
—¡Más rápido, tortugas!
Zas. Chorro de agua en toda la espalda.
Aquella mañana habría empezado como otra cualquiera para Myxa, Neru y Malik. Un día más en Tierra de Partida, lleno de posibilidades: tal vez habían pensado en leer un poco, visitar algún mundo paradisíaco o incluso pegarse todo el día en la cama para descansar.
Pues no.
Akio, el pequeño Maestro, les había cazado a los tres, uno por uno, al salir de sus habitaciones para que entrenasen con él, quisieran o no. Al principio todo parecía normal: habían ido al amplio gimnasio del castillo donde les había mandado correr en círculo rodeando toda la sala.
Pero, por supuesto, tenía truco: en cuanto dieron la primera vuelta, Akio sacó una enorme pistola de agua con la que empezó a dispararles chorrazos de agua por todo el cuerpo.
—¡Corréis como tortugas! ¡Y las tortugas necesitan hidratarse! —exclamó entre risas— ¡Más rápido, venga!
No habían pasado ni cinco minutos, y los tres aprendices ya estaban empapados de la cabeza a los pies. Afortunadamente para ellos, la aparición un pequeño moguri interrumpió los disparos del Maestro.
—Lo había olvidado... —musitó el pequeño gamberro, pensativo—. Bueno, estos me valdrán. ¡Acercaros, tenemos misión!
—Conocéis Villa Crepúsculo, ¿no? —preguntó una vez los tres se pusieron a su alrededor— Claro que la conocéis, no sois tan inútiles. Pues resulta que los habitantes se están quejando de que en la última semana han ocurrido cosas raras por la ciudad, e incluso llegan a decir que son sobrenaturales.
»Me ha tocado el coñazo de ir a investigar, para asegurar que no son sincorazón y blablabla, así que vosotros vendréis conmigo para pringar también. ¿Alguna pregunta?
Sin previo aviso, volvió a alzar la pistola para disparar tres chorros de agua: uno a la cara de cada aprendiz.
—Id a cambiaros, estáis empapados. En veinte minutos en los jardines, aunque llegaré tarde.
Y salió del gimnasio, disparando a cada moguri y aprendiz que se encontraba por el pasillo.
La misión estaba clara: un viaje de investigación con Akio a la pacífica Villa Crepúsculo. Sonaba fácil, ¿qué podría salir mal?
Muchas cosas.


Tener un día libre en Bastión Hueco era difícil, y mucho más en tiempo de guerra. Pero los afortunados Freya y Enok podían presumir de haber conseguido uno: hoy no tendrían ni entrenamiento ni misión, podrían hacer lo que quisieran. Seguramente, se debía a que ambos eran prácticamente recién llegados: él, había cambiado Tierra de Partida por el bastión hace poco; ella, se acababa de unir a la Orden.
Así pues, eran libres. Pero no por mucho tiempo.
Ambos no habrían salido todavía de su habitación cuando de pronto un fuerte viento abrió la ventana del cuarto de golpe. Acompañando a la fuerte brisa, también aparecía un curioso animal que se posó en el escritorio de cada uno: un precioso loro, blanco como la nieve.
El pájaro miró a Enok durante unos segundos, aparentemente tranquilo, cuando de pronto se abalanzó sobre él para propinarle un fuerte picotazo en toda la nariz. Satisfecho con su logro, el loro dejó caer un papel enrollado al suelo antes de salir volando por donde había venido.
Misma suerte corrió Freya: a ella, en lugar de en la nariz, el pajarraco le picó en una oreja antes de dejar caer otro rollo sobre su cama y huir por la ventana.
El papel contenía el mismo mensaje para los dos:
Para Don Nadie y Doña Nadie-sabe-que-existes:
Nanashi está mosqueada porque ayer intentó ir a la Torre de los Misterios pero no consiguió entrar de ninguna de las maneras posibles. Quiere que vaya a Villa Crepúsculo para averiguar si se puede acceder con el tren mágico que conecta los dos mundos.
Como me obliga a ir acompañada, vendréis conmigo. Os espero a las diez en el vestíbulo, preparados para partir a Villa Crepúsculo.
Con odio, Shinju.
P.D.: Llegad tarde y Lolo os arrancará los ojos.
Bonita carta. Ambos conocerían a Shinju, una de las aprendizas veteranas de Bastión Hueco, y la responsable de fastidiarles su día libre para volver a Villa Crepúsculo, la ciudad de ambos.
El mensaje era claro y conciso, aunque explicaba poco de la misión. Sin embargo, tenían poco tiempo para pensar en ello: ya eran las nueve y media.
Si llegaban tarde, Lolo se desayunaría sus ojos. Aunque... ¿Quién era Lolo?