Papelera volvió a pasar delante, contándonos a PPR y a mí el recorrido que tomaríamos. La escuché a medias, más preocupada por mi misión que por el camino. De todas formas, creía recordar cómo se regresaba a la Sala de Transferencias 2. Más o menos.
Bajamos de una plataforma y dimos con una puerta cerrada. ¿La base del PSC? Había un hueco en el centro de ésta, del tamaño y la forma del disco que llevaba a la espalda. Eché un vistazo a mis compañeros antes de comprender que yo, como buena Programa de Seguridad Ciudadana, tenía que meter el mío para permitirnos pasar. Dios, tanta lucecita me había frito el cerebro.
Ninguno de los PSC que trabajaban dentro se molestó en mirarnos. Estaban todos muy centrados en lo que fuera que hacían, sin hablar ni dar señales de cansancio, aburrimiento o diversión. Enfrascados en sus pantallas. “Tanto mejor. Así no nos molestarán.”
Pero la suerte no iba a dejar que avanzara tan fácilmente. Una segunda puerta cerrada se interponía entre la base y yo. Y esta vez no iba a ser tan fácil como poner un disco.
―Genial, ¿y ahora qué?
Papelera se acercó con timidez a uno de los trabajadores, pero regreso enseguida.
―Nadie puede entrar sin el código de acceso ―explicó―. Y solo lo tienen el jefe de los PSC y la jefa de los PDU y PRD. Ninguno de los dos está aquí ahora, pero me ha dicho que tampoco nos lo darían.
Fruncí el ceño. ¡Pues qué oportuno! ¿No habría alguna forma de coaccionar a esos jefes? Deseché la idea enseguida: eran Programas. A ésos, con lo frígidos y estirados que eran seguro que no les temblaba el pulso, y podría echar todo el trabajo a perder. Quizás si iba probando combinaciones al azar...
Era mi mejor opción, estaba desesperada. Escudriñé el panel pero, antes de empezar a pulsar botones, una extraña forma atrajo mi atención. Una cerradura. Recordé una de las primeras cosas que me explicaron al llegar a Bastión Hueco: la Llave Espada era capaz de abrir cualquier cerradura. Eso nos ahorraría mucho tiempo, pero también podría delatarme.
Miré hacia atrás. Los Programas seguían a lo suyo. Sólo me iban a ver Papelera y PPR. Sabía que, si se lo pedía, ella no diría nada a nadie, pero PPR era harina de otro costal.
“¿Qué más da? No voy a seguir mucho tiempo por aquí. Y no creo que vaya a meter a Papelera en líos.”
Me la jugué. Invoqué la Llave, la puerta reaccionó con un chasquido, y me colé a toda prisa dentro. Guiñé un ojo a mis compañeros, con mi mejor cara de niña buena, y les dije:
―Vosotros no habéis visto nada, ¿vale? Es una pequeña trampa que me permiten mis datos, nada de lo que preocuparse. ¡Venga, sigamos!
Una habitación circular se extendía ante mi vista. Había cientos de paneles alrededor y, en el centro, uno que sobresalía del suelo delante de una pantalla gigantesca. “Bingo.” Me abalancé sobre ése en concreto, buscando formas de discos o cerraduras.
―¿Y PRU? ¿La esperamos?
―Ah, no creo que haga falta ―dije, con la Llave Espada ya en mano y apuntando al panel―. Así le daremos una sorpresa cuando encuentres tú solita a XXX.rar.
La pantalla se iluminó y aparecieron decenas de... cosas. Botones y demás, que al pulsarlos ejecutarían acciones como “sacar a los Programas del Coso”. ¿Y qué rayos era un Coso?
En resumen, un lío; en especial para una chica del siglo XV. Torcí el gesto en una mueca, puse el disco siguiendo las indicaciones y me llevé la mano al pinganillo.
―¿Alexis? Creo que voy a necesitar tu ayuda con esto.
Prefería dejarlo en manos de la experta pero, si no contestaba, iba a tener que apañármelas sola. Empecé a buscar algo en la pantalla relacionado con mundos.
―¿Qué haces? ―preguntó Papelera―. ¿Estás buscando el archivo XXX.rar?
―¡Exacto! Le vamos a dar una paliza a ese archivo. PPR y yo te haremos de testigos y le contaremos a todo el mundo lo buena que eres.
―Así que vosotros sois los intrusos.
“El día en el que todo me salga bien daré una fiesta.”
Apreté los puños y me alejé del panel para encarar a los recién llegados: un chico alto y moreno, y una niña pequeña.
―PRU, supongo.
