—Dalo por hecho. —asintió ella con energía.
—No se hable más.
Agarré la mano de Alice al ver que estaba algo nerviosa. No tardé en averiguar el motivo: las hermanas de Thor no parecían muy contentas con la noticia. Le di un apretón cariñoso para darle ánimos.
Sería ella la que tuviera que ganarse la confianza del resto de esencias. Pero en cuánto la conocieran un poco más, estaba seguro de que verían que no había nada por lo que temer. Incluso estaba seguro de que podrían convertirse en buenas amigas.
Después de todo, eso era lo que me había pasado a mí con Fátima.
—¿Quién quiere tarta?
Alice, algo avergonzada por la situación, levantó el brazo. Yo la imité. A pesar de que no tenía por qué comer, mi compañera me había demostrado que quería llevar una vida lo más normal posible. Todo lo normal que podía ser dentro de Tierra de Partida.
Nos quedamos un momento solos, mientras la Maestra iba escoltada por el resto de su familia. Durante un momento, ajeno a todo por la calidez de la fiesta, había pretendido levantarme de la silla y ayudarla con lo que faltara.
Di un sorbo a mi bebida, distraído. Había valido la pena.
—Parece que le ha gustado de verdad, ¿no?
—Yo creo que le ha hecho mucha ilusión.
Echando un vistazo atrás, quién me hubiera dicho que lo que empezó en Agrabah continuaría con una forzosa misión en París. Y que después todo terminaría así, en una fiesta de cumpleaños. Y quién me hubiera dicho que más allá de considerarla una Maestra o una compañera, llegaría a pensar en Fátima Laforet como mi amiga.
Tanto Tierra de Partida como Bastión Hueco había tenido días en los que era mejor no pensar, y en lo que lo más acertado era desear que todo acabara cuanto antes. Y aunque aún podían quedar muchos momentos así, en esta ocasión se trataba de todo lo contrario.
Hoy celebrábamos un día que merecería la pena recordar.
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