por Denna » Jue Jun 30, 2016 9:53 pm
—De acuerdo, por eso no te preocupes. Las fuerzas electromagnéticas se atraen entre sí, de modo que con el tiempo podrías desarrollar combinaciones interesantes.
Fátima dejó la madera en el suelo, cerca de donde yo estaba.
—La madera no es un buen conductor de la electricidad, pero si tienes algo que incremente su potencia, como el agua o una fuerza magnética, ya es otra cosa —explicó—. El problema es que Magneto sea tu habilidad más poderosa. Vas a tener que tomarte éteres para practicar esto.
«¿Eso es un cumplido o..?».
Prosiguió antes de que se me ocurriera cómo averiguarlo.
—Pero piensa que, cuando hagas magia, a menudo no depende tanto de tu capacidad mágica como de tu inteligencia. Tienes que buscar puntos débiles, combinaciones que potencien tu ataque o aprovecharte del terreno.
Eso sonaba más positivo. Me pregunté si lo decía en serio o si era una forma de motivarme en caso de que el entrenamiento saliera muy mal. Se me encogió el estómago y rogué en silencio que nadie acabara herido.
Rechacé el Éter.
—No —no, gracias, vengo preparada. Ya te estoy robando demasiado tiempo como para quedarme tus pociones también. Dime qué quieres que haga.
—Tienes que reducir los tacos a cenizas en unas cuantas pruebas y cada vez los iré alejando más y te pondré obstáculos para que vayas practicando, ¿de acuerdo?
—De... depende... ¿A qué clase de obstáculos —murmuré la palabra con temor— te refieres?
La siguiente media hora fue un ir y venir de éteres. Tardé en acostumbrarme a combinar Magneto y Electro más de lo que esperaba, pero no dio muy malos resultados hasta que Fátima empezó a alejar la madera. Y a invocar a Ondina para que me molestara. Y a vendarme los ojos y hacerme atacar a ciegas, lo cual debió resultarle especialmente gracioso, porque no podía ver por dónde venían. Cabía decir que, por si fuera poco, los tacos eran pequeños y mi puntería dejaba bastante que desear todavía, por lo que ella también tuvo su trabajo asegurándose de que no prendía fuego a nada.
Cuando al final ya no podía ni arrastrarlos un poco hacia mí, levanté los brazos en señal de rendición.
—Creo que ya vale por ahora —convino Fátima.
Acepté la bebida y me la puse en la frente. Sentía que me ardía la cabeza —¿agujetas mentales?— y, agradecida por el descanso, me senté en el suelo.
—Sé sincera, ¿me ves muy mal? —Lo cierto era que no sabía qué pensar. Quizás había ido mejor que algunas otras prácticas en Bastión Hueco, donde me ponía incluso más nerviosa bajo la mirada de Ryota o de Nanashi. Y eso era mucho. Tenía gracia que fuese una Maestra de Tierra de Partida con quien entrenara más cómoda.
—¿Por qué te da tanto miedo usar la magia? —preguntó Fátima al rato—. ¿Es por algo de tu mundo original?
—En realidad no. —Medité mientras tomaba un sorbo. ¿Cómo explicarlo..? La magia siempre se me había hecho algo grande, demasiado fuera de mi alcance. Demasiado imposible—. A ver, sé que Dios dice que los hechiceros son todos malvados y van a ir al infierno, pero no creo que los Portadores sean por eso malas personas. La magia hace cosas realmente bonitas. Y tampoco es que tengamos la opción de ir al Cielo, para empezar, ¿verdad?
Reí entre dientes, sin humor.
—No sé. Supongo que lo que me preocupa es que se me vaya de las manos o haga daño a alguien. O hacerlo mal, en general. ¿A ti nunca te ha pasado?
Esperaba que, de ser así, me contara cómo superarlo. Era evidente que me hacía falta.
—Oye, y... ¿Las clases en Tierra de Partida son siempre así? En Bastión Hueco nos hacen aprender primero toda la teoría y luego practicamos contra otros Aprendices. Al acabar es cuando nos dicen qué hemos hecho mal, en qué momento y todo eso.
»Bueno, menos con Ariasu. Con ella nunca se sabe qué va a pasar.