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La campana que marcaba el fin de las clases sonó por fin, después de un aburrido y monótono día de instituto. Los alumnos recogieron sus pertenencias con rapidez, algunos incluso ya estaban en el marco de la puerta casi antes de que el atronador ruido marcara el inicio de la libertad hasta la mañana siguiente. Por el contrario, los profesores intentaban recitar los deberes entre el murmullo, sin éxito.
Todos los días eran iguales. Al contrario que sus compañeros, Claire no se molestaba en marcharse cuanto antes, sino que siempre esperaba hasta ser la última en salir. Suspiró, apuntó los deberes que había acabado por escribir su profesor de griego en la pizarra y recogió con una pasividad exasperarte. Sólo cuando se encontró sola en el aula, sin contar al atolondrado maestro que cuchicheaba para sí mismo sobre la impaciencia de los jóvenes de aquella generación, se colgó la mochila a la espalda y franqueó la puerta.
Fuera aún había una marea de estudiantes que buscaban a sus amigos o simplemente ocupaban espacio mal aprovechado, como Claire pensaba. Vislumbró a Sandra en un rincón apartado, sin duda, esperándola. Y al parecer, muy nerviosa.
— ¿Qué pasa? —Le preguntó Claire, al llegar a su lado.
No le habría hecho ni falta preguntar. Sandra estaba deseando escupirlo desde hacía un buen rato.
— ¿A qué no sabes a quien he visto en un pasillo que no es el suyo y frente a una clase que tampoco lo es? —Murmuró, excitada.
— No me lo digas. Deja que lo adivine —pidió Claire, fingiendo una expresión de concentración—. Espera, ¿quién en su sano juicio visitaría mi clase? No respondas, prefiero no saberlo.
—Siempre te estás quejando de tus compañeros, pero en el fondo no son tan malos —les defendió Sandra. Al ver que su amiga abría la boca para contradecirle, añadió—. Pero no nos alejemos del tema principal. ¿Ni siquiera te haces una idea?
Claire enarcó una ceja como única respuesta. Sandra chistó descontenta por su poca curiosidad, pero no mermó el entusiasmo que le ponía.
— ¡A Shota! ¿Te lo puedes creer?
— Bromeas —sonrió Claire.
— ¡Te lo digo en serio! —Sandra le agarró de los hombros y la giró ciento ochenta grados, hasta mirar en su misma dirección—. ¿No le ves al final del pasillo? Antes estaba aquí, pero cuando me ha visto salir se ha escabullido. Mira, ahora está hablando con un amigo…
Claro que Claire le había identificado al instante. Lo habría hecho incluso en una marea aún más desbordante de alumnos. Su cabello largo y moreno, su perfil definido y robusto, inclusive su altura, todo en él podía reconocer la joven. Claire se obligó a cortar el flujo de sus pensamientos y se volvió hacia Sandra, quien observaba su reacción interesada.
— Bueno, ¿y qué?
— ¿¡Cómo que “y qué”!? —Exclamó Sandra, desconcertada—. ¿Y si ha venido a verte, eh? Puede que esté arrepentido y quiera arreglar lo vuestro.
— Lo nuestro no tiene arreglo y lo sabes tan bien como yo —dijo Claire, con un matiz de enfado en la voz—. Fin del tema. Si quiere algo, que me lo diga a la cara. Así le tendré más cerca para poder escupirle.
Sandra no insistió. La conocía lo suficientemente bien como para saber que cuando decía algo con ese tonito, era capaz de cumplirlo.
Los estudiantes se fueron dispersando y se quedaron solas en el pasillo, excepto por Shota, su amigo y un par de despistados más. Sandra se percató de que el chico miraba de reojo de vez en cuando hacia su sitio, pero no se lo comentó a Claire.
— Oye, antes de irnos, tengo que ir al baño. ¿Me acompañas? —Le pidió Sandra.
— ¿Desde cuando te da miedo el váter?
— Desde que contrataron a ese nuevo conserje. Cada vez que te ve sola pululando por ahí, te sigue y te mira con una cara que parece que te quiera estrangular —susurró, oteando a su alrededor, aunque el susodicho no se encontraba ni remotamente cerca—. Me han dicho que es un antiguo alumno del instituto que no consiguió graduarse y como además tiene algo de retraso mental, no le han aceptado en ningún otro trabajo.
— Qué estupidez. Si el retraso mental dificultara conseguir el título, no entiendo porqué mi clase está tan llena —comentó Claire.
— Oh, sí, todo lo que tú digas pero, ¿me acompañas, sí o no?
