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Nombre: Para-zumbidos Solicitante: Rebecca Descripción: Últimamente Villa Crepúsculo está sufriendo un inusual incremento en el número de abejas que aparecen en la Plazoleta del Tranvía. Los insectos se muestran mucho más agresivos de lo normal, y los habitantes no parecen ser capaz de controlar la plaga. Requiero del servicio de varios aprendices para investigar y solucionar el problema. Mundo: Villa Crepúsculo Requisitos: - Mínimo dos participantes, máximo cuatro. - Sin requisito de nivel. - Se deberá tener cuidado con no utilizar magia o habilidades sobrenaturales delante de los habitantes del mundo. Recompensa: 1.000 platines y un Antídoto para cada participante. Interesados: Kai Sheng, Jeanne Mars, Lune Shine. Nota: Astro participará al final de la misión para desvelar el misterio de las abejas.
Abejas. Pequeñas, voladoras y puñeteras abejas.
Ese era el trabajado de los tres aprendices que se habían apuntado en la misión del gremio. La Maestra Rebecca les había dado unas indicaciones muy claras: tenían que tener mucho cuidado con no desvelarse. Villa Crepúsculo era, según les había contado, uno de los pocos mundos donde los sincorazón no habían hecho acto de presencia. Allí, lo sobrenatural era secreto. Y debía seguir siéndolo.
Con esas indicaciones, la misión era clara: detener la plaga de abejas que en la última semana atormentaba a los ciudadanos que pasaban por la Plazoleta del Tranvía. También, si podían, debían investigar la causa del aumento de las abejas y su agresividad para prevenir que fuese provocado por alguien de otro mundo. Aunque tampoco había que obsesionarse con eso: muy posiblemente fuese algo normal, nada raro. O tal vez no.
Era hora de partir. Tenían hasta el anochecer para acabar con las abejas, o se volvería imposible encontrarlas a oscuras.
Llevad la misión con normalidad tal y como queráis: podéis inventaros una razón para el comportamiento raro de las abejas, siempre que no sea nada raro (nada de magia, recordad).
Al final de la misión, a la vez que os puntúe, revelaré la auténtica razón.
Aquella era mi primera misión como aprendiza de la Llave Espada (después de todo, no creía que contara ir a un baile de la realeza en Castillo de los Sueños con la Maestra Yami). En ella, me acompañaban Lune (a quién ya había conocido en el baile) y otro aprendiz, de ojos oliva y pelo castaño alborotado, que portaba una vistosa bufanda naranja adornando su cuello. El encargo era dirigido por la Maestra Rebecca, una adolescente más joven que yo misma (aunque también lo era mi Maestra, así que supuse que no sería inusual), tímida e introvertida, pero con un brillo en su mirada cuando hablaba de la Llave Espada. James, uno de mis amigos de Port Royal, me habría preguntado si éramos parientes cercanos.
Rebecca nos había explicado en qué consistía nuestro trabajo: debíamos embarcarnos hacia un mundo llamado “Villa Crepúsculo” (sentí la adrenalina correr por mis venas ante el descubrimiento de un nuevo mundo) con el objetivo de exterminar una plaga de “abejas”.
Una vez abandonamos Tierra de Partida, mientras viajábamos por el Intersticio de los Mundos, pensaba en qué sabía acerca de ellas, dejando que mis compañeros llevaran la delantera pero sin alejarme demasiado (no quería perderme por el infinito universo). Recientemente, había encontrado en la biblioteca un libro sobre Entomología, en una de mis búsquedas de conocimientos diarias. Las abejas eran insectos voladores con el cuerpo veteado de amarillo y negro, que emitían un zumbido persistente y vivían en un colectivo jerarquizado dentro de nidos denominados “colmenas”. Se alimentaban de polen y néctar que obtenían de las flores, y se defendían de sus enemigos picando con sus aguijones (sin embargo, esto les costaba la vida). Había varias castas dentro de un enjambre: obreras, zánganos y la reina. Esta última, tal y cómo su nombre indicaba, estaba en la cúspide de la sociedad , la que ponía los huevos, y por la que las demás abejas estarían dispuestas a morir.
<<Así que en teoría —pienso, mientras avisto Villa Crepúsculo, nuestro destino—. Si nos deshacemos de la reina, todo esto se acabaría>>.
Eso fue en lo primero que pensé cuando aterrizamos en aquel mundo. Y es que todo era de aquel color: los edificios, el pavimento... hasta el cielo tenía esta tonalidad. Después de aquella primera impresión, realicé una exploración visual más rigurosa: las calles estaban limpias y cuidadas, las casas, altas y bien construidas (en resumen, totalmente diferente a Port Royal). Todo aquello era nuevo para mis ojos, aunque supuse que poco a poco me acostumbraría a ver más y más paisajes inéditos para mi mente. Inspiré profundamente, se respiraba tranquilidad en aquel mundo libre de sincorazón, según nos habían comentado. Me pregunté cómo era posible que en aquel lugar tan apacible hubiese cualquier problema. Tal vez algo o alguien hubiera molestado a las abejas, un animal no ataca a otro más fuerte que él sin una buena razón.
