Re: [Reino Encantado] Promesas de guerra
Publicado: Jue Sep 25, 2014 9:31 pm
No sabía como, pero la excusa de Nikolai pareció tener el efecto deseado: El tipo de pelo rojo retiró su arma del cuello del joven, quien ni se molestó en sentir el menor atisbo de seguridad pese al no tener ya el filo de una espada pegado a su garganta. Al fin y al cabo, todavía tenían a su alrededor una manada entera de humanoides cabalgando sobre perros monstruosos. Para colmo, su líder se carcajeó a pleno pulmón, como si le pareciese una broma lo que ambos aprendices venían a hacer allí.
—Ya veo que sois ese tipo de compañeros leales en los que se puede confiar.—pronunció el hombre bajando la espada y jugueteando con ella mientras que su “mascota” se acercaba peligrosamente hacia el temeroso Enok, a quien posiblemente veía como una presa fácil que se agazapaba de puro terror. Al menos su jinete tuvo la delicadeza de retirar al animal de la cara del chico antes de que le hincase los dientes.
Leales decía… en cierto modo, si que estaban mostrando algo de lealtad encubriendo a la Maestra Nanashi y al “insensible” de su compañero, pero también estaban metiendo en el ajo al pobre desgraciado al que estaban siguiendo... aunque de desgraciado tenía poco si había logrado librarse del encontronazo con los orcos de milagro.
—Os diré lo que vamos a hacer, Caballeros. Vamos a ir a buscar a vuestro compañero—inmediatamente, el pelotón humanoides y lobos se agrupó para restringir el movimiento de los aprendices—. Uno de vosotros entrará en la ciudad. El otro se quedará e intimará un poco conmigo. Os permito decidir el papel de cada cual.
Niko ya se estaba oliendo que no les iban a dejar irse de rositas, pero le inquietaba que el jefe de la cuadrilla se quisiese tomar tantas molestias para cazar al que creía compañero suyo cuando ya les tenían a ellos dos. Por supuesto, el buscar al que les había llevado de cabeza a esa panda de orcos se trataba de un “extra”, ya que el tipo no tardó en comunicarles de que también aprovechasen para hacerles otro recado por el que, muy posiblemente, hubiese sido la razón por la que su escuadrón andaba por las cercanías de la aldea.
—El que entre a la ciudad lo hará para sacar a su compañero… y a un hombre que responde al nombre de Diablo. Es fácil de reconocer: nariz picuda, pelo negro y tipo espigado, con una mirada maliciosa. Básicamente, como un cuervo. Sólo tenéis que decir que su ama le reclama y vendrá.
»Si hacéis esto, me pensaré si no cortaros la lengua por haber amenazado al ejército de mi Señora.
Dicho esto, el hombre les dedicó una impertinente sonrisa. Nikolai entrecerró los ojos viendo que su captor seguía mofándose de ellos al alegar que les habían “amenazado” cuando era totalmente lo contrario. Las palabras “tirano” y “cretino” rondaban la mente del aprendiz cada vez que le veía sonreír mezquinamente.
Acto seguido, el líder llamó la atención de uno de sus subalternos:
—Ve a la Montaña y advierte a la Señora de que vamos a llevarle invitados. Tres Caballeros y a su maldito cuervo.—dirigió la mirada a ambos aprendices—. Porque no vais a dar problemas, ¿verdad?
Niko ya ni se molestó en darle una respuesta verbal en cuanto vio esbozarle una vez más ese tétrico semblante propio de los villanos de ficción. Suspiró y se encogió de hombros, dirigiéndole una mirada de cansancio ¿Acaso se pensaba que sus dos prisioneros le darían problemas cuando ya había aterrorizado a uno de ellos y le había plantado el filo de su espada en el cuello del otro sin cortarse ni un pelo?
Ya daba igual. Para bien o para mal, tendrían que entrar en la aldea para buscar al tal Diablo y a su “compañero”. Y por lo que había estado escuchando, era muy probable que el Hada (o su “Señora”, según la llamó el hombre de tez grisácea) que estaban buscando tuviera algo que ver en todo esto.
***
Por fortuna, el trayecto hasta la entrada de la aldea resultó bastante corto para la compañía que los dos aprendices tenían que soportar. Desde la explanada por la que deambulaban podían contemplar en la lejanía el castillo del regente del reino; conocido como el rey Huberto, el caudal de un río que atravesaba el poblado que tenían a escasos metros desde su posición y un viejo puente que tuvo mejores tiempos.
