[Tierra de Dragones] El invierno (III)
Publicado: Dom Ago 17, 2014 5:57 pm
Cuando llegaron a la aldea, no quedaba nada.
La nieve había sepultado en unas pocas horas los restos de los edificios. No había ni rastro del fuego que había desmoronado la mayoría de las casas, ni tampoco de las tiendas de campaña que vigilaban la entrada a la pequeña localidad.
Pocos eran los lugares que quedaban en pie. El restaurante en el que Fátima había comido con Ronin era uno de ellos, aunque su estructura era inestable y su madera quemada crujía cuanto más soplaba el viento, el cual llevaba la nieve hasta su techo. En una de las ventanas pudo reconocer el cadáver del dependiente del local, con una gran mancha de sangre bajo él.
Las reacciones de los miembros del ejército fueron variadas. La mayoría de soldados se encontraban asustados y traumatizados al ver los horrores de los hunos, y más contando que conocían a muchos aldeanos de aquel lugar al haber pasado meses allí; otros intentaban no caer en la tentación de derrumbarse y pasaban de lado, sin girar la cabeza para comprobar de quiénes eran los cuerpos enterrados en la nieve.
Shang intentaba mostrarse fuerte ante la situación. Ayudaba a otros soldados en la labor de buscar supervivientes: unos habían ido directos a las casas, mientras que otros estaban en el campamento, caso de Shang. Fátima y el huno arquero se encontraban a la entrada del campamento, en la calle principal del pueblo, mientras cinco soldados y Andrei les vigilaban, además de un número pequeño de caballos; desde allí podían ser vistos por Shang. Huir no sería posible.
—Este horror provocado por tu mentor no quedará sin castigo, patito —aseguró el Maestro, fingiendo dolor por todo lo que le rodeaba—. Y pensar que te consideré una blanda...
Las burlas de Andrei venían acompañadas por una pequeña muñeca de trapo que se había encontrado entre la nieve, a manos de infante. Jugaba con ella en el aire, despreocupado mientras observaba en dirección a Shang, esperando una señal para reemprender el viaje.
El capitán se acercó al grupo finalmente con el resto del ejército para ver los resultados de la búsqueda. Fátima pudo reconocer algunas caras familiares entre la multitud: tres soldados que conoció en su anterior visita al mundo, heridos y casi incapaces de unirse a la batalla, pero que hacían todo lo posible por permanecer en pie.
—¿Cuántos supervivientes han sido hallados?
—Pocos, mi capitán. Tres miembros del ejército y un puñado de aldeanos. Los hunos se aseguraron de que no quedara nada de este lugar.
—¿Y mi padre?
—Capitán...
Chi-Fu se acercó a Shang con algo entre las manos, con la mirada clavada en los ojos de su superior. Llevaba el casco con forma de dragón y la pluma de águila que una vez permaneció al General Li; las manchas de sangre en sus bordes y el rostro triste del notario lo decían todo.
Shang tomó con ambas manos el casco, clavando sus ojos en él. Lo acercó a su frente y agachó la cabeza, lamentando la pérdida por unos escasos segundos; no dedicaría mayor tiempo a ello. Desenfundó su espada, se alejó del grupo y la clavó en el suelo para poner sobre su empuñadura el casco que le había sido entregado. Se arrodilló ante él por un corto tiempo y volvió al grupo, con la mirada decidida en la montaña.
—No hay tiempo para dar un entierro a todos los buenos hombres que esta noche han caído. —sentenció con voz firme—. La Ciudad Imperial se encuentra al otro lado de esta montaña. Si no detenemos a los hunos, nadie lo hará.
—No le falta razón... General.
Shang no contestó a Andrei. Se limitó a avanzar hasta su caballo, montarse en él y comenzar a cabalgar a paso lento para que el resto de soldados les acompañaran. El Maestro se giró a Fátima y le dedicó una sonrisa prepotente, lanzándole la muñeca de trapo para que la atrapase con sus manos atadas con cadenas. El joven se apresuró al frente del grupo, dejando a la chica atrás y sola.
A la salida del pueblo se encontraba una cueva que quizás hubiese visto al entrar. Si quería huir, aquella sería su única oportunidad; el único problema que tenía es que las cadenas que le tenían prisionera le unían con el huno arquero, y que se encontraba rodeada de soldados. Seguía teniendo, pese a todo, el poder de su magia, y Shang se encontraba al frente del ejército mientras que ella estaba a la cola.