Salí de mi estupor y decidí comenzar a trazar un plan con Lune y el otro chico (después de todo, sólo teníamos hasta la caída del sol para completar el trabajo). Tosí para llamar su atención (en caso que me miraran a la vez, me sonrojaría y esquivaría sus miradas). Tras una saluda a Lune con la mano y una pequeña sonrisa, me presenté al aprendiz. Cuando los dos chicos intercambiaran sus nombres (si lo hacían), diría:
—Deberíamos empezar buscando la... Plazoleta del Tranvía —me pregunté que significarían aquellas palabras que había dicho Rebecca—. Podríamos... buscar la colmena y acabar con el problema de raíz, creo que lo mejor sería.
No les recordaría que no debíamos usar magia (no quería causar mala impresión repitiendo lo que ya habían oído), sino que escucharía atentamente (asintiendo con la cabeza y evitando el contacto visual; mis mejillas se encenderían si se diera el caso) las ideas de los dos. Cuando hubieran acabado, haría un ademán para ponernos manos a la obra.
La Maestra Rebecca (una Maestra que tenía mi edad) nos había dado una curiosa misión este día: acabar con una plaga de abejas que estaban molestando a los habitantes de un mundo llamado Villa Crepúsculo. Sabía que no podía cumplir con misiones importantes por mí bajo manejo de la Llave Espada, pero jamás imagine que gracias a eso tendría que resolver problemas cotidianos de algunas personas.
En fin, que acabar con unas abejas no me abarcaría muchos problemas, ¿o sí?
Jeanne y un chico al cual no conocía me iban a acompañar en esta nueva aventura. Ya había participado en una misión junto a Jeanne no hacía mucho, en el Castillo de los Sueño. El chico, cuyo nombre desconocía, era de lo más normal: ojos oliva, pelo castaño y desordenado, complexión delgada… lo único que se podía destacar de él era su enorme bufanda color naranja. Vamos, éramos los tres unos novatos, lo que no era extraño según la naturaleza de nuestra aventura.
Abejas. No me gustaba como sonaba aquel nombre, me recordaba a cierto día en el bosque, donde sin querer, un joven cazador destruyó una colmena, para luego ser atacado por millares de monstruos amarillos con alas y hierro. Al final de la historia, el joven cazador descubrió que una picadura de abeja podría ser dolorosa, pero varias era un dolor aún mayor. En resumen, no tenía miedo de esos pequeños insectos alados, sino de sus picaduras monstruosas.
Villa Crepúsculo.
Me quedé hechizado por su magia, las calles tranquilas, los enormes edificios, las personas siempre sonrientes, su peculiar color naranja que hacia juego con cierta bufanda. El ambiente transmitía tranquilidad por todos sus rincones, no me habría importado haber nacido en este mundo tan diferente a mí hogar, y por lo visto, Jeanne también estaba deslumbrada con la belleza que la rodeaba.
Después de un rato de silencio incomodo, Jeanne decide empezar una conversación, tosiendo primeramente para llamar nuestra atención. Aparte la vista de los edificios y la miré, ella se puso roja como un tomate y luego me saludó con una mano. Le devolví el saludo sin prestarle mucho la atención y seguidamente Jeanne dijo su nombre al chico de la bufanda.
—Lune— dije mientras aún observaba las calles.
Para decir la verdad, no tenía muchas ganas de cumplir esta misión, lo único que quería hacer era pasear y disfrutar del paisaje que ofrecía Villa Crepúsculo. Pensé en comentarlo con mis compañeros, pero de seguro que ellos descartarían la idea de inmediato.
—Deberíamos empezar buscando la... Plazoleta del Tranvía — dijo Jeanne —. Podríamos... buscar la colmena y acabar con el problema de raíz, creo que lo mejor sería.
Fruncí el ceño. Era la peor idea que había oído en mi vida, y lo sabía por experiencia propia.
—No creo que sea la mejor opción. Si intentásemos destruir su colmena o su reina, estoy seguro que todas las obreras y zánganos nos atacarían sin dudar— señale a una mujer que no estaba muy lejos de nosotros—. Creo que lo mejor es recaudar más información sobre el comportamiento de las abejas, quizás descubrimos algo útil. Después podríamos ir a la Plazoleta y resolver nuestro cometido.
Y tal vez, si acabásemos la misión temprano, podría escapar y dar un paseo sin que mis compañeros lo notaran.
