Re: [Port Royal] ¡Sigamos esa senda!
Publicado: Mié Ago 27, 2014 3:10 am
—Ya hemos pasado por aquí.
—Claro que no.
—Lo hemos hecho.
—Que sí, mira.
Gruñí por lo bajo en respuesta a la discusión de Tulio y Miguel. Desde un principio no me agradaba mucho la idea de que fuese el rubio quien fuese a la cabeza, especialmente después de que la primera vez nos hubiese abierto el camino directo a un muro de piedra. Cruzado de brazos, giré la cabeza en la dirección a donde Tulio apuntaba, inmediatamente apartándola de nuevo con un movimiento exagerado y un bufido de fastidio. Una de las marcas de Fátima.
—¿Por quéeee —intenté aplastar un mosquito gigantesco con la palma de mi mano y lo único que logré fue mancharme de la sangre de algún otro animal— no pudo darnos al menos el mapa?
—Porque, según él, era de mareas —explicó Fátima. Sus palabras no me hicieron sentir mejor; es más, prácticamente me obligaron a resoplar por la nariz—. Como resulte que no era así, pienso retorcerle el pescuezo.
'Cuenta con mis manos para ello.'
Nunca me había perdido. Y ahora lo sabía, era uno de los sentimientos más irritantes que jamás había experimentado. No tener ni una idea de a donde avanzar era muy exasperante. Sí, podía ser peor, porque hasta ahora conocíamos el camino de regreso; peor sería no poder moverse ni hacia adelante ni hacia atrás... pero aquello no me consolaba ni un poco.
—¡Miguel, al menos podríamos...! —sumergidísimo en su papel de líder, el hombre continuó avanzando, dispuesto a corregir su error al abrir un nuevo camino— ...establecer una dirección en general...
—¿Qué hacemos?, ¿Le seguimos o... ?
—Lo seguimos. Separarnos todavía más no es lo óptimo.
—¿Por qué aunque nos hemos separado de Bavol, sigo teniendo la impresión de que caminamos con un niño?
Continuamos andando, pues. No sabía si a aquellas alturas quedaban razones para hacerlo, pues la brújula había marcado una dirección que se suponía que siguiéramos en línea recta y, visto lo visto, nos habíamos alejado ya de la ruta idónea. ¿No sería una mejor idea regresar hasta la intersección de caminos e intentarlo de nuevo?
Estaba a punto de sugerir aquello cuando de pronto la canción que Miguel había estado silbando se acalló. Se escuchó también el sonido de algo pesado cayendo sobre la vegetación... como un cuerpo... y luego simplemente nada.
—¡Miguel! —llamó Tulio, adelántandose para ver qué había sucedido. Me giré hacia Fátima, como preguntándole silenciosamente qué debíamos hacer, cuando...
Tulio también guardó silencio. Se detuvo de golpe tras haber avanzado sólo unos pasos. Lentamente empezó a retroceder, a la par que de la maleza aparecía la punta de una Llave-Espada... y luego la hoja, y la mano que sostenía la empuñadura que era de...
—¿Qué está haciendo ella aquí? —le pregunté a Fátima, sin apartar mi mirada de Nanashi, quien claramente había tomado a Tulio como rehén para obtener algo de nosotros. Cualquier movimiento brusco que hiciéramos podía significar el bienestar del hombre, por lo que ni siquiera quería arriesgarme a girarme en dirección a mi compañera.
—Os recomiendo que no hagáis ningún movimiento brusco —como si me hubiera leído la mente.
¿Qué estaba haciendo la Maestra Nanashi allí? ¿Estaba allí para darnos caza? Porque, después de todo, ahora Tierra de Partida y Bastión Hueco estaban en guerra. Si antes gustábamos de considerarnos enemigos, entonces lo que éramos en ese momento no debía tener palabra. ¿Podía atacarnos así como así? Sí, supongo que en la guerra todo es válido. Pero no lo había hecho. Había tenido el elemento de la sorpresa y en lugar de ello había preferido llevarse de encuentro a Miguel, no a Fátima ni a mí.
Rehén... tenía un rehén. ¿Y cuál era la única razón de tener un rehén sino negociar (y protegerte a ti mismo, pero no creo que Nanashi hubiese necesitado eso)? Debía buscar información. O nuestra cooperación.
