El bloque A era un caos.
Los sincorazón voladores atacaban a diestro y siniestro contra cualquiera, y los guardias de la Federación hacían lo que podían para contenerlos. Y sin olvidar al pequeño grupo de presos que habían conseguido escapar de sus celdas, cada uno con su propio objetivo, entre los que se encontraba Cool Wind.
El joven prófugo consiguió esquivar al soldado volador que se había lanzado hacia él, logrando abatirle con tres disparos del rifle robado. Entonces pudo ver la escena: algunos criminales huían, otros luchaban contra los sincorazón, e incluso algunos habían tomado como objetivo acabar con los guardias. Éstos últimos eran, sin duda, los que peor lo estaban pasando: sólo habían conseguido destruir a un Nocturno Rojo, y cada vez tenían a más compañeros caídos. No podrían mantener la situación mucho más tiempo, al menos no hasta que llegasen refuerzos.
Entonces Kit puso en marcha su plan de huida. Se subió a una plataforma y disparó hacia el techo, intentando llamar la atención de algún preso. Y, sinceramente, tuvo poco éxito. Había demasiado ruido y gritos como para destacar entre tanto caos.
—¡Todo aquel que quiera una oportunidad de verdad para fugarse que venga conmigo! ¡Tengo un plan!
Sin embargo, lo que hizo a continuación sí que tuvo efecto: disparó a un pobre guardia, que se encontraba en ese momento apuntando a un preso, y le dejó fuera de combate. Cuando se acercó para recoger su arma, el criminal que había estado apunto de ser capturado se acercó a él.
—¡¡Tío, tío, gracias, colega!! ¡¡Ese lagartucho casi me vuelve a meter en chirona, jaurljaurljaurl!! —su risa parecía una mezcla entre una risa normal y el aullido de un lobo.
Y el origen de su risa era lógico si te fijabas en su aspecto: parecía una especie de lobo bípedo enorme, de algo más de dos metros de altura, con pelo castaño por todo el cuerpo y unos inquietantes ojos completamente morados. Su ropa también era la mar de peculiar: una camiseta negra, pantalones cortos grises, una boina y un gran colgante con una C tallada en él.
»Decías algo de fugarse, ¿no, colega? ¡¡Pues vamos al tema, tronco, aquí el menda, C-Wolf, te ayuda!! ¡Auuuuu!
Y le dio un guantazo a uno de los soldados voladores justo cuando pasaba a su lado, estampándolo contra la pared. Sí, tenía una fuerza descomunal, pero sólo había que observarle para darse cuenta de que todo lo que tenía de grande lo perdía en inteligencia. Aunque al menos, Ivan había conseguido un aliado.
El muchacho estaba tan distraído observando a su nuevo "compañero" que, incluso con sus reflejos, no pudo prever una bola de fuego de uno de los Nocturnos Rojos. Kit cayó al suelo con el hombro echando humo, y estuvo apunto de recibir otro Piro del mismo sincorazón cuando el hechizo, misteriosamente, se quedó suspendido en el aire, inmóvil, a pocos centímetros de la cabeza del joven.
Y entonces le vería: al lado de Ivan había aparecido un pequeño ser cabezón de piel azul grisácea. No medía más de medio metro, y estiraba uno de sus brazos (en lugar de dedos tenía tres pequeñas luces de un color distinto cada una) hacia la bola de fuego.
De un rápido movimiento, el pequeño alien movió el brazo estirado hacia el sincorazón, y la bola de fuego salió disparada hacia él. Desgraciadamente, no tuvo el efecto esperado: el Nocturno Rojo absorbió el hechizo sin recibir ningún daño.
Con un extraño grito que parecía propio de una máquina, el extraterrestre azul corrió a esconderse detrás de Cool Wind, asustado, mientras C-Wolf acababa con el Nocturno de un fuerte garrazo.
—¡No toques a mi colega, pardillo!
Mientras el lobito gruñía y ladraba a los sincorazón, el pequeñín dio un leve tirón a los pantalones de Ivan, llamando su atención. Una nueva serie de ruiditos mecánicos salieron de él, transmitiéndole algún tipo de mensaje difícil de entender. Al ver que no le comprendía, el cabezón hizo algo extraño: alargó un brazo señalando a Ivan, y todas las luces de su mano se encendieron.
—Yo. Contigo. Ayudar. Escapar. Galleta.
La voz no salió del alienígena: sonó directamente dentro de la cabeza de Ivan. Era un mensaje telepático, y que reflejaba algo claro: había ganado otro aliado. Aunque la última palabra era un poco desconcertante...
—¡¡A la carga, colegaaaas!!
C-Wolf echó a correr hacia la salida, abriendo el camino con su descomunal fuerza. Ivan y el pequeño alien (que no se separaba apenas de él) podían aprovechar para seguirle, llegando en poco tiempo hasta la puerta. Sin embargo, no iba a ser tan fácil. Cuando llegaran, se encontrarían con algo que bloqueaba la salida: un sincorazón. Éste no era volador, pero era mucho más grande que los otros y portaba un enorme escudo con forma de cabeza de perro. Sólo había que mirarle para darse cuenta de que era un sincorazón de nivel alto. Los cuerpos de dos presos que habían intentado escapar yacían en el suelo, abatidos por el monstruo.
