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Bastantes días habían pasado desde el inicio de los aprendices en Tierra de Partida. Durante todo aquel tiempo, habían entrenado duramente, cada uno con su particular Maestro, en el manejo de la Llave Espada (para quien no hubiese empuñado nunca algo "afilado") e incluso nociones básicas de magia. Y pese a que diariamente, a pesar de los duros ejercicios, aprendieran algo nuevo de utilidad, la monotonía comenzaba a aparecer en sus vidas.
Y había un Maestro que eso no lo podía consentir, no, señor.
Al levantarse aquella mañana, vieron, bajo el resquicio de su puerta, una nota que había sido colada anteriormente, durante la noche. No decía mucho, y la caligrafía era pésima, pero resultaba un tanto... inquietante:
No-querido acoplado,
He decidido someterte a un examen, a ti y a otros cuatro piltrafillas como tú, para medir vuestras capacidades y tener un motivo con el que mandaros de vuelta a casa, a menos que demostréis que valéis la comida y el alojamiento gratis con el que os mantenemos.
Nos vemos en la sala de entrenamiento esta tarde, a las cinco, pringado. Desplaza si es necesario tu hora de la siesta, que nadie se lo contará a mami.
No había ninguna firma al final, pero sí el motivo por el que la carta no diera buenas vibraciones: se trataba de un largo (muy largo) y fino beso de carmesí en la esquina inferior derecha. Típica y perdida tradición de las cartas de los enamorados, lo cual no encajaba de ninguna forma con alguna de las Maestras...