[Necrópolis de las Llave Espada] Abre el Corazón

[Suzume Mizuno]

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Cronología:
Fátima: [Encuentro]En el que Fátima le da una paliza a Ban » Este
Hana: Este » Crisis en tierras sin dueño

Fátima no estaba con ánimos para entrenar cuando se dirigió hacia el lago. En realidad, llevaba varios días sin fuerzas para obligarse a estudiar, practicar o hacer cualquier cosa. No podía dejar de pensar una y otra vez en John. Su cara se le aparecía en sueños y cada vez que cerraba los ojos. Cuando menos se lo esperaba, allí estaba, sonriendo mientras le explicaba la importancia que tenía el sentimiento en la música.

Y luego…

Cerró los párpados y aspiró aire entre los dientes. Se sentía tan exhausta emocionalmente que ni siquiera el estar en la cama le proporcionaba ningún alivio. En el fondo, daba igual lo que hiciera. Sus pensamientos volvían sin remedio a Londres.

Sin embargo, tenía la esperanza de que, al entrenar, pudiera olvidarse aunque sólo fuera por un rato de su ineptitud, de su fracaso… De John. Y de Ban.

Observó de reojo a Hana. Era una de las aprendices antiguas, más o menos de su época, y aunque a veces se había cruzado con ella, nunca habían llegado a intercambiar ninguna frase. Aun así, había algo en su mirada que la cohibió y no encontró ánimos para acercarse a ella y tratar de entablar una conversación.

De modo que, silenciosas, las dos llegaron al punto donde Lyn había establecido que se daría el combate. Se suponía que, al tener ambas afinidad con el agua, debían enseñarse mutuamente durante el enfrentamiento nuevas técnicas y formas de adaptarse a alguien que dominara igual o mejor que ellas el agua.

Lyn había sido muy clara: nada de juegos. Estaban en guerra. Había que tomarse los entrenamientos en serio.

«Me viene perfecto», pensó Fátima, poniéndose en posición frente a Hana. Palpó el tessen que llevaba en el cinto, pero decidió dejarlo para más tarde. Todavía no lo dominaba bien y prefería practicar su magia.

Al fin y al cabo, el mundo no esperaba por nadie.

Y para evitar algo como lo de John, como lo de China…

Tenía que volverse más fuerte.

—¡Voy! —advirtió.

****

Hana era una buena contrincante, tanto que casi estaba acorralada contra la orilla del lago. Era, quizás, la primera vez que se enfrentaba directamente a alguien que, como ella, se especializaba en el control del agua. Se suponía que Lyn las había juntado para que practicaran y aprendieran la una de la otra, pero Fátima no estaba segura de que pudiera intentar aprender las técnicas de nadie cuando estaba más ocupada en impedir que los géiseres de Hana la mandaran volando por los aires.

Con todo, contaba con una clara ventaja: y era que tenía más magia que ella. Debía aprovecharla para intentar derrotarla.

Retrocedió un poco e invocó un Hielo que arrojó con potencia contra la chica. Sin embargo, antes de que el hechizo hubiera recorrido ni la mitad de su camino, realizó otro. Uno bastante reciente y que todavía le costaba manejar. Pero bueno. ¡Para eso estaban los entrenamientos!

Una ola de agua surgió bajo sus pies y la levantó rápidamente. Fátima, haciendo equilibrio para no caerse, movió bruscamente los brazos y precipitó la ola hacia delante, en pos de Hana, para tratar de derribarla.

[Nell]

Entrenar le ponía enferma. Literalmente. Cada vez que se le acercaba un Maestro, dispuesto a instruirla en a saber qué arte milenaria, le entraba una tos muy fea y el estómago se le revolvía, como si recordara que a pesar de su vacío había algo que no le había sentado muy bien. Se disculpaba ante el Maestro y se marchaba corriendo, en busca del váter o de la ventana más próxima para vomitar.

Rara vez le había insistido alguno de ellos acompañarla a la enfermería o al servicio, por lo que nunca se había visto obligada a abrir de verdad una ventana y fingir que echaba algo fuera. Se sentía orgullosa de sus dotes escénicas, e iba mejorándolas cada vez más. Alguna vez la pillaban (y el truco empezaba a oler), claro, pero se esforzaba igualmente.

Al fin y al cabo, ¿de qué servía entrenar? Podían ponerla frente a un muñeco de prácticas para enseñarle movimientos y estrategias con la llave espada, sí, pero en la vida real los combates no eran así. Los enemigos no se quedaban quietos esperando a que recordaras la técnica idónea para el momento. Para cuando lo hicieras, ya estarías muerto.

O alguien cercano a ti.

Por eso rehusaba entrenar. Prefería la experiencia real. Coger el Glider y explorar un mundo entero desde cero, con la posible amenaza de sus gentes y de los sincorazón. Aprender en el campo, de la supervivencia. Y regresar triunfante del reto.

En eso pensaba mientras miraba por la ventana de uno de los pasillos de Tierra de partida, en la que se había quedado como una lela observando el lejano lago del exterior. Al principio había sentido unas irrefrenables ganas de ir a darse un chapuzón, pero su humanidad se había impuesto y se contentaba con verlo de lejos, aprovechando el momento para meditar sobre qué hacer. Le apetecía viajar fuera. Perderse en algún lugar. Últimamente las cosas no le iban demasiado bien, en bastantes aspectos.

Y así, acorralándola solo con su presencia, la encontró Lyn. Estaba demasiado abstraída para recordar su excusa habitual, y a pesar de balbucearla, la Maestra se limitó a murmurar que se dejara de cuentos y la arrastró a uno de esos horribles entrenamientos (¡encima cerca del lago!) contra otra maga afín al agua para que aprendieran la una de la otra. ¿¡Por qué iba a aprender ella nada del agua!? ¡Si se iba a pasar el resto de sus días buceando por ahí!

No dejó de darle vueltas a una única idea mientras Lyn le daba un pequeño discursito acerca de sus obligaciones como aprendiz y de la guerra que ya libraban. El lago. El dichoso lago. Acercándose cada vez más...

****

Lo olía. No era el mar, pero le bastaba con el agua dulce para que todo su cuerpo anhelara el contacto con el líquido. En parte, Hana también. Habría sido muy fácil dejarse llevar, mandarlo todo a la porra y tirarse de cabeza. Sin embargo, aparte de la bronca de Lyn, tendría que darle explicaciones a la otra aprendiza sobre qué hacía una cola de sirena donde antes estaban sus piernas. No es que fuera a llevarlo en secreto, pero le parecía una situación absurda e incomodísima que se podía evitar.

