[La Cité des Cloches] Simpatía por el Diablo

Encuentro entre Fátima y Saito

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[La Cité des Cloches] Simpatía por el Diablo

Notapor H.S Sora » Sab Nov 12, 2016 12:54 am

Spoiler: Mostrar
Cronología:
Saito: La Leyenda del Rey Salomón/La Amenaza Djinn > Este encuentro > Espinas Negras
Fátima: Encuentro At the Beginning > Este encuentro


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Lo de tener una misión sin incidencias… estaba muy, pero que muy sobrevalorado. ¿Tenía algo en la cara que dijese “soy sospechoso de todo lo que creáis y mucho más”?

¡Alto! ¡Detened a estos sospechosos!

—¡Lo ordena la guardia!

Porque lo parecía.

¿Y qué habíamos hecho de malo? Pues nada. Hablar con los gitanos… ¡qué delito tan abismal! Mientras pisaba uno de los charcos que se habían formado en sus calles, no pude evitar sentir cierta nostalgia por haber vuelto a la Cité. Nos estuviesen o no persiguiendo, me parecía uno de los mundos más hermosos que había visitado jamás. Me traía sin cuidado su falta de tecnología, los edificios tan hermosos y la dulzura que se respiraba en el ambiente eran suficientes como para encandilarme y compensarlo.

Aunque dicho sea de paso, en temas de justicia París tampoco era el mundo más evolucionado. Sólo había que ver los prejuicios que tenían contra los gitanos, casi tantos como Tierra de Partida hacia Bastión Hueco. Ignoraba por qué todavía no habían quemado Aprendices de nuestro bando, y dudaba que comentárselo a la Maestra que tenía al lado fuese una buena idea.

Fátima Laforet…

La había conocido antes de que llegara a ser Maestra, pero nuestro contacto más directo y reciente se había dado en una misión de Agrabah. No tenía una opinión de ella más allá que la que tenía de la mayoría de aquellos traidores. Aunque en este caso también me preguntaba acerca de la edad que tendría. Parecía tan joven a pesar de la ropa que llevaba, no podía ser mucho mayor que yo...

...Y ya es Maestra.

Noté como tiraba de mí con brusquedad; era mucho más rápida que yo y en el rato que llevábamos huyendo había tenido que adaptarse a mi ritmo. Yo era su guía al fin y al cabo, no podía perderme de vista así como así.

Por aquí —susurré segundos después, mientras la hacía virar en dirección a una callejón que acabó dando a la nada.

No había salida.

Me alarmé, no había nada salvo montones de basura. Se oían los pasos de nuestros perseguidores y sin otro plan en mente le señalé lo único que podíamos hacer: escondernos taparnos con aquellos desechos que habían por allí amontonados. Si la Maestra no tenía ningún otro plan, era lo único que se me ocurría.

Arrugué la nariz ante el mal olor. Estaba seguro de que a Fátima no le haría tampoco demasiada gracia, pero era eso o responder delante de esos guardias. Y usar magia a plena vista de todo el mundo quedaba descartado y no había que olvidar que iban armados después de todo.

Estábamos bien camuflados para cuando se presentaron en el callejón. Uno se quedó atrás, el más gordo y que llevaba una lanza; el otro, más escuálido y con bigote, se acercó enseñando una fila de dientes amarillos mientras desenvainaba la espada.

Parecían impacientes por encontrarnos, y estaban seguros de que nos escondíamos por algún recoveco de aquel callejón.

El del bigote se acercaba peligrosamente al montón de basura en la que nos camuflábamos y a pesar de que de lejos podríamos pasar desapercibidos, de cerca no sería difícil vernos. Tenía que hacer algo, cualquier cosa antes que entablar combate. Miré a la Maestra y luego al gordo que seguía vigilando la única salida. Apunté con discreción mi mano en dirección a este último.

Concentré la magia que pude con tan poco tiempo y me la jugué a una nueva habilidad que había tratado de desarrollar en los últimos días. Una que iba más allá de mi propia afinidad de Oscuridad, tocando de esta manera un terreno desconocido: el de la Ilusión.

Mareridt.

El guardia de pronto gritó a su compañero.

—¡Zopenco, los acabo de ver pasando la calle de enfrente, date prisa o los perderemos!

El otro parecía sorprendido, pero no replicó y ambos salieron de allí.

Esbocé una sonrisa torcida a Fátima, contento de haber resuelto la situación sin llegar a las manos como siempre me sucedía.

Bastión Hueco 1, Tierra de Partida 0.

Aunque estando cubiertos de mierda, quizá podría considerarse un empate.
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Re: [La Cité des Cloches] Simpatía por el Diablo

Notapor Suzume Mizuno » Sab Nov 12, 2016 1:02 am

Por aquí

Fátima, que llevaba cogido a Saito en un intento de correr más rápido, se dejó arrastrar hacia un callejón mientras miraba hacia atrás con las mandíbulas muy apretadas.

Luego joven de Bastión Hueco frenó secamente y Fátima protestó… Hasta que vio por qué lo había hecho. Estaban en un callejón sin salida.

Chasqueó la lengua y se planteó si usar su hechizo de Niebla les serviría para escaquearse de sus perseguidores. Entonces Saito señaló hacia un lugar concreto. Fátima hizo una mueca al ver que era basura. ¿En serio…? Pero el muchacho ya estaba ocultándose ahí y las pisadas estaban cada vez más y más cerca. Con un pequeño resoplido, Fátima se ocultó detrás de unas maderas y se apresuró a ocultarse con una tela que, dios, seguro que estaba llena de pulgas y varias cosas más encima.

Aguantó la respiración y escuchó cómo se acercaban los hombres, sin llegar a verlos por miedo a que se moviera su tapadera. Contuvo el aliento cuando las pisadas se acercaron demasiado y se preguntó qué sería mas inteligente, si levantarse ahora e intentar dejarlo inconsciente o si seguir esperando y…

—¡Zopenco, los acabo de ver pasando la calle de enfrente, date prisa o los perderemos!

«¿Qué?»

Pensó que era una trampa. Sí, era lo lógico. Se estaban alejando para intentar hacerlos salir. Fátima se obligó a mantenerse inmóvil, aunque empezaba a sentir cierta picazón que la estaba poniendo histérica. ¡No había escapado de las pulgas de Atlántica para meterse ella de cabeza una vez más! Esperó un poco, pero no volvían. Con mucho cuidado asomó la cabeza y se encontró con la sonrisa retorcida de Saito. De pronto empezó a comprender.

¿Has sido tú? ¿Con… alguna ilusión?

Apartó con brusquedad la basura y se sacudió la ropa. No es que fuera la más bonita del mundo —por suerte, era de hombre— pero le tocaba mucho la moral no llevar ni un día entero en París y que ya estuviera tan sucia. Se pasó los dedos por el pelo y se aseguró de que no quedaba nada enredado.

Ha sido inteligente. Aunque la próxima vez podrías hacerlo antes de que tengamos que meternos en basura.—Le sonrió de lado, no muy segura de si se iba a tomar mal aquel comentario porque Saito era bastante hostil a Tiera de Partida. Tenía la sensación de que, si no se le lanzaba al cuello, se debía a que ahora era Maestra—. Supongo que ahora será imposible volver a encontrar a los gitanos, ¿verdad?—masculló, sacudiéndose los pantalones.

Y mira que había costado que quisieran hablar con ellos. En el momento en que se veía que no querían comprar o dar dinero a cambio de verles bailar o tocar un instrumento, perdían todo el interés.

Claro que era normal. Debían estar hartos de que los consideraran sospechosos de aquella plaga que se estaba extendiendo. Fátima se acercó a la salida del callejón, echó un vistazo a ambos lados y le indicó a Saito que tenían vía libre. Se alejaron rápidamente de la zona, no fueran a toparse de nuevo con los guardias.

¿Quieres comer algo? Invito yo. Podemos pensar cómo acercarnos a ellos mientras tanto.

Encontrar una posada no era muy difícil. Lo sorprendente era que todavía hubiera mucha gente en ellas a pesar de toda la gente que había huido al campo, ya no solo escapando de la enfermedad, sino de los rumores de quema de brujas. Fátima sintió que se le cerraba el estómago al pensarlo. Tenían que encontrar al responsable de aquella «plaga» cuanto antes y evitar que los parisinos empezaran a matarse unos a otros. Como si no fuera suficiente con esa enfermedad.

Cuando se sentaron en una sucia mesa y Fátima pidió al posadero una comida ligera —no quería arriesgarse demasiado, no fuera a coger una indigestión—, se encaró a Saito y murmuró:

Antes de que nos vieran los guardias, parecía que nos fueran a decir algo de unos demonios, ¿verdad? Imagino que serán los Sincorazón…

El problema era que todavía no les habían dicho la localización.

Contuvo un resoplido. Cuando decidió hacer aquella misión, ya se imaginaba que iba a ser dura, pero no había contado con que la ciudad tuviera tantos problemas internos que fueran a dificultarle la investigación.
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Re: [La Cité des Cloches] Simpatía por el Diablo

Notapor H.S Sora » Sab Nov 12, 2016 1:07 am

¿Has sido tú? ¿Con… alguna ilusión?

Asentí, tratando de mostrar un porte orgulloso cuando en realidad me temblaban las piernas, todavía ocultas bajo la montaña de basura: apenas había desarrollado la técnica, y de haberme equivocado o haber plasmado una ilusión distinta, las cosas podrían habernos salido muy mal.

Pero lo había conseguido, y era lo que contaba.

Me puse en pie e imité a Fátima que también se estaba sacudiendo la ropa. En un principio me había extrañado ver a la Maestra de Tierra de Partida con ropa de hombre, y no pude evitar pensar con una mueca de tristeza en las cosas que Celeste me había contado de la Cité. Normal que quisiese pasar desapercibida, cuanto menos llamásemos la atención tanto mejor.

