Pagar los billetes fue sencillo. La cara del empleado de la estación, sin embargo, sí que mostró cierta sorpresa al escuchar el destino de los tres aprendices.
―Hay que ver, últimamente la gente no para de quejarse. Dicen que están pasando cosas sobrenaturales. ¡Si aquí nunca pasa nada! Es la misma ciudad aburrida de siempre, ¿no le parece?
―¡Esas historias absurdas están arruinando el negocio! ―respondió el hombre, terminando de entregarle los dos billetes a Malik―. ¡Ya casi nadie quiere ir a las Terrazas, y antes eran el sitio más visitado de la ciudad!
―Esto... Que tengan un buen viaje.
No tardarían en ver que tenía toda la razón. En el tren, que era de un sólo vagón largo y adecuadamente amueblado, sólo había dos pasajeros además de ellos.
―Pence, ¿de verdad estás seguro? No creo que ir sea buena idea ―una joven, de unos quince años de edad, de pelo castaño y ojos verdes se encontraba de pie, con la mirada agachada y haciendo círculos con la punta del pie en el suelo―. Y Hayner...
―Te digo que no pasa nada, tranquila ―su compañero era un muchacho regordete que tendría su misma edad, con el pelo negro sujeto por una cinta y la frase Dog Street en la camiseta―. El año pasado investigué todas las Maravillas y demostré que eran falsas, ¡y pienso volver a hacerlo diga lo que diga Hayner!
A diferencia de la chica, el tal Pence se encontraba sentado en uno de los asientos laterales del vagón, y hablaba con total convicción sobre el asunto que también había traído al trío de aprendices a la ciudad. Los dos jóvenes miraron curiosos a los recién llegados, pero no se dirigieron directamente a ellos. Continuaron hablando en un tono más suave, con el cual era difícil escuchar lo que decían.
Las puertas se cerraron, y con el típico ruido del motor de un tren, empezó el viaje con sólo cinco ocupantes a bordo. Sería un viaje corto, pero serviría para que por ejemplo Myxa pudiera hacer los mapas para todos. Tal vez preguntarle a Pence y a su amiga por las Maravillas fuera una buena forma de recoger información. O, simplemente, sentarse y disfrutar del viaje.
Pronto llegarían a las Terrazas del Atardecer. Una vez allí, empezaría el trabajo.
Enok & Freya
Shinju tenía mucha razón: el tren a las Terrazas estaba apunto de partir. Y tal vez si Enok y Freya hubiesen corrido lo habrían cogido a tiempo, pero no fue así. Cuando llegaron a la estación, vieron en primera persona cómo se les escapaba en todas las narices.
Al menos el viaje hasta allí había sido tranquilo. La Villa estaba tan animada y pacífica como siempre: la gente paseaba los jóvenes jugaban por las calles, y los carteles del próximo torneo de Struggle se podían ver por todos los rincones.
Incluso pudieron ver a un par de jóvenes compitiendo en Fanfarronería, un popular juego de la ciudad que consistía en evitar que una pelota tocase el suelo utilizando un bate de Struggle. Entre el público que rodeaba la escena se encontraba un chico rubio muy reconocible, pero ningún bando se percató de la presencia del otro.
―El próximo tren saldrá en una hora, lo siento ―les avisó el recepcionista, señalando un reloj de la pared.
―¡Oh, no! He llegado tarde...
Detrás de Enok y Freya apareció, como salido de la nada, un pequeño ser bastante... peculiar, por decirlo de algún modo. Bajito, con un gran sombrero en el que parecía haber diseñada una cara, tenía los brazos largos y las piernas algo cortas. Pero lo más llamativo era su cara, su inexistente cara. Entre el sombrero y su abrigo azul no había nada más que una superficie negra donde dos grandes ojos amarillos brillaban.
Para qué negarlo: a primera vista, era fácil confudirle con un sincorazón. ¿Lo sería?
Por alguna razón, al empleado de la estación no parecía llamarle lo más mínimo la atención.
―Si no llego pronto Seifer se enfadará... ―dijo para si mismo el pequeño, bajando la cabeza y agitando los brazos levemente―. ¡Ah, ya sé, los subterráneos!
Y echó a correr a toda prisa, saliendo de la estación. Si alguno de los dos le seguía, vería que entraba en uno de los accesos a la Explanada Subterránea: una larga red de túneles que conectaban Villa Crepúsculo. Tenían fama de ser difíciles de atravesar, además de que solía haber obras a menudo ahí abajo. Pero era bien cierto que por ahí se podía llegar a las Terrazas del Atardecer...
Concretamente, el pequeño desconocido había entrado en el acceso número 5.
Así pues, dependía de Enok y Freya lo que hacer a continuación. ¿Probar suerte por los subterráneos? ¿Esperar una hora al tren? ¿O ir a hacer tiempo por la Villa?
Elección suya.