El turno siguiente para tomar la llave fue de Edge, naturalmente. Y, después de que el procedimiento diese por finalizado, el joven muchacho, sin saber nada de con quién estaba tratando, intentó mediante amables palabras simpatizar con Hana. Y cuya reacción no se hizo esperar, castañeando los dientes con indignación.
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No vuelvas a llamarme señorita —le advirtió. Primero dama y luego, ¡eso! ¿Qué sería lo siguiente? No quería saberlo—.
Si sabes lo que te conviene.Quizá fuera un buen momento para que Rebecca se arrepintiese de uno de sus nuevos aprendices. Pero, como Hana no podía saber en qué pensaba la Maestra, se limitó a escuchar los tartamudeos de sus instrucciones.
Al parecer, tenían un margen de despedida para sus seres queridos. Por supuesto, Hana no quiso desaprovecharlo.
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Volveré enseguida.Salió del local y echó a correr hacia el puerto. No se fijó en la gente de la calle, en si había mucha o poca tras el incendio, en si estarían asustados o, por el contrario, la situación ya se había calmado. Le daba igual. Aquel mundo había pasado a ser un interés secundario para ella. Lo que pasara en él no le importaba, no, ahora, que podía navegar en un mar más grande. O eso creía. Porque nunca dejaría de añorar las aguas de allí, por muy lejos que fuese. Aunque entonces no lo sabía.
Llegó hasta su destino, pero se detuvo a la entrada del puerto. Desde esa posición, podía ver el barco, donde había pasado toda la vida que podía recordar. En ese momento, los piratas cargaban las provisiones, dispuestos a partir cuanto antes, por si la guardia les avistaba, con todo el jaleo que se había montado. Hana se dio cuenta de que, seguramente, además, la estuviesen esperando, creyendo que regresaría sana y salva de la taberna en cualquier momento.
… O quizá no.
Retrocedió y regresó por donde había venido, con cuidado de que ninguno de los piratas la viese. Con o sin ella, tendrían que marcharse, tarde o temprano. ¿Qué más daba que pensasen que había sido una de las desaparecidas? ¿Por qué arriesgarse a que su tío Gess no le dejase emprender aquel viaje, cuando había una solución mucho más sencilla? No le daría lástima dejarles tirados, sin despedirse, porque no sentía nada.
Una vez de nuevo en la taberna, sin decir ni una palabra y estando todos reunidos, Rebecca les entregó a ambos una pieza y pasó a explicarles su utilidad. Obedeciendo la orden, Hana lo ubicó en su brazo izquierdo y, tras observar el efecto provocado en la Maestra, pulsó el botón para ver su propia armadura. En apenas unos segundos estuvo recubierta de su nuevo conjunto intergaláctico, que pese a no ser tan ágil como sus ropas, serviría como buena defensa.
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Es un regalo, ¿verdad? —aclaró de inmediato Hana. Le gustaba demasiado la armadura como para osar Rebecca que se lo devolviese, algún día. “Lo que se da, no se quita”. Excepto si te lo roban.
Se movieron entonces a un callejón oculto para acabar los preparativos y partir de inmediato. Hana invocó de buen talante su nueva arma, admirándola con aprecio. Puede que no tuviese la forma más bonita deseada, pero sin duda, trataría de arreglarla cuando pudiera.
Y la lanzó al aire. Mientras esperaba a que regresase, recordó lo que estaba a punto de hacer. Había navegado, pero nunca volado. ¿Sería igual? ¿O diferente? ¿Le esperaría una isla maravillosa más allá? ¡Más le valía a Rebecca, o todo aquello habría sido en balde!
Lo que sí estaba claro es que Hana tenía un nuevo objetivo, expandiendo de ese modo sus horizontes: descubrir todos los rincones de aquel mar de estrellas.