Ha sido inteligente.

Gracias. —Me limité a decir, mientras acababa de sacarme la suciedad de encima. Suspiré, imaginando que necesitaría más de una ducha al volver al Bastión.

Aunque la próxima vez podrías hacerlo antes de que tengamos que meternos en basura.

Miré de reojo a Fátima. No debía perder los estribos antes de tiempo: ella sonreía, así que debía estar bromeando. Suspiré. La presencia de Tierra de Partida en Bastión Hueco y la extraña tregua que manteníamos seguía sin hacerme ninguna gracia. Pero a pesar de eso, su compañía no me era tan insoportable como la de, por ejemplo, dos de sus miembros. Porque me había dicho a mi mismo desde el inicio de la misión que quizá pudiese aprender algo de ella.

Porque a diferencia de la mayoría de los Aprendices, Fátima Laforet ya era una Maestra. No podía enfrentarme a ella como a cualquiera de los demás que ya conocía, porque estaba muy seguro de que podría darme una paliza si se lo proponía. Una que me costaría de olvidar.

Supongo que ahora será imposible volver a encontrar a los gitanos, ¿verdad?

Estoy seguro de que habrán huido, aunque sea para evitar que los guardias que nos perseguían vuelvan a por ellos.

Me recosté contra una de las paredes más limpias del callejón, tratando de pensar algún otro sitio en el que encontrar gitanos. Gitanos que, a ser posible, pudiesen ofrecernos algún tipo de información útil sobre la plaga que azotaba La Cité con tanta fuerza que ambos bandos habían decidido investigar.

Me recordó al caso de la gran tormenta que se había producido en Agrabah: muchos muertos y las peores consecuencias se las llevaba siempre la clase más baja. Puse los ojos en blanco, tantos mundos y parecía que la mayoría se regía por el mismo miedo a lo desconocido. Cuando no sabían a quién culpar, siempre buscaban a los más indefensos.

Suspiré y seguí a Fátima por las calles de París después de que esta se asegurase de que los guardias no nos seguían. Me permití sonreír para mis adentros: a estas alturas ya se habrían preguntado dónde nos habrían perdido. Pero era demasiado tarde, habían perseguido fantasmas todo el tiempo.

¿Quieres comer algo? Invito yo. Podemos pensar cómo acercarnos a ellos mientras tanto.

Bien, pero yo me pago lo mío. Me lo puedo permitir. —Aún tenía ahorros, y algo dentro de mí gritaba que mejor morirse de hambre que ceder a la caridad de Tierra de Partida.

La seguí hasta una de las posadas, curioso al ver que a pesar de todo la gente seguía como si nada. Al menos en su interior, fuera de ellas en la Cité todo parecía desmoronarse: más violencia de la habitual, redadas constantes, y un rumor bastante extendido acerca de la quema de brujas. Aquel era el resultado de la plaga, una enfermedad que además de los muertos que se llevaba, revolucionaba París hasta un punto como ese.

Arrugué la nariz y no pude evitar estornudar ante el polvo. Sí, me había metido de manera literal en la basura de la ciudad y un poco de suciedad era lo que me molestaba; meneé la cabeza mientras pedía lo mismo que mi compañera de misión.

Antes de que nos vieran los guardias, parecía que nos fueran a decir algo de unos demonios, ¿verdad? Imagino que serán los Sincorazón…

¿Pero qué clase de Sincorazón podría hacer algo así? Está diezmando la población… y no solo eso: los parisinos parecen más hostiles que de costumbre.

Callé al ver que traían la comida. El camarero no parecía demasiado encantado con nuestra presencia y observé nuestro alrededor para descubrir que éramos el centro de algunas miradas poco discretas. ¿Habría allí algunos de los gitanos que habíamos intentado interrogar?

Parece que han corrido la voz de nuestras preguntas —comenté, cuchara en mano mientras le hacía una discreta señal—. La cosa no parecía tan difícil esta mañana, ¿eh?

Cerré los ojos por un momento, y al abrirlos me pareció estar en Bastión Hueco de nuevo.

***


Tiene que ser una broma… ¿verdad?

El Maestro Ryota me había mandado una nota explicando que necesitaba que fuese como guía para una misión muy importante en la Cité. Yo, encantado de la vida de que quisiese contar conmigo para un asunto así, me dirigí de inmediato al sitio al que me había citado, las afueras del Bastión.

Mi cara de estupefacción tuvo que hacérsele evidente a Fátima Laforet, que esperaba allí también. Pensé que quizá tenía alguna reunión con alguno de los Maestros, o que buscaba a alguien en concreto, por lo que no le di más importancia.

Esto… —Me limité a llamar su atención—. ¿Buscas a algún Maestro? Los puedes encontrar en la Sala del Trono.

Ojalá me hubiese callado la boca. No tenía ni la menor idea de lo que acababa de hacer.
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Re: [La Cité des Cloches] Simpatía por el Diablo

Notapor Suzume Mizuno » Sab Nov 12, 2016 1:12 am

¿Pero qué clase de Sincorazón podría hacer algo así? Está diezmando la población… y no solo eso: los parisinos parecen más hostiles que de costumbre.

Fátima no pudo menos que darle la razón, y más cuando les trajeron la comida. No necesitaba mirar atentamente a su alrededor para darse cuenta de cómo los miraban.

Parece que han corrido la voz de nuestras preguntas —señaló Saito—. La cosa no parecía tan difícil esta mañana, ¿eh?

Ya…

Fátima sólo esperaba que no los denunciaran antes de que pudieran terminar la comida.

*



Desde que Celeste le hablara de La Cité, Fátima le había prestado más y más atención al mundo, que parecía sumido en una importante crisis. Hablando con Lyn, les habían llegado noticias de una especie de peste que se estaba extendiendo por la ciudad. Al principio no les llamó la atención, más allá de que suponía una desgracia. En mundos no muy adelantados cosas así eran el pan de ciertas décadas. El problema fue cuando un moguri les informó de que no quedaban cuerpos que enterrar cuando alguien caía enfermo.

Fátima decidió ir a investigar. Pero Lyn, que conocía más o menos aquel mundo, estaba ocupada. Según le comentó la otra persona que conocía París era Ryota. Le sugirió que le pidiera consejo.

Un poco en vilo, Fátima le informó de la situación por carta —la reescribió cuatro veces, sin saber bien con qué tono debería dirigirse a él— y al poco recibió una respuesta. Ryota en persona no podía guiarla, pero sí le decía que le había indicado a uno de sus aprendices que acudiera a hacerle las veces de guía por el mundo. Hasta le marcó el lugar donde podían encontrarse. En Bastión Hueco, por supuesto.

Cruzando los dedos para que se tratara de Celeste —que, al fin y al cabo, era una nativa— aunque no sabía si sería demasiado cruel obligarla a volver a su mundo cuando se estaba sufriendo esa clase de desgracia, abrió un Portal de Luz para llegar pronto después de vestirse con trajes de hombre que la ayudaran a disimular más su presencia en París.

Se quedó allí esperando un rato, contemplado la ominosa forma del castillo con el ceño fruncido. ¿Quién querría vivir ahí dentro…? Recordó con una punzada de dolor que, la primera vez que había acudido a aquel mundo, fue en un desastroso accidente con Ivan. Parecía que hubiera sido hacía mil años.

Escuchó unas pisadas y se volvió con cierta incertidumbre. Por suerte, consiguió no mostrarse demasiado decepcionada cuando reconoció a Saito, con quien había estado en la anterior misión en Agrabah. Él, por el contrario, parecía realmente sorprendido de verla ahí.

Esto… ¿Buscas a algún Maestro? Los puedes encontrar en la Sala del Trono.

No. El Maestro Ryota me pidió que esperara aquí al guía que me va a llevar a la Cité. Por casualidad… ¿Eres tú?

«Di que no, di que no, di que no

Pero, por supuesto, era él. Se contuvo para no poner los ojos en blanco. Por supuesto, Ryota había tenido que darle a uno de los aprendices —¿o ya era caballero?— que más desdén sentía por Tierra de Partida.

Te agradezco de antemano que me ayudes con esto, estoy segura de que sin ti no podría hacer casi nada en París. ¿Te ha informado Ryota de la situación?—intentó poner un tono amable en todo momento. No podía empezar con mal pie—. En cualquier caso tendríamos que marcharnos cuanto antes. La situación es bastante mala en la Cité.

Esperó un momento. Daba la impresión de que Saito había venido preparado. Bueno, al menos no perderían tiempo.
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Re: [La Cité des Cloches] Simpatía por el Diablo

Notapor H.S Sora » Sab Nov 12, 2016 1:16 am

No. El Maestro Ryota me pidió que esperara aquí al guía que me va a llevar a la Cité. Por casualidad… ¿Eres tú?

¿Una encerrona? El Maestro Ryota no me había dicho nada de ir con alguien de Tierra de Partida. Si bien era cierto que tampoco me había dicho que sería él mismo quien me acompañase...

Tenía que evitar irme con ella fuera como fuese. Inventar una excusa parecía lo más razonable.

Verás yo...—Me frené en seco.

¿Y si era una prueba por parte del Maestro?

Estaba seguro de que sabía acerca de mis sentimientos hacia el otro bando. No era como si me molestase en ocultarlos lo más mínimo. Quizá fueran paranoias mías y Ryota tan sólo estuviese actuando de manera benevolente para ayudar a Tierra de Partida, pero en cualquier caso negarme ahora sería fallarle a él.

Y si de verdad se trataba de una misión importante… No, debía demostrar que merecía ser tenido en cuenta para asuntos como ese. No me quedaba tanto para conseguir el rango oficial de Caballero, después de todo.

Sí, seré tu guía para la misión.

¿Me arrepentiría? Ya empezaba a hacerlo.

