
Coloqué un nuevo libro sobre la enorme pila de estos, ya había perdido la cuenta de cuántos libros había acumulado que fuesen de hace más de dos meses. Miré de reojo al Moguri que había entrado aquella mañana en mi habitación exigiéndome que devolviera los libros. El animalillo me miraba desafiante con los brazos cruzados y manteniéndose a mi altura en todo momento gracias a sus alitas, realmente iba a ser imposible escaquearme de él en esta ocasión.
—Creo que ya son suficientes para llevarlos a la biblioteca, Cosmog —avisé viendo la enorme pila que deseaba que no me hiciera llevar de una sola tacada.
La criaturilla miró los libros antes de volver a dirigirme la palabra.
—Sí, son bastantes, pero no los suficientes, kupó —habló con una vocecilla que haría pensar a cualquiera que era un niño pequeño con un disfraz —. Aun así me imagino que con esos bracitos que tienes no levantarías muchos más, kupó, así que vete a devolver todos esos y después vienes a por más, kupó.
Suspiré a punto de echarme a llorar por cómo iba a estar perdiendo la mañana y las agujetas que seguramente me causase llevar una decena de libros por viaje. No queriendo discutir con el animalillo, tomé la pila de doce libros que había hecho y fui hacia la puerta, aunque cuando llegué a ella me tuve que volver a donde el Moguri con una sonrisa.
—Al menos me ayudarás con la puerta ¿no?
—Estúpidos Moguris, quizás les devolvería antes los libros si su bibliotecario no intentara atentar contra la vida de los demás a base de mordiscos —gruñía entre dientes mientras caminaba por los pasillos del castillo en dirección a la biblioteca.
Tenía bastante suerte de que no hubiese mucha actividad a esas horas de la mañana, los libros aquellos estaban empezando a parecerme más pesados que un armario además, sin contar que eran tantos que me dificultaban un poco la vista que tenía de frente.
—Por suerte la vuelta la puedo hacer con las manos vacías.