Si querían salir, antes tendrían que pasar por él. Podrían derrotarle o buscar una manera para esquivarle, pero desde luego ninguna de las opciones iba a ser fácil. Sin olvidar, por supuesto, a los sincorazón, guardias y presos que había por detrás.
Por suerte, esta vez Ivan no estaba solo.
Saito
Saito consiguió reaccionar a tiempo, esquivando el ataque del Soldado por los pelos. La combinación de tajos de la Llave Espada y un Electro para rematar fueron más que suficientes para acabar con el sincorazón.
—¡Ese monstruo se ha llevado el Sobre de la Misión, Diana! ¿Podrías encargarte tu de esto mientras yo lo recupero?... —Saito tuvo que asomarse todo lo que pudo desde las gradas para conseguir que Diana le escuchara.
La rubia, que había bajado al pasillo para combatir a los sincorazón, no estaba teniendo ningún problema para contener a los Soldados. Se giró al escuchar a su compañero, enarcando una ceja.
—¿De verdad? ¡Tienes que estar más atento! —le riñó la joven, mientras le propinaba a un Soldado un latigazo lleno de rabia— Ve, yo me quedo. Pero procura que no te maten.
Le guiñó un ojo, juguetona, antes de volver a centrarse en los sincorazón. Aquellos monstruitos iban a pagar toda la ira que la diosa había acumulado durante el primer juicio.
Para seguir al experimento 626, Saito tendría que bajar al pasillo y correr a toda prisa hacia la misma puerta metálica por la que antes había salido el Emperador. Pronto comprobaría que no era el único que iba en esa dirección: un pie gigantesco casi le aplasta. Gantu, el Capitán de la Federación, también perseguía a la abominación.
—¡Quita de en medio! —gruñó el grandullón al ver a Saito.
Gantu tuvo que pretar varias veces el botón de la puerta para que ésta se abriera. El capitán tuvo que agacharse para poder entrar dentro, siguiendo un largo pasillo metálico a toda velocidad. Aun con la diferencia de tamaño, Saito comprobaría que el ballenato no era precisamente rápido: si corría a toda velocidad, el chico no tardaría en dejarle atrás.
El pasillo estaba desierto, y las luces del techo parpadeaban sin cesar. Al doblar una esquina, podrían ver justo a tiempo al Experimento 626 cruzar una nueva puerta metálica, que se cerró tras su paso. Sin embargo, llegar ahí no iba a ser fácil: cuando el dúo estaba apunto de alcanzar la nueva puerta, un sincorazón apareció frente a ellos, bloqueando el paso. Era grande, tanto por alto como por ancho, y estaba equipado con una férrea armadura que le cubría casi todo el cuerpo. Con su tamaño y plantado en mitad del pasillo, la única vía posible para pasar sería saltar por encima de él. Aunque para Gantu aquello era imposible.
—¡No tengo tiempo para esto, monstruo! —rugió Gantu, desenfundando su pistola de plasma.
Para continuar con la persecución, primero tenían que librarse del Gran Armadura. Pero debían ser rápidos: cuanto más tardaran, más posibilidades había de perder de vista a 626.
Neru
Neru, aunque inexperto, decidió quedarse y enfrentarse al ejército de Soldados que habían aparecido en el Salón de la Justicia. Lanzó un Piro a una aglomeración de sincorazón, lo que sirvió para que un grupo de extraterrestres consiguieran huir hacia la salida.
Y bajó al pasillo principal, Llave Espada y cadenas en mano, preparado para luchar. Intentó contener a un grupo de Soldados con sus armas, e incluso llegó a destruir a un par de Soldados, pero pronto se vio superado en número. Había demasiados seres de la oscuridad, y venían de todas las direcciones. Los golpes y cortes no tardaron en llegar. Neru tenía que salir de ahí.
Entonces ocurrió algo inesperado: algo barrio a todos los Soldados que le rodeaban, incluyendo a Neru que también cayó al suelo con un fuerte golpe en el abdomen. El muchacho apenas tuvo tiempo para entender lo que estaba pasando cuando notó que algo agarraba su tobillo y tiraba hacia arriba, dejándole colgado cabeza abajo. Y entonces la vio. Oh, por supuesto que la vio. Era hermosa.
Rubia, joven, y extramadamente bella. Su cuerpo reflejaba la perfección hecha realidad. Posiblemente, Neru nunca habría sentido algo parecido a ver una mujer. Quitar los ojos de ella era misión imposible. Era una diosa en carne y hueso.
—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —la mujer alargó una mano para acariciar el rostro de Neru con ternura— ¿Quién es este joven Caballero?
Resistirse era inútil. Neru sentía la necesidad de contestarle, de decirle toda la verdad. Tenía hasta ganas de confesarle el color de la ropa interior que hoy llevaba puesta. Le daría a la diosa todo lo que le pidiera.