Te agradezco de antemano que me ayudes con esto, estoy segura de que sin ti no podría hacer casi nada en París. ¿Te ha informado Ryota de la situación? En cualquier caso tendríamos que marcharnos cuanto antes. La situación es bastante mala en la Cité.

Me rasqué la nunca, sin saber muy bien cómo sonsacarle la información que me faltaba a Fátima.

El Maestro Ryota me informó de que algo terrible sucedía en la Cité, y de que necesitaría ayuda. Supongo que estará relacionado con los Sincorazón... Se trata de eso, ¿no?

Esperé a que me contase lo necesario e indicase cómo quería que nos marchásemos: ya fuese por un Portal de Luz o en Glider, lo que la Maestra quisiese. La Cité nos esperaba.

***


Seguía tal y como la recordaba: trágica y hermosa. Más o menos como la Ópera... Evocar los sucesos de aquella noche me desorientó durante unos minutos. Tenía la sensación de que volvería a ver a Elizabeth en cualquier momento, su figura y su melódica voz parecían estar al acecho de cada esquina.

Fátima tuvo que llamarme la atención para que me espabilase y dejase de vagar sin rumbo fijo.

Estaba reorientándome —mentí, mientras me llevaba la mano al mentón—. Ya sé por dónde podríamos empezar.

Llevé a Fátima hasta la plazoleta en la que había estado el día del Festival de los Bufones. Si bien no había tanta gente como en ese día, todavía quedaban mercaderes y algunos vendedores... y gitanos.

Y es que si necesitábamos encontrar gente dispuesta a colaborar con nosotros, ¿quién mejor que ellos? Eran los más salpicados por el asunto, sin contar al resto de miembros de la clase baja.

Le hice una señal a la Maestra de Tierra de Partida al divisar a un muchacho joven —¿de nuestra edad quizá?— que tocaba un curioso instrumento. Había algunas personas a su alrededor, la música las ensimismaba y no se podría decir que el joven lo hiciese mal. Nos acercamos con cautela, formando parte del silencioso público. Al terminar la canción, esperó las donativas de los presentes y nos dirigió una mirada de recelo al ver que no pagábamos.

¿Y bien? —Su acento era igual de peculiar que el que había tenido Celeste.

Le dejé a Fátima el turno de preguntas. Yo no estaba demasiado seguro de por dónde empezar, y quería asegurarme de no meter la pata el primero.
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Re: [La Cité des Cloches] Simpatía por el Diablo

Notapor Suzume Mizuno » Sab Nov 12, 2016 1:21 am

El Maestro Ryota me informó de que algo terrible sucedía en la Cité, y de que necesitaría ayuda. Supongo que estará relacionado con los Sincorazón... Se trata de eso, ¿no?

Fátima se quedó mirándolo un momento y comprendió que Ryota no le había explicado qué ocurría en la Cité.

Eso creemos.

Y le habló de la supuesta plaga y de cómo desaparecían los cuerpos. Si detrás no había un Sincorazón, no se le ocurría qué otra cosa podía ser. Esperó por si Saito tenía ninguna pregunta pero, o no quería hacérsela a ella, o todo le había quedado claro. Respirando hondo abrió un Portal de Luz y se echó a un lado para que pasara primero. Le esperaba un largo, largo día.

*


Llegar desde fuera a París no era tan impresionante como había esperado, aunque sus murallas eran muy altas e incluso desde las puertas era posible ver los picos de la famosa catedral de la que tanto había escuchado hablar. Arrugó la nariz cuando la vaharada de mal olor la alcanzó al cruzar los muros, pero se dijo que se acostumbraría pronto. En seguida se dio cuenta de que había algo mal. Las grandes ciudades estaban llenas de gente hostil, pero no hasta ese punto. Casi nadie estaba intentando entrar en la ciudad y sus ropas limpias sin duda llamaron la atención. Había muchísimas patrullas de guardias.

De pronto se dio cuenta de que estaba andando sola, frenó y tuvo que volver a por Saito, que parecía algo perdido.

¿Saito?

Estaba reorientándome —dijo él—. Ya sé por dónde podríamos empezar.

Mientras Saito guiaba a Fátima, ella se fijó en los pocos comercios que había abiertos, en cómo había hombres que se cubrían el rostro con máscaras de pájaro escalofriantes. Llegaron a una plazoleta donde había unos pocos comerciantes pero Saito no se centró en ellos. En su lugar le hizo una señal y la llevó hasta un muchacho a todas luces gitano que tocaba para un pequeño grupo de gente.

Una vez terminó, esperó para recibir su paga y en seguida les dirigió una mirada recelosa.

¿Y bien?

Saito no hizo nada y Fátima no pudo menos que torcer la boca. ¿Así que esas iban a tener el resto del día? En cualquier caso, no protestó. Tenía bastante dinero gracias a todas las misiones que había realizado. Hizo un cálculo mental y sacó cien platines. El chico abrió los ojos, ahora más interesado.

Tengo otros cien si nos echas una mano—dijo Fátima con tranquilidad, aunque por dentro le latía fuerte el corazón. No estaba del todo acostumbrada a ese tipo de cosas—. Queremos hablar de la plaga.—Vio cómo él se echaba atrás y miraba, nervioso, a los lados—. Su madre está enferma—dijo, haciendo un gesto hacia Saito—, sabemos que no se ha encontrado una cura. Al menos de momento. Pero creemos que hay algo extraño que no nos están diciendo y el rey no va a hacer nada otra vez, ¿verdad? Sólo echaros la culpa otra vez.

Qué amable por tu parte preocuparte por nosotros—dijo él con burla, comprobando que los platines eran verdaderos—. ¿Y cómo sé que puedo fiarme de vosotros dos?

Fátima miró de reojo a Saito.

Llévanos a donde te sientas cómodo. Sólo queremos saber dónde tenemos que buscar.

El chico pareció que fuera a negarse, pero luego contó de nuevo el dinero y se lo pensó dos veces. Se levantó con un movimiento ágil y sonrió de medio lado.

De acuerdo, pero puedes que tengas que soltar mucho la bolsa.

Fátima se limitó a sonreír con ambigüedad. No iba a decirle cuánto dinero llevaba encima. Pero, por si acaso, se guardó el monedero con un llamativo movimiento dentro del jubón. Si quería birlárselo, iba a tener que ser imaginativo. Echó a andar detrás de él y le murmuró a Saito:

Luego tendrás que ayudarme a fingir que tienes a tu madre enferma.

Solo esperaba que no intentaran llevarlos a ningún callejón oscuro. Si tenía que pelear, lo haría, pero a cada minuto que perdían podía morir una persona más. Ojalá consiguieran sonsacar algo útil.
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Re: [La Cité des Cloches] Simpatía por el Diablo

Notapor H.S Sora » Sab Nov 12, 2016 1:31 am

El tintineo de platines pareció interesar al joven, sobre todo por la cantidad que Fátima le había mostrado, y ahora nos miraba con cierto interés.

Tengo otros cien si nos echas una mano —Por dentro aplaudí la estrategia de la Maestra. ¿Estaría Tierra de Partida acostumbrada a los chanchullos de ese tipo? Seguro que sí—. Queremos hablar de la plaga.

El joven se tiró hacia atrás, y me pareció que echaría a correr de un momento a otro con las monedas que Fátima le había dado. Escrutaba también a su alrededor, como si quisiera asegurarse de que nadie que no debía se hubiese enterado; al echar un vistazo para atrás, confirmé que el resto de espectadores se había ido. Quizá no querían oír hablar de la plaga, o quizá se habían cansado de no escuchar música.

Lo hemos perdido.

»Su madre está enferma, sabemos que no se ha encontrado una cura. Al menos de momento. Pero creemos que hay algo extraño que no nos están diciendo y el rey no va a hacer nada otra vez, ¿verdad? Sólo echaros la culpa otra vez.

Qué amable por tu parte preocuparte por nosotros. ¿Y cómo sé que puedo fiarme de vosotros dos?

No se había ido, cuando podía haberse perdido con las monedas en cualquier rincón desconocido de la ciudad, así que tenía que ser una maldita señal. Suspiré para mis adentros: en el peor de los casos sería un músico ambicioso que lejos de darnos información, sólo nos sacaría el dinero —bueno, a Fátima mejor dicho— y pretendería irse de rositas. Lástima que no tuviésemos tiempo para tonterías de semejante nivel, la gente se moría. Guardias, gitanos, mercaderes, eclesiásticos... todos caían en mayor o menor medida.

Y no había tiempo para perder.

Por favor, ella está grave... ¿por qué te pagaríamos si no fuésemos de fiar? La guardia usa métodos mucho menos sutiles y denigrantes cuando quiere algo.

Llévanos a donde te sientas cómodo —añadió la Maestra de Tierra de Partida—. Sólo queremos saber dónde tenemos que buscar.

De acuerdo, pero puede que tengas que soltar mucho la bolsa.

Miré a un lado, incómodo, porque ella tuviese que seguir pagando. ¿No le había dado ya suficiente dinero? ¿Acaso esperaba hacerse de oro con aquel chantaje? Aunque no me preocupara la situación económica de los miembros de Tierra de Partida, no me gustaba como estaban yendo las cosas. El gitano emprendió la marcha, y no tuvimos más remedio que seguirle.

Apenas noté el susurro de Fátima.

Luego tendrás que ayudarme a fingir que tienes a tu madre enferma.

Dalo por hecho —comenté en el mismo tono de voz—... pero hay algo que no me gusta de todo esto.

Me abstuve de comentar que no tenía madre —o eso creía, ya que nunca recordaba haber tenido una— ya que era un dato que como llegase a los oídos del muchacho podríamos tener problemas. Traté de concentrarme en el camino que seguíamos, y tarde un rato en comprender que nos alejábamos de cualquier puesto comercial.