¿Pero para qué? ¿La espada? ¿Sabía siquiera de su existencia?
—¿Q-Qué has hecho con Miguel? —cuestionó Tulio. Casi se me había olvidado, el otro había desaparecido detrás de la maleza. Muy seguramente Nanashi lo había dejado inconsciente... o eso me hubiera gustado pensar a mí.
—Nada que deba preocuparte. De momento —respondió la Maestra.
—Es nuestro compañero, claro que nos preocupamos —sentencié con firmeza.
>>¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, dejando de lado toda cortesía y hablándole como a un igual. Mi tono de voz no sonaba especialmente desafiante, ni agresivo, pero que alguien como yo hubiese dejado de hablarle de usted tenía que significar algo, ¿no? Y más cuando había sido tan directo con mi pregunta—. ¿Por qué estás tomando rehenes, Maestra? Conoces las reglas. Me las enseñaste. Los inocentes se dejan a un lado.
—Maestra —la llamó Fátima. Estuve a nada de gritarle "¿¡qué estás haciendo!?" cuando hizo desaparecer su arma y mostró las manos vacías. ¿Se iba a entregar tan fácilmente? ¡Estábamos en guerra!—. Por favor, deje ir a ese hombre. Ninguno de nosotros tiene nada que hacer contra usted, no necesita amenazar su vida.—y... todo lo que pensé anteriormente se esfumó. Fátima tenía una razón más que buena. No podíamos arriesgar las vidas de Tulio y Miguel. Si teníamos que cooperar para que ellos no salieran heridos, así tendría que ser. Respiré para intentar calmarle e imité a Fátima, levantando mis manos...
...para bajarlas casi instantáneamente. No me estaba entregando. Era sólo un símbolo de paz... momentánea.
—¿Qué es lo que quiere? Nosotros nos hemos separado de nuestros compañeros para buscar cierto objeto.
'De acuerdo, Fátima, yo no se lo hubiera dicho tan pronto, pero supongo que ya no hay más que hacer' , pensé. De tal manera que, tras respirar profundamente, lo siguiente lo dijimos al unísono:
—¿Está aquí por él también?
—¿Vienes a buscarlo?
—Claro que no.
—Lo hemos hecho.
—Que sí, mira.
Gruñí por lo bajo en respuesta a la discusión de Tulio y Miguel. Desde un principio no me agradaba mucho la idea de que fuese el rubio quien fuese a la cabeza, especialmente después de que la primera vez nos hubiese abierto el camino directo a un muro de piedra. Cruzado de brazos, giré la cabeza en la dirección a donde Tulio apuntaba, inmediatamente apartándola de nuevo con un movimiento exagerado y un bufido de fastidio. Una de las marcas de Fátima.
—¿Por quéeee —intenté aplastar un mosquito gigantesco con la palma de mi mano y lo único que logré fue mancharme de la sangre de algún otro animal— no pudo darnos al menos el mapa?
—Porque, según él, era de mareas —explicó Fátima. Sus palabras no me hicieron sentir mejor; es más, prácticamente me obligaron a resoplar por la nariz—. Como resulte que no era así, pienso retorcerle el pescuezo.
'Cuenta con mis manos para ello.'
Nunca me había perdido. Y ahora lo sabía, era uno de los sentimientos más irritantes que jamás había experimentado. No tener ni una idea de a donde avanzar era muy exasperante. Sí, podía ser peor, porque hasta ahora conocíamos el camino de regreso; peor sería no poder moverse ni hacia adelante ni hacia atrás... pero aquello no me consolaba ni un poco.
—¡Miguel, al menos podríamos...! —sumergidísimo en su papel de líder, el hombre continuó avanzando, dispuesto a corregir su error al abrir un nuevo camino— ...establecer una dirección en general...
—¿Qué hacemos?, ¿Le seguimos o... ?
—Lo seguimos. Separarnos todavía más no es lo óptimo.
—¿Por qué aunque nos hemos separado de Bavol, sigo teniendo la impresión de que caminamos con un niño?
Continuamos andando, pues. No sabía si a aquellas alturas quedaban razones para hacerlo, pues la brújula había marcado una dirección que se suponía que siguiéramos en línea recta y, visto lo visto, nos habíamos alejado ya de la ruta idónea. ¿No sería una mejor idea regresar hasta la intersección de caminos e intentarlo de nuevo?