* * *
La oscuridad de la noche y la tremenda nevada no facilitaba la orientación en aquella montaña perdida de la mano de dios.
Hiro y Kousen debían avanzar como pudiesen. El frío era terrible, y la escasa luz de la luna no era suficiente para poder avanzar con facilidad por aquel lugar; tampoco ayudaba la compañía de Enkidu, quien parecía lamentar con aullidos al cielo la pérdida de su compañero. Se había apegado especialmente a MoguDer, probablemente por recordarle también a un perro.
Hikaru y Exuy habían tenido que abandonar la misión de forma inmediata. El segundo se encontraba gravemente dañado por alguna clase de ataque mental, cosa que no pudo explicar bien; por lo que el primero había tomado la decisión de llevarle hasta Tierra de Partida, donde podrían curarle a tiempo, además de dar la voz de alarma. Necesitaban más miembros de la Orden en aquella misión; con ellos no eran suficiente, y dos Maestros habían desaparecido en combate.
Sin embargo, antes de marchar Hikaru, algo saltó de sus ropas. Su misteriosa "consciencia" se reveló finalmente a los dos aprendices al ver que el muchacho invocaba una armadura para partir y que casi le aplastaba en la transformación: se trataba de un dragón rojo que había decidido adherirse a las ropas de Kousen, apegado a su cuello.
—¡Mi nombre es Mushu! —explicó el dragón a los aprendices tras revelarse, una vez asentado en los hombros de Kousen—. Soy un espíritu guardián. ¡Y puede que uno de los últimos de mi especie, así que cuidadito conmigo!
Finalmente, tras avanzar largo y tendido, ambos aprendices acabarían encontrando la entrada a una cueva sin iluminación alguna. Sus opciones no eran numerosas: o se adentraban a su interior, sin una fuente de luz clara, o seguían avanzando cuesta abajo por la montaña. Adónde les llevaría era algo difícil de decir, pero quizás tampoco fuese buena idea entrar allí...
Especialmente porque Enkidu, al ver la entrada, se había vuelto loco y ladraba sin parar a su interior.
La nieve había sepultado en unas pocas horas los restos de los edificios. No había ni rastro del fuego que había desmoronado la mayoría de las casas, ni tampoco de las tiendas de campaña que vigilaban la entrada a la pequeña localidad.
Pocos eran los lugares que quedaban en pie. El restaurante en el que Fátima había comido con Ronin era uno de ellos, aunque su estructura era inestable y su madera quemada crujía cuanto más soplaba el viento, el cual llevaba la nieve hasta su techo. En una de las ventanas pudo reconocer el cadáver del dependiente del local, con una gran mancha de sangre bajo él.
Las reacciones de los miembros del ejército fueron variadas. La mayoría de soldados se encontraban asustados y traumatizados al ver los horrores de los hunos, y más contando que conocían a muchos aldeanos de aquel lugar al haber pasado meses allí; otros intentaban no caer en la tentación de derrumbarse y pasaban de lado, sin girar la cabeza para comprobar de quiénes eran los cuerpos enterrados en la nieve.
Shang intentaba mostrarse fuerte ante la situación. Ayudaba a otros soldados en la labor de buscar supervivientes: unos habían ido directos a las casas, mientras que otros estaban en el campamento, caso de Shang. Fátima y el huno arquero se encontraban a la entrada del campamento, en la calle principal del pueblo, mientras cinco soldados y Andrei les vigilaban, además de un número pequeño de caballos; desde allí podían ser vistos por Shang. Huir no sería posible.
—Este horror provocado por tu mentor no quedará sin castigo, patito —aseguró el Maestro, fingiendo dolor por todo lo que le rodeaba—. Y pensar que te consideré una blanda...
Las burlas de Andrei venían acompañadas por una pequeña muñeca de trapo que se había encontrado entre la nieve, a manos de infante. Jugaba con ella en el aire, despreocupado mientras observaba en dirección a Shang, esperando una señal para reemprender el viaje.
