por Astro » Sab Abr 30, 2016 7:37 pm
—Entrenar mucho. También dedicarte a la Orden y a cumplir sus objetivos. Y, bueno, no es taaaan difícil llegar a ser Maestro, hay un chaval no mucho mayor que tú, Akio, que se hizo Maestro creo que sobre los doce años.
Akio, sí. Ban había escuchado hablar de él.
—Supongo que es cosa de la edad con la que empieces, yo he tardado casi cuatro años. Tú que eres jovencito podrás conseguirlo antes de los 18, seguro, si te empeñas en cumplir las misiones de los Maestros y en entrenar.
—Supongo...
Le dio un mordisco a su bollo, pensativo. El planteamiento de Fátima sonaba bien, salvo por el hecho de que a pesar de su apariencia, en menos de un año ya llegaría a los dieciocho y todavía estaba muy verde como aprendiz. Por no mencionar que eso de dedicarse a la Orden... A Ban le gustaba el planteamiento del equilibrio universal que les inculcaban, que la oscuridad no era tan mala como otros decían, pero no pudo evitar preguntarse si eso sería motivo suficiente como para permanecer en Bastión Hueco en el futuro, cuando ya hubiera cumplido sus objetivos personales -y egoístas-.
El grito de Fátima le sacó de sus pensamientos.
—Mira, ya hemos llegado. ¡John!
¿John? ¿De qué le sonaba ese nombre...? Ban abrió los ojos como platos al reconocer al anciano que salió a recibirles. Ya se conocieron en el pasado, por supuesto que sí, el día en el que el propio Ban intentó tirarle desde lo alto de la torre del reloj y Fátima le salvó de puro milagro.
—¡Tardabas tanto que ya me empezaba a pensar que te habías perdido!
¿Por qué no le atravesó el corazón antes de arrojarle al vacío? Habría sido mucho más eficaz y ahora no estaría en esa situación.
—Lo siento. Me encontré a Tristan, que va a la misma escuela que yo y nos detuvimos a charlar.
La miró de reojo, preguntándose qué excusas se habría inventado para justificar su origen al anciano, pero sin llegar a decir nada. Cuando el viejo le extendió la mano, sonriente, le costó lo suyo reaccionar y estrechársela.
—Es un... placer.
—Encantado, joven. Oooh, ¿eso que huelo son los bollos?
Ban tuvo el impulso de salir corriendo, pero eso habría llamado demasiado la atención de Fátima. Fingiendo tranquilidad, entró en la trastienda donde se sentaron en la trastienda para comer. Menos mal que tenía los bollos, porque de lo contrario no habría sabido qué hacer con las manos. El plan de intentar sacarle información a la maestra novata se complicaba por momentos.
—¡A vuestra salud!—anunció el viejo, brindando con una taza de chocolate—. Ojalá pudiera ofreceros té, pero no tengo nada para calentarlo.
—Así está bien, me gusta el chocolate—le aseguró Fátima.
—Sí, a mí también me encanta —contestó él, dándole un pequeño sorbo a su taza mientras miraba de reojo los libros de música y los instrumentos que había alrededor. Le ponían nervioso.
—¿A tus padres les gusta Wagner? Es una ópera maravillosa.
—Pues...
Soltó una carcajada por dentro, imaginándose a si mismo preguntándole eso a sus padres. Su madre, le habría preguntado que quién era ese, y su padre ni siquiera le hubiera dejado terminar la pregunta. Tragó saliva, dándose cuenta de que había vuelto a pensar en ellos, y se esforzó en responder rápido para que no se notase su reacción.
—... creo que no, mis padres no son muy aficionados a la música. Son comerciales, y viajamos mucho de ciudad en ciudad.
Le dio un sorbo a su taza y otro mordisco a un nuevo bollo, consciente de que debía de cambiar de tema para que no siguieran indagando.
»¿Y vosotros? ¿Sois músicos? —Miró tanto a John como a Fátima—. ¿Sabéis tocar algún instrumento?