Adelaida había encajado mal que aquella mañana le tocara a ella cavar. Estaba en medio de un cuento hermosamente tétrico,
El rayo de luna, cuando Padre se lo dijo. La joven no era capaz de dejar aquella interesante lectura a medias, así que se pasó el resto de la mañana recreándose con aquella historia de tintes románticos.
Para cuando hubo acabado, había transcurrido más tiempo del que ella creía y el Sol se apresuraba hacia el horizonte para dar comienzo a otra encantadora noche. Según sus cálculos, Padre no tardaría mucho en volver, si es que no estaba ya a punto de llegar. Esbozando una mueca de disgusto, Adelaida fue a buscar la pala a su habitación.
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No me dará tiempo, no me dará tiempo-se repetía con ansiedad mientras cavaba a toda prisa el hoyo.
Si Padre se daba cuenta de que había estado vagueando en vez de cavar, se enfadaría mucho y la quitaría su amado libro ¡durante una semana entera! Iba muy retrasada. Tendría que encontrar una manera de acelerar su avance si quería acabar a tiempo.
Pero entonces, una rápida sonrisa cruzó el rostro de Adelaida al mismo tiempo que una idea mordaz. Lanzó la pala lejos y fue corriendo hacia casa.
Quince minutos después, estaba de vuelta en el cementerio, con todo su arsenal de petardos y bombas-chinchilla. Era todo su alijo, pero si quería conservar su libro, tendría que arriesgarse a no poder contraatacar a las pirotécnicas trastadas de Lock, Shock y Barrel. Así pues, introdujo todos los cohetes en el agujero, lo tapó y preparó la mecha. Se parapetó tras una lápida cercana y...
¡BOOOM!
El suelo se estremeció y una gran nube de tierra atomizada salió volando hacia el cielo, llegando tan alto que casi parecía rozar el cielo del ocaso.
La joven salió de su escondite con un grito de alegría por su éxito y comenzó a bailar entre risas bajo la lluvia de tierra húmeda. Dando vueltas y más vueltas mientras su vestido corto de color negro se manchaba con motitas marrón oscuro. Y en sus emocionados giros, Adelaida fijó su vista por casualidad sobre el Sol mientras se escondía tras el horizonte. Súbitamente inspirada, dejó de bailar. El matiz delirante de sus ojos verdes fue sustituido por una cálida serenidad.
Como el Sol al morir el día
como el cuerpo al huir el alma
todos nos hundimos en la tierra
para que venga la noche
para que venga la muerte
y no nos moleste la luz
y poder dormir por una pequeña eternidadCon el último verso del improvisado poema, el polvo terminó de depositarse sobre el suelo, despejando la visión de Adelaida.
Entonces pudo ver el agujero que había abierto con sus petardos. Era del tamaño de un coche de caballo.
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Aiba