Encima su rival era Fátima.

La recordaba. Es decir, su otra yo la recordaba (odiaba esos líos). Habían coincidido uno de los días del juego virtual. Estaba acompañada por un chico llamado Neku, una de las «llaves», y la bien muerta ya Hana había planeado secretamente entregárselo a Ronin, aunque nunca pudo llevar a cabo sus propósitos. Por si fuera poco, ¡se había desnudado y cambiado en su espalda por un bikini de conchas que fue exhibiendo gratuitamente por ahí!

Sí, definitivamente, no le caía nada bien esa otra Hana loca.

Cuando se encontraron de frente, no supo qué decirle. Y como Fátima no dijo tampoco nada, aceptó que ninguna de las dos mencionaría el tema. A pesar de ello, no se lo podía quitar de la cabeza, por lo que trataba de alejarla de sí a base de géiseres, que la aprendiza esquivaba con rapidez para contratacar con agua, agua y más agua. Hana pudo comprobar de primera mano que los hechizos acuáticos la refrescaban, sí… pero que el daño se lo llevaba igual.

El combate empezaba a llegar a su fin (porque ambas habían derrochado bastante magia, o al menos Hana) cuando Fátima lanzó un Hielo. Extrañada, Hana se echó a un lado para esquivarlo, preguntándose por qué desperdiciaba poder en algo que no era su especialidad. Entonces, vio lo que su contrincante estaba haciendo a la par y cómo se abalanzaba sobre ella.

El grito quedó ahogado, literalmente, por la ola de agua. Incluso de haberlo intentado, le habría sido incapaz de esquivar, porque Fátima la surfeaba y manejaba desde la cresta. El impulso la arrojó «contra» su deseo al lago.

Se hundió como una piedra, sin hacer esfuerzos por regresar a la superficie debido a que aún le dolía el choque de la ola. Había sido muy potente. Y vaya que si había aprendido algo: a no enfadar a Fátima. Todavía no había tocado el suelo cuando sintió cómo sus piernas se unían para formar la cola de sirena, destrozando de paso sus pantalones. Genial. Maravilloso. Tendría que ponerse los de recambio.

Sabía que podía controlar las transformaciones, pero aún era demasiado nueva para hacerlo, por lo que no le quedaba más remedio que rendirse a la naturaleza. Suspiró y, cuando estuvo repuesta del todo, volvió a la superficie. Además, por el rabillo del ojo atisbó una sombra que no le gustó nada, y como estaba acostumbrada a que el fondo del oceáno fuera peligrosa para ella (como humana), se sumó a la razón de poner aletas en polvorosa.

Se acercó a la orilla, apoyando sus codos en el suelo para elevarse por encima del agua sin hacer esfuerzos con la cola. Fátima seguía allí.

—Buen golpe —comentó de pasada, sin saber qué decir, porque lo siguiente era más vergonzoso—. Oye, ¿puedes pasarme mi bolsa? Es esa de ahí. Necesito unos pantalones.

Menos mal que había aprendido a llevar encima siempre ropa de más.

[Suzume Mizuno]

Cuando arrolló a la joven con su ola, Fátima sintió una explosión de satisfacción. Esta se desvaneció de inmediato al ver cómo lanzaba a la otra aprendiza directa al lago con mucha más intensidad de la que había planeado. Saltó a un lado y trastabilló por la orilla, chapoteando con fuerza, en un intento de guardar el equilibrio.

«¡Hay que practicar el aterrizajeeeee!», con un pequeño chillido, sacudió las manos y consiguió no ir de cabeza al agua por un suspiro.

Se volvió, con los hombros encogidos, esperando ver a una furiosa Hana salir del agua. Probablemente con instintos asesinos. Si ella hubiera estado en su lugar, sin duda habría reaccionado de esa manera.

Sin embargo, no vio nada excepto la superficie rugosa del lago por culpa de las ondas. Tras unos instantes de espera, el corazón se le subió a la garganta. ¿La habría dejado inconsciente del golpe? No, no podía ser. Pero aun así avanzó rápidamente, llamando a Hana.

Entonces, la cabeza de Hana se asomó.

—Oh, dios mío—suspiró Fátima, llevándose una mano al pecho—. ¿Estás bien?

—Buen golpe.

Fátima sonrió de lado, aliviada al ver que la chica se encontraba bien. Luego se miró las botas empapadas y gruñó para sus adentros. Empezó a retroceder hacia tierra seca cuando Hana le pidió:

— Oye, ¿puedes pasarme mi bolsa? Es esa de ahí. Necesito unos pantalones.

—¡Claro! ¡Ahora mismo!—farfulló Fátima, corriendo hacia la bolsa que le había indicado Hana. La cogió y se la acercó a la chica, que se negaba a salir del agua. Sin importarle mojarse otra vez, Fátima se aproximó, diciendo—: Lo siento muchísimo, no pretendía golpearte tan fuerte, y mucho menos tirarte al lago…

No debería haber intentado probar un ataque que todavía no dominaba sin más. ¡Podría haberle hecho verdadero daño! Maldiciéndose, le tendió una mano para ayudarla a salir del agua.

—Por suerte no hay nadie por aquí—dijo, mirando a su alrededor—, no pasará nada si sales.

Entonces entrecerró los ojos. Le había parecido reconocer el destello de las escamas de un pez bajo la luz del sol. Pero era imposible, había sido un destello enorme… Con una suave ola del lago, la superficie del agua se aclaró una vez más. Y lo vio.

Soltó una exclamación y dio un paso atrás. Sacudió la cabeza, convencida de que la vista la había engañado. Y, aun así, no pudo evitar decir:

—¿Qué…? —Miró a Hana con una expresión interrogante.

[Nell]

Fátima, claro, estaba preocupada por el estado de la aprendiza que acababa de arrollar. Por el contrario, Hana le quitó importancia, pues si bien le cohibía un poco haberse transformado, primaba más el orgullo herido de haber sido derrotada. ¡Y por un golpe de agua! Era el hazmerreír como sirena.

—¡Claro! ¡Ahora mismo!—comenzó a farfullar, mientras le llevaba la bolsa—: Lo siento muchísimo, no pretendía golpearte tan fuerte, y mucho menos tirarte al lago…

—Da igual. Estábamos entrenando.

