Tras llegar y saludar, el aprendiz que había llegado antes que yo repitió mi gesto y permaneció callado. Tiempo después, llegó Enok, a quién corrí a saludar.
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¡Hola Enok! —saludé enérgicamente con la mano y sonreí —.
¿Qué tal? Me alegro de verte de nuevo.Repentinamente, la voz —que ami parecer fría, aunque suave— de la maestra Nanashi despertó mis sentidos.
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Buenos días.
Me acerqué más a la Maestra, quien se había levantado y nos había indicado con un gesto que la siguiésemos. Por el trayecto, empezó a relatar con una entonación magistral y un porte rígido y formal.
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Os he reunido con la intención de llevar a cabo un entrenamiento en otro mundo. No sé si alguno procederá de él, o habrá escuchado anteriormente su nombre, porque es bastante conocido: Islas del Destino —lo cierto era que no me sonaba, pero desató en mi una ligera y enigmática intuición. Algo me decía que me gustaría—.
Os informo, también, de que no será una tarea como alguna otra. Hasta ahora, sólo habéis practicado para el combate, pero un Maestro debe dominar también otras disciplinas. Obtener información, buscar, saber usar correctamente la labia… entre muchas. Por eso, hoy, os permitiré que me mostréis hasta qué punto podéis desenvolveros en un campo desconocido, o familiarmente peligroso.Me limité a pensar en lo mucho que me fascinaba aquello. Sería mi primer viaje a otro mundo, y por ello, mi primera salida de Tierra de Partida, contando con El Bosque de los 100 Acres.
Una vez fuera, en el jardín, Nanashi vistió su armadura y transformó su llave espada en uno de aquellos enigmáticos vehículos que tanto me fascinaban; un Glider. Esbocé entonces una amplia sonrisa en mi cara. Toqué el azulado y brillante zafiro que portaba mi hombrera derecha, parte de mi armadura, y enseguida hice aparecer el resto, aunque portaba el casco en mis manos.
Admiré asombrado todo aquel conjunto, a mis ojos perfecto, que hacía en mí fluir una gran fuerza interior, cargada de energía. Entonces, me puse mi dorado casco.
Alcé mi mano en el aire e hice aparecer mi espada. Reluciente y brillante, radiaba alegre de felicidad, deseosa de sentir el aire.
Fijando los ojos en un sólo punto, lancé una estocada firme frente a mí, dejando la espada paralela al suelo, para posteriormente bajarla y, con un fuerte impulso, lanzarla con fuerza al aire y, con ello, hacer aparecer mi Glider.
Descendió desde el cielo y llegó a mí, en el momento indicado para montarme en su brillante y pulido
lomo blanco con un salto. Era cierto, mi espíritu de aventurero ardía con fervor dentro de mí, impaciente por salir, deseoso de viajar, de sentir la brisa de lejanos mundos acariciar mi cabello. Tenía ganas de empezar.
Sí, es cierto, he disfrutado como nunca narrando esta escena. Simplemente me ha encantado.