Pero como era de esperar, el acercarse a una aldea junto a cinco seres de aspecto peligroso y sus canes tuvo sus consecuencias. Sonidos de alerta comenzaron a resonar desde el interior. Las puertas se cerraron y alrededor de una quincena de soldados armados con arcos emergieron de la muralla de madera que cubría la aldea, dispuestos a dispararles en caso de que se acercasen más.
—Asustados como alimañas.—pronunció el hombre de cabellera roja mientras sonreía deleitado por la bienvenida que habían recibido.
<Sí, una lástima que ahora nos teman a nosotros también> resopló, hastiado por el hecho de que ya era la segunda vez que levantaban un arma contra él en un solo día.
—¡Melkor! —una voz bastante grave, pero con indicios de provenir de una mujer, resonó desde lo alto del muro—.¡Qué buscas aquí, desgraciado! ¡Da un paso más y os ensartaremos a todos!
El nombre del jefe de los orcos salió a la luz: Melkor. No era de extrañar que el tipo que les retenía ya debía de haberse ganado su infamia por todo el reino tras la primera impresión que se habían llevado de este.
—Vengo en son de paz, capitana.
—¡Esa no es la política de los de tu especie, mestizo!
<Doy fe de ello, señora> pensó mientras se frotaba la zona en la que hace unos momentos tenía la punta de un arma a escasos milímetros.
—Lo reconozco. Entonces, hablaré en un idioma que los dos podamos entender: hay dos personas ahí dentro a las que quiero. Un hombre venido de tierras lejanas. Otro hombre de mi Señora. Mandaré a uno de los míos para que los recoja. Si no están aquí en una hora, mandaré un mensaje a mi Señora y le informaré de que hay otra aldea que destrozar. Y no creo, capitana, que con tu escaso ejército puedas detenernos.
Y el silencio se hizo, uno que duró sus pesados minutos mientras los guardias y su capitana que se resguardaban detrás de la muralla discutían que hacer. Niko se pasó todo ese tiempo analizando de arriba abajo el muro de madera que servía de método de defensa para la aldea. Melkor había mencionado que ya habían hecho de las suyas en otros poblados de la periferia, y el joven no iría muy desencaminado en pensar que el que tenía justo en frente no sería el único que hubiese tomado medidas tan desesperadas para protegerse de los ataques del Hada.
La espera se hizo eterna, pero los enormes portones del muro se abrieron. Melkor, con un gesto de falsa cortesía que mostró una vez más el descrédito que sentía por los dos aprendices, enarboló su espada y apuntó hacia la entrada del pueblo.
—Recordad. Sólo uno. Tenéis una hora.
Era el momento de elegir, y Nikolai tenía muy claro cual iba a ser su opción. Viró la cabeza hacia Enok y clavó sus ojos en los de este con una expresión totalmente seria, cerrándolos segundos mas tarde, lamentando que la decisión que iba a tomar en ese momento no fuese del agrado de su compañero.
<Lo siento… Intentaré acabar con esta locura cuanto antes.>
Acto seguido, se volteó hacia Melkor, señalándose así mismo con el dedo índice para luego apuntar con el pulgar de la misma mano hacia la entrada de la aldea.
—En ese caso, entraré yo —sentenció.
Sin mediar más palabras con el hombre, Niko se adentró en el pueblo con paso firme.
Dejar a Enok a solas con el “tirano cretino” no era la mejor de las ideas, pero veía menos viable que el temeroso chico entrase en una aldea llena de soldados que les consideraban aliados de los orcos, sobretodo si alguno de ellos le daba por amedrentarle en su estado actual para sonsacarle información.
No, quería terminar cuanto antes por el bien de los dos. Tenía los datos suficientes para encontrar al hombre conocido como Diablo sin dificultad alguna, con quien quería compartir un par de palabras para averiguar que se traía entre manos su “Señora” repartiendo a sus sicarios por el reino.
Diablo no daría problemas si le decía que sus “amigos” habían venido a recogerle, pero el otro caballero de la llave espada ya era otra historia. En primer lugar, no tenía ni idea de que aspecto tenía, y lo único que podría hacer al respecto era preguntarle a alguno de los guardias por cualquier extraño o extranjero que hubiese aparecido por allí antes de que hubiesen llegado ellos. Luego, tendría que ingeniárselas para convencerlo de que se hiciese pasar por uno de sus compañeros y que tuviese la amabilidad de entregarse voluntariamente a los orcos.
