Desértico. Así podría haber llamado Mei el lugar al que había viajado en busca del preciado metal del que tanto había oído hablar. Un páramo oscuro, frío y sin apenas vegetación. Los pocos árboles que allí una vez crecieron ya habían muerto, incapaces de nutrirse del agua de lluvias que nunca llegaban y de una luz del sol que durante el día tan mortífero era, calentando la tierra y las rocas en forma de gigantescos pilares que crecían en aquel territorio.
Una ligera niebla se levantaba a los pies de la chica, cubriéndolos por completo hasta las rodillas. No era espesa, por lo que no resultaba difícil caminar por aquellas tierras, pero debía andarse con cuidado. ¿Quién sabía si podía aparecer un escorpión venenoso por allí y atacarle por sorpresa? Y desde luego, sola como se encontraba no sobreviviría mucho tiempo. Si se hubiese traído un antídoto...
El objeto que buscaba era uno llamado "mitrilo". Había leído sobre él; se trataba de un preciadísimo metal, muy resistente e imbuido de poder mágico celestial. Todo lo que se contaba sobre él eran leyendas y cuentos, pero si existía le vendría de maravilla para las máquinas que tanto le gustaba construir (y que, debido a la poco avanzada tecnología del país, poco podía hacer). Había oído que a aquel extremo de China se podía encontrar algo de mitrilo.
¿Qué peligro podía haber en acercarse a echar un vistazo?