Si aquello hubiese sido una experiencia real, en la que Fátima hubiese golpeado sincorazón en vez de aprendices, no tendría que disculparse. Y Hana no se habría llevado la embestida. ¡Por eso odiaba practicar!

Fátima le ofreció la mano para salir. Por un momento, dudó.

—Por suerte no hay nadie por aquí, no pasará nada si sales.

¡Claro que pasaba algo! ¡Ella estaba allí! ¡Ella! Podría haberle pedido intimidad, y probablemente la avergonzada aprendiza se la hubiera concedido, pero al diablo con todo. No era tan raro. Había cientos de novatos raros por ahí, ¡algunos hasta con orejas y cola! Fuera de pelo o de escamas, se hallaba precisamente en el mundo idóneo donde esas cosas pasaban desapercibidas.

Cogió la mano de Fátima y se impulsó con ella para salir del agua y sentarse a la orilla. Para entonces, todo había quedado descubierto.

—¿Qué…?

Mierda, mierda, mierda. A lo mejor sí era raro. Pensándolo bien, si Hana hubiera estado en su lugar, se habría reído de la aprendiza medio-pez o habría recelado de ella inmediatamente, como le pasó con Halia la primera vez que la conoció. Fátima no debía ser ni burlona ni escéptica, puesto que antes de nada preguntó.

—Es una larga historia —resumió—. Soy humana. Completamente. Estaba a punto de morir… o morí de verdad, y esta era la única forma de salvarme —se dio cuenta de la absurdez que acababa de decir. Había renacido, con o sin muerte, pero para ello había dejado atrás su humanidad—. Olvídalo. Soy una sirena. Lo que pasa es que todavía no controlo la transformación.

Extendió la cola fuera del agua, doblando las ¿rodillas? para esconder parte de ella con su cuerpo. En cuestión de segundos desapareció, dividiéndose en dos piernas desnudas. Se puso rápidamente los pantalones, de espaldas a Fátima, para no tentar a la suerte y que apareciera alguien alrededor. Eso en cierto modo le incomodaba, porque desde que la aprendiza mencionó que estaban solas, algo la había estado molestando, aunque no sabía qué.

—Ya es la segunda vez que te tengo que pedir lo mismo —se percató de repente, en voz alta. Había evocado el recuerdo de su copia, del momento en el que coincidió con la otra Fátima y se había cambiado a su espalda.

[Suzume Mizuno]

—Es una larga historia —contestó Hana—. Soy humana. Completamente. Estaba a punto de morir… o morí de verdad, y esta era la única forma de salvarme. —Fátima arqueó mucho las cejas. ¿La única forma de evitar que muriera había sido… convertirla en sirena? Parecía algo disparatado y no pudo evitar sentirse perpleja.

Sin embargo, si lo pensaba, había visto o escuchado cosas todavía más extravagantes.

— Olvídalo. Soy una sirena. Lo que pasa es que todavía no controlo la transformación.

Hana sacó la cola del agua y Fátima la contempló, extasiada. Así que había una forma de convertirse en sirena. Era increíble. Si lo pensaba con seriedad no estaba segura de que la combinación de un pez y un humano fuera atractiva, pero mientras miraba las escamas de Hana empapadas de agua y lanzando destellos por el reflejo del sol, pensó que era una cola preciosa.

Y, de pronto, la cola desapareció. Fue como si se deshiciera y se separara en dos… ¡Piernas! Hana le dio la espalda, quizás avergonzada, y se puso con habilidad los pantalones. ¡Madre mía! Debía ser un verdadero engorro no poder evitar la transformación. ¿Cuántos pantalones habría roto?

Al darse cuenta de que había sido culpa suya por lanzarla al agua —¿no?— se puso nerviosa y dijo:

—¡Lo siento mucho, Hana! Puedo pagarte esos últimos pantalones…

Aunque, ¿por qué no llevaba falda?

Claro que tampoco debía esperarse que su compañera la lanzara de cabeza al lago, consideró, hundiendo un poco los hombros.

—Ya es la segunda vez que te tengo que pedir lo mismo.

—¿A qué te refieres?—preguntó, frunciendo el ceño, desconcertada. Que ella recordara, apenas sí había cruzado alguna vez un par de palabras con Hana y era la primera vez que entrenaban juntas… A menos que le hubiera hecho algo y ella no lo recordara.

Esperó a que Hana respondiera y su ceño se volvió más pronunciado.

—¿De qué estás hablando? Perdona, no quiero ser grosera, pero no recuerdo nada… Así…

A menos que…

—¿Te refieres a lo que ocurrió en el Juego?—comprendió de pronto. Se suponía que todos aquellos que alguna vez tuvieron una réplica habían obtenido sus recuerdos. Ella, por suerte, no había tenido que hacerlo—. Lo siento, yo… Yo no recuerdo nada. Mi… Bueno, la otra chica decidió que no quería darme sus recuerdos. Y yo se lo agradezco. Son suyos, al fin y al cabo.

Además, podía sonar muy irónico, pero no quería saber qué era lo que se sentía al ser una mujer de verdad para después ser todavía más consciente de su cuerpo.

Tras un momento, Fátima se removió inquieta y consideró que luchar cerca del lago no sería muy inteligente. Pero, la verdad, tenía curiosidad.

—Oye, Hana. Si no te molesta que te pregunte… ¿Qué… Qué se siente al ser una sirena?

Ya las había visto antes, pero la idea de que un humano pudiera convertirse en una era tan… ¡Mágica! Se preguntaba cómo sería no tener dos piernas, sino sólo una cola. Si podría nadar muy rápido, qué se sentiría al respirar bajo el agua…

[Nell]

La curiosidad de Fátima le molestaba. Ya le cohibía bastante tener que llevar una cola por ahí cada vez que se pegaba un chapuzón. Y aunque la aprendiza no se había reído de ella, Hana seguía sin sentirse a gusto con su transformación, atenta a la reacción del siguiente que lo descubriera.

Últimamente había pensado mucho sobre eso, y llegado fácilmente a una conclusión: tendría que pegar al primero que encontrara su cola graciosa. Tenía que jugar con las normas básicas del patio de un colegio (así lo imaginaba ella): si demostraba desde el principio que era fuerte y cuáles serían las consecuencias de quienes se burlaran, nadie tocaría el tema nunca jamás por miedo a una paliza. Era un plan genial.

