
Cronología:
Malik: Después de El regalo de Mujer Oso
Ragun/Alexander: Después de Promesa


¿Qué es un mundo creado de los sueños sino uno de incertidumbre? ¿Qué clase de lugar nacería de la imaginación más retorcida? Probablemente uno como El País de las maravillas.
Lugar donde lo que era, no era y lo que no era, era. Podía sonar redundante, extraño, estrafalario, loco, peculiar, excéntrico e incluso imposible. Pero así era aquel mundo nacido en el borde de la realidad y la fantasía, entremezclando a la perfección la cordura y la locura, la verdad y la mentira, el todo y la nada, bueno, quizás aquello último no.
Era difícil, por no decir imposible describir aquella fantasía nacida de un inocente deseo que a su vez era digna de haber nacido en lo más profundo de un sueño –o una pesadilla-. Ah, País de las Maravillas; donde lo que es, no es y lo que no es, es, cuan extraños son los secretos que aguardan en tus entrañas.
Así era pues, aquel lugar. ¿Cordura? ¿Para qué servía en un mundo como aquel? Era una pregunta un tanto retórica, claro. Yo quería mi cordura como cualquier otro, aunque aquella ya era la… ¿Cuarta vez? Que visitaba aquel mundo. La primera vez fue una simple exploración junto a Fyk y Nadhia, la segunda una misión con aquel chico… ¿Hiroki? ¿Hitori? Y otro llamado Fran y mucho más tarde había acabado de nuevo en aquel mundo vestido cual sirvienta por algún motivo que todavía no había llegado a comprender del todo junto a otro chico más llamado Exuy.
La verdad era que aquel mundo me impacientaba, me enervaba, volvía todo en discordia para mí. Era molesto, lo suficiente como para que me plantease en más de una ocasión por qué volvía una y otra vez a aquel lugar de locos cuando sabía que lograba sacarme de mis casillas con cada uno de sus enrevesados misterios.
País de las maravillas, aquel ominoso mundo donde la única verdad era la mentira.

—Bueno, que más da —me dije a mí mismo para darme ánimos mientras recorría en silencio el Bosque de Lotos con cara de aburrimiento.
Ignoré por completo las plantas parlantes que pedían cosas de todo tipo como si me apeteciese regalar pociones y éteres a diestro y siniestro.
Me encontraba nuevamente allí por un motivo, una razón tan simple que dejaba en ridículo todos mis pensamientos sobre ese mundo. Cualquiera podría decir que tenía una razón de peso si pudiese leer mi mente, pero como no era así quedaba en una ridícula misión de “control de plagas”, o lo que era lo mismo. Evitar que los sincorazón se multiplicasen demasiado.
Lo normal era que otros hiciesen aquel trabajo, yo ya había hecho demasiados encargos de eses, los suficientes como para pasar a misiones un tanto más complejas que un aprendiz normal no podría hacer, entre ellas por supuesto estaba la no muy distante y desastrosa misión en la que había despertado cierto Dios Caído cuyo nombre se me hacía tan vomitivo que no quería mencionar más de lo estrictamente necesario.
Si no fuese porque había perdido un brazo y por tanto muchas de mis habilidades de combate no me extrañaría que mi maestra principal, la Maestra Ariasu me ofreciese participar en el examen a Maestro. Me había sabido mal en cierto modo que Andrei hubiese ascendido antes que yo, ahora él se pasaba el día por el castillo diciendo cosas como “Soy Maestro, puedo hacerlo” o “Soy Maestro, obedéceme”. Todo un dolor en el culo.
Pero aquello le duraría poco en cuanto yo también me convirtiese en un Maestro de pleno derecho y sospechaba que no quedaba mucho para eso.