Muchos de los aprendices de Tierra de Partida tenían claro cual era su mundo preferido a la hora de divertirse, relajarse o, simplemente, holgazanear una tarde cualquiera: Villa Crepúsculo.
Conocido por sus apaciguantes atardeceres, la Villa era un punto de interés para cualquier turista que tuviese la posibilidad de viajar entre mundos. Cosa que los Caballeros de la Llave Espada no dejaban pasar.
Sin embargo, Kai no visitaría aquel mundo para deleitarse con las vistas que ofrecían las callejuelas, la torre del reloj y su peculiar cielo anaranjado. Hoy tenía la misión de acabar con una plaga que azotaba la ciudad. No eran sincorazón, pero también podían suponer una auténtica molestia: abejas.
La Maestra Rebecca les informó a él y a otros dos aprendices recién llegados; una chica con un pañuelo rosa anudado en la cabeza y otro chico de pelo negro y vestimentas del mismo tono, acerca del repentino comportamiento agresivo de las abejas. Debían encargarse de aquellos insectos que se habían asentado de una de las zonas más concurridas de la ciudad y evitarles a los ciudadanos unas cuantas picaduras. Todo esto antes de que llegase la noche.
Debían andarse con ojo, ya que Villa Crepúsculo era uno de los pocos mundos en los que los sincorazón no han hecho acto de presencia, lo que significaba que allí, fenómenos paranormales como la magia eran inexistentes. Según las normas de la Orden, había que preservar la armonía en los mundos, por lo que el uso de magia y habilidades similares quedaba vetado.
A primera vista, Kai pudo denotar que el mundo era más avanzado que su tierra natal. Las farolas, carteles luminosos y los carros de hierro conocidos como “tranvías” hacían obvio que se utilizaba aquella fuente de energía basada en la potencia de los rayos: electricidad. El aprendiz se estaba acostumbrando a utilizar la incontable cantidad de aparatos que usaban esta fuente de energía. Existían muchos mundos en los que era común su uso, y adaptarse a las nuevas tecnologías le vendría bien.
Al rato, la chica del pañuelo en la cabeza que les acompañaba tosió para hacerse con la atención de los dos aprendices. ¡Menuda cabeza! Con las prisas del viaje se le había pasado el presentarse a sus dos nuevos compañeros, quienes ya parecían conocerse de antes. Pero como decían: mas vale tarde que nunca.
—Lune y Jeanne… ¿Correcto? —Kai dirigió la mirada a cada uno según pronunciaba sus nombres—. Yo soy Kai Sheng, un placer conoceros.
Tras las presentaciones, Jeanne se dispuso a comentarles algo.
—Deberíamos empezar buscando la... Plazoleta del Tranvía—Kai recordó decir a la maestra que aquel era el lugar donde se encontraba el foco de la plaga—. Podríamos... buscar la colmena y acabar con el problema de raíz, creo que lo mejor sería.
Era lógico. Insectos como las abejas eran criaturas bastante territoriales que, si eran irrumpidas por algún atacante externo, no dudarían en defenderse del agresor. Lo más probable es que a la colmena en la que vivían le hubiese pasado algo, dando fruto a su actitud tan agresiva con cualquiera que anduviese cerca.
—De momento vamos a averiguar donde está la plazoleta.
El joven detectó a un hombre de mediana edad paseando por allí y se acercó a él para sacarle información.
—¡Disculpe, señor! —alzó el brazo para llamar la atención del hombre—. ¿Sabe por donde está la Plazoleta del Tranvía?
El individuo analizó con la mirada a los tres aprendices. Cantaba a la vista que, por su ropa, no eran de por aquí. Seguramente pensaría que eran turistas.
—¿La Plazoleta? La encontraréis siguiendo esta calle —el hombre señaló vagamente con el brazo la callejuela que tenía a su derecha—. Aunque, yo de vosotros no me acercaría ni por asomo. Últimamente tenemos bastantes problemas con una plaga de abejas que se ha adueñado del lugar. La gente ya ni se atreve a pasar por allí por miedo a ser presa de esos pequeños demonios. Y por supuesto, el tranvía no está operativo.
<<Bueno… por lo menos vamos por buen camino>>
Una vez acabó de indicarles el camino, el tipo siguió con su marcha calle arriba. Por lo menos ya sabían el lugar en el que encontrarían a los molestos insectos que impedían a los ciudadanos llevar sus tranquilas vidas.
Edir para añadir que se me había pasado el post de Lune y no he mencionado su interacción. Tenía la ventana de escribir mensaje mientras hacía mi post y ni me había enterado del suyo. A la próxima miraré si alguien ha hecho post ninja mientras estaba con el mio xD
El Chico de la bufanda, denominado de Kai Sheng, estaba de acuerdo con la idea de Jeanne sobre acabar con el problema acabando con la colmena. Tal vez sería la mejor opción, pero no estaba seguro, ¿y si las abejas empezaran a atacarnos antes de que nos acercásemos a su guarida? Eso sería un gran problema para todos.