Las probabilidades de que el caballero desconocido le mandase, literalmente, a la mierda en cuanto le contase todo eso eran enormes, pero antes tendría que encontrarle. Ya se preocuparía mas tarde de convencerlo. Ahora tenía que asegurarse de que a Enok y a él no les rebanarían el pescuezo encontrando a esos dos.
—Ya veo que sois ese tipo de compañeros leales en los que se puede confiar.—pronunció el hombre bajando la espada y jugueteando con ella mientras que su “mascota” se acercaba peligrosamente hacia el temeroso Enok, a quien posiblemente veía como una presa fácil que se agazapaba de puro terror. Al menos su jinete tuvo la delicadeza de retirar al animal de la cara del chico antes de que le hincase los dientes.
Leales decía… en cierto modo, si que estaban mostrando algo de lealtad encubriendo a la Maestra Nanashi y al “insensible” de su compañero, pero también estaban metiendo en el ajo al pobre desgraciado al que estaban siguiendo... aunque de desgraciado tenía poco si había logrado librarse del encontronazo con los orcos de milagro.
—Os diré lo que vamos a hacer, Caballeros. Vamos a ir a buscar a vuestro compañero—inmediatamente, el pelotón humanoides y lobos se agrupó para restringir el movimiento de los aprendices—. Uno de vosotros entrará en la ciudad. El otro se quedará e intimará un poco conmigo. Os permito decidir el papel de cada cual.
Niko ya se estaba oliendo que no les iban a dejar irse de rositas, pero le inquietaba que el jefe de la cuadrilla se quisiese tomar tantas molestias para cazar al que creía compañero suyo cuando ya les tenían a ellos dos. Por supuesto, el buscar al que les había llevado de cabeza a esa panda de orcos se trataba de un “extra”, ya que el tipo no tardó en comunicarles de que también aprovechasen para hacerles otro recado por el que, muy posiblemente, hubiese sido la razón por la que su escuadrón andaba por las cercanías de la aldea.
—El que entre a la ciudad lo hará para sacar a su compañero… y a un hombre que responde al nombre de Diablo. Es fácil de reconocer: nariz picuda, pelo negro y tipo espigado, con una mirada maliciosa. Básicamente, como un cuervo. Sólo tenéis que decir que su ama le reclama y vendrá.
»Si hacéis esto, me pensaré si no cortaros la lengua por haber amenazado al ejército de mi Señora.
Dicho esto, el hombre les dedicó una impertinente sonrisa. Nikolai entrecerró los ojos viendo que su captor seguía mofándose de ellos al alegar que les habían “amenazado” cuando era totalmente lo contrario. Las palabras “tirano” y “cretino” rondaban la mente del aprendiz cada vez que le veía sonreír mezquinamente.
Acto seguido, el líder llamó la atención de uno de sus subalternos:
—Ve a la Montaña y advierte a la Señora de que vamos a llevarle invitados. Tres Caballeros y a su maldito cuervo.—dirigió la mirada a ambos aprendices—. Porque no vais a dar problemas, ¿verdad?
Niko ya ni se molestó en darle una respuesta verbal en cuanto vio esbozarle una vez más ese tétrico semblante propio de los villanos de ficción. Suspiró y se encogió de hombros, dirigiéndole una mirada de cansancio ¿Acaso se pensaba que sus dos prisioneros le darían problemas cuando ya había aterrorizado a uno de ellos y le había plantado el filo de su espada en el cuello del otro sin cortarse ni un pelo?
Ya daba igual. Para bien o para mal, tendrían que entrar en la aldea para buscar al tal Diablo y a su “compañero”. Y por lo que había estado escuchando, era muy probable que el Hada (o su “Señora”, según la llamó el hombre de tez grisácea) que estaban buscando tuviera algo que ver en todo esto.
Por fortuna, el trayecto hasta la entrada de la aldea resultó bastante corto para la compañía que los dos aprendices tenían que soportar. Desde la explanada por la que deambulaban podían contemplar en la lejanía el castillo del regente del reino; conocido como el rey Huberto, el caudal de un río que atravesaba el poblado que tenían a escasos metros desde su posición y un viejo puente que tuvo mejores tiempos.
Pero como era de esperar, el acercarse a una aldea junto a cinco seres de aspecto peligroso y sus canes tuvo sus consecuencias. Sonidos de alerta comenzaron a resonar desde el interior. Las puertas se cerraron y alrededor de una quincena de soldados armados con arcos emergieron de la muralla de madera que cubría la aldea, dispuestos a dispararles en caso de que se acercasen más.
