Me encontraba en lo que había sido la fuente más grande de Vergel Radiante, que había sido mi lugar favorito de la ciudad, antes de que vinieran aquellos monstruos. De la fuente, no quedaba nada, pues media ciudad se había derrumbado, incluido el suelo. Se había formado un gigantesco valle y se divisaba un castillo muy oscuro. Sabía perfectamente que ese castillo nunca había estado allí.
Ya estaba harto de aquellas hormigas negras. Me habían destrozado la vida y lo único que se les ocurría era dejarme vivir, para verme sufrir la muerte de mi ciudad, de mis ex-amigos, de mi familia... Aquel día, esos monstruos no me atacaron todavía. Se podría decir que estaban de "buen humor", si es que tenían estados de ánimo. Estaba solo, era el último ser humano que existía, pues todos murieron a manos de aquellos monstruos. Solo en el mundo, solo en todo el universo.
Me sentía triste, arrepintiéndome de haberme aislado del mundo poco antes de la invasión de aquellos monstruos. Toda la luz de Vergel Radiante había desaparecido, devorada por aquellos monstruos. Quería que esos monstruos me dejaran en paz. Decidí esconderme en algún lugar, para que pudiera estar solo. Pensé en algún lugar que fuera reconfortable, que hubiera comida y agua. Sólo se me ocurrió uno: la vieja casa de Merlín. Merlín siempre que volvía de sus viajes, traía algún objeto exótico. Además, su casa estaba cerca de donde me situaba.
Su acceso desde aquí nunca había tenido escaleras, pero los escombros me permitían escalarlo. Así que me puse a correr escalando los escombros, pues después estaba a la izquierda de la calle. La parte de la ciudad que quedaba había cambiado mucho, por culpa de los escombros. Para mi sorpresa, los escombros impedían el paso a aquella plaza pequeña.
Divisé al lado los restos de la vieja tienda moguri, que me permitió el acceso a la casa de Merlín. Abrí rápido la chirriante puerta, entré y la cerré.
Por fin puedo empezar de verdad a participar en el rol. Gracias.