Las mismas orejas puntiagudas. Cejas perfectas y delineadas. Una sonrisa cruel que deja traslucir unos colmillos algo más afilados de lo normal.

La miro, tratando de penetrar en su secreto. En la sensación de que la conozco, pero no la recuerdo. En la sensación de que no soy yo, aunque lo parezco. Un silencio incómodo surge entre ambas, yo encadenada y ella sujetando la cadena como un arma que controlara a la perfección. El corazón me late dolorosamente, consciente de algo que no soy capaz de definir.

-Uno- dice simplemente, ensanchando su sonrisa. –Pero el espejo está en negro, porque no quieres recordar-

-¿Quién eres?-

-¿Yo? ¿o tú? ¿Qué es lo que quieres saber en realidad?- pregunta mientras comienza a acercarse lentamente –Realmente nada. La verdad es dolorosa, y tú huyes del dolor como un animal. Pero no eres un animal, eres un monstruo.

-No soy un monstruo- digo poniéndome en pie, todavía con la cadena en el brazo. Me pregunto si Enok seguirá dentro de la habitación donde lo dejé, a salvo. O tal vez en peligro. Es inútil plantearse nada en este lugar. De cualquier forma, vuelvo a estar sola después de todo. Todos estamos solos al final –Tú eres el monstruo. Tú disfrutas el dolor- le respondo llena de ira. Pero ella solo ríe, mientras se sigue acercando.

-¿Eso crees? ¿Te has mirado al espejo? No soy yo aquella que tiene las manos manchadas de sangre. Ni siquiera soy yo misma.- continúa, mientras miro el líquido que sigue brotando de ninguna herida –No soy más que una creación de tu mente, cruel y sádica. Un sentimiento de culpabilidad que ha tomado la forma de tu víctima-

-Mientes- digo invocando mi arma, aunque un escalofrío me recorre por dentro. –Yo no te conozco. Yo no soy como tú.- Sus ojos relampaguean de ira, y un reflejo plateado se dirige contra mí, impactando en el suelo donde hace saltar una pequeña muesca, gracias a que me he movido lo suficientemente rápido como para evitar el golpe.

Vuelve a recoger el extremo de la cadena que acaba de lanzar, mientras continúa hablando con crueldad -¿Qué miento? Tú eres yo. O más bien, lo que me robaste. Tú me destruiste. Tú, que te atreves a hablar de los demás, cuando no eres más que una bestia consumida por la ira que es incapaz de cualquier tipo de contacto humano, sabiendo únicamente matar y destruir.-

-Solo trato de seguir…-

-¿...de seguir con vida? Tú nunca has tenido una vida. Un monstruo no tiene derecho a vivir. Tu propia vida no es más que una mentira. Dime, ¿qué has hecho nunca que justifique tu existencia?-

Entrecierro los ojos, carente de una respuesta.

-Mírate. Hasta eres incapaz de mantener una simple conversación. Estás llena de oscuridad. Llena de muerte y de dolor. Lo que temes, lo que odias es realmente a ti misma. Y para protegerte has encerrado los recuerdos que te delatan en el fondo de tu mente.

-¡No soy un monstruo!- grito, llevándome la mano encadenada a la cabeza, que comienza a dolerme cada vez más.

-Bestia, monstruo… una débil cría todavía, en todo caso. Pero que ya demuestra la clase de ser en la que se convertirá.

-¡Cállate!- rujo finalmente, lanzándome hacia ella. Pero es más rápida. Gira con agilidad y tira de la cadena, desestabilizándome, mientras hace restallar el otro extremo, que se dirige hacia mi cara, enrollándose alredor de la llave cuando la alzo para protegerme. –Cállate- susurro fríamente, mientras ella mira mi arma con odio.

-No tienes derecho a empuñar una llave-espada. No tienes derecho…- dice, pálida por primera vez.

-¿Y tú que sabes?-

Vuelve a reír, pero no es una risa alegre. –Sé todo lo que tu corazón sabe. ¿Por qué no le preguntas a él? Te aseguro que tiene la respuesta correcta.-

-¿Mi corazón…?- un intenso dolor me recorre por dentro, de improviso, tan doloroso que me hace caer al suelo de rodillas, mientras la llave desaparece de mi mano. -¿Qué…?- Todo comienza a volverse negro a mi alrededor, siendo los pies de la chica, calzados con altas botas negras, lo último en lo que logro fijar la vista.

-Uno…- oigo que dice con una voz falsamente dulce, mientras me hundo en el recuerdo.
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Notapor Sheldon » Mié Mar 26, 2014 12:06 am

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Número cero. La mente de Enok creaba un óvalo teñido de rojo en su cabeza, recordándole de nuevo todas y cada una de las cifras numéricas que se habían clavado como hirientes punzas en su cuerpo, desgarrando su constitución física y marcándole con dolorosas secuelas. Gata, como un alma silenciosa errante, únicamente centraba su atención en un plano inexistente de la realidad, como intentando alejar el miedo y la desgracia. No necesitaban hablar entre sí, no era necesario. Tan solo la presencia de ambos confirmaban la soledad de aquel universo. Gata y Enok. Pronto todo terminaría y era necesario entenderlo para afrentarlo.

Me quedo aquí.— fue lo único que pudo decir la chica evitando la mirada de Enok. El joven volvió la vista hacia el suelo. Su entereza emocional había sufrido un desgaste continuo. Su memoria había terminado de destruirla y lentamente el chico se cercioraba de ello. Por momentos, sintió un impulso irrefrenable de morir de una vez y evitar la vida, aquella vida.

