Saeko le observaba, casi expectante. Su estado bien podría haber sido una mera reacción ante el cansancio, ante las extremas vivencias que tan solo unos minutos atrás había experimentado. Al fin y al cabo, cada persona se rebelava de distinto modo ante la vida. La respuesta que expresó Enok, por extraño que pudiera parecer dibujó en los rasgos de la muchacha unas líneas de indecisión. Cuando hubo terminado de disculparse, el rubio aprendiz enmudeció como reacción al interrogante facial de su compañera. Que distinta se la había imaginado tras su fatídica visita al parque de atracciones. Puede que, después de todo, la batalla hubiese ablandado ese fuerte carácter...
Finalmente, el torcido gesto de la portadora se tornó en un gesto despreocupado. Enok le devolvió el ademán con un esbozo de sonrisa. Realmente no llegaría a acostumbrarse a sonreír tan a menudo.
—
Pero Enok, no te preocupes por eso, no tiene importancia —comentó Saeko respondiendo a las disculpas del rubio neófito—
. Me encargué de darle su merecido a esa niña, ¿sabes? —añadió con una débil risa. Enok enarcó una ceja aunque instantáneamente profirió un pequeño suspiro. ¿Qué habría sido de aquella niña?
Saeko correspondió la muestra de fatiga del muchacho mientras desviaba la mirada a través de toda la sala, pensativa, hurgando respuestas a dilemas internos, a cientos de preguntas que comenzaban a ser demasiado naturales para los aprendices. El diálogo no verbal que se había establecido entre los dos, aunque a Enok le costaba trabajo aceptar, era mayor bastante profundo.
—
Ambos no podíamos revelar nada sobre nuestra procedencia —dijo la chica a modo de conclusión ya que Enok había enmudecido—
. Dime, ¿te apetece dar una vuelta?—añadió.
Enok vaciló durante unos instantes para terminar aceptando la proposición. Saeko se encaminó hacia unos escalones que comunicaban hacia un piso superior mientras Enok la seguía a una distancia quizás un tanto grande. El muchacho estaba demasiado cansado como para poder sentir euforia alguna. A decir verdad, el también empezaba a ablandarse con el agotamiento. De cualquier manera, intentó aprovechar la distancia prudencial que le separaba de su compañera para fijarse en todos los detalles posibles.
—
Por aquí. Sígueme.Fueron muchas las estanterías que atravesaron, muchos los libros que formaban parte de ellas y que esperaban a algún intrépido aprendiz. El silencio que se respiraba en toda la enorme sala retenía angostos retazos de sabiduría, moléculas de saber que se mecían por la suave brisa que se colaba del exterior.
La magia oscura,
Los caminos de la verdad,
Corpúsculo,
Duna,
El Poder de la Magia...Un nuevo mundo de títulos, encuadernaciones, portadas y resúmenes más o menos logrados.
Finalmente, la pareja alcanzó un nuevo recinto. Las exuberantes vidrieras de livianas formas, la decaída aunque sublime y clásica decoración de las paredes, la fina arquitectura raída por la dejadez, la galaxia de pequeñas figuras y esferas sostenidas en el aire y unidas entre sí por pantallas de fuerza azuladas junto con el pilar central, salpicado por lánguidos cables por los que circulaban miles de voltios de electricidad y sus formas naturales plasmaron en el joven una estampa difícil de olvidar. El astro que iluminaba aquel mundo, Bastión Hueco, y que filtraba su luz a través de los ventanales definitivamente era diferente al resto. Su luz era apagada, inerte, pero a la vez pedía con desesperación un aliento de grandeza y renacimiento.
Saeko se encaminó a través de un pasillo figurado. Sin dejar de quedar maravillado por el juego de perspectivas con el que jugueteaba aquella gigantesca habitación, Enok la siguió, olvidándose de su abatimiento.
—
Al principio puede parecerte un poco confuso, pero tarde o temprano te terminas acostumbrando. —comunicó Saeko. El comentario de la muchacha fue interpretado por Enok con un pequeño respingo. Había estado demasiado concentrado en discernir la belleza de aquel lugar que cualquier distracción significaba para él al menos un estremecimiento.
Sin saber cómo y tras haber sido devuelto al mundo mundano, el chico se percató de que habían alcanzado una pequeña apertura hacia el exterior. Conforme avanzaban por el pasillo, el cableado y las fugas de vapor a través de toda la pared empezaban a reducirse, dejando vía libre al exterior.
De nuevo, quedó maravillado por la información que sus ojos recogían. En el horizonte, una suerte de montañas de color apagado parecían en tregua con el naranja apagado del cielo. El pueblo en ruinas se antojaba lejano sobre aquella altura. Sobre toda la fachada que podía otearse a los lados, la temática de la maquinaria ligada a la magia y a la tecnología se elevaba más por su valor estético que por el funcional aunque no cabía duda de que muy posiblemente aquello era lo que mantenía el castillo en pie. No obstante, cualquier desliz a aquella altura podría haber costado la vida.