— Ve sola, estoy esperando la reacción de Shota, para ver si tiene narices a acercarse.
— ¿En serio vas a…?
— En serio —le interrumpió Claire, de un humor que iba de mal en peor—. Si se te acerca el conserje, grita y acudiré.
Resignada, Sandra se encogió de hombros y se marchó al servicio. Claire, mientras tanto, esperó de pie en el mismo lugar, procurando no mirar en ningún momento hacia Shota. Sin embargo, la curiosidad le traicionó y se volvió en su dirección.
Shota ya no estaba. Ni él ni su amigo. En su lugar, había un objeto en el suelo. Extrañada, Claire se acercó y comprobó que se trataba de una funda de plástico con un CD dentro. Llevaba el nombre de Nexus, lo que no le dijo nada a la chica. «Puede que sea un CD de música de Shota. Siempre le gustaron los grupos raros y desconocidos», pensó. Meditó si devolvérselo o no, aunque lo cierto es que el disco le ofrecía la oportunidad perfecta para abordarle, por lo que se lo guardó rápidamente en la mochila, antes de que Sandra regresara.
— Mi padre acaba de llamarme —le informó su amiga—. Nos está esperando en el coche. No tengo paraguas y como dudo de que tú te hayas acordado, toca correr.
El viaje en coche fue breve. Claire no vivía lejos del instituto, pero llovía tanto fuera que se habría empapado completamente. Además, el trayecto les pillaba a Sandra y al padre de camino a su casa, así que no resultaba ninguna molestia.
Nada más llegar al hogar, Claire echó su mochila sobre la cama y encendió el ordenador. Acordándose del CD de música, lo sacó y lo observó de nuevo, pero el nombre siguió sin decirle nada. Mientras el ordenador se encendía, recordó que aquel día se celebraba en Japón una convención de videojuegos, con lo que probablemente hubiesen sacado nuevas noticias sobre próximos títulos. Se sumergió en una búsqueda intensa de información, interesada por cualquier dato que pudieran haber subido ya a Internet.
El CD de Nexus quedó encima de su escritorio, abandonado, hasta que Claire, al ir a poner sus libros sobre la mesa para empezar con los deberes, le hizo resbalar y caer en el hueco que había entre éste y la cama. El típico lugar lleno de polvo, donde se acumulaban algunos papeles perdidos y del que nadie se acordaba nunca de mirar.
Y allí quedó olvidado.
Todos los días eran iguales. Al contrario que sus compañeros, Claire no se molestaba en marcharse cuanto antes, sino que siempre esperaba hasta ser la última en salir. Suspiró, apuntó los deberes que había acabado por escribir su profesor de griego en la pizarra y recogió con una pasividad exasperarte. Sólo cuando se encontró sola en el aula, sin contar al atolondrado maestro que cuchicheaba para sí mismo sobre la impaciencia de los jóvenes de aquella generación, se colgó la mochila a la espalda y franqueó la puerta.
Fuera aún había una marea de estudiantes que buscaban a sus amigos o simplemente ocupaban espacio mal aprovechado, como Claire pensaba. Vislumbró a Sandra en un rincón apartado, sin duda, esperándola. Y al parecer, muy nerviosa.
— ¿Qué pasa? —Le preguntó Claire, al llegar a su lado.
No le habría hecho ni falta preguntar. Sandra estaba deseando escupirlo desde hacía un buen rato.
— ¿A qué no sabes a quien he visto en un pasillo que no es el suyo y frente a una clase que tampoco lo es? —Murmuró, excitada.
— No me lo digas. Deja que lo adivine —pidió Claire, fingiendo una expresión de concentración—. Espera, ¿quién en su sano juicio visitaría mi clase? No respondas, prefiero no saberlo.
—Siempre te estás quejando de tus compañeros, pero en el fondo no son tan malos —les defendió Sandra. Al ver que su amiga abría la boca para contradecirle, añadió—. Pero no nos alejemos del tema principal. ¿Ni siquiera te haces una idea?
Claire enarcó una ceja como única respuesta. Sandra chistó descontenta por su poca curiosidad, pero no mermó el entusiasmo que le ponía.
— ¡A Shota! ¿Te lo puedes creer?
— Bromeas —sonrió Claire.
— ¡Te lo digo en serio! —Sandra le agarró de los hombros y la giró ciento ochenta grados, hasta mirar en su misma dirección—. ¿No le ves al final del pasillo? Antes estaba aquí, pero cuando me ha visto salir se ha escabullido. Mira, ahora está hablando con un amigo…
Claro que Claire le había identificado al instante. Lo habría hecho incluso en una marea aún más desbordante de alumnos. Su cabello largo y moreno, su perfil definido y robusto, inclusive su altura, todo en él podía reconocer la joven. Claire se obligó a cortar el flujo de sus pensamientos y se volvió hacia Sandra, quien observaba su reacción interesada.