Y de repente, se preguntó si tal vez su fallo no sería precisamente Fátima. ¿Y si iba contándolo por ahí? ¡Entonces no sabría quién había sido el primero en mofarse de ello a sus espaldas!

No pudo preocuparse mucho por ello porque, mientras se vestía, comentó la vez pasada en la que se habían encontrado en circunstancias que compartían ahora semejanzas.

—¿A qué te refieres?—se extrañó Fátima.

—Ya sabes. Esa vez que me cambié a tu espalda… —No quiso dar muchos detalles más. Después de todo, a pesar de hablar en primera persona en deferencia a la aprendiza, no lo sentía como un recuerdo suyo.

Fátima siguió sin comprender, e insistió en el tema, algo que molestó también a Hana, puesto que en su vida cotidiana había aprendido a ignorar esos sucesos. Y justo que comentaba por encima uno de ellos, tenía que tragarlo.

—¿De qué estás hablando? Perdona, no quiero ser grosera, pero no recuerdo nada… Así… —Fátima lo comprendió antes que ella—. ¿Te refieres a lo que ocurrió en el Juego? Lo siento, yo… Yo no recuerdo nada. Mi… Bueno, la otra chica decidió que no quería darme sus recuerdos. Y yo se lo agradezco. Son suyos, al fin y al cabo.

¡Qué morro!

—Qué suerte —a pesar de la auténtica envidia hacia Fátima, suspiró de alivio al entender que aquel era entonces su primer encuentro para ella. Podía olvidar con tranquilidad todo lo pasado—. Ojalá esa otra yo hubiese decidido lo mismo, porque no me quiero identificar con alguien así. Se volvió loca.

Le rezaba a Dios y planeaba cumplir todos sus mandatos. ¡Una Hana falsa en toda regla! El ateísmo corría por sus venas y nunca se le habia pasado por la cabeza atar su libertad a algo tan abtracto, ni mucho menos superior. Lo dicho, loca.

A pesar de las buenas nuevas (es decir, de que Fátima no conservara esos recuerdos), a Hana seguía sin gustarle el tema, por lo que quiso cambiar a otro, aunque la aprendiza se le adelantó.

—Oye, Hana. Si no te molesta que te pregunte… ¿Qué… Qué se siente al ser una sirena?

Mierda. Ese otro tema, no. Aunque tuvo que reconocer que no lo había pensado. ¿Qué iba a decirle entonces?

—Miedo —respondió de manera automática, cuando estuvo meditando la respuesta tras varios segundos hasta hallarla. Y sin ninguna mentira para evadirla, se rindió a la verdad—. He vivido toda la vida escuchando las leyendas de los marineros, que hablan de tesoros malditos, enloquecidos krakens y sirenas cautivadoras… que te arrastran al fondo del mar para ahogarte. No sé casi nada de ellas. Y ahora, de repente, pertenezco a su mundo.

Hizo una pausa. No conocía a nada de Fátima y no quería decirle nada más, porque sería exponerse demasiado. Pero, una vez hubo comenzado, no pudo evitar incluir una última reflexión:

—Acudo a ellas en busca de respuestas, pero no es suficiente. Somos muy distintas. Me pasa lo mismo con la Orden. Pertenezco a ella… y, al mismo tiempo, no me siento parte del mecanismo.

Miró al lago, como excusa para no encontrarse con los curiosos ojos de Fátima. Ojalá esa parte de la conversación se la hubiera dirigido a una copia alejada de la real, porque se arrepintió de la confesión. La dejaba demasiado vulnerable.

Aprovechó para ese anterior intento de cambiar de tema.

—Supongo que con esto hemos terminado el entrenamiento. Lyn no se podrá quejar —asintió para sí, meditando la posibilidad de que quizá se hubiera librado del capricho de la Maestra precisamente por la ola de Fátima. Si se excusaba con estar herida, la mujer no podría decir nada. Eso hizo que le cayera algo mejor la aprendiza—. Vamos a reportárselo.

Iba a iniciar la marcha, pero algo sobre la superficie del lago le llamó la atención. Había unas curiosas ondulaciones aproximadamente en el centro. Y pensó que eran curiosas porque procedían de un único epicentro, el punto donde un pez estaría tocando el límite. ¿Qué hacía? ¿Buscar comida, como si alguien se la echara cual pecera?

[Suzume Mizuno]

—Qué suerte —gruñó la chica—. Ojalá esa otra yo hubiese decidido lo mismo, porque no me quiero identificar con alguien así. Se volvió loca.

La verdad es que, teniendo en cuenta lo que le habían contado Clío y Nadhia, lo que sus réplicas habían vivido era para perder la cordura. Pero como a Hana parecía enervarle bastante el tema, decidió no tocarlo más.

Prestó más atención, en cambio, a la respuesta sobre el ser una sirena.

—Miedo. —Fátima abrió bastante los ojos. No se había esperado eso. Pero precisamente aquella contestación tan sincera, tan automática, provocó que se sumergiera en las palabras de Hana—. He vivido toda la vida escuchando las leyendas de los marineros, que hablan de tesoros malditos, enloquecidos krakens y sirenas cautivadoras… que te arrastran al fondo del mar para ahogarte. No sé casi nada de ellas. Y ahora, de repente, pertenezco a su mundo.

Hana calló y Fátima se mordisqueó el labio inferior, sin saber muy bien qué decir en una situación así. Claramente se había metido donde no la llamaban.

—En mi mundo pasa lo mismo, también se habla así de las sirenas. Puedo intentar… imaginar lo que estás sintiendo y… Lo siento mucho.

—Acudo a ellas en busca de respuestas, pero no es suficiente. Somos muy distintas. Me pasa lo mismo con la Orden. Pertenezco a ella… y, al mismo tiempo, no me siento parte del mecanismo.

Allí, Fátima ya si que no supo qué decir. Se pasó una mano por el pelo y reprimió un suspiro. Había sido su culpa. No tendría que haberlo mencionado. Vaya, hombre, no hacía más que meter la pata ese día con Hana…

—Supongo que con esto hemos terminado el entrenamiento. Lyn no se podrá quejar.

Agradeciendo el cambio de tema, Fátima dijo:

—Imagino que no.

—Vamos a reportárselo.