Miré el entorno con desconfianza, sin saber en que zona de la Cité estábamos. Habíamos torcido en los callejones de una manera muy peculiar, casi con un patrón: izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda, izquierda, derecha, derecha. Intercambié una mirada con Fátima, cuando llegamos a… un callejón sin salida.

¿Y bien?

Los secuaces de Frollo aparecéis con cada vez más frecuencia —siseó, pronunciando el nombre con una mezcla de ira y asco— ¿Os pensabais que con unas cuantas monedas nos engañaríais? Parece que habrá que mandarle un mensaje

¿Qué estás diciendo? ¡Sólo quiero ayudar a mi madre!

No había acabado de terminar cuando alguien me empujó contra la pared. Era mucho más corpulento que yo, y retorció con fuerza uno de mis brazos contra mi espalda; esa situación me era familiar, recordaba vagamente como una gitana me había puesto en jaque de aquella manera en otro de los muchos callejones de la Cité.

Si le dejaba ponerme un arma en la garganta era hombre muerto. Al ver la sombra de un filo, no dudé un instante: utilicé mi mano libre para aplastar la suya contra la pared. Pero seguía sin soltar el cuchillo, por lo que me permití conjurar un Electro que le arrancó una maldición y su herramienta de los dedos.

Me retiré entonces con violencia hacia atrás asestándole un cabezazo que tuvo que dolerme más a mí que a él, pero que sirvió para que pudiese escaparme de aquella situación. Cogí el cuchillo, a tiempo de ver como mi agresor, un hombre de la misma edad que el otro y de piel morena y cabello rizado, se retiraba hasta el joven músico con la nariz sangrando.

Lo mismo pasó con su compinche, que estaba en peor estado, ya que había decidido atacar a nada más y nada menos que a una Maestra. Y me llamaban a mí inconsciente.

Devolvednos el dinero —comenté con voz queda mientras arrojaba el cuchillo en dirección a un tejado cercano—. No queríamos problemas, sólo ayuda. Pero la buscaremos en otra parte.

No será necesario.

Me giré a tiempo de ver a un hombre mayor. Su aspecto no era imponente ya que no parecía estar demasiado en forma y lo único que destacaban eran unos ojos claros llenos de arrugas y el mismo tono de piel que caracterizaba a los gitanos. Pero su presencia bastó para que los otros chicos se removieran en el sitio.

Lamento que mis chicos hayan tratado mal a dos jóvenes sin malas intenciones, pero deben entender también los acosos por los que estamos pasando últimamente.

»Mi nombre es Joel e intentaré ayudaros con lo que sea que os haya traído hasta aquí.

No parecía un mal hombre, al fin y al cabo. Y como Fátima había sido la que había pagado antes pues decidí implicarme un poco más en la misión y preguntarle yo en esta ocasión. Esperaba que el desconocido fuese más cortés que el otro chico.

Mi madre está enferma, sabemos que no hay una cura todavía pero… —dejé un momento de duda en el aire—. Se oyen rumores, pero nadie se atreve a hablar de ellos. Con saber por dónde empezar a buscar nos conformamos.

»O con cualquier cosa que pueda ayudarme a salvar su vida.

Miré a Fátima, no muy seguro de lo que acababa de hacer. En el peor de los casos, siempre podíamos huir en dirección a lo desconocido.
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Re: [La Cité des Cloches] Simpatía por el Diablo

Notapor Suzume Mizuno » Sab Nov 12, 2016 1:33 am

Dalo por hecho... pero hay algo que no me gusta de todo esto.

Fátima no contestó, pero hizo un pequeño asentimiento. Suponía que se estaban metiendo en un problema, pero no tenían muchas opciones. No se molestó en intentar recordar el camino; estaba claro que si querían hacer que se perdieran, lo iban a conseguir. Suponía que la calmaba un poco saber que podía abrir un Portal de Luz en cualquier momento.

No terminó de sorprenderla cuando llegaron a un callejón sin salida, pero se puso rápidamente en guardia y le dio la espalda al muchacho para ver si alguien se acercaba por la boca de la misma.

Eran tan silenciosos que no tuvo tiempo de reaccionar. ¿Cuándo se habían acercado tanto?

¿Qué estás diciendo? ¡Sólo quiero ayudar a mi madre!

¡Sa…!

Un hombre enorme fue a por Saito mientras que el otro, más delgado y veloz, fue tras ella. Fátima esquivó un cuchillo y —dio gracias a Lyn por todos sus entrenamientos— golpeó su muñeca con suavidad. No se necesitaba mucho más para desviar una mano. Usar más fuerza sería absurdo. Luego cerró los dedos alrededor de su brazo y asestó un rodillazo en su estómago. Acto seguido no tuvo más que aprovechar su impulso y hacerle una llave. Sin soltarle el brazo, aprovechó para aplastar un pie contra su cuello y mantenerlo así inmovilizado.

Comprobó, con alivio, que Saito había conseguido ocuparse de su enemigo.

Devolvednos el dinero —exigió, arrojando a un lado un cuchillo que debía haberle arrebatado a uno de sus asaltantes—. No queríamos problemas, sólo ayuda. Pero la buscaremos en otra parte.

No será necesario.

Fátima vio cómo se acercaba un anciano, sin duda gitano, por la boca del callejón.

Lamento que mis chicos hayan tratado mal a dos jóvenes sin malas intenciones, pero deben entender también los acosos por los que estamos pasando últimamente.Mi nombre es Joel e intentaré ayudaros con lo que sea que os haya traído hasta aquí.

Fátima valoró la situación. El hombre podía estar viniendo a rescatar a los más jóvenes, pero entonces, teniendo en cuenta que sólo eran dos, podría haber traído consigo a una pequeña tropa de defensores… A menos que estuviera solo, claro. Pero por las miradas de resentimiento que le lanzaban los otros gitanos. Con un resoplido, soltó la mano del chico al que sujetaba todavía y lo dejó marchar.

Mi madre está enferma, sabemos que no hay una cura todavía pero… —dijo Saito y Fátima no pudo menos que alegrarse de que se implicara un poco más—. Se oyen rumores, pero nadie se atreve a hablar de ellos. Con saber por dónde empezar a buscar nos conformamos.O con cualquier cosa que pueda ayudarme a salvar su vida.

Le sorprendió que la mirara con algo de inseguridad. Fátima asintió con ligereza. Sí, estaba bien.

El anciano se mesó la barba, chasqueó la lengua y dijo:

No arriesgaré todavía más nuestras vidas. Sólo puedo deciros que es cosa de la Bestia.

Fátima se adelantó un par de pasos, desconcertada.

¿Quiere decir el Diablo?

¡Esos demonios llevan apareciendo desde hace más de dos años! ¿Qué otra cosa pueden ser?

El corazón le dio un vuelco. Era la confirmación que necesitaban pero con eso no era suficiente.

¿Las víctimas hacen algo para… que las seleccione la Bestia?

No se le escapó lo poco gallitos que estaban ya los hombres más jóvenes. Se mostraban incómodos y miraban en derredor con nerviosismo, como si temieran que los escucharan.

Venden su alma. El primero en caer fue un verdugo. Sin duda, venden su alma a la Bestia. Y después extienden su maldad sin cesar. ¡No diré ni una palabra más!

¡Solo una cosa más, señor, por favor y no volveremos a molestarlo! Necesitamos saber dónde han atacado, quizás encontremos algo que…

Antes de que pudiera terminar de hablar, escucharon un silbido. Maldiciendo, el gitano más grande cogió al anciano como si fuera un fardo y los cuatro salieron disparados del callejón. Poco después, les llegó el clangor de las pisadas de los soldados.

Y les tocó correr a ellos.


****


Tiene que haber víctimas de todo tipo. Si solo fueran gitanos, entonces la gente creería que Dios los está castigando y no estarían tan nerviosos—cuchicheó Fátima con Saito. De pronto se le ocurrió una idea y bajó aún más la voz—. Vayamos al cementerio. Sí, escucha. Aunque no haya cuerpos, habrá tumbas o al menos alguien que sepa de lo que está pasando. Quizás un cura. Si es necesario, si no encontramos nada, siempre podemos ir a la Catedral a intentar sonsacar a algún religioso…

El posadero carraspeó y Fátima, cada vez más nerviosa, apuró su comida.

¿Qué te parece?

Sacó unos platines y los dejó con brusquedad en la mesa. Todavía le molestaba que el gitano se hubiera escapado cuando no les habían dicho nada realmente importante, pero bueno. Lo que importaba era salvar vidas.
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Re: [La Cité des Cloches] Simpatía por el Diablo

Notapor H.S Sora » Sab Nov 12, 2016 1:40 am

No arriesgaré todavía más nuestras vidas. Sólo puedo deciros que es cosa de la Bestia.

Lo miré con recelo. ¿A qué clase de Bestia se refería? ¿Un Sincorazón?

¿Quiere decir el Diablo?

¡Esos demonios llevan apareciendo desde hace más de dos años! ¿Qué otra cosa pueden ser?

Si yo te contara…

Pero me mordí la lengua. Recordaba el Festival de los Bufones donde los Sincorazón habían hecho acto de presencia de nuevo y habían atemorizado aquel mundo tan arraigado a la religión. Pensé con cierta tristeza que aferrarse a Dios era su única esperanza. Al fin y al cabo ¿cómo esperar luchar contra algo así?

Pero para eso estábamos ahí. Si Joel tenía razón y era cosa de los Sincorazón acabaríamos con ellos a toda costa. En ese momento no pude evitar pensar si sabría Celeste la nueva crisis por la que estaba pasando su antiguo hogar.

Desvié la mirada y me fijé en que nuestros atacantes parecían haber perdido toda su agresividad desde que “La Bestia” había sido nombrada. Sus ojos, llenos de odio cuando les habíamos derrotado, ahora estaban inundados por el terror. Algo retorcido, pensé me habría gustado decirles a esos ladrones que existían monstruos aún peores que el demonio.