El capitán se acercó al grupo finalmente con el resto del ejército para ver los resultados de la búsqueda. Fátima pudo reconocer algunas caras familiares entre la multitud: tres soldados que conoció en su anterior visita al mundo, heridos y casi incapaces de unirse a la batalla, pero que hacían todo lo posible por permanecer en pie.
—¿Cuántos supervivientes han sido hallados?
—Pocos, mi capitán. Tres miembros del ejército y un puñado de aldeanos. Los hunos se aseguraron de que no quedara nada de este lugar.
—¿Y mi padre?
—Capitán...
Chi-Fu se acercó a Shang con algo entre las manos, con la mirada clavada en los ojos de su superior. Llevaba el casco con forma de dragón y la pluma de águila que una vez permaneció al General Li; las manchas de sangre en sus bordes y el rostro triste del notario lo decían todo.
Shang tomó con ambas manos el casco, clavando sus ojos en él. Lo acercó a su frente y agachó la cabeza, lamentando la pérdida por unos escasos segundos; no dedicaría mayor tiempo a ello. Desenfundó su espada, se alejó del grupo y la clavó en el suelo para poner sobre su empuñadura el casco que le había sido entregado. Se arrodilló ante él por un corto tiempo y volvió al grupo, con la mirada decidida en la montaña.
—No hay tiempo para dar un entierro a todos los buenos hombres que esta noche han caído. —sentenció con voz firme—. La Ciudad Imperial se encuentra al otro lado de esta montaña. Si no detenemos a los hunos, nadie lo hará.
—No le falta razón... General.
Shang no contestó a Andrei. Se limitó a avanzar hasta su caballo, montarse en él y comenzar a cabalgar a paso lento para que el resto de soldados les acompañaran. El Maestro se giró a Fátima y le dedicó una sonrisa prepotente, lanzándole la muñeca de trapo para que la atrapase con sus manos atadas con cadenas. El joven se apresuró al frente del grupo, dejando a la chica atrás y sola.
A la salida del pueblo se encontraba una cueva que quizás hubiese visto al entrar. Si quería huir, aquella sería su única oportunidad; el único problema que tenía es que las cadenas que le tenían prisionera le unían con el huno arquero, y que se encontraba rodeada de soldados. Seguía teniendo, pese a todo, el poder de su magia, y Shang se encontraba al frente del ejército mientras que ella estaba a la cola.
La oscuridad de la noche y la tremenda nevada no facilitaba la orientación en aquella montaña perdida de la mano de dios.
Hiro y Kousen debían avanzar como pudiesen. El frío era terrible, y la escasa luz de la luna no era suficiente para poder avanzar con facilidad por aquel lugar; tampoco ayudaba la compañía de Enkidu, quien parecía lamentar con aullidos al cielo la pérdida de su compañero. Se había apegado especialmente a MoguDer, probablemente por recordarle también a un perro.
Hikaru y Exuy habían tenido que abandonar la misión de forma inmediata. El segundo se encontraba gravemente dañado por alguna clase de ataque mental, cosa que no pudo explicar bien; por lo que el primero había tomado la decisión de llevarle hasta Tierra de Partida, donde podrían curarle a tiempo, además de dar la voz de alarma. Necesitaban más miembros de la Orden en aquella misión; con ellos no eran suficiente, y dos Maestros habían desaparecido en combate.
Sin embargo, antes de marchar Hikaru, algo saltó de sus ropas. Su misteriosa "consciencia" se reveló finalmente a los dos aprendices al ver que el muchacho invocaba una armadura para partir y que casi le aplastaba en la transformación: se trataba de un dragón rojo que había decidido adherirse a las ropas de Kousen, apegado a su cuello.
—¡Mi nombre es Mushu! —explicó el dragón a los aprendices tras revelarse, una vez asentado en los hombros de Kousen—. Soy un espíritu guardián. ¡Y puede que uno de los últimos de mi especie, así que cuidadito conmigo!
Finalmente, tras avanzar largo y tendido, ambos aprendices acabarían encontrando la entrada a una cueva sin iluminación alguna. Sus opciones no eran numerosas: o se adentraban a su interior, sin una fuente de luz clara, o seguían avanzando cuesta abajo por la montaña. Adónde les llevaría era algo difícil de decir, pero quizás tampoco fuese buena idea entrar allí...
Especialmente porque Enkidu, al ver la entrada, se había vuelto loco y ladraba sin parar a su interior.
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