Fátima se puso en pie sin esfuerzo y estiró los brazos. Empezó a encaminarse hacia el castillo cuando se dio cuenta de que Hana no la seguía.

—¿Pasa algo…?

Se situó a su lado y siguió la dirección de su mirada frunciendo el ceño. Entonces se dio cuenta de qué era lo que había capturado su atención: unas ondas en el centro del lago.

—Vaya, qué grandes.—Fue lo único que se le ocurrió comentar—. Más que grandes… ¿Sabes si hay algún tipo de… ballena o algo en el lago?

No había acabado de decirlo cuando las ondas se convirtieron en una especie de ebullición: burbujas explotaban contra la superficie y el agua se sacudía como si la estuvieran empujando hacia arriba. De pronto, Fátima agarró a Hana por la muñeca y exclamó:

—¡Mira! —Señaló hacia una sombra inmensa que subía hacia la superficie.

Paralizada, casi hipnotizada, Fátima se quedó clavada al suelo hasta que la sombra rompió la superficie del agua. Y surgió una serpiente gigante. El descomunal monstruo sacudió la cabeza a los lados, como si estuviera desperezándose.

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Pero no tuvieron tiempo para pensar en el monstruo, porque algo peor se abalanzaba sobre ellas: un pequeño tsunami de dos o tres metros.

Fátima lanzó un chillido y echó a correr, intentando invocar el glider. Pero casi de inmediato la ola trazó una siniestra sombra sobre ambas y las arrolló, levantándolas del suelo y arrastrándolas muy, muy lejos.

****

—Qué ha sido eso—farfulló Fátima, tras escupir un chorro de agua.

Chorreaba como si se hubiera sumergido en el lago y se aferraba como podía a la rama del árbol que las había salvado. No era el más alto del mundo, pero aun así la caída seguía siendo considerable y, a ser posible, le gustaría poder bajar de pie.

Cuando miró de nuevo hacia el lago, la serpiente gigante se alejaba apareciendo y desapareciendo sobre la superficie, trazando anillos con su largo cuerpo. Temblorosa, se volvió hacia Hana:

—No tenía ni puta idea de que había un… un bicho así… en el lago.

Y tomaría nota. ¡No pensaba volver a acercarse!

Poco a poco, se descolgó como pudo de las ramas y bajó al suelo de un salto, notando cómo sus botas encharcadas expulsaban agua a raudales. Con un gruñido de exasperación, puso los brazos en jarras y sonrió a Hana mientras le tendía una mano por si quería ayuda para bajar:

—Bueno, al menos puedes decir que yo me he llevado mi merecido.—Se apartó el pelo de la cara y masculló—: Mierda, ahora tendré que cambiarme… Otra vez. Hana, ¿te importa si cuando te seques me adelanto? Lyn me dijo que teníamos que irnos esta tarde al Santuario de la Reminiscencia…

[Nell]

Se sorprendió al escuchar que Fátima pertenecía a un mundo donde también había sirenas. Le preguntó dónde, y al saber que se trataba de Atlántica, se lo apuntó mentalmente para tenerlo en consideración y visitarlo alguna vez.

Por otro lado, la aprendiza estuvo de acuerdo en ir a ver a Lyn, deteniéndose además a observar el mismo detalle en el lago que había apreciado Hana. Así que, definitivamente, no era normal.

—Vaya, qué grandes. Más que grandes… ¿Sabes si hay algún tipo de… ballena o algo en el lago?

Y esa fue la única forma de que se encendiera la bombilla en la cabeza de Hana.

No tuvo tiempo para advertir a Fátima cuando las ondas se convirtieron en burbujas que ebullían pronosticando la enorme criatura que estaba a punto de aparecer. La aprendiza la agarró de la muñeca, probablemente en un acto reflejo por la descomunal figura que todavía ni siquiera habían presenciado. Hana, simplemente, se había quedado sin palabras.

—¡Mira!

Vaya si miró. Se quedó helada en el sitio, sintiendo un escalofrío por toda su columna, a pesar de saber muy bien qué era, y que no resultaba peligroso. Es decir, él no, aunque sí la gigantesca ola que surgió a raíz de su paseo bajo el sol, y que se llevó por delante tanto a Fátima como a Hana. Si la de la aprendiza había sido fuerte, aquella era devastadora.

Al contrario que Fátima, ni siquiera trató de huir. Solo tenía ojos para Leviatán, la criatura a la que había creído muerta por su estado moribundo la última vez que la vio. Y así la ola se la llevó con suma facilidad.

****

Las dos chocaron contra un árbol y, agarrándose cada una a una rama, consiguieron resistir la fuerza del arrastre y quedarse colgando en ellas. En vez de mirar a Leviatán, Hana se fijó en el camino de la ola, que no finalizó hasta varios metros más allá. Habrían terminado peor de no haberse sujetado.

—Qué ha sido eso —exclamó Fátima, sorprendida. Hana, mientras tanto, todavía colgaba de la rama y trató de subirse a ella, para darse cuenta de que volvía a tener cola… y unos pantalones menos—. No tenía ni puta idea de que había un… un bicho así… en el lago.

—Es Leviatán —le informó Hana, balanceándose sobre la rama para generar suficiente fuerza y trepar hasta arriba, cola por delante, lo que le llevó varios intentos—. Es una criatura que trajo Ronin de nuestra última misión. La última vez que la vi no tenía buena pinta. Creía que había muerto.

De hecho, el Maestro había mencionado que lo llevaría al lago. ¡Mira que olvidarse de algo así! ¡Se acababa de bañar tranquilamente con él sin darse ni cuenta! Le recorrió otro escalofrío. Por mucha sirena que fuese, no volvería a tener ganas de acercarse al lago con él dentro, porque fácilmente de un bocado se la podía comer.

—Le habría preguntado si no fuera un maldito traidor —murmuró, para acto seguido quejarse de otro tema—. ¡Joder con la cola!

Le costaba mantenerse sobre la rama, por lo que desistió y se descolgó, para ir bajando al dejarse caer para agarrarse a la siguiente. Así, poco a poco y con cuidado de no resbalar por el agua, hasta la última, en la que aceptó la ayuda de Fátima. Para entonces, la cola estaba desapareciendo; y en cuanto lo hizo, saltó hacia su mochila, que también había sido arrastrada hasta engancharse con una rama.