Saeko continuó avanzando para finalmente detenerse en un peculiar recinto circular superficialmente vallado. Se trataba de una especie de canasto que pendía del aire. Junto a él, reposaba lo que se asemejaba a un cristal pigmentado cubierto por algún que otro alambre, enroscado dibujando refinadas formas mientras dejaba escapar resplandores.
—
¡Vamos Enok! ¡Hazlo tú ahora! —exclamó Saeko tras haber pulsado con la palma de su mano la joya ensartada. Instantáneamente su cuerpo apareció dentro de la circunferencia. Enok se acercó dubitativo aunque terminó por repetir la misma acción, lo que se tradujo en el mismo efecto. Realmente no le impresionaba demasiado que la magia dominara aquel sistema de transporte. Demasiadas cosas había visto ya para que aquella trascendiera una mera impresión inicial.
Sin perder más tiempo, la muchacha repitió el proceso al que estaría bastante acostumbrada en su estancia en aquel mundo. Se acercó al centro de la jaula y palpó un estrella de acero que se activó dando un par de vueltas, lo que provocó que la canasta se convirtiese en un teleférico improvisado. En un principio el movimiento pilló a Enok desprevenido, lo que provocó que diera un traspié del que logró recuperarse sin caer al suelo.
Unos segundos después, el ascensor exterior atravesó un tumulto de nubes. Una neblina no muy profunda manchó la escena con tintes grisáceos. De repente, los recuerdos del aprendiz dejaron que el miedo se apoderase de su cuerpo. Dio un paso atrás y se llevó las manos a la cabeza. Su respiración se intensificaba, sus recuerdos le destruían, su cuerpo deseaba lanzarse al vacío y acabar con su sufrimiento pero aún necesitaba sufrir un poco más, hasta que todo tuviese sentido.
Levantó la mirada. Su rostro se quemaba entre el horror y la sensación de haber visto la desesperanza personificada. Frente a él había aparecido algo, un forma oscura y lánguida, el resplandor de unos colmillos. Enok cerró sus facciones. La niebla se había convertido en una fina capa de corrupción que destruía todo ante su paso.
—
Bienvenido a Bastión Hueco, Enok.Saeko...
De forma casi reactiva, todo se desvaneció y mostró la realidad. Una extraña sensación se extendió por su cuerpo, un vacío hasta nunca antes experimentado, dominado por unas garras ajenas, un control impune sobre esa propia emoción, una vida sin ser realmente vida propia. Pero la visión no podría ser el motivo del sentimiento sino a la inversa. El afecto habría creado la otra realidad.
Estaba seguro de haber visto a aquel ser antes, en sus pesadillas pero no era su ser, no era ese ser, aquel monstruo y no era tan real. No existía copertenencia entre la humanidad de Enok y la bestialidad de la visión. Pero, de cualquier modo, no tenía sentido buscar explicación. Solo podía resignarse al sufrimiento, padecer sin saber que hacer y vivir el resto de los días con aquello. O eso pensaba él.
Saeko... No pretendía ponerla en peligro, arriesgar su vida. ¿Quién había sufrido con sus delirios innecesariamente? Gata. Un torrente de imágenes atravesó en un impulso eléctrico sus ojos. Aquel sueño...
El rasgado filo cortante del viento deshaciendo los labios de Enok por el frío le despertó con dolor de sus pensamientos. Una lágrima había caído al suelo, habiéndose deslizado a través de un recorrido prefijado por la naturaleza. El aprendiz agitó su cabeza, negando algo que no quería creer y se acercó a Saeko, quien parecía afectada por el gélido frío exterior que se empezaba a experimentar, a juzgar por los movimientos nerviosos de su cuerpo en busca de actividad física que activara su cuerpo. Al parecer, no había experimentado aquellos instantes de terror.
Lentamente se quitó la sudadera que vestía, dejando al descubierto un camiseta de manga corta con rayas bicolores y se la ofreció a su compañera. Intentó acompañar el ofrecimiento junto a una sonrisa aunque esta se torció en una mueca ante el recuerdo del miedo, que pronto intentó ocultar desviando la mirada.
La aceptase o no, Enok volvería hacia su anterior posición y se contentaría con observar el paisaje que había ignorado: el castillo en todo su esplendor, elevado en el cielo cual aguja en busca de una hebra que le atravesase.
Finalmente, el ascensor se detuvo y dio paso a una pequeña terraza muy similar a la anterior aunque en esta ocasión comunicaba directamente a un largo pasillo. Sin más, el chico esperó a que su acompañante le guiase.