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—En lo absoluto... —Fátima rió cuando la besó—. Pero no esperes mucha acción, estoy molido.

—No te preocupes, yo también. No te haré trabajar—le aseguró, aunque se dijo que quizás podría sacar fuerzas para darle un masaje. No quería que al día siguiente tuviera agujetas.

Apoyó la cabeza contra su brazo y aspiro el aire a polvo, flores y agua de Tebas. De repente se le ocurrió qué hacer con el alga. Se la ofrecería a Harun y si el registro olfativo era positivo, pensaría si añadirla a alguna comida de estilo oriental.

Quién sabía. Se las había dado un dios. No podían ir directas a la basura, ¿verdad?

—Fátima. Fá-ti-ma. Malik. Ma-lik.

Ela repetía los nombres una y otra vez, pensativa. Había observado todo lo sucedido aquel día desde las sombras, tomando detalle de cada acción de Malik, Arlea, Poseidón y, sobre todo, de Fátima.

Hechizar al búho de Atenea para que fuese sencillo capturarlo había valido la pena.

—Así que este es vuestro punto débil. Predecible.

En la palma de su mano se materializó la imagen trasparente de Malik y Fátima besándose. Cerró el puño con brusquedad, deshaciendo la imagen en volutas de humo y dejando escapar el chillido de la pareja cual eco lejano.

Ela sonrió, antes de desvanecerse en el aire.