En el inserticio entre los mundos, una nave gumi bastante grande surcaba el espacio. Los sincorazón que se acercaban al vehículo espacial, daban media vuelta y rehuían de el.
Dentro de la nave, en una enorme sala, ocupada en su mayoría por humanos armados con armas de fuego y vestidos de negro, miraban atentamente a un estrado vacío en aquel momento.
Apoyados contra la pared, Lanza Infalible y un encapuchado hablaban entre sí.
—Tsk, desde luego el jefe sí que sabe como montar un espectáculo, ¿no crees?
—Le gusta lucirse, deberías saberlo ya, ya que llevas más tiempo que yo en esta organización.
—¡Ja! Yo es que me da igual lo que haga el jefe. Solo quiero combatir contra rivales fuertes. Por cierto… creo que le haré una visita…
El encapuchado no habló.
—Oye, voy a ir a por tu hermana y ni te inmutas. Desde luego, se nota que no tenéis sentimientos.
—Ella no es mi hermana.
—Ya te lo dije la otra vez, aunque lo niegues, todos sabemos tu relación sanguínea con ella.
—…
—Eres imposible, y hablando del Rey de Roma…
Un hombre de larga caballera rubia y ojos violeta, en buena forma física y aparentemente joven, que también llevaba una túnica negra con un extraño logo, se puso al frente de todos ellos.
—Finalmente, ha llegado el día. La Orden de la Llave-Espada caerá. Ellos, no son dignos de su poder y de proteger los mundos. Nosotros, la Orden de los Caballeros Errantes, tomaremos su lugar. Para eso nos hemos estado preparando. Finalmente, las cosas volverán a su orden natural.
El hombre, alzó su brazo con el puño cerrado al aire, mientras una expresión de locura se mostraba en su rostro y mostraba una sonrisa digna de un loco.
—¡¡Por la Orden de los Caballeros Errantes!!
—¡¡Por la Orden de los Caballeros Errantes!! —repitieron al unosísimo los soldados que se hallaban en la sala, Lanza Infalible y el encapuchado, haciendo el mismo gesto.
El líder, miraba a todos ellos con una cara de absoluta felicidad, mientras pensaba en el fin de la Orden de los Caballeros de la Llave-Espada.