—Sigo pensando que lo primero que lo que debemos hacer es observar el patrón de comportamiento de las abejas.
Susurre indignado. Si ellos creían que ese era el mejor plan, yo no era nadie para decir lo contrario, pero a las abejas yo no me acercaba.
—De momento vamos a averiguar donde está la plazoleta.
Kai se acercó a un señor que estaba caminando cerca de nosotros. Yo lo seguí, a lo mejor él nos daría información útil.
—¡Disculpe, señor! —Kai preguntó—. ¿Sabe por donde está la Plazoleta del Tranvía?
El señor nos observó desconfiado, seguramente pensaba que éramos unos ladrones o algo parecido. Yo le devolví la mirada con una sonrisa, intentando aparentar lo más amable posible.
—¿La Plazoleta? La encontraréis siguiendo esta calle —él señaló a una calle no muy lejos de nosotros—. Aunque, yo de vosotros no me acercaría ni por asomo. Últimamente tenemos bastantes problemas con una plaga de abejas que se ha adueñado del lugar. La gente ya ni se atreve a pasar por allí por miedo a ser presa de esos pequeños demonios. Y por supuesto, el tranvía no está operativo.
Me pregunté qué sería un tranvía, aunque no le di mucha importancia, no nos sería nada útil si no estaba operativo. Yo detuve al señor con otra pregunta antes de que él pudiera escapar.
—¿Usted sabría decirme porque las abejas se están comportando de tal forma? Es que somos del departamento… Y se nos escapo la repuesta.
Antes de que pudiera acabar la frase el señor ya se había marchado. Se ve que tenía prisa por algún motivo.
—Pues no se hable más ¿Listos para cazar abejas?
Afirmé con la cabeza, aunque no tenía muchas ganas de cazar, en especial abejas. Mire hacia Jeanne esperando su respuesta, y cuando estuviera preparada nos marcharíamos en dirección a la callejuela, hacia nuestras pesadillas.
Cuando llegamos a la famosa Plazoleta del Tranvía nos encontramos con un escenario escalofriante: el lugar estaba desierto, no se veía ni un alma, aparte de alguna abeja revoloteando por ahí. La plazoleta era un lugar enorme, tan grande que no conseguía ver sus límites, con varias tiendas (obviamente cerradas) de todo tipo de comercios, había también grandes edificios, todos de tonalidades diferentes del marrón. En sí, era el lugar más grande que había visto en una ciudad, cosa que me dejo maravillado, a pesar de parecer una ciudad fantasma.
—Bueno, ya que estamos aquí, deberíamos buscar el origen del problema, como habéis sugerido—dije a mis compañeros—. He visto alguna que otra abeja volando aquí cerca—señale a una que revoloteaba no muy lejos de nosotros, seguramente buscando su próxima presa—. Entonces, su colmena no estará muy lejos.
Una vez mis compañeros empezaran a caminar lo haría yo también, pero caminaría atrás de los dos, atento a alguna posible amenaza amarilla.
—Sigo pensando que lo primero que lo que debemos hacer es observar el patrón de comportamiento de las abejas.
Escuché el murmullo de Lune (algo irritado por no haber sido apoyado en su idea, pude notar) ya que me encontraba lo suficientemente cerca. Su plan también me parecía acertado. Y no teníamos por qué desecharlo: mientras buscábamos el panal, bien podíamos observar a las abejas, para ver su conducta (y de paso, evitar que nos claven sus afilados aguijones). Se lo comuniqué a los chicos (tampoco quería que Lune estuviera enfurruñado), y Kai dijo:
—De momento vamos a averiguar donde está la Plazoleta.
Kai y Lune se marcharon a preguntarle a un hombre que paseaba por el lugar. Pensé que no necesitarían más ayuda, así que busqué algún cartel que indicara el lugar, y de paso ver qué más lugares había en aquel mundo.
Encontré unos rótulos con forma de flecha (señalando el camino, me imaginé). Si subíamos la pendiente, llegaríamos a la “Estación de Trenes” (tomé nota mental de averiguar que significaba), hacia la izquierda estaba el “Solar”, y si seguíamos por aquella calle próxima, llegaríamos a la Plazoleta del Tranvía y al Bosque. Me hice un mapa mental del lugar y procuré no olvidarlo. Tal vez nos fuera útil.
Cuando me dirigí a Lune y a Kai para comunicarles que había descubierto dónde se hallaba la Plazoleta, vi que ellos ya se lo habían sonsacado al señor.
