Una fiesta interesante, la de Duscae, aunque enseguida se le hizo solitaria. ¡Qué lástima que sus hermanas no hubieran podido acompañarle! Mula había insistido e insistido en que seguía siendo un día laborable y alguien tenía que llevar la tienda, o pronto se dormirían en los laureles y acabarían todos viviendo bajo un puente con deudas de millones de guiles. O algo así. Tina, por su parte, consideraba que ya había tenido su dosis de diversión acompañándole a comprar un buen traje y arreglándole. Además, quería estrenar una nueva paleta de colores con su entrega más reciente.
Pictor se alisó el traje —rojo, por supuesto, aunque demasiado ceñido para su gusto— y comprobó su imagen en uno de los espejos. Todo en orden. La coleta no se había despeinado y el maquillaje seguía intacto. Tina tenía un verdadero don para jugar con las luces. ¡Cualquiera diría que ya conocía la ambientación de la fiesta!
Con una sonrisa animada se encaminó a la barra y pidió una copa. Mientras esperaba a que le sirvieran observó divertido a su alrededor: había toda clase de personas por ahí. Incluso un animal. ¡Qué curioso! Y una pelea tenía pinta de dar comienzo. Pictor no era muy dado a la violencia, pero todo aquello parecía más un espectáculo para entretener a los invitados que un auténtico enfrentamiento. Se sentó y esperó a ver con qué le sorprendían sus anfitriones.
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Oh, muchas gracias —dijo en cuanto le sirvieron el pedido. Se relamió los labios y aprovechó para sacar su diario y anotar todo cuánto ocurría. No encontraba a nadie con quien conversar. Preferiblemente un ser humano.
Si bien Duscae no es mi región predilecta, esta fiesta parece ser el principio de una reconciliación entre la ciudad y yo. O al menos eso quiero pensar. La fiesta empieza a animarse y ansío ver qué me depara el día de hoy. A ser posible, antes de que todo se anime demasiado. Empieza una pelea y, aunque no hay apuestas oficiales, mis guiles va por la chiquilla de la caña de pescar.
El sorbo que dio sabía tan dulce que le hizo arrugar la nariz.