El ruido de la grabación bloqueaba la imagen en gran medida, y cualquiera hubiese tenido dificultades para reconocer cualquier figura en ella. Sin embargo, allí estaba: alguien vestido con una túnica negra, de cintura para arriba, con los brazos caídos y una ligera sonrisa en su rostro.
Una mujer. Una chica de aspecto casi inocente cuyos ojo eran imposibles de ver, imposibilitando en gran medida reconocer a la desconocida. Su pelo dorado caía por la espalda, recogido en dos coletas con motivos florales que lo mantenían bien cuidado.
La grabación pasó a mostrar imágenes fugaces de una mansión perdida en un bosque, lejos de cualquier rastro de ciudad o civilización. Estatuas de pegasos se levantaban en el camino a su entrada, amenazando con pisar y atacar a cualquiera que se aproximase. Las puertas se abrieron y la oscuridad surgió en su interior, invitando a descubrir los misterios.
El ruido pasó durante una décima de segundo a cubrir todo el cuerpo de la joven, mostrando sólo sus misteriosos ojos. Dos pupilas amarillas se clavaron en la pantalla y atravesaron miles de corazones en todo el Reino de la Luz: nadie que los viera pudo evitar sentirse desnudo, desprotegido y con miedo. Habían sido escaneados hasta lo más profundo de su alma.
Bastión Hueco

—¡A los sótanos! ¡Ahora mismo!
Apenas diez minutos después del extraño ataque a la intimidad de los Portadores de la Llave Espada, los Maestros ya se había organizado sobre cómo actuar. Nadie había escapado de ellos: todos los aprendices en el castillo del antaño Vergel Radiante fueron convocados de inmediato, y entre Ariasu, Nanashi y Wix daban muy claras órdenes de bajar a lo más profundo del castillo por las escaleras.
Diez minutos y ni uno más: una reacción automática ante un suceso en absoluto previsible. Todos los aparatos electrónicos con conexión a la red, desde ordenadores y teléfonos hasta videoconsolas, habían interceptado el críptico vídeo. Y no contento con ello, lo repetía hasta la saciedad, sin haberse detenido ni un minuto. Era claramente un virus, uno muy bueno y al que nadie podía hacer frente. Y seguiría reproduciéndose mientras ellos bajaban las escaleras.
E incluso con aquella espectacular respuesta tan esquemática por parte de los Maestros, algo fallaba. Lo primero era la total ausencia de su líder, Ryota: nadie le vio, nadie le encontró de camino. Alguien en la multitud (¿Shinju?) comentó que acababa de ver al Maestro de Maestros abandonar el castillo en su glider apenas un minuto después de que aquella pesadilla comenzase. Si era cierto o no, era imposible de confirmar.
El otro gran fallo venían arrastrándolo desde hacía un mes. Mientras los aprendices avanzaban hacia lo más profundo del castillo, algunos de ellos pudieron escuchar parte de una conversación entre Nanashi y Ariasu sobre la localización del joven que tantos quebraderos de cabeza estaba dando desde hacía unas semanas:
―Si esto es cosa de Saavedra deberías hablar, Ariasu.
—¿Cómo puedes sugerir que Andrei tiene que ver en esto?
―Logró el título de Maestro hace un mes y no ha vuelto al castillo desde entonces. Después, la Federación contactó con nosotros para reclamar que le entregáramos por haber violado las leyes de intervención en otros mundos. Es el único experto en ordenadores con suficiente nivel para hacer algo así, aquí o en Tierra de Partida.
—¡Qué graciosa, Nanashi! —comentó la Maestra del gran sombrero, burlándose con sus palabras de la mano derecha de Ryota—. Cuando Andrei vuelva verás que él nunca nos gastaría una broma así.
El objetivo de aquel recorrido fue los sótanos del castillo, y concretamente hasta una amplísima sala con un ordenador presidiéndola, frente a lo que parecían ser cientos de cabinas con una utilidad desconocida. Frente a la máquina había más monitores alrededor de lo que algunos sabían que era un portal a los mundos digitales.
Y en aquel lugar volvían a estar rodeados de la figura de la misteriosa chica, cuyas grabaciones seguían repitiéndose hasta la saciedad. Nanashi, una vez todos los aprendices que pudo reunidos, se dirigió hacia ellos mientras Ariasu se colocaba ante el teclado y Wix bloqueaba la entrada.
―Hoy, a las doce y cuarto de la tarde, todo el castillo de Bastión Hueco ha sufrido un ataque en forma de virus a ordenadores y dispositivos de comunicación ―narró la mujer, señalando con la mirada a la chica de los monitores que sonreía tranquila mientras repetía su mensaje de ayuda―. Cualquier modo de comunicación con otros mundos se ha visto anulada. Hemos intentado enviar una respuesta al transmisor del mensaje, pero también nos hemos visto bloqueados.
»De esta forma, nos vemos obligados a viajar hasta el lugar del que proviene la señal, un mundo llamado la Red. Desconocemos las intenciones de quien envió el mensaje, por lo que nos mantendremos vigilantes y estaremos preparados para lo peor.
»¿Preguntas?
Muchas, seguramente. Pero la Maestra no parecía tener humor para tolerar muchas de las que se propusiesen: si normalmente ya se mostraba fría, aquel día lo era mucho más. Algo en ella le había provocado estar más distante, inalcanzable casi para ellos. Y posiblemente, tuviese algo que ver con la desaparición de Ryota.
Tierra de Partida

—Eh... ¿Alguna pregunta?
Lo mismo que en Bastión Hueco había sucedido en Tierra de Partida. El mismo discurso había sido dado sobre el problema del mensaje: había bloqueado toda clase de comunicaciones, además de acosar a los aprendices y Maestros con aquellos ojos amarillos penetrantes como un clavo. Y, también, todos se habían reunido frente al ordenador principal de Tierra de Partida, enlace para entrar en Espacio Paranoico y la Red, los dos mundos digitales conocidos hasta la fecha.
Sin embargo, el ambiente allí era mucho más agobiante y tenso. Había muchos más aprendices en Tierra de Partida que en Bastión Hueco, y la situación entre los Maestros cada vez era más difícil de sobrellevar. Por ello seguramente fue por lo que Lyn dio un paso al frente, cruzada de brazos, y formuló la primera pregunta:
—¿Dónde está Ronin, Kazuki?
El Maestro al cargo se llevó la mano a la nuca y se la rascó mientras se tomaba un segundo para contestar a la mujer. Un gruñido surgió de la híbrida mientras esperaba a que el segundo al mando tomara las riendas.
—Le ha surgido, eh... Algo. Lyn, delante de los aprendices no.
No replicó. La Maestra bajó la mirada y calló, guardándose su respuesta al normalmente perezoso Maestro. Sabía que algo estaba pasando, y los aprendices también: desaparecía un Maestro, recibían aquel mensaje y caminaban todos en grupo hacia un mundo digital.
Algo se estaba ocultando, y los ojos amarillos de la chica que desnudaba sus corazones tenían algo que ver.