Fátima sonrió, enternecida por la reacción de Nadhia. La verdad es que se había buscado amigos peculiares.
—Gracias. Y hora ya no me siento así. Al menos no tanto. Supongo que sólo necesito acostumbrarme a la realidad y a que haya gente que la conozca.
Respiró hondo y al exhalar comprobó, con satisfacción, que se sentía infinitamente más ligera.
Entonces a Nadhia se le escapó un bostezo que, por supuesto, se le contagió a Fátima. Sólo entonces se percató de lo tarde que era y el cansancio volvió a recordarle su presencia, sólo que con mucha más dulzura que antes. Era el típico agotamiento que te permite acostarte con una sonrisa en los labios.
—Me parece que deberíamos apagar ya la luz. No creo que Tandy vuelva hasta por la mañana, y conociendo a Montblanc no le dejará venir solo con tanto sincorazón suelto. —Entonces Nadhia le ofreció meterse en la cama—. Nos merecemos un descanso.
—Sí, estoy de acuerdo, pero… Eh…—Lanzó una mirada de soslayo a su propia cama—. ¿De verdad quieres que… eh… duerma contigo? Ya sabes. No quiero hacerte sentir incómoda—farfulló—. S-sé que es una tontería porque ya hemos dormido juntas alguna vez, ¡pero antes no lo sabías y…!
Frustrada, dejó escapar un resoplido y luego dedicó una pequeña sonrisa nerviosa a Nadhia. Se acurrucó a su lado bajo las mantas y esperó a que apagara la luz. Entonces le buscó la mano y le dio un besito en los nudillos.
—Vosotros también sois lo mejor que me ha pasado. Estar en Tierra de Partida merece la pena por vosotros.
Intentó adivinar la expresión de su amiga en medio de la oscuridad y, divertida, después de darle un apretón en la mano, se relajó. Su cuerpo, machacado después de tantas emociones, no tardó en rendirse y Fátima cayó en un agradable sueño. Mientras su mente se sumía en la dulce inconsciencia, tuvo un instante de lucidez en el que le dio tiempo a pensar que tenía una gran amiga.
La luz que se colaba entre las contraventanas daba directamente a la cara de Fátima, que estaba demasiado cómoda para cambiarse de postura. Poco a poco, a través del resquicio de la ventana que habían dejado abierta para que entrara un poco de aire fresco, le fueron llegando las voces de la gente que paseaba por la calle, de una suave música y de los pajarillos recién despiertos. Acostumbrada como estaba a levantarse con las primeras luces, se espabiló en cuestión de minutos. Pero, aun así, no se levantó, sino que se quedó bajo las cálidas mantas, mirando con una pequeña sonrisa a Nadhia. El pelo se le había revuelto mientras dormía y tenía una mejilla roja de tanto dormir sobre ella.
Cuando llegó a Tierra de Partida, no se le ocurrió pensar que encontraría una pareja, ni tampoco que haría amigos tan importantes para ella. No le cabía imaginarse qué habría sido de ella si, por algún casual, el barco no se hubiera hundido. O si hubiera conseguido llegar a nado hasta el bote. Seguramente se habría tratado de una vida mucho más amena. O quizás no. Porque tenía la seguridad de que, en su mundo, habría tenido que guardar silencio. Y, tarde o temprano, habría tenido que volver a vestir de hombre. Puede que a esas alturas ya lo hiciera, por miedo a que alguien la delatara.
No podía decir que ser un Caballero fuera el mejor trabajo del mundo. Sin embargo, tenía claro que se había asentado. Que ya no iba a tener otro tipo de vida. Y que, aunque estuvieran en guerra, permanecería en Tierra de Partida, con sus amigos y sus Maestros. Era, al final, el lugar al que pertenecía.
Y gran parte había sido gracias a Nadhia.
—Gracias por ser mi mejor amiga —susurró, bajito.
Tenía la seguridad de que, sin Nadhia, nada habría sido lo mismo. Y su rutina habría sido infinitamente gris.
Permaneció un buen rato alargando el momento de despertarse. Pero, al final, tuvo que incorporarse, acosada por el hambre, la necesidad de hacer una pequeña visita al baño y recordar que había quedado con Clío.
Se lavó la cara y se arregló el pelo, además, intentó combatir las arrugas de su vestido, sin demasiado éxito. Resignándose a que su ropa pareciera una pasa, sacudió suavemente a su amiga por el hombro. Mientras Nadhia se despertaba, la embargó la emoción al pensar que ahora, sí, podía decir que ya no quedaban secretos entre ellas. Como debía ser entre las amigas.
—Buenos días—saludó, sonriendo—. ¿Alguien quiere desayunar?
Y le tendió una mano para ayudarla a levantarse. No le cabía duda de que ese día iba a ser uno de los más felices de su vida.
Se moría de ganas de poder contárselo a Malik.
Clío se detuvo delante del hotel y echó un vistazo por las ventanas. Sonrió al ver que Fátima y Nadhia estaban charlando, desayunando animadamente, y apretó el paquete que llevaba entre las manos.
Montblanc le había pagado generosamente su trabajo; pocas veces en su corta vida se había acostado tan satisfecha. Sólo era el primer paso, pero haberlo superado con éxito —incluso si había sido con ayuda— la hacía sonreír como una estúpida. La hacía sentirse más real, más humana. Ganarse la vida por sí misma, tener un piso, salir de compras… En el Juego no había tenido tiempo para pensar en esas cosas. Ni siquiera había creído que podría llegar a hacerlas.
Sí, no había encontrado a Andrei. Pero pensaba trabajar duro para hacerlo. Recopilaría información, se ganaría un nombre. Quizás incluso pudiera desplazarse entre mundos en algún momento.
Entre tanto… Trataría de vivir bien, incluso si la guerra amenazaba a los mundos. Incluso si temía que Andrei quisiera tomar represalias. Su existencia le había demostrado que debía aprovechar todos y cada uno de los momentos de su vida.
Observó el paquete en el que había envuelto la primera compra de su trabajo como mercenaria: el abanico que había robado la ladrona. No sabía si Fátima sabría utilizarlo, pero si compartían el mismo gusto, entonces le gustaría. Y esperaba que sirviera como… base para la relación que quería llegar a tener con ella. Al fin y al cabo, le debía mucho, la vida, en realidad, pero no quería que eso condicionara su comportamiento. No deseaba una madre, como parecía que Fátima debía sentirse. Sólo conocerse. Llevarse bien. Quizás hasta apreciarse de verdad. Llegar a ser amigas.
Respiró hondo y entró en el hotel, sonriendo, preguntándose si Nadhia vendría con ellas a comprar. Y qué se sentiría al ir con ellas por la ciudad, teniendo conversaciones normales, de chicas.
Sonrió. No podía esperar.
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