—...Y por supuesto, el tranvía no está operativo.
Tranvía. Otra palabra misteriosa.
El hombre parecía tener prisa de alejarse de allí (¿de allí o de nosotros?, me pregunté). Lune intentó obtener más respuestas, pero el lugareño no estaba muy por la labor. Se marchó de allí dejando a mi compañero con las palabras en la boca.
<<Qué maleducado —pensé>>.
—Pues no se hable más ¿Listos para cazar abejas?
Lune asintió y me miró. Yo le devolví la afirmación. Entonces recordé algo que había leído, y que se me había olvidado mencionar:
—Las abejas odian los colores oscuros —no pude evitar mirar de soslayo las ropas de Lune, al igual que mi chaleco y mis pantalones—, los olores fuertes, los movimientos bruscos y los ruidos estrendosos. Así que mejor ser cuidadosos.
Mientras andábamos hacia la Plazoleta, me quité el chaleco, lo plegué con celo y lo guardé en uno de mis anchos bolsillos del pantalón; al menos así de cintura para arriba vestía de color claro. Decidí dejarme el pañuelo en la cabeza (mejor rojo que negro, me dije).
La Plazoleta del Tranvía era de las mismas tonalidades que el lugar anterior, aunque varias veces más grande. Ni siquiera la plaza del mercado de Port Royal era así de amplia. No obstante, era obvio que allí había un problema: las tiendas y las ventanas estaban tapiadas, y nuestras únicas acompañantes eran las abejas (por suerte, no iban en colectivo, algo más peligroso). Suavicé el paso para minimizar los ruidos, mientras escrutaba el lugar con atención. Nos iba a llevar tiempo explorarlo todo, así que teníamos que buscar un modo alternativo.
—Bueno, ya que estamos aquí, deberíamos buscar el origen del problema, como habéis sugerido —Lune rompió el silencio. Puse la oreja a sus palabras, pero sin mirarlo; era mejor no bajar la guardia—. He visto alguna que otra abeja volando aquí cerca—dejé mi inspección para avistar lo que Lune señalaba, una pequeña abeja zumbando por las inmediaciones—. Entonces, su colmena no estará muy lejos.
Me mostré de acuerdo a su idea, era mejor que nada. Busqué más abejas con la mirada. Tal vez estuvieran rodeando su colmena, así que sólo habría que “trazar un polígono” con ellas como “vértices” (actualmente estaba leyendo un libro de Geometría) y buscar el centro de todo. Me subí a una barandilla que había cerca (habría deseado utilizar Doble Salto y alcanzar un tejado, pero estaba prohibido el uso de nuestras habilidades) e hice lo propio. Señalé el lugar con la cabeza a mis amigos en el caso que me miraran. Como seguramente no entendían mis acciones (a menos que fueran verdaderamente perspicaces), se las expliqué, entre susurros para no alertar a aquellos “centinelas voladores”:
—Parece que vuelan alrededor de ese lugar, ¿creéis que deberíamos ir a mirar?
Dirigí el dedo hacia el rincón del que hablaba. No quería arriesgarme (si las abejas protegían aquel lugar, tal vez no fuera muy seguro ni sensato provocarlas), pero tampoco quería estar allí todo el día. Esperé a su respuesta. Si era afirmativa, me iría acercando lentamente, algo encogida. Lune iría en la retaguardia, algo que agradecería. Estaba bien que te cubrieran la espalda. Si era negativa, esperaría sus propuestas con los brazos abiertos.
Como bien les había comentado el transeúnte de antes, el trío de aprendices se topó con una desierta plazoleta. Kai se imaginaba que, en condiciones normales, el lugar sería visitado frecuentemente por la buena gente de la ciudad, ya fuese para pasarse por la diversas tiendas que había o para darse una vuelta en lo que llamaban “tranvía”.
Le habría encantado ver en funcionamiento el susodicho aparato sobre el que había leído: un carro de metal que no necesitaba de caballos o cualquier medio físico que tirase de él. Por desgracia, las abejas se habían encargado de que nadie disfrutase de una agradable velada sobre el carromato que funcionaba con la electricidad.
—Bueno, ya que estamos aquí, deberíamos buscar el origen del problema, como habéis sugerido —comentó Lune al grupo—. He visto alguna que otra abeja volando aquí cerca —el chico de negro señaló a uno de esos pequeños demonios alados revoloteando por los alrededores—. Entonces, su colmena no estará muy lejos.
El aprendiz de la bufanda no tardó en detectar a más abejas que emitían su peculiar zumbido. Por fortuna para el grupo, las pocas que había ni les prestaron atención. No les considerarían una amenaza… de momento.