¿Las víctimas hacen algo para… que las seleccione la Bestia?

Venden su alma. El primero en caer fue un verdugo. Sin duda, venden su alma a la Bestia. Y después extienden su maldad sin cesar. ¡No diré ni una palabra más!

Me quedé pensativo ante esa idea. ¿Podrían los Sincorazón acudir al deseo de las personas a vender su alma? Sonaba absurdo, pero quizá no fuese el deseo en sí lo que llamase su atención. A esos monstruos les encantaban los corazones, algún sentimiento quizá...

¡Solo una cosa más, señor, por favor y no volveremos a molestarlo! Necesitamos saber dónde han atacado, quizás encontremos algo que…

El silbido fue lo que lo empezó todo. Los gitanos se apresuraron a salir de allí como pudieron, y nosotros no corrimos una mejor suerte. Habíamos servido de distracción para ellos, y los guardias parecían mucho más curiosos ante unos extranjeros como nosotros que con ellos. Y por supuesto aparentábamos ser mucho más fáciles de atrapar que una troupe escurridiza como esa.

Pero se equivocaban. Y mucho.

***


Tiene que haber víctimas de todo tipo. Si solo fueran gitanos, entonces la gente creería que Dios los está castigando y no estarían tan nerviosos

Pero ya has oído a Joel, parece que los primeros afectados no se traían nada bueno entre manos. ¿Crees que lo de los tratos es verdad? Quizá llaman sin querer su atención y luego ya es demasiado tarde como para querer arrepentirse...

Vayamos al cementerio.

¿Perdona? —Estuve a punto de escupir la sopa—. No dejan rastro alguno. Por mucho que vayamos a ver las lápidas, las encontraremos vacías.

Sí, escucha. Aunque no haya cuerpos, habrá tumbas o al menos alguien que sepa de lo que está pasando. Quizás un cura. Si es necesario, si no encontramos nada, siempre podemos ir a la Catedral a intentar sonsacar a algún religioso…

Recordé a Armand. ¿Seguiría en la ciudad? De ser así, y si nuestra visita al cementerio no era demasiado fructífera, quizá podríamos ir a hablar con él. Aunque después de lo sucedido la última vez, quizá trataba de mandarme a la hoguera.

¿Qué te parece?

No es mala idea —admití algo a regañadientes—. Aunque espero que los guardias no estén por allí, o lo tendremos difícil.

Al ver que Fátima ya había acabado su comida, me apresuré en terminar y dejar el dinero sobre la mesa. Las miradas que nos dirigían eran cada vez menos amigables e incluso me pareció ver que alguno intentaba escupirnos mientras salíamos del establecimiento.

¿Qué te parece París? —le comenté, para llenar el silencio de camino a nuestro destino—. En el Festival de los Bufones la gente estaba mucho más feliz y tranquila. Bebían, reían, bailaban… poco importaba si eras gitano o guardia.

»Tenemos que detener esta Plaga antes de que sea demasiado tarde.

No quería ver arder el mundo de Celeste. El último mundo que había visitado con Saeko antes de que todo cambiase entre nosotros dos.

***


Hacía un frío antinatural. No pude evitar estremecerme, aunque traté de disimularlo, al ver que las tumbas por las que pasábamos estaban vacías en su mayoría. Había marcas en la tierra, señales que no podían ser de ningún ser humano. Si los Sincorazón estaban detrás de la desaparición de los cuerpos… ¿por qué esperaban a que los enfermos se muriesen?

Un olor putrefacto llamó mi atención y no pude evitar echar a andar en su dirección. Frente a nosotros se hallaba un cuerpo de mujer que empezaba a descomponerse al lado de una fosa común, y tras el aviso de Fátima reculé para no estar en contacto con la enfermedad. Y es que a pesar de tener magias curativas, no estaba demasiado convencido de si funcionarían contra algo así.

Mejor no arriesgarse a comprobarlo.

Mis ojos se posaron más allá y no pude evitar ver a alguien que nos observaba aunque no llegaba a verle con claridad. Alcé la mano en señal de protesta al ver que salía corriendo y no pude evitar comentárselo a Fátima.

¡Creo que era un gitano, si está aquí quizá podamos sacarle más información!

Iba a ir en su busca cuando la atmósfera se enrareció aún más y no pude evitar mirar en derredor para comprobar con amargura como nos habían rodeado. Del cuerpo inerte empezó a flotar un corazón rojo, que fue engullido de inmediato por la Oscuridad. Y así sumaron uno más a sus filas.

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Sus ojos amarillos parecían esperar nuestro primer movimiento. O quizá nuestro primer error.

Creo que lo de la información tendrá que esperar.

Invoqué mi Llave Espada, esperando a que Fátima propusiese un plan o quisiese repartirlos entre los dos. Pero había que darse prisa, porque parecía el sitio idóneo para no dejar de aparecer hasta que nos matasen.
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Re: [La Cité des Cloches] Simpatía por el Diablo

Notapor Suzume Mizuno » Sab Nov 12, 2016 2:00 am

No es mala idea.—Fátima no supo si reírse o poner los ojos en blanco al ver lo mucho que le costaba reconocerlo—. Aunque espero que los guardias no estén por allí, o lo tendremos difícil.

Creo que con tus ilusiones vamos más que apañados.

Si le hubiera importado un poco su dignidad, no habría salido tan deprisa de la posada. Pero le importaba bien poco y, además, necesitaba aire fresco. Así que apretó el paso, ignorando las miradas asesinas, aunque entornó los ojos y fulminó al tipo que intentó escupirles. Si le hubiera llegado a rozar la flema, le habría estampado la cara contra la mesa.

¿Qué te parece París? —preguntó Saito al cabo de un rato, sorprendiéndola. No había esperado que quisiera charlar.

Pues…—Vaciló—. Es sucia. Y triste. También hostil. Pero en muchas partes es hermosa. Me hubiera gustado verla en otro momento.

En el Festival de los Bufones la gente estaba mucho más feliz y tranquila. Bebían, reían, bailaban… poco importaba si eras gitano o guardia.

Lo miró de reojo. ¿Era cosa suya o el hombre de hielo parecía suavizarse al pensar en ese festival? Sonrió para sus adentros, si bien procuró que no se le notara en la cara. Se notaba que era un tema doloroso para él.

Tenemos que detener esta Plaga antes de que sea demasiado tarde.

Fátima lo miró de reojo. Vaya, vaya. No dejaba de sorprenderla. Si hasta tenía corazón.

Lo haremos—le aseguró—. No pienso marcharme de aquí hasta que hayamos encontrado al que está causando todo esto.


***


Fátima se frotó los brazos. Se le había puesto la piel de gallina. Al ver las tumbas vacías había pensado irremediablemente en el Cementerio de Llave Espadas. Cuando ella, cuando Saito, cuando todos sus compañeros murieran, no dejarían ningún cuerpo atrás. Solo una Llave Espada. Esa gente no tenía nada más que un poco de tierra abierta.

Se movía con todo el cuidado que podía para no pisar ninguna tumba y también intentando prestar atención a su alrededor. Pero era difícil distinguir algo en un sitio tan gris y donde todas las lápidas se confundían unas con otras. Arrugó la nariz y se le revolvió la comida en el estómago cuando le llegó el olor a podrido. Se cubrió con una mano y llegaron a una… Una fosa común. Al ver que Saito se acercaba demasiado, espetó:

¡No! Podrían contagiarte algo.

No era experta en medicina pero sí sabía que los cadáveres se enterraban y quemaban por algo más que ahorrarse una visión desagradable.

Captó por el rabillo del ojo un movimiento brusco. Alguien había salido corriendo no muy lejos.

¡Creo que era un gitano, si está aquí quizá podamos sacarle más información!

O podría ser alguien que visitaba a un familiar muerto. Iba a protestar, a decirle a Saito que no se alejara, pero no tuvo tiempo. Fátima ya había materializado su Llave Espada antes de que los sonidos de los Sincorazón se apagaran. Los contó rápidamente. Once.... Todos escurridizos y de un nivel más o menos medio.

Creo que lo de la información tendrá que esperar.

No mucho.—Alzó la mano en la que llevaba el anillo de Ondina y, con un murmullo, la esencia de agua se materializó a su lado—. Ondina se encargará de las Sombras. Yo voy a por los Fantasmas.

Miró a Saito para asegurarse de que no había problema y luego se arrojó contra el que estaba más cerca. Se dispersaron pero Fátima era rápida y arrojó su tessen, que acertó en la cabeza de uno. Se revolvió y rodó antes de que uno pudiera dispararle una bola de fuego y lo cortó en dos con la Llave Espada. A los otros dos los apuntó con hechizos básicos. Hace un año o dos no habría podido destruirlos con tanta facilidad. Pero ahora tenía muchísima más magia.

Se incorporó y respiró hondo. Ondina estaba a punto de terminar con sus propios monstruos y lo mismo se podía decir de Saito. Aun así, no hizo desaparecer a Ondina. Como había dicho Saito, aquel lugar era perfecto para que aparecieran más Sincorazón.

¿Crees que…?

Ondina se puso en guardia y miró hacia el norte. Fátima se encaró en esa dirección y soltó una exclamación de extrañeza.

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En el centro de su pecho había una marca de Sincorazón. Pero nunca había visto uno tan extraño… Los faroles que asomaban de su cuerpo se prendieron con luces fantasmagóricas y, entonces, empezó a disparar.

¡Cuidado!—gritó Fátima, cubriéndose detrás de una lápida.

