—Ese es el espíritu. Gracias.
—Nos vemos al otro lado, encanto~ —dijo Adam al pasar al lado de ella, que le guiñó un ojo, aunque no parecía especialmente emocionada porque hubiera escogido ir con ella.
Otros aprendices se fueron adelantando, dispuestos a viajar al pasado. Nerviosos, llenos de curiosidad o simplemente porque creían que sus habilidades podrían ser necesarias, fueron cruzando, uno a uno, el portal.
Al cabo de un par de minutos, este se cerró a su espalda, cortando cualquier posibilidad de regresar a su tiempo…
A menos que Chihiro lo permitiera, por supuesto.
El callejón era estrecho y se encontraba a la sombra; en las ventanas había macetas con flores que desprendían un agradable aroma, entremezcladas con cierta olor a tierra mojada. Se encontraban entre dos edificios no muy altos, de tres pisos alturas, con paredes cubiertas de estuco. Hacía menos frío que en la original Tierra de Partida y en seguida pudieron averiguar por qué: si levantaban la vista verían una construcción colosal que les resultaría familiar. Era como una montaña gigantesca, en la que se habían cincelado unas escaleras que circundaba su superficie hasta llegar a la cima. Pero esta se encontraba vacía. No había Castillo, ni tampoco cadenas que la unieran con las lejanas montañas picudas.
Lo primero que escucharon fueron gritos. Aullidos de miedo, de rabia y llantos de niños pequeños. Todo acompasado con estallidos y explosiones de tal intensidad que sin duda les pondrían los pelos de punta.
—¿Qué está…?—Lyn se mordió el labio y miró a los aprendices. Sus ojos se clavaron en los pijamas de Hana y Aru y en el pecho desnudo de Adam. Exhaló un resoplido—. Poneos las armaduras. Todos. Así espero que pasemos más desapercibidos hasta que nos hagamos con ropas de esta época.
—Sí, señora.—Diana puso los ojos en blanco, pero se enfundó en su armadura, dejando su rostro al descubierto—. No os separéis de nosotras, chicos, no hasta que nos organicemos. Y Adam, esto va por ti. Si quieres que te maten o quedarte en el pasado, podrás hacerlo sin problemas por mi parte. Pero como nos metas en problemas me ocuparé de librarte de tus manos para que no puedas pelear con gusto. —Dicho esto, le guiñó un ojo.
A continuación, Lyn marchó al frente y Diana el final para asegurarse de que ningún aprendiz se perdía por casualidad.
Cuando salieron del callejón lo hicieron a una plaza muy bonita, con árboles verdes y una fuente donde un ángel sostenía una jarra por la que brotaba agua. Parecía un lugar agradable para pasar el día y sentarse a leer, en especial en días de verano como aquel.
Estaban en una ciudad compuesta por casas de ladrillo pintadas de blanco y colores rojizos; tejados a dos aguas y la mayoría no superaban los tres pisos. Tenían un aire antiguo, con cristales algo toscos, sin tuberías para el agua ni ningún signo externo de modernidad. Las calles estaban empedradas, eran anchas y estaban bien cuidadas. Vieron tabernas, tiendas, armerías, herrerías y pintorescos portales con diferentes signos de animales en sus superficies.
Al fondo resaltaba una alta muralla oscura sobre la que cientos de figuras se movían de un lado para otro, lanzando bolas de fuego y diversos hechizos. De una de las torres salió disparado hacia el exterior un rayo oscuro que ennegreció el horizonte por un momento antes de que vieran cómo una explosión de tierra se extendía como una nube gris por el cielo.
Por las calles gente joven, todos con armaduras, cargaban fardos y niños demasiado pequeños para correr por su cuenta, acompañaban a ancianos o incluso gobernaban rebaños de animales a toda velocidad, llevándolos hacia el centro del pueblo.
—¡Rápido, a los refugios!
—¡Que todos los niños vengan con nosotros!
Una chica de unos trece años se fijó en el peculiar grupo e, indignada, exclamó:
—¡La señora Cornelia ha llamado a todos los guerreros a la muralla! ¡Incluso a los que no son de los grandes clanes! ¡Vuestras madres se avergonzarían!
—Qué coño pasa aquí—gruñó Lyn.