Dentro, encontró su último cambio: una falda. Ya se le podía haber ocurrido ponérsela antes. Se vistió con ella rápidamente, porque le avergonzaba que fuera la tercera vez que se quedaba desnuda cerca de Fátima, y eso que solo habían tenido dos encuentros.

Entonces se fijó en el lago, donde Leviatán había vuelto a sumergirse. Les había salido cara la broma del señorito.

—Bueno, al menos puedes decir que yo me he llevado mi merecido —comentó—. Mierda, ahora tendré que cambiarme… Otra vez. Hana, ¿te importa si cuando te seques me adelanto? Lyn me dijo que teníamos que irnos esta tarde al Santuario de la Reminiscencia…

—Yo estoy harta de cambiarme, así que me quedaré con lo puesto —refunfuñó, escurriendo la parte baja de la camiseta para que chorrease todo el agua—. ¿Y qué es eso del Santuario de… qué?

[Suzume Mizuno]

—Yo estoy harta de cambiarme, así que me quedaré con lo puesto.—Fátima no pudo menos que asentir, comprensiva. Desde luego, no estaba siendo un buen día para su compañera—. ¿Y qué es eso del Santuario de… qué?

—El Santuario de la Reminiscencia—aclaró Fátima. Esperó a que su compañera estuviera lista y echó a andar, con sus botas escurriendo agua—. Es un templo en el mundo de… eh… La Necrópolis de las Llaves Espada—consiguió decir al final—. Por lo que he leído, es casi un lugar de culto para los Caballeros; es el único sitio donde… nadie puede pelear. O eso espero. No sé cómo serán las cosas ahora. —Frunció el ceño, preguntándose si la gente de Bastión Hueco respetaría el Santuario—. Lyn me ha dicho que ya era hora de que entrara. Parece que hay que superar una serie de pruebas antes de acceder a los recuerdos que antiguos Maestros dejaron allí. Vamos, contiene la historia que los Caballeros han querido dejar la posteridad. —Frenó un momento y maldijo sus botas, que no dejaban de derramar agua por todos lados—. Para protegerlo hay un sistema un poco… Desagradable. Lyn no me ha detallado nada, pero parece que hay que enfrentarse a uno mismo, o algo por el estilo. No se me ocurre nada más retorcido para proteger la memoria histórica—gruñó, de mal humor.

Desde luego, después de saber aquello, todas sus ganas por visitar un punto tan clave para la Orden se esfumaron.

No quería enfrentarse a sí misma. Había demasiadas cosas que había hecho mal como para estar preparada. Todas eran muy recientes y todas escocían. Pero, claro, no había podido negarse. No con Lyn tan irritada después de lo que había ocurrido en la Red. Y comprendía que debía madurar como Caballero en una situación desesperada.

No quedaba otro remedio, ¿no?

Suspiró para sus adentros.

—La verdad es que no me apetece demasiado ir. Pero qué se le va a hacer.—Ya casi habían llegado al castillo. A Fátima no le hacía ilusión pasearse por este empapada, pero necesitaba cambiarse y de prisa—. Bueno, pues… Muchas gracias por entrenar conmigo y perdona por todo.

[Nell]

Siguió a la aprendiza, curiosa por escuchar la explicación, mientras continuaba estrujando y arrugando sus prendas para sacar todo el agua. Sabía que podía coger un resfriado si se las dejaba puesta, pero… ¡qué demonios! Así se libraría con una excusa real del siguiente entrenamiento.

Tampoco le hacía mucha gracia estar por Tierra de Partida con una falda. ¿Y si se metía en una pelea? Era muy poco práctica. Solo servían para las niñitas mimadas que iban fardando de su preciosidad por ahí. Y ella tenía una porque… pues porque sí.

El día no hacía más que empeorar.

—El Santuario de la Reminiscencia. Es un templo en el mundo de… eh… La Necrópolis de las Llaves Espada. —Ni le sonaba—. Por lo que he leído, es casi un lugar de culto para los Caballeros; es el único sitio donde… nadie puede pelear. O eso espero. No sé cómo serán las cosas ahora. —Bueno era saberlo. Si alguna vez tenía que refugiarse de toda esa secta de locos, parecía el sitio idóneo—. Lyn me ha dicho que ya era hora de que entrara. Parece que hay que superar una serie de pruebas antes de acceder a los recuerdos que antiguos Maestros dejaron allí. Vamos, contiene la historia que los Caballeros han querido dejar la posteridad. Para protegerlo hay un sistema un poco… Desagradable. Lyn no me ha detallado nada, pero parece que hay que enfrentarse a uno mismo, o algo por el estilo. No se me ocurre nada más retorcido para proteger la memoria histórica.

¿Los recuerdos de los antiguos Maestros? ¿Es que aún después de toda una vida de servidumbre dentro de la Orden debían entregarle también sus memorias? No es que Hana fuera a plantearse si había sido una buena idea unirse o no, porque de no hacerlo se habría podrido en su nefasto mundo, pero cuánto más conocía de ellos menos le gustaban sus métodos.

El día en el que se convirtiera en Maestra, uno lejano a ser posible, ¿tendría ella también que dejar un legado?

—No será tan malo como lo pintas —juzgó con precipitación—. Eso del yo mismo parece una tontería.Probablemente te sumerja en una ilusión para intentar atormentarte con los valores y la rectitud del buen Caballero, bla, bla, bla.

No creía en algo tan metafórico como una cara interior, o una imagen real que las personas guardamos y escondemos del mundo. De hecho, ni quería planteárselo.

—La verdad es que no me apetece demasiado ir. Pero qué se le va a hacer. Bueno, pues… Muchas gracias por entrenar conmigo y perdona por todo. —se despidió.

—No hay nada que perdonar. Suerte con…

Lo cierto es que la descripción del Santuario que le había hecho Fátima le había dejado una sensación muy desagradable. Quizá por la idea de que todas sus hazañas y fracasos fueran a quedar registrados en algo más gráfico que un libro, o porque ni ella misma terminaba de engañarse con lo de la realidad interior. El caso es que se dio cuenta de que no tenía nada que hacer por la tarde… y había encontrado algo que sí le apetecía descubrir.

—¿Crees que podría ir con vosotras? —le preguntó a Fátima—. Es decir, preguntaré a Lyn. Todo ese rollo del Santuario parece, eh… curioso. Ya sabes, hay que aprender de los mayores.

