Re: [Castillo de Bestia] Bonjour, monsieur!
Publicado: Mié Abr 10, 2013 1:13 am
Fátima se alegró de no haberse adelantado sola. Por la reacción de Lyn, parecía que por fin había hecho algo de su agrado. Cogió impulso para intentar abrirse paso entre la multitud —no sería muy difícil, estaba acostumbrada a escabullirse entre la gente—, dispuesta a cazar al Maestro, cuando notó un movimiento brusco por el rabillo del ojo y se volvió a mirar:
Un mendigo tiraba de la capa de su Maestra. Pensó que empezaría a suplicarle por un par de monedas.
—¡¡Monstruo!!
Fátima se quedó perpleja.
—¡Viejo demente, suelta! —masculló Lyn, con un tono de aceleración en la voz que la pilló por sorpresa.
—¡No te escaparás, te reconocería en cualquier parte! —Lyn trataba de arrastrarse hasta un callejón, sin desasirse con violencia del viejo. Y Fátima entendió que trataba de no llamar la atención. Miró a su alrededor, angustiada por si la escena sería demasiado cantosa para una aldea tan pequeña. Sabía que la gente, en cuanto percibía la posibilidad de una pelea, se acercaba a husmear muerta de curiosidad— ¡Dicen que estoy loco, loco! ¡Pero a mí no me engañas!
>> ¡Bestias como tú deben ir a la hoguera! ¡¡A la hoguera!!
El viejo cada vez hablaba más alto y al final la gente comenzó a volverse a mirar con suspicacia. Nació un suave rumor que se trasladó de boca en boca y que pronto se convertiría en una conversación o incluso gritos con todas las de la ley. Fátima tragó saliva. Conocía la mentalidad de los pueblos y sabía que los extraños no eran bien recibidos, en especial si nada más llegar causaban problemas.
Por eso se preguntó qué estaba haciendo Lyn: lo normal habría sido librarse de un empellón del hombre y alejarse antes de que la cosa derivara a una situación más que incómoda. Se sorprendió al ver que parecía completamente trastocada, y su expresión en blanco.
De pronto, parte del puzzle encajó en su cabeza: ¿no había dicho el viejo que la “reconocería”? Lyn ya había estado en ese mundo, un mundo lleno de gente supersticiosa que en cuanto viera a alguien con sus rasgos la tacharía de un demonio. Seguramente no era la primera vez que le ocurría algo así.
Alarmada, se dio cuenta de que el rumor de las voces era cada vez más alto. Entendió que no tenían tiempo que perder, así que dio un par de firmes zancadas y se plantó delante del hombre, al que aferró con firmeza por la muñeca:
—A los majaretas como tú son a los que habría que llevar a la hoguera —le dijo con voz grave y fría—. ¿O prefieres un manicomio? Porque alguien que va gritando que los viajeros deberían ir a la hoguera, en vez de brindarles el cálido recibimiento que se merecen, quizás no deberían andar sueltos por la calle, ¿no crees?—le dedicó una sonrisa desagradable antes de agacharse sobre él y susurrarle:—. Si la sueltas y nos dejas en paz, nos habremos ido esta noche sin causar problemas. Pero si insistes en llamar la atención te romperé la muñeca y te machacaré las costillas. Y dudo mucho que nadie vaya a salir a defender a alguien como tú.
Nunca le había gustado la gente como él. Los fanáticos, los radicales ignorantes que sólo sabían destruir y hacer daño a los demás. Poco le importaba que fuera un muerto de hambre.
En cuanto alguien era diferente, se convertía en objeto de escarnio para personas con cerebro diminuto como él. No mentía al decir que le golpearía si se atrevía a seguir: estaba poniendo en peligro la vida de Lyn (y la suya) y la gente violenta como él sólo aprendía a base de más violencia.
Además, ver a Lyn con ese gesto desarmado le había afectado bastante. No soportaba ver cómo una persona fuerte, o aparentemente fuerte, se desmoronaba por culpa de la malicia de imbéciles como él.