Si la observaba, vería que en ambos brazos llevaba unas enredaderas que se alargaban, moviéndose como si tuvieran voluntad propia. Una de esas enredaderas era la que mantenía a Neru colgado cabeza abajo en el aire, mientas que la otra se revolvía alrededor de la pareja repeliendo a los Soldados con facilidad. Pero lo más sorprendente fue descubrir que en una de sus manos llevaba un arma que Neru reconocería sin dudas: una Llave Espada.
La hermosa mujer también era una Portadora.
—Me alegro muchísimo de que nos hayamos encontrado, Neru —le susurró la rubia mientras le daba un golpecito juguetón en la nariz—. Vas a ayudarme a descargar toda la rabia que tengo dentro, ¿sabes? Oh, nos lo vamos a pasar muy muy bien.
La enredadera enroscada alrededor del tobillo del muchacho empezó a hacer presión, cada vez con más fuerza. La joven sonrió, y de un rápido movimiento lanzó al chico contra una pared del pasillo, sin llegar a soltarle. Con otro movimiento de su mano, la enredadera se elevó y estampó a Neru contra el suelo. La portadora desconocida le estaba manejando como si fuese un muñeco de trapo, y ni siquiera parecía estar esforzándose.
La enredadera soltó finalmente el tobillo, pero antes de que Neru pudiese reaccionar, la misma planta se enredó alrededor del cuello del muchacho, alzándolo en el aire y acercándole a la peligrosa rubia.
—Veamos, ¿qué puedo hacer contigo ahora...?
Un inesperado grito interrumpió a la joven.
—¡¡PORTADORES, VENID POR AQUÍ, RÁPIDO!!
La Consejera de la Federación llamaba su atención desde la mesa de los Jueces. Cuatro guardias de la Federación, armados con rifles de plasma, disparaban desde allí repeliendo a los sincorazón que intentaban acercase.
—Has tenido suerte —gruñó la diosa, liberando finalmente a Neru de la enredadera.
Neru cayó al suelo, magullado y seguramente con el orgullo herido. Ahora que la mujer se alejaba, los efectos de aquel extraño enamoramiento iban desapareciendo, y la claridad volvía a su mente. Pero tenía que reaccionar rápido: los Soldados sincorazón seguían invadiendo el Salón de la Justicia y corría peligro.
El aprendiz tenía la opción de seguir la petición de la Consejera e ir hacia ella (aunque coincidiría con la extraña rubia, quien también avanzaba en esa dirección), o tal vez huir por otra de las puertas del Salón e ir a buscar, por ejemplo, a Kazuki. También tenía la opción de quedarse y seguir luchando, aunque esa opción era la menos aconsejable viendo los resultados.
Pero tendría que moverse y decidir rápido, o los Soldados acabarían con él.
Saeko
La coordinación de Saeko y su fantasma fue perfecta. Entre los golpes con el Don de la Oscuridad de la chica y la Flama Tenebrosa de Gengar, la Armadura Sombría apenas tuvo alguna oportunidad antes de desaparecer destruida.
Pero el trabajo no había terminado ahí: muchísimas Sombras habían aparecido por todo el Hall, atacando a todos los aliens rezagados que todavía no habían huido. Por desgracia, Saeko estaba sola: aparte del perro recepcionista, ningún otro miembro de la Federación había aparecido por ahí.
Por suerte, el grito de la aprendiza consiguió su objetivo: la mayoría de las Sombras giraron sus cabezas para mirarla. La Llave Espada que portaba no tardó en atraerlas hacia ella.
—¡T-ten cuidado! —le gritó el recepcionista, que había obedecido a la portadora y se había escondido tras su mostrador— ¡Hay muchas!
Era cierto: al principio Saeko no tuvo problemas al luchar con las Sombras, pero a los pocos minutos habían aparecido demasiadas como para controlar la situación. Los cortes, sobre todo en las piernas, iban siendo cada vez más y más numerosos. No pasaría mucho tiempo antes de que la muchacha perdiera del todo el control de la situación.
Lo positivo: entre Saeko haciendo de cebo y Gengar sobrevolando el Hall, todos los alienígenas habían sido evacuados. En la recepción solo quedaban ellos dos, las innumerables Sombras y el perro recepcionista.
La situación iba cada vez a peor hasta que...
—¡Por aquí, señorita! ¡Rápido!
El recepcionista se había asomado y agitaba con fuerza el brazo, llamando la atención de Saeko y de Gengar e indicándoles con señas que se acercaran. Si lo hacían y saltaban dentro del mostrador, descubrirían que el perro había abierto una pequeña trampilla por la que escapar.
—¡Huyamos, rápido! —le pidió el alien, que no dudó en saltar dentro.
Saeko tenía que elegir: o huir por la trampilla, o quedarse a luchar. También podía optar por tomar cualquier otro de los numerosos caminos que salían del hall, tal vez para ir al Salón de la Justicia por donde habían ido Saito y Diana. La elección era suya, pero debía moverse rápido o la marabunta de Sombras volvería a la carga.