Estaba a punto de sugerir aquello cuando de pronto la canción que Miguel había estado silbando se acalló. Se escuchó también el sonido de algo pesado cayendo sobre la vegetación... como un cuerpo... y luego simplemente nada.
—¡Miguel! —llamó Tulio, adelántandose para ver qué había sucedido. Me giré hacia Fátima, como preguntándole silenciosamente qué debíamos hacer, cuando...
Tulio también guardó silencio. Se detuvo de golpe tras haber avanzado sólo unos pasos. Lentamente empezó a retroceder, a la par que de la maleza aparecía la punta de una Llave-Espada... y luego la hoja, y la mano que sostenía la empuñadura que era de...
—¿Qué está haciendo ella aquí? —le pregunté a Fátima, sin apartar mi mirada de Nanashi, quien claramente había tomado a Tulio como rehén para obtener algo de nosotros. Cualquier movimiento brusco que hiciéramos podía significar el bienestar del hombre, por lo que ni siquiera quería arriesgarme a girarme en dirección a mi compañera.
—Os recomiendo que no hagáis ningún movimiento brusco —como si me hubiera leído la mente.
¿Qué estaba haciendo la Maestra Nanashi allí? ¿Estaba allí para darnos caza? Porque, después de todo, ahora Tierra de Partida y Bastión Hueco estaban en guerra. Si antes gustábamos de considerarnos enemigos, entonces lo que éramos en ese momento no debía tener palabra. ¿Podía atacarnos así como así? Sí, supongo que en la guerra todo es válido. Pero no lo había hecho. Había tenido el elemento de la sorpresa y en lugar de ello había preferido llevarse de encuentro a Miguel, no a Fátima ni a mí.
Rehén... tenía un rehén. ¿Y cuál era la única razón de tener un rehén sino negociar (y protegerte a ti mismo, pero no creo que Nanashi hubiese necesitado eso)? Debía buscar información. O nuestra cooperación.
¿Pero para qué? ¿La espada? ¿Sabía siquiera de su existencia?
—¿Q-Qué has hecho con Miguel? —cuestionó Tulio. Casi se me había olvidado, el otro había desaparecido detrás de la maleza. Muy seguramente Nanashi lo había dejado inconsciente... o eso me hubiera gustado pensar a mí.
—Nada que deba preocuparte. De momento —respondió la Maestra.
—Es nuestro compañero, claro que nos preocupamos —sentencié con firmeza.
>>¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, dejando de lado toda cortesía y hablándole como a un igual. Mi tono de voz no sonaba especialmente desafiante, ni agresivo, pero que alguien como yo hubiese dejado de hablarle de usted tenía que significar algo, ¿no? Y más cuando había sido tan directo con mi pregunta—. ¿Por qué estás tomando rehenes, Maestra? Conoces las reglas. Me las enseñaste. Los inocentes se dejan a un lado.
—Maestra —la llamó Fátima. Estuve a nada de gritarle "¿¡qué estás haciendo!?" cuando hizo desaparecer su arma y mostró las manos vacías. ¿Se iba a entregar tan fácilmente? ¡Estábamos en guerra!—. Por favor, deje ir a ese hombre. Ninguno de nosotros tiene nada que hacer contra usted, no necesita amenazar su vida.—y... todo lo que pensé anteriormente se esfumó. Fátima tenía una razón más que buena. No podíamos arriesgar las vidas de Tulio y Miguel. Si teníamos que cooperar para que ellos no salieran heridos, así tendría que ser. Respiré para intentar calmarle e imité a Fátima, levantando mis manos...
...para bajarlas casi instantáneamente. No me estaba entregando. Era sólo un símbolo de paz... momentánea.
—¿Qué es lo que quiere? Nosotros nos hemos separado de nuestros compañeros para buscar cierto objeto.
'De acuerdo, Fátima, yo no se lo hubiera dicho tan pronto, pero supongo que ya no hay más que hacer' , pensé. De tal manera que, tras respirar profundamente, lo siguiente lo dijimos al unísono:
—¿Está aquí por él también?
—¿Vienes a buscarlo?