Si el viejo decidía guardar silencio, cogería a Lyn del brazo y la llevaría a un callejón donde pasaran desapercibidas hasta que se calmara todo. Si no… apretó los dedos en torno a la muñeca del hombre a modo de advertencia. No le daría tiempo a decir ni una palabra más.
Un mendigo tiraba de la capa de su Maestra. Pensó que empezaría a suplicarle por un par de monedas.
—¡¡Monstruo!!
Fátima se quedó perpleja.
—¡Viejo demente, suelta! —masculló Lyn, con un tono de aceleración en la voz que la pilló por sorpresa.
—¡No te escaparás, te reconocería en cualquier parte! —Lyn trataba de arrastrarse hasta un callejón, sin desasirse con violencia del viejo. Y Fátima entendió que trataba de no llamar la atención. Miró a su alrededor, angustiada por si la escena sería demasiado cantosa para una aldea tan pequeña. Sabía que la gente, en cuanto percibía la posibilidad de una pelea, se acercaba a husmear muerta de curiosidad— ¡Dicen que estoy loco, loco! ¡Pero a mí no me engañas!
>> ¡Bestias como tú deben ir a la hoguera! ¡¡A la hoguera!!
El viejo cada vez hablaba más alto y al final la gente comenzó a volverse a mirar con suspicacia. Nació un suave rumor que se trasladó de boca en boca y que pronto se convertiría en una conversación o incluso gritos con todas las de la ley. Fátima tragó saliva. Conocía la mentalidad de los pueblos y sabía que los extraños no eran bien recibidos, en especial si nada más llegar causaban problemas.
Por eso se preguntó qué estaba haciendo Lyn: lo normal habría sido librarse de un empellón del hombre y alejarse antes de que la cosa derivara a una situación más que incómoda. Se sorprendió al ver que parecía completamente trastocada, y su expresión en blanco.
De pronto, parte del puzzle encajó en su cabeza: ¿no había dicho el viejo que la “reconocería”? Lyn ya había estado en ese mundo, un mundo lleno de gente supersticiosa que en cuanto viera a alguien con sus rasgos la tacharía de un demonio. Seguramente no era la primera vez que le ocurría algo así.
Alarmada, se dio cuenta de que el rumor de las voces era cada vez más alto. Entendió que no tenían tiempo que perder, así que dio un par de firmes zancadas y se plantó delante del hombre, al que aferró con firmeza por la muñeca:
—A los majaretas como tú son a los que habría que llevar a la hoguera —le dijo con voz grave y fría—. ¿O prefieres un manicomio? Porque alguien que va gritando que los viajeros deberían ir a la hoguera, en vez de brindarles el cálido recibimiento que se merecen, quizás no deberían andar sueltos por la calle, ¿no crees?—le dedicó una sonrisa desagradable antes de agacharse sobre él y susurrarle:—. Si la sueltas y nos dejas en paz, nos habremos ido esta noche sin causar problemas. Pero si insistes en llamar la atención te romperé la muñeca y te machacaré las costillas. Y dudo mucho que nadie vaya a salir a defender a alguien como tú.
Nunca le había gustado la gente como él. Los fanáticos, los radicales ignorantes que sólo sabían destruir y hacer daño a los demás. Poco le importaba que fuera un muerto de hambre.
En cuanto alguien era diferente, se convertía en objeto de escarnio para personas con cerebro diminuto como él. No mentía al decir que le golpearía si se atrevía a seguir: estaba poniendo en peligro la vida de Lyn (y la suya) y la gente violenta como él sólo aprendía a base de más violencia.
Además, ver a Lyn con ese gesto desarmado le había afectado bastante. No soportaba ver cómo una persona fuerte, o aparentemente fuerte, se desmoronaba por culpa de la malicia de imbéciles como él.
Si el viejo decidía guardar silencio, cogería a Lyn del brazo y la llevaría a un callejón donde pasaran desapercibidas hasta que se calmara todo. Si no… apretó los dedos en torno a la muñeca del hombre a modo de advertencia. No le daría tiempo a decir ni una palabra más.