Agrabah, la ciudad del desierto.
Aquella era la primera vez que Light pisaba dicho mundo. Lo primero que notó nada más aterrizar fue el calor terrible de aquel lugar, apenas llevaba unos segundos y ya estaba empezando a sudar como un pollo. Desactivó el glider de forma disimulada, oculto en un callejón, y luego se quitó la protección del cuerpo. Se sintió mucho más a gusto tras deshacerse de la molesta armadura, se hubiera cocido con ella.
La razón por la que había acudido a esa ciudad era simple. El espejo de la Reina Grimhilde le dio una pista:
“Tu compañero lo tendrá más difícil: el padre está donde yacen los recuerdos de quienes no dejan nada atrás a lo que llorar; la madre, en el desierto donde aguardan infinitas maravillas, pero de nuevo descubrirá que la búsqueda ha sido infructuosa.”
La búsqueda de su padre no había dado sus frutos… pero todavía quedaba probar allí. Quizás encontrara a su madre. Un compañero (Neru) le había recomendado investigar ese mundo que encajaba con la descripción del desierto de las maravillas.
«Ya podía haber sido más explícito, joder. Maldito espejo», puso una mueca. Esperaba no malgastar su día libre.
Sacó del bolsillo la única foto de su madre: una adolescente de cabello y ojos verdes. Desgraciadamente el tiempo pasaba y seguramente ya no se pareciera tanto a la de la imagen, pero no tenía otra pista en aquel momento.
Echó un breve vistazo a la calle. Ahora, ¿por dónde empezaría la búsqueda? Probaría a preguntar a un mendigo que se encontraba por allí, ellos veían a mucha gente pasar a diario y le ayudarían. Le fuera útil o no, no le importaba darles una limosna incluso, apreciaría su ayuda.
Se aproximó a un vagabundo. Era un hombre flacucho y bastante mayor, que rondaría los cincuenta años, vestido con una capa andrajosa.
―¡Buenas! Perdone, ¿ha visto a esta mujer? ―Le tendió la foto y unos pocos platines. Lo primero que hizo aquel hombre fue coger el dinero. Después, examinó el retrato con cierta extrañeza.
―¡Es la primera vez que veo a una belleza como esa! ―confesó, mirándole a los ojos fijamente.
No se sorprendió. Es decir, no esperaba encontrar otra pista suya tan rápido. Ya llevaba buscándola casi tres años… Estaba claro que no tenía las de ganar consigo.
―Si estás buscando a alguien deberías visitar al Vidente. Él es capaz de adivinarlo todo con su magia. ―El hombre, agradecido por la limosna, señalaba una pequeña casa. No se le ocurría un mejor consejo para devolverle el favor.
―Lo tendré en cuenta… gracias.
No se fiaba demasiado de la magia esotérica que no tenía nada que ver con la de los Portadores. Antes de visitar a ese vidente daría una vuelta por la ciudad y seguiría interrogando a los habitantes.