Internamente, intentaba convencerse a sí misma de que su interés era puramente personal, nada que ver con la Orden. Al fin y al cabo, le había costado, pero había acabado por relacionar el término «necrópolis» con «cementerio», y todo el mundo sabía que en panteones antiguos había innumerables tesoros por descubrir.

—Iré a pedírselo. Nos vemos más tarde —se despidió a su vez, poniendo rumbo a la sala del trono para preguntar por allí sobre Lyn. Al final puede que sí le diera tiempo a un recambio de ropa.

[Suzume Mizuno]

—No será tan malo como lo pintas. Eso del yo mismo parece una tontería. Probablemente te sumerja en una ilusión para intentar atormentarte con los valores y la rectitud del buen Caballero, bla, bla, bla.

Fátima meneó la cabeza, deseando poder estar tan segura como Hana. A ella personalmente le angustiaba, y mucho, la idea. Había tantas cosas a las que no quería enfrentarse… Pero no podía decirle que no a Lyn. Además, mentiría si dijera que no estaba interesada en ir. Le hormigueaba el cuerpo de pura emoción al pensar que podría ver las memorias de maestros anteriores y aprender de sus experiencias.

Y todo sería fantástico si no estuviera antes esa prueba. ¿A quién se le habría ocurrido? Porque tenía ganas de darle un buen puñetazos.

—¿Crees que podría ir con vosotras?

—¿Perdón?—farfulló, completamente cogida por sorpresa.

—Es decir, preguntaré a Lyn. Todo ese rollo del Santuario parece, eh… curioso. Ya sabes, hay que aprender de los mayores.—Hana la observó con resolución.

—Oh, pues… Claro, ¿por qué no? Si quieres venir…—dijo Fátima, sin saber muy bien cómo reaccionar.

—Iré a pedírselo. Nos vemos más tarde.

—De acuerdo…

La siguió con la mirada, sin saber bien cómo debía sentirse y cuando la perdió de vista se encaminó con el ceño fruncido hacia su habitación. Por una parte no le hacía nada de gracia que Hana se sumara por su cuenta a un viaje que, técnicamente, habían preparado para ella. Pero, por otra, la perspectiva de no estar sola se le apareció con una mezcla de alivio e irritación. No tenía ni idea de si tendrían que hacer la prueba juntas. ¿Y si hacía el ridículo frente a una persona a la que casi no conocía? Pero si estaba con alguien quizás pudiera controlarse mejor…

Estornudó y sorbió por la nariz. En cualquier caso, mejor darse prisa. No pensaba enfrentarse a sí misma doblada por un maldito catarro.

Y ya que estaba, debería preguntar a Lyn por esa criatura.

****

Fátima tragó saliva y giró la cabeza a izquierda y derecha para poder abarcar la inmensidad del Santuario de la Reminiscencia. De muros robustos y potentes, ofrecía un aspecto de fortaleza. Pero los muros habían sido decorados y estaban abiertos por vidrieras antiguas, con colores apagados, quizás por culpa del paso del tiempo. ¿Cómo habrían sido cuando se levantó aquel edificio? Es más, ¿hacía cuánto que se había construido? No lo tenía muy claro.

Si no hubiera sabido lo que le aguardaba dentro, sin duda se habría sentido algo más emocionada. Además, había un detalle siniestro que era incapaz de pasar por alto. Y se trataba de los cientos de Llave Espada clavadas en el suelo, que representaban la tumba de sus dueños. Por una vez, el nombre que se había atribuido al mundo venía al dedo.

«Algún día… Todos nosotros…», pensó, experimentando un golpe de vértigo. No quedaría cuerpo de ninguno. Tampoco debería importarle. Al fin y al cabo, la carne desaparecía y los huesos, también. Pero pensar en ello le seguía produciendo escalofríos.

Se obligó a apartar aquellos pensamientos de su mente y se volvió hacia Lyn y Hana. No sabía si la primera había aceptado de buen grado o no traer a la otra aprendiz, pero el caso era que las dos iban a entrar ese día al Santuario. Y se iban a enfrentar a sí mismas.

«Magnífico». Una vez más, se le contrajo el corazón en un puño.

—¿Qué tenemos que hacer?—preguntó a Lyn.

[Nell]

Fuera porque le parecía un buen premio para Hana (que había cumplido religiosamente su entrenamiento sin ninguna enfermedad rara de por medio), porque pensara que le serviría de motivación o que no molestaría, Lyn aceptó llevarla también.

Así que, con planes para la tarde, volvió a su habitación a cambiarse. Echó para la colada las prendas mojadas y se hizo una nueva mochila con más recambios, porque se negó a quedarse nunca, nunca, nunca desnuda en medio de ninguna parte. Iba a tener que pensar más sobre eso y renunciar definitivamente a la ropa interior por culpa de la colita de las narices.

Finalmente, se puso un nuevo atuendo y, tras pensárselo mucho… mantuvo la falda. Al fin y al cabo, iban a visitar un templo, no a luchar. Por una vez, podía ser algo femenina.

Una idea que últimamente se le pasaba más por la cabeza.

****

Se reunió con Fátima y Lyn, y partieron hacia la Necrópolis. Al igual que a la aprendiza, también se le encogió el corazón cuando vio las millares de Llaves Espada clavadas en el suelo, a modo de tumba de todos los portadores que habían pertenecido a la Orden; pero, al contrario, no se asustaba de la muerte. Lo que de verdad la inquietaba es que fueran tantos los que hubiesen dado su vida por aquel grupito que a veces parecía muy secta. Y que, orgullosamente, descansaban allí.

¿Así acabarían todos ellos? ¿Caídos en combate, quién sabe dónde, solo recordados por una Llave en mitad de la nada? ¿Dentro de otros mil años, una niña miraría aquel campo todavía más extenso y pensaría lo mismo que ella, lo triste que eran aquellos miles de rostros sin cara? Y, al mismo tiempo, para siempre recordados. Como si fueran héroes, cuando algunos posiblemente ni lograran ser Maestros, o no tuvieran una épica muerte.

«No pienso dejarles que me entierren aquí», determinó. «Debe devolverse al mar lo que del mar es. Fui pirata y ahora soy una sirena. Pertenezco al mar y ahí me pudriré. Que se queden para ellos sus bonitas tumbas en este horrible desierto».