El susurro de unas pisadas destrozó la esperanza. Gata, alertada por el peligro, realizó un gesto con la mano, instando a Enok a que no emitiese ruido alguno mientras se acercaba al ventanal y miraba silenciosamente a través del cristal destrozado. Los gritos de un hierro puro elevándose en el aire marcaron el inicio del fin. Gata se revolvió mientras era arrastrada a través de la ventana destrozada. Los pedazos de lo que había sido la barrera que retenía el aire de la habitación rasgaron el cuerpo de la joven. El alma de Enok se agitó violentamente y acabó por descender a través de todo su cuerpo desapareciendo bajo el suelo.

Esa chica es como tú.— suspiró una voz al fondo de la habitación. Enok se volvió aun mas asustado. Entre las sombras, una figura reposaba tranquila y meditabunda, apoyada en una de las agrietadas paredes. Era imposible dilucidar rasgo alguno de su contorno, aunque aquella voz carente de melodía ya había sido captada anteriormente por los oídos del chico. —¿Conoces la respuesta? ¿Sabes porque te encuentras en este lugar?— preguntó. Por un momento se reveló en su voz un ápice de burla aunque pronto se esfumó. Enok intentaba controlar su respiración, el odio que había sustituido al miedo. Con un gruñido y obedeciendo a su instinto, su cuerpo se abalanzó hacia la forma en la oscuridad, pisando varios de los cristales en el suelo que se deshicieron en una arena blanquecina que terminaba desintegrándose. El ser se incorporó y tomó entre sus manos un objeto que reposaba junto a él mientras esbozaba una especie de sonrisa que acababa en un tétrico resplandor entre las tinieblas. En su carrera, Enok sintió un tacto frío entre sus dedos. No hubo de mirar su arma, tan solo la esgrimió en un tajo vertical. El ente colocó la empuñadura de la guadaña que había tomado en la trayectoria del ataque, deteniendo bruscamente al chico y desestabilizándolo durante unos segundos. —Bastión Hueco. Es donde deberías estar. Tu cuerpo rebosa oscuridad y maldad; no eres diferente a un monstruo.— Enok le miró. Algo en él le obligaba a sucumbir ante aquellas palabras. Con mucha menor fuerza, volvió a atacar aunque el ser, con un simple movimiento, se defendió de la ofensiva

<<La venganza es el deseo mas noble del ser humano.
La Historia no se conocería como tal si su poder fuese inexistente.
La venganza es un camino complicado y es imposible pronosticarlo.
Pero tal senda contiene verdades que podrían haber estado ocultas.
No es un engaño, es un destino.>>


El suelo se movió. Los papeles desordenados del escritorio cayeron al suelo, golpeados y destrozados. Los pequeños fragmentos de vidrio se desintegraron en el aire. Las puertas del armario se abrían y cerraban en portazos continuos y desestructurados. Un terremoto. Enok miró al ser pero ya no se encontraba allí. En su lugar, la pared sobre la que se había apoyado aparecía rasgada, marcada con un irregular óvalo, un número cero.

Fin.

El castillo amenazaba con desaparecer. En el suelo unas grietas comenzaron a recorrer las viejas losas de cerámica. Terror, pánico, horror, temor, miedo. Sus pies permanecían anclados, enraizados en la destrucción. Cerró los ojos, nervioso. No podía levantar sus pies, no podía mover ni un ápice de su dolorido cuerpo, no podía sentir nada.

Gata.

Un torrente de recuerdos salpicó las pupilas de sus ojos sucediéndose en el espacio de su interior. Cero.

Con un rápido e instintivo salto, Enok atravesó el hueco del ventanal. La barrera que retenía la niebla se debatía en su desaparición. Unas escamas habían aparecido sobre toda su superficie, unas marcas que revelaban su rotura y resquebrajos internos. El chico calló al suelo. Volteó su cuerpo evitando parte del dolor que había experimentado. El descenso había resultado extenuante aunque no era el momento de detener su marcha. Dirigió la mirada hacia el lugar donde creía que Gata había sido arrastrada. Se encontraba en el suelo, inconsciente, envuelta en una laguna de sangre. Los cimientos cada vez se agitaban de forma mas violenta. Corriendo, logró alcanzar el cuerpo yacente y solitario de Gata. Lo volteó de forma agresiva. Al notar que no reaccionaba actuó sin pensar sus acciones. Tomó a Gata entre sus hombros con un impulso de fuerza. Pesaba poco, estaba delgada, excesivamente delgada. Intentando no apoyar la planta malherida de su pie, se encaminó cojeando. La niebla aun no había logrado romper el aura que rodeaba el castillo, por lo que Enok pudo ver a lo lejos un camino que comunicaba al sendero conectado con la ciudad desierta. Con una respiración entrecortada elevó el ritmo, sintiendo aun mas el sobreesfuerzo, agotándo y destrozandole. Continuó avanzando aunque pronto se percató de que aquella misión que había emprendido se convertía en algo imposible. Se acercó al borde del corredor, desesperado. Sin pensarlo un momento más, saltó, agarrando lo mas fuerte que pudo a Gata.

La atmósfera que rodeaba la enorme edificación de Bastión Hueco se quebró. Sobre la torre mas alta de aquella mole aparecieron unas abstractas lineas negras. Devoraban la realidad y aumentaban lentamente de tamaño, dejando la mas absoluta oscuridad tras de si. La Nada.

El cuerpo de Enok calló y fue golpeado por un sólido suelo de piedra, un nivel inferior de aquella construcción. Su vista se nubló.

El cuerpo de Gata golpeó a Enok, quien funcionó como un bloqueo del impacto. Aún en un estado inconsciente, se deslizó sobre su espalda a uno de sus lados.
Última edición por Sheldon el Jue Mar 27, 2014 1:17 am, editado 1 vez en total
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