Los fuegos se juntaron en un único proyectil que estalló contra una tumba cercana. Ondina, que se había arrodillado al lado de Fátima, contemplaba la escena con fascinación. No estaba acostumbrada a pelear contra enemigos que emplearan fuego. Cuando Fátima intentó asomarse, Ondina la cubrió en el último segundo para que una nueva lluvia de fuego no se la llevara por delante.

¡Va a quemar el cementerio entero!—exclamó. Hizo un gesto a Saito—. ¡Debe ser él el Sincorazón alfa! ¡Ve por la derecha y yo iré por la izquierda!

Esperó por si Saito quería decir algo. Luego, mirando con culpabilidad a Ondina, le pidió que la cubriera. Por si acaso. Al ser más fuerte, creía que iría a por ella antes que por Saito, pero no sabía cuánto tiempo necesita para recargar sus hechizos —ni cuántos lanzaría antes de cansarse— y no podía asegurarse ocultarse siempre tras una lápida.

«Lo siento.»

Esperó a que las explosiones se detuvieran y… echó a correr.
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Re: [La Cité des Cloches] Simpatía por el Diablo

Notapor H.S Sora » Sab Nov 12, 2016 2:07 am

Fátima parecía muy convencida de que acabaríamos con esos Sincorazón en un momento, pero estábamos en una clara desventaja. La miré algo reticente al verla alzar la mano, y tras un murmullo algo apareció. No sabría decir muy bien que era pero estaba hecha de agua, eso seguro. Y llevaba una espada.

Me puse en guardia, pero no se movió hasta que Fátima no habló:

Ondina se encargará de las Sombras. Yo voy a por los Fantasmas.

Asentí algo más relajado, viendo como la criatura se abalanzaba contra los enemigos. Era impresionante, ¿eso era obra de la magia de la Maestra de Tierra de Partida? No parecía una mascota, ni tan sólo había notado su presencia con nosotros hasta que Fátima no había querido.

Así que este es el poder de los Maestros…

Me obligué a concentrarme cuando uno de los Sincorazón que tenía forma de de murciélago pasó rozándome el hombro y golpeándose la cabeza contra una lápida, quedando aturdido por un momento. No parecía demasiado peligroso, pero eso no impidió que le hiciese un tajo en el cuerpo para al final clavarle la Llave Espada en la cabeza con la fuerza suficiente como para hacerlo desaparecer.

Los tres que quedaban se fijaron en mí al ver desaparecer a su compañero y se acercaron olvidándose de Ondina y de Fátima Laforet.

Lancé dos Flamas Tenebrosas que impactaron en el mismo Sincorazón, de los que tenían forma de candelabro y, sin pensármelo, arrojé la guadaña para partirlo en dos; el otro candelabro empezó a brillar con más intensidad, y los fuegos que había en él empezaron a arder con más fuerza mientras se precipitaba contra mí.

Me obligué a rodar a un lado, a tiempo para que la criatura estallase en una potente llamarada azul que por suerte solo chamuscó un poco mi ropa; antes de que el último murciélago pudiese tocarme, hice retroceder con violencia la guadaña mediante la rotación para poder partirlo y acabar con él con un último toque de Llave Espada.

Miré a mi alrededor para ver como Fátima y su criatura ya habían acabado con el resto de Sincorazón. Me acerqué a esta última, todavía curioso por como habría conseguido hacer algo así. Parecía que le hubiese dado forma a su afinidad, ¿pero era posible hacer algo así?

Habría que ir con cuidado, parece el mejor sitio para que reaparezcan sin control —dije, al recordar las tumbas vacías y el olor a muerte que se respiraba en ese ambiente.

¿Crees que…?

Fátima calló, y seguí su mirada hasta la macabra criatura en la que se estaba fijando. Un cuerpo amorfo vestido de negro del que salían seis faroles, cubierto por tres máscaras y lo más preocupante de todo: en su pecho refulgía la marca de los Sincorazón.

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Nunca había visto nada igual, su aura me hizo estremecer y me puse en guardia casi sin darme cuenta. Los faroles se encendieron, el fuego evocaba un juego de sombras muy extraño en su cuerpo y me quedé pasmado observando lo humano que parecía hasta que el fuego salió disparado hacia nosotros.

¡Cuidado!

Rodé, sin saber muy bien hacia donde ir, y miré de soslayo como los disparos de fuego se acabaron juntando en uno mucho más potente que hizo arder una tumba cercana. Traté de moverme hacia una lápida cuando el Sincorazón volvió a la carga, esta vez con el objetivo puesto en la Maestra de Tierra de Partida. Su criatura se llevó el daño del impacto sin siquiera quejarse… ¿podría hablar?

Me arrastré como pude hasta una lápida y observé de reojo al Sincorazón, que parecía estar cargando su siguiente tanda de hechizos, y me pregunté si eso sería todo. De ser así, quizá derrotarle entre los dos no sería tan difícil ya que después de todo habíamos acabado con el resto de sus compañeros.

Negué con la cabeza al ver que seguía irradiando aquella aura que me daba tan mala espina. Miré a Fátima, a la espera de un plan.

¡Va a quemar el cementerio entero! ¡Debe ser él el Sincorazón alfa! ¡Ve por la derecha y yo iré por la izquierda!

¿Será el responsable de la Plaga? —Me atreví a preguntar. Aunque no estaba la cosa como para ponerse a hablar.

Pero si era así con más motivo aún debíamos acabar de inmediato con él. Para que no siguiese propagando la enfermedad que tanto estaba afectando a los parisinos. Esperé a escuchar el siguiente impacto y salí de mi escondite, corriendo por la derecha.

De reojo era capaz de ver a Fátima acercarse, y ahogué un grito de sorpresa al ver como empezaba a ser acribillada por los ataques del Sincorazón. Por suerte Ondina se encargaba de recibirlos.

Para cuando el monstruo quiso darse cuenta, ya estábamos encima suya y empezaron a lloverle golpes de mi Llave Espada y ataques de Fátima, hasta que desapareció en una humareda. Miré a mi alrededor demasiado tarde para encontrarme a dos réplicas idénticas atacándonos. El fuego fregó mi brazo izquierdo, y de no haber sido por los reflejos de Fátima de apartarme de ahí estaba seguro que el ataque me hubiese dado de lleno.

Gracias —musité mientras me reincorporaba. Por suerte usaba la Llave Espada con la otra mano.

Fátima parecía estar esperándome para volver a la carga, respiré hondo para tratar de ignorar el dolor mientras pensaba en una estrategia. Quizá podíamos repartirnos a esos dos, ¿pero y si había hecho más copias? ¿Dónde podría estar el verdadero?

Escruté el cementerio con la mirada, y al bajar la vista pude ver algo dirigiéndose hacia nosotros por la tierra, una especie de hoja gigantesca y afilada.

¡Cuidado! —exclamé, tratando de llamar la atención de Fátima.

Retrocedí a tiempo para verla emerger hacia nosotros, estábamos tan cerca que podría cortarnos sin problema si llegaba a tocarnos. Desesperado, utilicé el Baile de Sombras para juntar mi sombra y la de Fátima con tal de dirigirla contra el ataque y tratar de repelerlo.

Salimos volando por la fuerza del golpe, pero al menos seguíamos enteros. Miré, jadeante por el cansancio, a la Maestra de Tierra de Partida cuando dijo que saliésemos del cementerio de inmediato pero no dudé en obedecer. Los ataques y hechizos habían parado, por lo que no fue difícil abandonar el tenebroso espectáculo de fuego en el que se había convertido aquel lugar.

Fátima tenía razón: necesitábamos un plan antes de volver a enfrentarnos al Sincorazón para que no pudiese pillarnos de nuevo por sorpresa. Qué irónico que ahora estuviese dándole la razón a cada rato, por mucho que fuese Maestra seguía siendo de Tierra de Partida.

Puse los ojos en blanco.

Tras avanzar un poco, las calles de París se habían sumido en un curioso silencio, llegamos ante una casa. En la parte de arriba, rezaba:

Casa del Verdugo


La última palabra había sido casi borrada a la fuerza, pero aún podía entenderse sin muchos problemas. La puerta estaba entreabierta, miré a la Maestra de reojo.

Joel dijo que el Verdugo fue el primero en caer… ¿crees que podríamos encontrar algo útil ahí dentro?

Esperé a que diese su consentimiento para entrar dentro y empezar a investigar. No sabía lo que esperaba encontrar ahí dentro, pero sería mucho mejor que esperar a que el Sincorazón volviese a por nosotros al estar tan cerca aún del cementerio.
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Re: [La Cité des Cloches] Simpatía por el Diablo

Notapor Suzume Mizuno » Sab Nov 12, 2016 2:16 am

Ondina se vino abajo con los estallidos pero Fátima no se detuvo. Sabía que Ondina se recompondría en unos segundos y no podía perder el tiempo. Consiguió ponerse a salvo detrás de una nueva lápida. Allí esperó a que los disparos se detuvieran o le dieran un pequeño descanso. Y siguió corriendo. Montó en un Oleaje al mismo tiempo que Saito se abalanzaba sobre la criatura.

Por un segundo, Fátima estuvo convencida de que habían acabado con él. Pero entonces captó algo que se acercaba por los lados y levantó un escudo en el último segundo al mismo tiempo que empujaba a Saito al suelo. Aun así no consiguió impedir que una de las llamas le afectara en un brazo.

Gracias.

¡Nada!

No tenían tiempo para agradecimientos. Ahora comprendía que la criatura se había desvanecido por propia voluntad. Y de pronto tenían no un enemigo, sino dos… Y los dos disparaban fuego.

¡Cuidado!

Fátima se volvió y distinguió una especie de hoja que ascendía hacia ellos desde el suelo. Se echó hacia atrás y tuvo que dar hasta una ágil voltereta para esquivar pero se dio cuenta de que, aun así, no iba a conseguirlo. Esta vez fue Saito quien le salvó el pellejo con una extraña técnica de sombras que le arrancó una exclamación de sorpresa. No tuvo, con todo, tiempo para pensar en qué había ocurrido porque salieron despedidos por los aires.