Por otra parte, Jeanne se subió sobre una barandilla para otear mejor a las abejas. Por lo visto, la pequeña cantidad de insectos que había en pleno centro de la plazoleta se dirigían a un punto en concreto. La chica pareció detectar el lugar por el que las abejas se interesaban tanto y se lo indicó a sus compañeros ladeando la cabeza.
—Parece que vuelan alrededor de ese lugar, ¿creéis que deberíamos ir a mirar?
Kai no mostró objeción alguna asintiendo con la cabeza y, cuando los tres se pusieron de acuerdo, prosiguieron con la búsqueda hacia el lugar que les indicaban los insectos.
Cuanto más parecía acercarse el grupo al lugar de reunión de la plaga, los zumbidos que las pequeñas abejas producían se intensificaban. Antes no les atacarían pensando que la llegada de un grupo pequeño de personas no les supondría problema alguno, pero ya no les consentirían tanto que se adentrasen por las buenas en su guarida. Y aquello conllevaría represalias en formas de dolorosas picaduras.
El rastro de abejas llevó al equipo a la entrada de un callejón estrecho por el que se perdían los insectos que se adentraban en él. Kai agudizó el oído para corroborar lo que se temía: un aluvión de ensordecedores zumbidos que se escuchaban desde lo más profundo del callejón.
—Esperad —el joven extendió el brazo para indicarle a Lune y a Jeanne que se detuviesen—. Si nos metemos ahí dentro, esos bichos se nos echarán encima aprovechando que no podremos defendernos en un lugar tan estrecho y acabaremos masacrados —advirtió—. Es una táctica que usan con frecuencia los ejércitos de mi tierra para atacar al enemigo en pasos angostos.
Meterse de lleno en esa callejuela era un auténtico suicidio. Las abejas no tardarían en acorralarlos allí mismo y castigar su imprudencia. No podían seguir por la ruta principal. Viró la cabeza a ambos lados para buscar un camino alternativo o cualquier cosa que le sirviese para evitarse unas cuantas picaduras.
Aunque no tardó mucho en toparse con otra posible vía de acceso.
—Chicos —Kai señaló un montón de cajas apiladas que debían ser de las tiendas de la plazoleta. Parecían resistir bastante peso, y había las suficientes como para trepar por ellas y alcanzar el tejado—. ¿Qué tal si probamos a ir por arriba?
—Parece que vuelan alrededor de ese lugar, ¿creéis que deberíamos ir a mirar?
Jeanne, que se había subido a una barandilla, nos indicó el posible lugar donde se concentraban las abejas. No era muy lejos, como había pensado, así que todos nos dirigimos a ese punto.
A medida que nos acercábamos el zumbido aumentaba drásticamente. Llegó a su punto más insoportable cuando llegamos a un callejón. Desde allí podíamos ver lo que teníamos que enfrentarnos: una enorme cantidad de abejas. Eran centenares, no, millares, creo que hasta incontables. Misteriosamente, mi cuerpo empezó a picar, aunque era psicológicamente.
Di un paso adelante, pero alguien me detuvo.
—Esperad —dijo Kai extendiendo sus brazos—. Si nos metemos ahí dentro, esos bichos se nos echarán encima aprovechando que no podremos defendernos en un lugar tan estrecho y acabaremos masacrados —advirtió—. Es una táctica que usan con frecuencia los ejércitos de mi tierra para atacar al enemigo en pasos angostos.
Tenía razón, creo. No era muy buena idea adentrarse en un sitio como ese, si no queríamos acabar muertos de picaduras.
—Chicos —el joven de bufanda señalo hacia unas cajas—. ¿Qué tal si probamos a ir por arriba?[/quote]
¿Estaba insinuando que debíamos usar las cajas como escaleras? Fruncí el ceño. No es que fuera una mala idea, pero… ¿no sería demasiado peligroso? Las cajas parecían resistentes, sí, pero no estaba seguro si podría soportar nuestro peso.
Me giré para hablar con Kai y Jeanne.
—Bueno, si no te importa, no veo una buena…— no pude acabar la frase, tuve la ligera impresión de ver las cajas moviéndose— ¿Habéis visto esto?
Me acerqué al lugar intentando hacer el menor ruido posible, para luego levantar la caja que se había movido. Menuda sorpresa me llevé cuando pude comprobar que había un niño dentro, de ropajes blanco y azul con un sombrero de paja.
El muchacho, tras soltar un grito de espanto, salió corriendo calle abajo, no sin antes coger una vara de cazar bichos que había cerca. Intenté detenerlo agarrando uno de sus brazos para saber el porqué de su susto, pero él fue más rápido y se libró de mí, para luego marcharse.
Miré a mis compañeros extrañado.
—Supongo que debemos dejarlo marchar— dije con una media sonrisa en la cara—. ¿Qué hacemos ahora?
Hicieran, lo que hicieran, los seguiría en la retaguardia sin decir nada.