Como por ensalmo unas campanas comenzaron a resonar por toda la ciudad, procedentes de un campanario que coronaba el edificio más alto del lugar.
—Parece que los están sometiendo a asedio o algo así—comenzó Diana, como si no fuera con ella la cosa—.¿Qué hacemos?
Lyn volvió a mirar a su alrededor. A ninguno le costaría ver que los niños y ancianos que escapaban de las murallas les dirigían gestos de reprobación al ver que se quedaban ahí quietos. Estaban llamando demasiado la atención. Así pues, la Maestra se encaminó, de mal humor, hacia los muros.
Salieron a una de las calles principales, atraídos por el estruendo de cientos de placas entrechocando entre sí y el paso marcado de innumerables personas. Se encontraron con una larga fila de Caballeros, con armaduras bastante similares a las suyas, que marchaban en un perfecto orden militar. Todos portaban Llaves Espada y, sobre sus pechos, resaltaba un emblema con la cabeza de un oso.
A su frente, un hombre extraordinariamente grande y robusto rugía:
—¡No os separéis! ¡Seguid a vuestros líderes de pelotón! ¡Apartad a los Sincorazón de las murallas y no caigáis a en sus trampas! ¡Recordad, no queremos muertos! ¡Cada una de vuestras vidas es preciosa y debéis conservarla para proteger Tierra de Partida!
Un poco por detrás de ellos marchaba un grupo más pequeño, igualmente armado. En sus pechos lucían dos escudos; uno de serpiente, los menos numerosos, y otros de zorro.
Los lideraba una figura delgada, que, aunque era difícil distinguirlo por culpa de la armadura —con un emblema de zorro— parecía ser una mujer.
—¡Permaneced en la retaguardia! ¡Recordad, nuestro deber es impedir que más gente muera! ¡Y estad atentos a las señales de luz! ¡Marchad en pequeños grupos para poder desplazaros con facilidad, así no llamaréis la atención de los Sincorazón!—La mujer se fijó de pronto en el grupo de aprendices y, tras un momento de desconcierto, les hizo un gesto—: ¡No sé a qué clan pertenecéis, pero necesitamos todas las manos disponibles! ¡Venid con nosotros o ayudad en las murallas a Assur! ¡Rápido!
Justo entonces sonó el claro toque de una trompeta y se abrieron las puertas de las murallas para dejarles salir. El gigante de los osos gritó y echó a correr. Todos los caballeros salieron despedidos tras él, rugiendo a una sola voz y haciendo retemblar el suelo.
Desde aquella calle pudieron ver que, al otro lado de la muralla, el mundo se había vuelto negro. Cientos de Sincorazón avanzaban a la carrera hacia la ciudad.
Si habían creído que los monstruos que rodearon Tierra de Partida eran muchos, no estarían preparados para una horda de esas dimensiones.
—De acuerdo, ¡esto es maravilloso! ¡Salimos del fuego para caer en las brasas!—resopló Lyn, con las orejas enhiestas—. Somos lo suficientemente mayores para que sepan que debemos estar en las filas, al parecer. Y si nos quitamos las armaduras…—Meneó la cabeza—. Pero esta no es nuestra guerra. Tenemos que encontrar a Zephyr.
—Espera, Lyn. Vamos a llamar demasiado la atención. ¿Por qué no acudimos a las murallas? Aunque sólo sea para evaluar la situación. Eso o lograr que nadie confíe en nosotros por no llevar dibujitos de animales. Parece que estamos en la época de los clanes….
Lyn agitó las orejas, arrugando la nariz, pero terminó por asentir e invocó su Llave Espada.
—Iré a las puertas. Tú ve a las murallas.—Se volvió hacia los aprendices—. Si alguno quiere seguir a la gente que está huyendo, que lo haga mientras sea para reunir información, pero tened en cuenta que vamos a destacar a menos que aparentéis ser unos niños o estar heridos. Si nos separamos, nos reuniremos en la zona del campanario antes de la puesta de sol. ¿Comprendido?
Esperó a que asintieran. Después, ambas echaron a correr calle abajo. Era el momento de que los aprendices decidieran qué hacer.
Fecha límite: miércoles 4 de marzo a las 23:59