— Bueno, ¿y qué?
— ¿¡Cómo que “y qué”!? —Exclamó Sandra, desconcertada—. ¿Y si ha venido a verte, eh? Puede que esté arrepentido y quiera arreglar lo vuestro.
— Lo nuestro no tiene arreglo y lo sabes tan bien como yo —dijo Claire, con un matiz de enfado en la voz—. Fin del tema. Si quiere algo, que me lo diga a la cara. Así le tendré más cerca para poder escupirle.
Sandra no insistió. La conocía lo suficientemente bien como para saber que cuando decía algo con ese tonito, era capaz de cumplirlo.
Los estudiantes se fueron dispersando y se quedaron solas en el pasillo, excepto por Shota, su amigo y un par de despistados más. Sandra se percató de que el chico miraba de reojo de vez en cuando hacia su sitio, pero no se lo comentó a Claire.
— Oye, antes de irnos, tengo que ir al baño. ¿Me acompañas? —Le pidió Sandra.
— ¿Desde cuando te da miedo el váter?
— Desde que contrataron a ese nuevo conserje. Cada vez que te ve sola pululando por ahí, te sigue y te mira con una cara que parece que te quiera estrangular —susurró, oteando a su alrededor, aunque el susodicho no se encontraba ni remotamente cerca—. Me han dicho que es un antiguo alumno del instituto que no consiguió graduarse y como además tiene algo de retraso mental, no le han aceptado en ningún otro trabajo.
— Qué estupidez. Si el retraso mental dificultara conseguir el título, no entiendo porqué mi clase está tan llena —comentó Claire.
— Oh, sí, todo lo que tú digas pero, ¿me acompañas, sí o no?
— Ve sola, estoy esperando la reacción de Shota, para ver si tiene narices a acercarse.
— ¿En serio vas a…?
— En serio —le interrumpió Claire, de un humor que iba de mal en peor—. Si se te acerca el conserje, grita y acudiré.
Resignada, Sandra se encogió de hombros y se marchó al servicio. Claire, mientras tanto, esperó de pie en el mismo lugar, procurando no mirar en ningún momento hacia Shota. Sin embargo, la curiosidad le traicionó y se volvió en su dirección.
Shota ya no estaba. Ni él ni su amigo. En su lugar, había un objeto en el suelo. Extrañada, Claire se acercó y comprobó que se trataba de una funda de plástico con un CD dentro. Llevaba el nombre de Nexus, lo que no le dijo nada a la chica. «Puede que sea un CD de música de Shota. Siempre le gustaron los grupos raros y desconocidos», pensó. Meditó si devolvérselo o no, aunque lo cierto es que el disco le ofrecía la oportunidad perfecta para abordarle, por lo que se lo guardó rápidamente en la mochila, antes de que Sandra regresara.
— Mi padre acaba de llamarme —le informó su amiga—. Nos está esperando en el coche. No tengo paraguas y como dudo de que tú te hayas acordado, toca correr.
El viaje en coche fue breve. Claire no vivía lejos del instituto, pero llovía tanto fuera que se habría empapado completamente. Además, el trayecto les pillaba a Sandra y al padre de camino a su casa, así que no resultaba ninguna molestia.
Nada más llegar al hogar, Claire echó su mochila sobre la cama y encendió el ordenador. Acordándose del CD de música, lo sacó y lo observó de nuevo, pero el nombre siguió sin decirle nada. Mientras el ordenador se encendía, recordó que aquel día se celebraba en Japón una convención de videojuegos, con lo que probablemente hubiesen sacado nuevas noticias sobre próximos títulos. Se sumergió en una búsqueda intensa de información, interesada por cualquier dato que pudieran haber subido ya a Internet.
El CD de Nexus quedó encima de su escritorio, abandonado, hasta que Claire, al ir a poner sus libros sobre la mesa para empezar con los deberes, le hizo resbalar y caer en el hueco que había entre éste y la cama. El típico lugar lleno de polvo, donde se acumulaban algunos papeles perdidos y del que nadie se acordaba nunca de mirar.
Y allí quedó olvidado.
Lo he ambientado también en un día lluvioso, para que se relacione de alguna manera con los otros dos prólogos. No me ha quedado muy largo, pero en fin, acepto críticas de cualquier tipo, ya sabéis ^^
Por cierto Guin, me encantó tu prólogo *-* Escribes guay xD