Llegaron al Santuario que, en opinión de Hana, se conservaba bastante bien para lo antiguo que decían que era. Las tres pararon frente al portón de la entrada, donde supuestamente tendrían que tomar la prueba. Fátima adelantó la pregunta:

—¿Qué tenemos que hacer?

Venga, un versus el yo interior marchando. Se sentía lanzada y valiente. Ninguna triquiñuela barata de antiguos maestruchos iba a engañarla.

[Tanis]

—Muy bien, atended. —Lyn no se molestó en dar rodeos, fue directa al grano—. Para entrar al Santuario debéis colocar la mano en las puertas. Cada una accederá a su propia prueba, así que estaréis... solas, por así decirlo. —Su voz sonaba seria y dura, más de lo normal—. No tengáis miedo, la confrontación que se da lugar es relativamente fácil de superar. Si Akio pudo pasarla, vosotras también.

Lyn retrocedió un par de pasos, con los brazos cruzados, con respecto a las puertas, como si así dejara espacio a las aprendizas. Entonces añadió, con un tono más apacible, no exento de consejo:

—Y recordad... No olvidéis quienes sois. Os estaré esperando aquí.

Fue lo último que la maestra dijo, antes de dar por concluida la explicación. No creía necesitar decir más.

[Suzume Mizuno]

—Muy bien, atended.Para entrar al Santuario debéis colocar la mano en las puertas. Cada una accederá a su propia prueba, así que estaréis... solas, por así decirlo. —Fátima se humedeció los labios y miró de reojo a Hana. En solitario. No sabía si alegrarse o no. Además, aunque Lyn nunca había sido una persona alegre, el tono que estaba empleando le estaba provocando un nudo en el estómago—. No tengáis miedo, la confrontación que se da lugar es relativamente fácil de superar. Si Akio pudo pasarla, vosotras también.

Aquello consiguió arrancarle una sonrisa. Visto así… De todas formas, no sabía qué oscuros secretos guardaría Akio en su interior, pero imaginaba que nunca había torturado a un hombre. Físicamente, la psicología parecía ser su especialidad, desde luego.

La Maestra se echó a un lado, permitiéndoles pasar, y Fátima experimentó un poco de vértigo. ¿Y si decía que no? Tampoco es que fuera algo obligatorio, ¿no? Seguro que podía vivir sin haber visitado el Santuario.

Pero… Si huía de sí misma, tarde o temprano la realidad vendría a buscarla. Era muy consciente de ello. Había sido así toda su vida. Y si había alguna forma, no de dejar de sentirse miserable, sino de aceptar quién era… O las cosas que había hecho…

Al fin y al cabo, se suponía que los valientes eran los que conseguían enfrentarse a sus miedos, ¿no?

—Y recordad... No olvidéis quienes sois. Os estaré esperando aquí.

Fátima asintió con lentitud e intercambió una mirada con Hana, preguntándose si estaría igual de asustada que ella. No lo parecía. Sintió un pinchazo de envidia. Quién pudiera tener la conciencia limpia…

Respiró hondo y se apartó el flequillo de la frente. Entonces se encaró a Hana y le tendió una mano.

—Mucha suerte. Nos vemos después.

Le dio un apretón. Después cogió aire, y posó una mano sobre la puerta.

[Nell]

Cuánto más esperaba, más nerviosa se ponía.

—Muy bien, atended. Para entrar al Santuario debéis colocar la mano en las puertas. Cada una accederá a su propia prueba, así que estaréis... solas, por así decirlo. —¡Mucho mejor!—. No tengáis miedo, la confrontación que se da lugar es relativamente fácil de superar. Si Akio pudo pasarla, vosotras también.

«Si cualquiera puede pasarla, yo también», pensó para sí.

Y por primera vez, dudó. Sí, ¿qué diferencia había entre ella, y Akio, Fátima y Lyn, eh? Pues la primera que se le ocurría era que los tres estaban mucho más apegados a los ideales de la Orden que Hana. Por el contrario, ella solo se había unido por conveniencia. Ni siquiera pensaba mucho en dedicar su (ahora larga) vida en defender aquellos principios.

Ahora, se encontraba frente a un Santuario muy importante para dicha Orden. ¿Y si la prueba lo que hacía era medir la lealtad hacia esta? ¿No era lógico, puesto que sería el método más efectivo para mantener a los enemigos fuera? De ser así, ¡no la pasaba ni en broma!

—Y recordad... No olvidéis quienes sois. Os estaré esperando aquí.

Aquello prácticamente terminó de confirmárselo. «Recuerda quién eres, recuerda que eres una aprendiz de Tierra de Partida», es lo que interpretó. Pasó de estar emocionada a ponerse nerviosa por la posibilidad de que la «pillaran».

—Y no será peligroso, ¿verdad…? —murmuró.

A pesar de todo, no iba a echarse atrás. No, delante de Fátima y Lyn, dejándose ver como una cobarde. Quizá podía engañar a la prueba con alguna de sus tretas.

Fátima le tendió la mano y se dirigió a ella, a punto de afrontar la prueba:

—Mucha suerte. Nos vemos después.

—Claro. Procura que no te coma tu otra yo —trató de bromear, aunque el apretón con Fátima le haría saber a esta que Hana temblaba.

Al mismo tiempo que Fátima, puso su mano sobre la puerta y cerró los ojos. Sintió que los límites de su visión se oscurecían y, cuando los volvió a abrir, ya no estaba frente al portón, ni Fátima ni Lyn la acompañaban. A su alrededor no había nada. Y en cuanto se dio cuenta de que, por haber, no había ni suelo, comenzó a caer en la oscuridad.

No veía nada más allá. Ni arriba, ni abajo, ni a los lados. Sin embargo, cuando ya comenzaba a cuestionarse el sentido de todo aquello, vio que se aproximaba lentamente hacia un pilar redondo, sobre el que cayó y rodó de golpe como si se hubiese despeñado desde varios metros. Todo a su alrededor estaba cubierto por una neblina oscura. Sin embargo, al fijarse mejor en el suelo que pisaba, se dio cuenta de que estaba sobre un dibujo.

—¿Raymon…?

La vidriera de sus pies solo reflejaba la imagen de su primo.

****

La siguiente vez que abrió los ojos, había vuelto al mundo real. La puerta brillaba. Tanto Fátima como ella habían superado la prueba y el Santuario les daba la bienvenida.

Hana no tenía palabras. Ni siquiera se había dado cuenta de que seguía llorando.