Tras la confirmación de mis dos compañeros, comenzamos nuestra marcha hacia el lugar señalado. A medida que nos apróximábamos, lo que había sido un zumbido de fondo se convertía en un ruido atronador que dañaba mis tímpanos. Y provenía de un callejón en un rincón apartado.
Cuando nos asomamos, pudimos ver el desolador panorama: ante nosotros había un enjambre de dimensiones titánicas; tal era su tamaño que dudaba que pudieran caber en una sola colmena. Aquello era extraño, y mucho. No recordaba que en el libro se nombrara tal cantidad de abejas en una comunidad.
Retrocedí unos pasos, aunque las abejas no se habían percatado de nuestra presencia. Crucé los brazos y me los froté con las palmas; de repente sentía la necesidad de llevar mangas largas.
—Esperad —Kai detuvo a Lune, por si se le ocurría acercarse—. Si nos metemos ahí dentro, esos bichos se nos echarán encima aprovechando que no podremos defendernos en un lugar tan estrecho y acabaremos masacrados. Es una táctica que usan con frecuencia los ejércitos de mi tierra para atacar al enemigo en pasos angostos.
No podía estar más de acuerdo con él. Una o dos picaduras podían soportarse, pero había tal cantidad de insectos… Demasiadas podían resultar hasta letales.
—En mi mundo son más dados a las batallas navales —señalé, aunque no importara mucho—. Pero creo que usan estrategias pares.
—Chicos —Kai llamó nuestra atención—. ¿Qué tal si probamos a ir por arriba?
Su dedo estaba dirigido a unas cajas, apiladas en forma de escalera y apoyadas en uno de los edificios que rodeaban a aquellos bichos del demonio. Este era de un solo piso, podría llegar hasta él con un simple salto.
—Bueno, si no te importa, no veo una buena…— Lune se volteó para dar su opinión, pero ambos vimos que una de las cajas hacía algo inusual para su condición: moverse— ¿Habéis visto esto?
Asentí con la cabeza, mirándolo con expresión sorprendida. Me puse en guardia mientras él se acercaba sigilosamente. Lune levantó la caja “embrujada”, y pareció sorprenderse de algo que yo no podía ver desde mi posición.
Aunque no tardé en avistarlo. Un niño con un sombrero de paja y un cazamariposas salió corriendo de su recién descubierto escondite. Lune no pudo detenerlo y lo observamos mientras huía.
Lune nos miró pasmado. Yo me encogí de hombros. Tal vez el chiquillo quería acabar con las abejas. Si así era, le habíamos hecho un favor forzando su retirada.
—Supongo que debemos dejarlo marchar— Lune sonrió de medio lado, no comprendiendo del todo lo que acababa de ocurrir—. ¿Qué hacemos ahora?
—Tal vez —reflexioné en voz alta— podría subir yo a echar un vistazo primero, no hace falta que subamos todos. Además, mi cuerpo es el más ligero.
Si los chicos no estaban en contra, me pondría manos a la obra. Subí a las cajas (si Lune había repuesto la que tenía al niño dentro, sería más fácil). Cuando llegué a la más alta, salté hacia el tejado. Llegué de cintura para arriba, y mis rodillas se estamparon contra la pared. Ignorando el dolor del golpe, subí las piernas y me alejé del borde. Levanté el pulgar hacia arriba para que mis compañeros percibieran que estaba bien y a gatas, me dirigí a la otra parte del edificio, la que daba al callejón, comprobando la resistencia de cada teja de cerámica que pisaba.
Tras alcanzar un lugar con buenas vistas, examiné el suelo (una suerte no sufrir vértigo). Allí estaban las abejas, danzando por el aire. Al final del callejón, en el suelo, pude ver lo que parecía una pelota de color blanco. Y a su lado… ¡Pedazos de panal! Y de uno bastante grande, por lo que observaba. Al parecer, las abejas estaban tratando de reparar su devastado hogar. Forcé la vista para ver más detalles. La pelota estaba pringada de un material amarillento, que los insectos trataban de recuperar.
Imaginadla cubierta de miel. Y por si quedaba duda, es la pelota que se usa en Fanfarronería.
Las pruebas parecían apuntar a lo mismo: lo más probable era que algún niño estuviese jugando con la pelota, saliese ésta disparada y golpeara la colmena, haciéndola caer y… bueno, ya se podía ver el resultado.
Volví con mis compañeros y les comenté lo que había visto.
—¿Es posible que el niño de antes intentara recuperar su pelota? Si fuera el caso, sería normal que huyera de esa forma. No querría que nadie descubriese que era el responsable del desastre.
>>Ahora, el quid de la cuestión era qué hacer con esta información.