―Me sorprende que hayáis llegado hasta aquí. Este lugar es inexpugnable ―habló la niña, que agarraba al otro por las muñecas―. Tenéis suerte de que sea benevolente. Os permitiré que consideréis la rendición y me deis una sincera disculpa por meter vuestras narices en mi santuario. Si no… Si no, podrás demostrarme que ya no tienes nada que ver con ellos. No dejes que me hagan daño. En caso de que se pongan agresivos, les mandaré al Juego junto con los que ya están en él.
―No estábamos haciendo nada… La esperábamos… ―dijo Papelera, con un hilillo de voz.
―Cállate. Irás a reinserción con ellos. Pero te prometo que tú me has decepcionado por última vez.
―Eso ya lo veremos. ―Di un paso al frente para interponerme entre las dos―. Papelera, quédate atrás. Si ese chico intenta venir a por nosotros, voy a tener que pedirte que lo elimines. XXX.rar tendrá que esperar.
Luego me dirigí hacia PPR antes de volverme hacia el panel.
―¿Puedes defendernos? Intentaré cubriros a los dos usando el panel.
—Puedo encargarme solo de ellos, PRU... —declaró el otro Programa—. No hace falta que los envíes al Campo de Juego. Aprendiz de Bastión Hueco, ríndete y únete a Reinserción, como todos los Usuarios. Sólo así podrás salir de esta y convivir con el resto de programas y reinsertados. Es mi primer y último aviso.
“¿Como todos los Usuarios? ¡No me digas que..!”
—Eh, ¿y tú cómo sabes de dónde..? —Una Llave Espada apareció de repente en su mano—. Ah, Tierra de Partida —sentencié, frunciendo el ceño—. Cómo no. Bien, eso lo hace todo mucho más fácil.
PPR se lanzó a por él, y decidí jugármela. Les di la espalda a los dos, aún vigilando por si PRU decidía atacar, y empecé a buscar acciones en la pantalla que me libraran de ellos.
—Eres una Usuaria como yo, ¿verdad? —pregunté a Papelera—. Por eso has ido tantas veces a reinserción. Por eso te tratan tan mal.
Un comando destacó por encima de los demás: enviar a Bastión Hueco. Justo el acceso que había estado buscando. Se me ocurrió entonces una idea muy loca, incluso para mí; tan loca que podría incluso funcionar.
—Pero todo esto se acabó. Cambio de planes: que le den a XXX.rar, a PRU, y a todos los demás. Voy a sacarte de aquí. ¿Quieres venir conmigo al mundo de los Usuarios?
Eché un rápido vistazo a PPR para comprobar que podía encargarse del Aprendiz de Tierra de Partida y, si Papelera accedía, me pondría manos a la obra.
—Aparecerás en un sitio muy distinto, pero iré a por ti pronto. Busca a una chica llamada Alexis y dile que saque enseguida a Celeste. —Sonreí y me encogí de hombros—. Es mi nombre. Siento muchísimo haberte mentido y aún más tenerte que pedir que vuelvas a confiar en mí tan precipitadamente. Espero que puedas perdonarme.
Me aseguraría de que nadie se interponía en su retirada. Esa chica había sufrido suficiente como para quedarse encerrada en este infierno. “Por favor, por favor, que funcione.”
A continuación, me dispuse a mandar a ese Aprendiz tan molesto a Bastión Hueco también. No podía esperar a ver la cara que pondrían: mi primera misión y ya me traía a un prisionero de guerra...
—¿Cómo que error? ¡¿Cómo que error?!
Le arreé una patada a la máquina y volví a intentarlo. Nada. Error. Non. ¿Por qué? ¡Con Papelera había funcionado! Probé a encontrar alguna forma de transferirle el acceso a Tierra de Partida a mi bando, pero saltó el mismo mensaje. No lo entendía, ¡nadie más estaba tocando el panel!
A menos que...
—No lo harás.
—¡Tú! —Señalé al Aprendiz y lancé un Electro en su dirección. No sabía cómo, pero tenía que haber sido cosa suya. Bien. Pues yo también sabía jugar sucio—. ¡PPR, sal de aquí enseguida!
Accioné el modo de autodestrucción de la base de PRU. No sabía con cuánto tiempo contaba, pero esperaba que fuese el suficiente como para que Alexis me sacara de ahí.
Alcé la Llave Espada y corrí a facilitarle la huida al pequeño Programa. Disparé un segundo Electro contra el Aprendiz aprovechando la cercanía y me dispuse a enfrentarme a la vez a PRU, usando todos los golpes bajos y sucios que me conocía contra ambos. No me convenía que se acercaran al panel.
Lo demás quedaba en manos de la suerte.
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