Fátima rodó por el suelo, se hizo daño en un tobillo y consiguió ponerse de pie entre toses. Al levantarse, vio que los dos Sincorazón avanzaban hacia ellos. Maldijo, escupió a un lado y dijo:

¡Larguémonos de aquí!

No se quedó tranquila hasta que hubieron dejado el castigado cementerio atrás y comprobaron que el demonio no les seguía. Dejó entonces que Ondina descansara y el anillo dejó de brillar y consumir su magia. Se sacudió la ropa, que se le había quemado un poco en algunas partes, y estaba intentando organizar sus pensamientos cuando Saito se detuvo. La chica vio que estaban frente a una casa con una puerta entreabierta. Por el letrero, era la casa del verdugo. Arqueó las cejas.

Joel dijo que el Verdugo fue el primero en caer… ¿crees que podríamos encontrar algo útil ahí dentro?

Por probar no perdemos nada… Además, necesitamos un sitio… tranquilo donde hablar.

La puerta rechinó cuando la abrieron y Fátima se cubrió la nariz. Olía a cerrado, a pesar de que alguien no se había molestado en cerrar la entrada. Los pocos muebles que había estaban volcados y astillados. Lo mismo sucedía con una reliquia en forma de cruz y la mesa. Había restos de unos pocos cuencos quebrados por el suelo y una pequeña olla abollada. Era una casa pequeña, con dos habitaciones. Una fina capa de polvo lo cubría todo. Nadie había entrado desde hacía tiempo.

¿Entraron a romper esto cuando murió…?

Fátima entró a la segunda habitación. Como no veía nada, tuvo que prender un Piro que no soltó para iluminar el sitio. Las cucarachas y un par de ratas salieron huyendo de pedazos de madera y sábanas carcomidas. Haciendo una mueca de asco —hacía tiempo que se había acostumbrado a vivir en sitios extremadamente limpios— se acercó lo suficiente para reconocer el esqueleto de un catre. No. De dos. Uno grande y otro pequeñito.

Creo que tenía una familia… Pero deben de haberse ido después de su muerte.—Fátima retrocedió con cuidado. No quería pisar nada de lo que tuviera que arrepentirse—. A lo mejor si los encontramos, podremos averiguar cómo empezó todo. Mientras tanto, podemos pensar en cómo vencer a esa cosa. No imaginé que pudiera hacer copias de sí mismo…—Fátima se quedó pensativa—. ¿Quién destrozaría esto…? Quiero decir, si le tenían miedo o rabia, pero creían que era un demonio, no se acercarían a este sitio, ¿no? ¿Sería cosa de su esposa…?

Algo no terminaba de encajar.

¿Se te ocurre algún sitio donde podamos ir a preguntar?
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Re: [La Cité des Cloches] Simpatía por el Diablo

Notapor H.S Sora » Sab Nov 12, 2016 2:23 am

Seguí a Fátima, no sin antes echar un último vistazo hacia el cementerio. Todavía recordaba a la figura que había visto momentos antes de que los Sincorazón empezaran a atacarnos, y aunque me había parecido que era un gitano, quizá podría ser alguien que estuviese moviendo los hilos en la sombra… ¿pero para qué? Negué con la cabeza, de haber sido un Villano Final la Orden lo habría sabido.

Quizá, tal y como había dicho Fátima, sólo se trataba de un parisino que visitaba a un familiar muerto. Lo primero que noté al poner un pie en la casa fue el olor a cerrado. Miré a mi alrededor. No era un hogar demasiado grande: dos habitaciones y pocos muebles.

Lo único que llamaba la atención a primera vista era el estado de la primera habitación: los muebles volcados, al igual que una cruz, y pedazos de cuencos desperdigados por el suelo junto a una olla.

Espera… ¿una cruz?

Me acerqué a ella, con cautela. Era un símbolo religioso, no cabía duda. ¿Entonces por qué lo tendrían en una casa dónde se realizaban pactos con la Bestia? Porque si esa era la verdadera historia del verdugo, algo fallaba.

¿Entraron a romper esto cuando murió…?

Era el encargado de asesinar personas, fueran o no inocentes… sin duda se habría ganado algún que otro enemigo.

Continuamos la investigación por la segunda y última de las habitaciones. Fátima había invocado un Piro que usábamos como guía, por lo que no me molesté en sacar la linterna de mi bolsa. Esa parte de la casa estaba todavía peor: los insectos y ratas parecían haber encontrado un nido común en el que devorar madera y todo lo que encontrasen. Oh, y por el putrefacto olor, también dónde hacer sus necesidades.

La Maestra de Tierra de Partida avanzó en dirección a lo que parecían ser camas, aunque por el estado en el que estaban podrían tratarse de cualquier cosa que uno quisiera imaginarse.

Creo que tenía una familia… Pero deben de haberse ido después de su muerte. A lo mejor si los encontramos, podremos averiguar cómo empezó todo.

Si no los pillaron cuando entraron a destrozar su casa —maticé—. Yo me habría ido lejos de París. Nadie con dos dedos de frente confiaría en la mujer o los hijos de un asesino.

Mientras tanto, podemos pensar en cómo vencer a esa cosa. No imaginé que pudiera hacer copias de sí mismo…

Ni yo que pudiera hacer aparecer filos de la nada, ese Sincorazón tiene que ser el que está causando todo esto. No hay otra explicación, nunca había visto un tipo así. Aunque, por su apariencia, quién lo diría...

¿Quién destrozaría esto…? —preguntó entonces Fátima—. Quiero decir, si le tenían miedo o rabia, pero creían que era un demonio, no se acercarían a este sitio, ¿no? ¿Sería cosa de su esposa…?

Abrí y cerré la boca varias veces, en busca de una buena explicación. No la encontré.

Seguía dándole vueltas cuando tropecé y caí de bruces al suelo sobre una base dura. Recé para que no fueran los excrementos secos de algún animal.

Extraje mi linterna y me extrañé al comprobar que se trataba de un libro, algo viejo, pero que sin lugar a dudas estaba en mejor estado que el resto de la casa. Su cubierta estaba polvorienta, y tras una ojeada rápida había visto que le faltaban algunas páginas.

Y que parecía un diario. Perteneciente al verdugo.

Fátima, he encontrado algo.

Le mostré la primera entrada, convencido de que si lo leíamos entero podríamos descubrir algo del misterio que rodeaba a ese hombre, el primero en caer. La letra era algo grande, pero no muy difícil de entender.

Hoy, para celebrar mi cumpleaños, mi mujer ha decidido coger algunos de nuestros ahorros y comprar este diario. Sabe lo mucho que me gusta guardar recuerdos, y ahora que viene un miembro más a nuestra familia dice que ese será el mejor método para hacerlo.

Sigo preocupado por su seguridad, pero sólo espero que Dios bendiga a esta familia y escuche nuestras plegarias ahora que se acercan tiempos difíciles.


Hojeé un poco más, pero no encontré nada. Lo único que me llamaba la atención era que a medida que uno se acercaba a las entradas del final, la escritura era más melancólica y triste. Hablaba de que su mujer parecía haber enfermado, y de qué haría todo lo posible para salvarla.

Guardé el diario, por si acaso.

¿Se te ocurre algún sitio donde podamos ir a preguntar?

Hace un tiempo me dijeron que en la catedral de Notre Dame todo el mundo es bienvenido, sea la hora que sea y para lo que se necesite. Conocí allí a alguien que quizá podría ayudarnos, aunque no sé si estará.

O si querrá verme.

»¿Vamos? Por el camino podremos pensar también en la estrategia. Este sitio me da escalofríos.

Antes de que Fátima respondiera, repicaron las campanas. Debía ser medianoche.
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Re: [La Cité des Cloches] Simpatía por el Diablo

Notapor Suzume Mizuno » Sab Nov 12, 2016 2:30 am

¿Vamos? Por el camino podremos pensar también en la estrategia. Este sitio me da escalofríos.

Sí. No tenemos nada más que hacer aquí.

O eso esperaba. Tampoco le hacía nada de gracia quedarse hasta tan tarde en un lugar tan siniestro. Se alegró de que Saito tuviera más o menos una idea de a dónde ir. En especial porque las calles a esas horas no podían ser seguras —escuchaba cómo las campanas repicaban marcando la medianoche—. Tampoco creía que los fueran a aceptar en una posada, no si venían tan tarde y en un estado de tanta crispación como se encontraba la ciudad.

Apretó el paso y dejó que Saito la guiara hacia Notre Dame. No sabía si la persona que había hablado con él diría en serio lo de a cualquier hora, pero esperaba que fuera cierto. Claro que siempre podía abrir un Portal de Luz para que cada uno se fuera a dormir a sus cuarteles y volvieran al día siguiente.

Entre tanto, no dejaba de darle vueltas a lo que había pasado en el cementerio. Chasqueó la lengua con frustración. Tendría que haberse quedado más, intentar averiguar el patrón de acción del Sincorazón. Todos tenían uno, a menos que fueran realmente astutos. Y si era uno de estos últimos, no deberían haberse alejado.

Rechinó los dientes, furiosa e indignada consigo misma. ¡Cobarde! ¡Había sido una maldita cobarde! Se daba perfectamente cuenta de que no habría podido encargarse del Sincorazón así, sin más, pero había huido cuando había gente muriendo. ¡Cientos de personas! Era una Maestra de lo más inútil. Débil. Sin Ondina, habría resultado gravemente herida.

Necesitaba volverse más fuerte para estar a la altura de las circunstancias.

*


Después de que aporrearan un rato la puerta, un sacerdote abrió una hoja y se asomó con aire tranquilo. Fátima dejó que fuera Saito quien hablara, ya que estaba más acostumbrado al lugar.