Lune se aproximó sigilosamente hacia una de las cajas del montón. Al levantarla, el trío se sorprendió cuando descubrieron que en la caja se estaba escondiendo un niño. Llevaba una vestimenta propia del verano, además de portar una red de las que se usaban para atrapar insectos.
El niño salió disparado antes de que Lune lo pudiese retener. A saber que ocurrencias tendría el chaval si pretendía enfrentarse a las abejas con una simple red de bichos.
—Supongo que debemos dejarlo marchar— comentó con una leve sonrisa—. ¿Qué hacemos ahora?
—Tal vez —inició Jeanne— podría subir yo a echar un vistazo primero, no hace falta que subamos todos. Además, mi cuerpo es el más ligero.
Kai afirmó con la cabeza. Las cajas parecían resistentes, pero cabía la posibilidad de que alguna no estuviese en buenas condiciones.
Jeanne comenzó a trepar por la montaña de cajas sin ningún percance, demostrando que podría aguantar perfectamente el peso de los aprendices. En la cima, la chica tomó impulso y saltó a uno de los tejados. Una vez que se subió al borde de la casa, les alzó el pulgar a los otros dos aprendices para darle el visto bueno al plan de Kai.
El joven no hizo esperar a su compañera y se puso a escalar por las cajas. Aquello le trajo recuerdos de cuando trepaba por los enormes árboles de los bosques de su tierra, ya fuese para buscar ramas secas que prendiesen con facilidad, o algún que otro entrenamiento de su abuelo.
Una vez que los tres subieron al tejado, no tuvieron más que seguir el recorrido del callejón desde las alturas. Como era de esperar, los zumbidos de las abejas eran mas intensos según se aproximaban al final de la callejuela, y lo que les esperaba allí les daría una leve idea del violento comportamiento de los insectos.
—Menudo desastre… —pronunció Kai, contemplando anonadado la escena.
Miles de abejas revoloteaban alrededor de un enorme panal estrellado contra el suelo. Tenía unas condiciones pésimas, pero todos sus desperfectos no parecían haber sido causado por la caída que había sufrido, ya que en uno de los costados se podía ver un enorme boquete que había terminado de dejarlo en las últimas.
Y el causante no estaba muy lejos de la escena del crimen: a un par de metros del panal, se encontraba una pelota blanca pringada de un material viscoso y amarillento. Todo apuntaba a que alguien estaría jugando con esa pelota y, sin malicia alguna, debió de golpear con ella el panal, destrozándolo y cabreando a las abejas por aquello.
—¿Es posible que el niño de antes intentara recuperar su pelota? Si fuera el caso, sería normal que huyera de esa forma. No querría que nadie descubriese que era el responsable del desastre.
Kai se rascó la coronilla, dubitativo. Eso podía explicar que el niño anduviese por la plazoleta cuando un ejército de abejas se había apoderado del lugar.
>>Ahora, el quid de la cuestión era qué hacer con esta información.
El trío se disponía discutir que hacer ahora que tenían un indicio de la causa del revuelto de las abejas, pero un último vistazo al fondo del callejón hizo que Kai se percatase de una caja que hace unos momentos no estaba ahí, y la sorpresa fue mayor cuando empezó a moverse.
—Pero, ¿qué…?
La caja se desplazaba lentamente hacia la pelota con restos de cera del panal y, una vez que llegó hacia ella, se desveló el misterio: la caja se alzó, revelando que en su interior se encontraba el niño al que se habían encontrado antes. Había logrado cruzar el callejón gracias a la protección que la caja le había proporcionado.
Y sus intenciones eran claras cuando se le vio estirar el brazo con sumo cuidado hacia la pelota. Pero en un pequeño descuido, el borde de la caja se le resbaló y, al estar sosteniéndola con solo una mano, no pudo reaccionar a tiempo y la caja volcó, produciendo un sonido seco al golpear el suelo y quedando este expuesto.
El sonido alertó a las abejas, que no tardaron en detectar al intruso, y salieron disparadas hacia el chico, que contemplaba con horror el aluvión de aguijones que se le venía encima.
<Maldición…>
Si no actuaban rápido, el pobre niño sería pasto de las abejas. En ese instante se le ocurrió una idea que podría salvar al pequeño, pero que a sus compañeros no les haría mucha gracia.
Kai cogió un pequeño fragmento de teja que se había desprendido de una y lo arrojó contra el panal. Las abejas enseguida se percataron de que alguien estaba atacando su hogar y perdieron el interés en el chico ¡Pero ahora eran ellos los que estaban en el punto de mira del enjambre!
—¡Sal de ahí! ¡Rápido! —le alertó Kai a gritos al niño.
Acto seguido, se giró hacia Lune y Jeanne.
—Eso también va por nosotros —informó con rostro serio—. ¡Toca correr!