—Asustados como alimañas.—pronunció el hombre de cabellera roja mientras sonreía deleitado por la bienvenida que habían recibido.
<Sí, una lástima que ahora nos teman a nosotros también> resopló, hastiado por el hecho de que ya era la segunda vez que levantaban un arma contra él en un solo día.
—¡Melkor! —una voz bastante grave, pero con indicios de provenir de una mujer, resonó desde lo alto del muro—.¡Qué buscas aquí, desgraciado! ¡Da un paso más y os ensartaremos a todos!
El nombre del jefe de los orcos salió a la luz: Melkor. No era de extrañar que el tipo que les retenía ya debía de haberse ganado su infamia por todo el reino tras la primera impresión que se habían llevado de este.
—Vengo en son de paz, capitana.
—¡Esa no es la política de los de tu especie, mestizo!
<Doy fe de ello, señora> pensó mientras se frotaba la zona en la que hace unos momentos tenía la punta de un arma a escasos milímetros.
—Lo reconozco. Entonces, hablaré en un idioma que los dos podamos entender: hay dos personas ahí dentro a las que quiero. Un hombre venido de tierras lejanas. Otro hombre de mi Señora. Mandaré a uno de los míos para que los recoja. Si no están aquí en una hora, mandaré un mensaje a mi Señora y le informaré de que hay otra aldea que destrozar. Y no creo, capitana, que con tu escaso ejército puedas detenernos.
Y el silencio se hizo, uno que duró sus pesados minutos mientras los guardias y su capitana que se resguardaban detrás de la muralla discutían que hacer. Niko se pasó todo ese tiempo analizando de arriba abajo el muro de madera que servía de método de defensa para la aldea. Melkor había mencionado que ya habían hecho de las suyas en otros poblados de la periferia, y el joven no iría muy desencaminado en pensar que el que tenía justo en frente no sería el único que hubiese tomado medidas tan desesperadas para protegerse de los ataques del Hada.
La espera se hizo eterna, pero los enormes portones del muro se abrieron. Melkor, con un gesto de falsa cortesía que mostró una vez más el descrédito que sentía por los dos aprendices, enarboló su espada y apuntó hacia la entrada del pueblo.
—Recordad. Sólo uno. Tenéis una hora.
Era el momento de elegir, y Nikolai tenía muy claro cual iba a ser su opción. Viró la cabeza hacia Enok y clavó sus ojos en los de este con una expresión totalmente seria, cerrándolos segundos mas tarde, lamentando que la decisión que iba a tomar en ese momento no fuese del agrado de su compañero.
<Lo siento… Intentaré acabar con esta locura cuanto antes.>
Acto seguido, se volteó hacia Melkor, señalándose así mismo con el dedo índice para luego apuntar con el pulgar de la misma mano hacia la entrada de la aldea.
—En ese caso, entraré yo —sentenció.
Sin mediar más palabras con el hombre, Niko se adentró en el pueblo con paso firme.
Dejar a Enok a solas con el “tirano cretino” no era la mejor de las ideas, pero veía menos viable que el temeroso chico entrase en una aldea llena de soldados que les consideraban aliados de los orcos, sobretodo si alguno de ellos le daba por amedrentarle en su estado actual para sonsacarle información.
No, quería terminar cuanto antes por el bien de los dos. Tenía los datos suficientes para encontrar al hombre conocido como Diablo sin dificultad alguna, con quien quería compartir un par de palabras para averiguar que se traía entre manos su “Señora” repartiendo a sus sicarios por el reino.
Diablo no daría problemas si le decía que sus “amigos” habían venido a recogerle, pero el otro caballero de la llave espada ya era otra historia. En primer lugar, no tenía ni idea de que aspecto tenía, y lo único que podría hacer al respecto era preguntarle a alguno de los guardias por cualquier extraño o extranjero que hubiese aparecido por allí antes de que hubiesen llegado ellos. Luego, tendría que ingeniárselas para convencerlo de que se hiciese pasar por uno de sus compañeros y que tuviese la amabilidad de entregarse voluntariamente a los orcos.
Las probabilidades de que el caballero desconocido le mandase, literalmente, a la mierda en cuanto le contase todo eso eran enormes, pero antes tendría que encontrarle. Ya se preocuparía mas tarde de convencerlo. Ahora tenía que asegurarse de que a Enok y a él no les rebanarían el pescuezo encontrando a esos dos.
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