Me temo que el Cardenal no vive aquí y, aunque lo hiciera, no recibiría visitas… a estas horas—dijo tras echarles un vistazo apreciativo.

Fátima miró con sorpresa a Saito. ¿Un cardenal? Vaya, vaya…

Aun así, les dejó entrar y les ofreció un lugar donde dormir y un poco de pan y agua en el claustro. Como se suponía que eran dos hombres, les dio una celda pequeña y sin ventanas que en seguida agobió a Fátima. Pero lo que más le preocupó era que solo había un único jergón, que no solo parecía bastante incómodo, sino que era más o menos… estrecho.

Fátima iba a protestar pero se dio cuenta de que entonces no solo irritaría al sacerdote, sino que probablemente no podrían sonsacarle información. Así que dijo con una sonrisa:

Muchísimas gracias, nos salva la vida. Acabamos de llegar a la ciudad y… Nos asaltó un grupo de gitanos—tal y como había imaginado que pasaría, el sacerdote se mostró comprensivo de inmediato—y con todo lo que ha estado pasando…

Lo comprendo. Dios nos ampare, ¿por qué habéis venido a la ciudad? Todos los que pueden se están retirando al campo.

Veníamos a buscar a mi hermana menor, que trabaja para unos nobles—improvisó con rapidez—. No estaba lista y vendrá con nosotros mañana.—Se apartó el pelo de la cara—. Tenía miedo de salir cuando era tan tarde.

El hombre hizo el símbolo de la cruz y asintió, juicioso.


Pero ¿por qué está pasando? ¿Qué hemos hecho para que Dios nos castigue así?—continuó Fátima—. Hemos escuchado algo del verdugo pero…

¡No!—El sacerdote sacudió una mano e hizo de nuevo el símbolo de la cruz—. No hablaremos de esto de noche. Esta es la Casa de Dios y es pecado hablar de esos temas. Por favor, no habléis de ese pecador. Suficiente hizo condenándonos a todos.

Fátima intercambió una mirada con Saito y decidió que era mejor dejarlo ir. Les dejó una pequeña vela que apenas sí llegaba para iluminar sus caras y cerró la puerta al salir. Con un suspiro, Fátima se sentó en el catre y dio un mordisco a su pan. Estaba seco.

Parece que sí que tiene algo que ver con él. ¿Crees que tu amigo el cardenal nos escuchará si le pedimos audiencia mañana?—preguntó con algo de burla—. No sabía que te codeabas con gente tan importante. ¿Cómo es que lo conociste?

No quería hablar del Sincorazón, ni del tiempo que estaban perdiendo.
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Re: [La Cité des Cloches] Simpatía por el Diablo

Notapor H.S Sora » Sab Nov 12, 2016 2:37 am

El camino fue silencioso y rápido.

Bajo la calma de la noche, París parecía mucho más tranquila y desértica, aunque también mucho más peligrosa. No sólo por el Sincorazón que habíamos dejado atrás en el cementerio, sino porque después de nuestra mala experiencia con el grupo de gitanos, cada rincón oscuro daba la impresión de derivar en una muchedumbre enfurecida.

Suspiré aliviado al estar frente a la puerta de la catedral. Ni guardias ni resentidos podrían hacernos daño en la casa del Señor. Aunque tenía claro que los Sincorazón si podían pasar, Mateus Palamecia los había invocado en mis narices. Bueno, y en las de Armand.

Esperaba que él pudiese aclararnos algo de todo el asunto del verdugo… aunque, si no sabía nada, al menos tendríamos un sitio en el que pasar la noche.

Tras estarnos un rato golpeando (empezaba ya a pensar que nadie nos abriría), un sacerdote se nos presentó. Por un momento me recordó al hombre mayor que había acompañado a Armand el día del Festival de los Bufones, pero al fijarme comprobé que tan solo se parecían un poco.

Buenas noches señor, que Dios le guarde. ¿Podríamos ver al señor Armand? Sabemos que es algo tarde pero seguro que lo entenderá…

Nos miró y no estaba seguro de lo que implicaba su expresión: ¿desconfianza, temor, misericordia?

Me temo que el Cardenal no vive aquí y, aunque lo hiciera, no recibiría visitas… a estas horas

Oh, entonces nos iremos… ¿podría darle el recado?

No parecía querer mentirnos, ya que nos ofreció hospicio e incluso un poco de comida. Lo único malo era que la celda que nos habían dado era cuanto menos claustrofóbica, ahí dentro el aire apenas corría ni entraba. Eso y que, como Fátima iba vestida de hombre, había una única cama para los dos. Un jergón estrecho para ser más exactos.

Miré a Fátima de reojo, esperando una protesta o un posible cambio de habitación. Pero se limitó a sonreír, bufé para mis adentros. Podía imaginarme su plan, y si ella no se quejaba no iba a ser yo el que demostrase ser un Aprendiz menos profesional. Vale, ella era Maestra, a ver si me iba acostumbrando de una maldita vez.

Pero bueno, ya sabemos quien va a dormir en el suelo. Porque claro, en Bastión Hueco es bien sabido que dormimos en ataúdes de Oscuridad.

Muchísimas gracias, nos salva la vida. Acabamos de llegar a la ciudad y… Nos asaltó un grupo de gitanos y con todo lo que ha estado pasando…

Callé y dejé a Fátima continuar. Las acusaciones contra gitanos siempre conseguían ablandar el corazón de cualquiera.

Lo comprendo. Dios nos ampare, ¿por qué habéis venido a la ciudad? Todos los que pueden se están retirando al campo.

Veníamos a buscar a mi hermana menor, que trabaja para unos nobles. No estaba lista y vendrá con nosotros mañana. Tenía miedo de salir cuando era tan tarde.

Fátima no mentía nada mal, tenía que ser una cualidad que todo miembro de la Orden necesitaba para seguir adelante. Pisar un mundo nuevo significaba tener que mentir tarde o temprano, pocas veces podías ser sincero con las personas que conocías. Y si eso pasaba en Bastión Hueco, estaba seguro de que en Tierra de Partida no podía ser muy diferente.

Pero ¿por qué está pasando? ¿Qué hemos hecho para que Dios nos castigue así? Hemos escuchado algo del verdugo pero…

¡No!

¿Qué le pasa ahora?…

El sacerdote empezó a hacer el símbolo de la cruz una y otra vez. Fue raro, cuanto menos.

No hablaremos de esto de noche. Esta es la Casa de Dios y es pecado hablar de esos temas. Por favor, no habléis de ese pecador. Suficiente hizo condenándonos a todos.

Pero…

Intercepté la mirada de la Maestra de Tierra de Partida a tiempo y callé. Si el sacerdote no quería hablar del verdugo por la noche quizá accedía a hacerlo de día, siempre que se diese el caso de que Armand no pudiese, o no quisiese, recibirnos; nos quedamos a solas, iluminados por la luz de una única vela.

Empecé a beber agua mientras Fátima se sentaba en aquella cama de paja. No estaba seguro del sueño que tendría ella, pero yo no podía dejar de pensar en lo que había pasado: no habíamos sido capaces de hacer frente al Sincorazón responsable de esa plaga.

La gente que muriera aquella noche caería sobre nuestras conciencias, pero era por un buen motivo: si éramos capaces de trazar un buen plan, la amenaza acabaría mañana mismo. Si nos hubiésemos quedado quién sabe cómo habría acabado el combate… ¿con París envuelta en llamas?

Parece que sí que tiene algo que ver con él. ¿Crees que tu amigo el cardenal nos escuchará si le pedimos audiencia mañana?

Quizá acepta, o quizá nos manda a ajusticiar —respondí con el mismo tono.

No sabía que te codeabas con gente tan importante. ¿Cómo es que lo conociste?

Vaya después de todo quizá no me tenga manía. Vale, tiene que ser otra cosa.

Me pensé un momento la respuesta:

¿Recuerdas el Festival del que te hablé? Digamos que no conocía una de las versiones de Mateus Palamecia. Y quizá engatusé a un pobre Cardenal para que me llevase hasta la parte superior de la Catedral para perseguirlo y luchar. Y quizá Palamecia se enfadó por nuestra osadía y le atravesó el pecho de un disparo y a mi me quiso tirar Catedral abajo.—Sonreí con nostalgia, pero lo que más esperaba era la reacción de la joven.

»El Maestro Ryota nos salvó a ambos. Para bien o para mal, seguro que todavía me recuerda. Seguro que él sabe algo del caso del verdugo, y quizás esté más dispuesto a hablar que nuestro sacerdote salvador.

No le conté el detalle de que había hecho magia delante de un humano y de que en definitiva había quebrantado una de nuestras normas más elementales de un modo tan estúpido. Obvié también el hecho de que habíamos tenido la oportunidad para huir, pero yo había sido tan necio… y lo seguía siendo.

Suspiré y me senté a su lado. Tenía que aprender algo de toda esa experiencia, y la única y mejor persona para hacerlo era ella. Una Maestra de Tierra de Partida, alguien con quien mi relación difícilmente pudiese ir a mejor.

¿Qué hay de ti? Eres Maestra, seguro que has conocido a mucha gente importante en tus viajes. Y seguro que la mayoría de ellos no acabó agujereado, ¿me equivoco?

Esperé, sin saber muy bien qué diría. En el peor de los casos, su respuesta sería un puñetazo y a dormir, cosa que al menos me serviría para comprobar que tan duro podía golpear. Recordé entonces algo:

Esa criatura tuya de agua, Ondina, ¿qué es? ¿Cómo funciona? —Había despertado mi total interés, algo que iba mucho más allá del bando que fuera—. ¿Tiene alguna limitación mágica o física? No la he visto hablar…

Callé de golpe, al ver que me había envalentonado demasiado.

Tierra, trágame.
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